Selección de poesía de la autopsia
POIESIS / 26
Por Cecilia Juárez y Raquel Lanseros
En la serie Mitológicas. Selección de poesía de la autopsia, Zeuxis Vargas teje los textos en el sentido más primordial de la palabra, moviendo hilos para ver en el telar una historia confeccionada con episodios que bien pudo haber soñado Ulises, referencias a mitos, deidades, monstruos formidables, efluvios de la Odisea y la Ilíada como símbolos; flota en el ambiente la mitología griega. Sean ventanas iluminadas de un edificio ante la vista peatonal estos lugares metafóricos en los poemas: aquel sitio que se llama infancia y queda en los ojos de una anciana; el pueblo que es la nostalgia de un viejo que vuelve al mar para sentir la espuma del lomo de un gato entre las piernas; la voz de las sirenas griegas, y el silencio de las sirenas kafkianas frente al inquebrantable fuero interno de Ulises con los oídos taponados de cera.
Esta colección de poemas que ofrece Zeuxis Vargas (Quetame, Colombia, 1981), configura un viaje a la esencia de los elementos que la componen como conjunto y que dejan entrever el orden de ese mundo preciso y evocador. Salta en algún poema el mecanismo de la sorpresa cuando un falso Ícaro se nos propone; queda la escena de un Argos que menea por última vez la cola en su agonía para que Ulises sepa que nadie lo espera ya en tierra. Y viene la fantasía: ¿qué será cuando el mar te llama mientras en la tierra nadie dice más tu nombre?
Este viaje es para hacerse a bordo de una nave flotante que termine por anclar todo lo que porta, aquí, en estos tiempos distantes y salvajes.
Cecilia Juárez
En Mitológicas, el poeta Zeuxis Vargas vuelve los ojos a la antigüedad clásica para hallar referentes simbólicos con los que nombrar el presente. La muerte, como un destino inapelable que, sin embargo, llena de sentido la vida, se derrama a lo largo y ancho de los versos del conjunto, en un intenso memento mori que apela a la naturaleza del ser y su sentido. Pleno de esa especial sabiduría que solo el paso del tiempo es capaz de otorgar a las mentes atentas, Zeuxis canta desde lo más profundo del origen, extendiéndose hacia el mañana con la templanza del guerrero y el corazón del poeta, listo para el resto de la travesía, con la palabra precisa en los labios y la esperanza aún desplegada a pesar de los temporales sobrevividos y venideros. Certera, auténtica y exacta, la poesía de Mitológicas realiza el milagro de acunar a un mismo tiempo la realidad y los sueños. Un placentero deleite su lectura.
Raquel Lanseros
MITOLÓGICAS Selección de poesía de la autopsia ODISEA Hablar desde lejos como si ya fuéramos ausencia. Declarar con las palabras el abandono que dejarán las cosas en nosotros. Destejer este poema como si de verdad fuéramos Penélope. ENCUENTRO El viejo recorrió la plaza. Caminó por todo el malecón. Saludó. Esperó el atardecer. A punto de volver, resignado, en los ojos de una anciana, que lo llamó por su nombre, reconoció la infancia. El mar, de pronto, se arremolinó. Volvió a sentir, con algo de nostalgia, el lomo de gato de la espuma entre sus piernas y perdido en la retrospectiva de sus recuerdos jugó una vez más, quizá la última, con las olas. Argos se llamaba. Ulises el Océano. La anciana desapareció en la tela. CONFESIÓN DE UN ÁNGEL Miré un poco más allá de lo que me estaba debido y sin pensarlo, me lancé en picada libre hacia el abismo, las alas hicieron combustión en el aire mientras caía. El mar me atiborró el cuerpo con humedad y sal y me sentí, de pronto, denso por dentro. Al alcanzar la playa creyeron que era Ícaro. ARGOS Sabía que iba a morir, por eso aulló hasta levantar la madrugada. Caminó con lo que le quedaba de fuerzas: simplemente se arrastró. En su nariz un charco de olor familiar lo iluminó. Había perdido el pelo, el tiempo, los colmillos pero sostenía el presente con rotunda realidad. Se dejó caer improrrogable sin lanzar un gemido y meneó por última vez, con lealtad, frente al mar, la cola. Ulises supo entonces que nadie más lo esperaría. EL CANTO DE LAS SIRENAS Pero resulta que las sirenas tienen un arma aún más terrible que su canto, a saber: su silencio. Franz Kafka El cuerno tronador, lejos de la proa, en el extremo de la bancada donde los remeros olvidan, ya teme, con melancolía ahumada por niebla, su metamorfosis de caracola. El más joven de los griegos cuelga la noche en el espolón y con un pedernal de hielo comienza a escribir la Ilíada