ENSAYO

Riesgos no menores de pensar en todo como tramado y en nada como tramado 

Por Fernando Andacht

Este ensayo nace del cruce de una estupenda recomendación de Alma Bolón, el artículo “Descalificar para mejor dominar” de Frédéric Lordon (2017). Su subtítulo explica de modo inmejorable algo que está ocurriendo al unísono con los males pandémicos: “el conspiracionismo del anticonspiracionismo”. Ignoro si Lordon se inspiró o recordó el título de un libro ejemplar de Pierre-André Taguieff (1987) que leí hace ya muchos años: La force du préjugé: Essai sur le racisme et ses doubles. Una de las ideas removedoras de este otro autor es que el pensamiento que se dedica a combatir