sobre la regala. El frío como rocío tanático pellizca los pectorales hasta hacer brotar erizamientos. Un gris silencio recorriendo la pasarela, mantiene en suspenso la legión. Empuñando la espada, el escudo, se presienten abandonados, sin embargo, la barba del timador, desgarrada en jirones famélicos, siente la aguda insistencia de los ojos puestos en olfatear el canto en la oscuridad. Hay hambre y oxido. Los remos han sido desertados y por entre las deshilachadas velas los siete bueyes dormitan eternidad. De pronto, desde la atalaya derruida, el más decrepito de los griegos muere observando la espada de Orión: ha comenzado el desvanecimiento. Las algas podridas se endurecen y trepan por la madera y un desierto de escollos comienza a poblar la distancia. El ingenioso capitán se hace amarrar por sus somnolientos guerreros mientras cree reconocer, en el aullido de las focas, la voz de Penélope o Calipso. Desgonzado, sabiendo que nadie le soltará las amarras entrevé en su agonía a Jasón que tras la bruma parece obsequiarle el vellocino. La galera se precipita en silencio hacia el abismo. Las sirenas callan. MITO Sobre esa tierra de orillas y extremas limaduras de costa naufragando el hombre varó estrepitoso de espuma y de algas como si hubiese atracado en el abandono. Cuando removieron el ataúd un olor nuevo escapó al mundo y todos comenzaron a inventar un credo. Encontraron letras en la penumbra de su pectoral y desistieron por ello de atribuirle los días, supieron que los ojos de ese muerto habían avizorado la noche más que cualquier otra desgracia y entonces, le inventaron el timbre de su voz y aprendieron a escucharlo en la soledad. Su tiempo fue como el pan que acaba de salir de un horno, como un amanecer después del apocalipsis. Atemorizados utilizaron el martillo para sellar la imagen de esa trasegada descomposición y olvidaron que antes de arrimarlo a su suerte se habían ilusionado suspendiendo en él sus dilemas. Las mujeres no dejaron nunca de recolectar sus crepúsculos. Un día se habló tanto de la vida que le inventaron que fue necesario llorarlo para poder dormir. Al final, todos partieron sin grabar en la memoria un epitafio para nombrarlo en la ausencia. El candado fue puesto justo en el olvido y fue como si nada hubiese pasado. Mudos, repletos de dudas, lo devolvieron al mar. Entre las olas se fue alejando el mito, ineludible. LA GRUTA DE LA SIBILA En el mar, en esa azul geografía mutable el abismo parece siempre estar en el horizonte. Una joroba, como un punto para enloquecer a náufragos va creciendo hasta ser una isla: la salvación para el polvo, Atraco en la orilla, donde la arena es lodo y se adentra hacia el silencio. La gruta es oscura, y nada parece poder escapar del fondo Una voz susurra en mi oído. “Esto quedará del hombre”: arena, piedra, agua estancada. En el abismo escucho mi destino. La voz de una anciana Penélope me espera. Sibila me cierra los ojos. Hay que cerrar el ataúd, dice, mientras sella la noche sobre mis ojos. EL LUGAR SIN AVES Fumarolas diminutas se esparcen por el desierto seco, todo arde y la piedra se agrieta, no hay suelo, sólo una orilla densa quebrándose. Las casas de baños, rodean el lago: los demonios se sumergen en las termales, ríen, se emborrachan. Las casas patricias de Poseidón y de Hades, son ruinas vegetando hacia la penumbra. El gran jardín de Caronte es una enredadera entre el mármol: Piras de huesos alzándose como un nombre. Camino en fila, como un esclavo. Estoy atento al paisaje, los hornos bullen, lanzan fumarolas. Ni un trino, ni una sola pluma en el aire. Virgilio; primer conocedor de estos eriales, pierde los ojos. Octavia está desmayada, las criadas se afanan a llorarla. Gustavo tiene la daga entre las manos y una furia todavía resplandeciente en la mirada. Un poeta ha leído su destino. Afuera del palacio Dante sigue a la espera, pronto le entregarán a su guía para que inicie el verdadero viaje. Ni un trino, no hay sombras atravesando la tarde. Mi madre sale al encuentro como una aparición. Me pide que la olvide que no la llore más. En las formas del humo me muestra lo que Virgilio no logró. Un pescador baja de su barca, es Ulises regresando. Dante camina hacia la garganta abierta en el muelle: sobre el hielo yacen, desperdigadas, las vísceras de las almas. La tierra se sacude y comprendo el artilugio. Estigia (que no es un lago sino un cuervo gigante) sacude sus plumas ante mis ojos. Grazna, luego, sale volando con todos. Mi madre es una de sus plumas. LAS HUELLAS DEL DIABLO La entrada a la catedral es de losa desorientada, antiguos rumores y mandalas decoran el piso. Detrás de la cúpula y los confesionarios está el jardín de crisálidas, de flores singulares sin color. Las huellas las vimos después de la lluvia, emergían babosas, cochinillas de humedad. La luna estaba inmensa sobre nuestras cabezas y las lechuzas celaban a lo lejos en oscuros follajes. La pezuña llevando el manuscrito robado Era una certeza en el aire todo era tan real y preciso, que no pudimos dudar. La entrada es de hielo, no hay nadie, Alguien inicia el fuego, “Que arda, que arda” dicen a coro las Gárgolas. EL DE LOS DÍAS REMOTOS Me fui en búsqueda del único inmortal y sólo recibí una yerba para cambiar los ardores de la piel. Mi corazón se hizo piedra y una sedienta necesidad de sol me llevó a explorar todas las tumbas en el desierto. Imhotep me sugirió un templo para conservar mi cuerpo y mi cuerpo, con las heridas hechas por el toro de las tempestades, se negó a convertirse en cuero reseco hediendo a salmueras. ¡Oh dioses! Si tan sólo pudiese ver una vez más la sonrisa de Enkidu. Quiero otro diluvio, que “El de los días remotos” tenga la furia para enfrentarme. ¡Oh dioses del subsuelo!, dioses sabios, dioses amantes de la savia de los cedros, soy sólo un hombre desasosegado al pie de un acantilado. He abandonado Uruk tras una pista inmortal y “El de los días remotos” me ha entregado una gran tabla para escribir. Sólo eso, ¿De qué trata esta burla, este irrespeto a mi nombre? Yo, que estuve por encima de todos los otros reyes, yo, aquel que vio todas las profundidades, que experimentó y consideró todo, grabo mi primer verso. Vana empresa para un elegido, vaya oficio el que me impuso “El de los días remotos”. Ahora, pastor de letras, procuro hacer de mi cayado una epopeya. Envejezco, no sé si terminaré de contar la historia. BELUS Entonces yo soy una mosca feliz, ya vivo, ya muerto. William Blake Te rezo a ti inclinado a la orilla de este diluvio. He levantado piedras para adorarte frente al fuego y he visto, cómo, con tus rayos, haz agrietado la tiniebla. Dios de arcilla, dios de los vientos y del agua, dios bondadoso y fértil como unos labios. Clamo a ti desde esta hendidura para que ahuyentes a los lobos. Muy cerca de los huesos de mis ancestros me he puesto en la tarea de escribir tu nombre: dios de la sangre y la madera, dios que en las noches se acurruca al pie de las fogatas para proteger mis sueños. Belus, tan mágico como la lluvia o como esa sensación ineludible de los atardeceres. Belus, hoy rezo a ti para que mi sangre fermente la tierra. No seré un cadáver flotando sobre la nada. ÁNGELUS NOVUS Abrázame, ¡Oh! Ángel, con tus brazos sin plumas, con tu curiosa máscara risueña que parece ignorar la desgracia. Cúbreme garabato. Tú, que emerges como cómplice de mi propia cruz, revélame la señal que cargas en tus papiros. Preságiame tu adiós que logra desintegrar la presencia, dilucida con tu silueta erguida un símbolo preciso para acallar la zozobra. Dame, ¡Oh! pues, tus garras a punto de alterar el espanto y promueve en mi propia comisura el regreso al silencio. Yo que me dirijo siempre hacia afuera buscando el adentro, yo que pienso en el ser haciendo de tu esfuerzo la ausencia, yo que trasgredo el tiempo impuesto, la necesidad de crearte, permíteme lo legible, la resistencia del deseo. Atíname el destino, dame tu alteridad para herirme, para escribirme desde esas vísceras que no posees. ¡Oh ángel metafórico!, traficante de mis plegarias, renueva estas escápulas que me fui extirpando a dentelladas mientras nacía. ¡Oh!, tu, ángel, concédeme la desaparición. refléjame la continuidad en tu vacío y como otro ángel nuevo, ponme a sonreír entre la nada. Dame el pretexto. MOHACUCURRUPIO Vesperanto o las nuchesidas tijeretas vertiginosas caismal plumeaban arriberando los plogirsos; guachurozas dormicaban las machacas. Tromclapeta ruina el golfo, flima borbuteando flogareces. ¡Del Mohacucurrupio, sapia entraña, asupla el viso! ¡Sus mancubas desgregan y zapezu aproltecha entre sus girdos! ¡Asupla, con el caismal Khasdum que plumea y flagra abrizos! ¡Ya entrecejan y ponziflaman las vismiantes Candilejas! El mertechanclo engrundiñó la alfinpada truesca zarmudial, pétreglo arruñó varomizcliado el cronógrafo Sufoldiar bostiando pertrechó y caismal entre los dresnos cerepensa plúmbeo constriñó cernido y en cerepensacosos saritininfalios caziando constreñía cuando al Mohacucurrupio, ya sus mancubas, ya sus girdos, viso. Bostiando, a través de los dresnos arruñando flogareces: ponziflamando acesaltos sorleaba mientras sulfodiaba el sapia ¡Onu, soduno!, ¡Onu dosuno! Engrudiña la truesca al pétreglo la truesca zarmudial flortía y entreplono aportrechaba y desgregaba. El Mohacucurrupio estriba y cuelga, omoplatiando ristra y zafa el sapia entraña, rutrifante presengiando restrafó: ―Sapia entraña estribateado y gorifundio dejaste al Mohacucurrupio, venza ya el broquelzafo, magenta arrebolusnes dichonfelda me retruecas al sapia ¡Seuxy, Seuxy, Seuxy! Vesperanto o las nuchesidas tijeretas vertiginosas caismal plumeaban arriberando los plogirsos; la machaca y el kasdhum sufoldiando y bostiando pertrechaban cuando el Mohacucurrupio en el viso de la sapia cerepensacosos girdos saritininfalios constreñía. EL PICAPEDRERO A Sócrates Pensar de más, buscar el hilo no tener ambición salvo la tumba y renacer en árbol algún día es la inmensa tarea que me intriga. Nadie pregunta por el cielo, ya los dioses lo habitan y eso basta. Aquí caminan como objetos las meras creaciones llamadas hombres; algunos gozan de bienes, son tiranos. Otros blasfeman y odian, se asesinan. Después cae la noche, duermen, olvidan y al despertar le ruegan a una efigie que los siga manteniendo en esta vida. Mi ruina es barata como el viento mi mujer lava y me sustenta yo, he olvidado mi destino. Sin embargo, no me aflijo en un instante me tomo esta cicuta: por los logros inmortales, por mi mente; a algunos hombres he develado la angustia, a algunos les he mostrado lo significativo. “Sólo sé que nada sé”. Mi destino era ser picapedrero, con mis preguntas, martillé las duras piedras de la ignorancia.
Zeuxis Vargas Álvarez (Bogotá, 1981) es licenciado en Psicología y Pedagogía con énfasis en Educación Comunitaria de la universidad Pedagógica nacional y experto en Lectura competente de la Fundación Alberto Merani. Ha publicado los libros de poesía Las cosas que aprendí (Seshat ediciones, 2016; sello Uniediciones, 2018 y Seshat editorial, 2019); de ensayo; Razones de sobra (sello Uniediciones 2018), Murmullos de la intimidad (sello Uniediciones 2018) y la antología Depredación. Antología inusual de cuento colombiano contemporáneo (Seshat ediciones, 2017 y sello Uniediciones, 2018). Ha publicado artículos y colaboraciones en revistas nacionales e internacionales y ha sido catalogado en el centro virtual de la biblioteca University Harvard y en el centro virtual de la Organización de los Estados Iberoamericanos (OEI). Su diatriba contra Rilke fue dada a conocer en el portal Renata del Ministerio de Cultura de Bogotá en el 2010. Una pequeña muestra de su obra poética fue publicada en la antología Nueva visión de autores cundinamarqueses (editorial Gobernación de Cundinamarca, 2001). Su estudio Fabulistas de la Intimidad; Los Auténticos Extraviados, se publicó en la página virtual About, poesía en español de Nueva York y la colección de poemas Aridez en la revista Magazine Entremares de Alemania. Muchos de sus cuentos y ensayos han aparecido en varios sitios Web de literatura como Lugar poema, La raíz invertida, El cráneo de Pangea, Poetas del siglo XXI, Letralia, Claroscuro, Palabras esenciales, Revista Corónica, Macondo literario, Magazín del Espectador, Centro cultural Tina Modotti, entre otros.
Es el director, editor, diagramador y diseñador del Proyecto-Taller Seshat Editorial. Además creó y dirigió la colección Textos Cautivos de autores nacionales e internacionales que apareció en el sello Uniediciones durante el año 2018; la colección Obra abierta de poesía en lengua castellana que recoge a una gran muestra de autores hispanoamericanos en el sello Proyecto-taller Seshat editorial y la colección Lector in fábula de autores inéditos.
Dirige el taller Muyquyta en Bogotá desde el año 2017 y se reconoce en el panorama nacional como gestor cultural, además de ser director de: La voz del poeta, programa de entrevistas; El poeta tiene la palabra, reuniones con escritores; Debatiendo, exposiciones de temas culturales; Cine club Goya, cine-foros independientes; Anábasis, conversatorios culturales; Argo, conferencias; La gruta de las palabras, colecciones de poemas de autores latinoamericanos; Entrevistas especiales e Historias de Jazz y blues, programas radiales; y Léeme un cuento, historias del mundo entero para niños.
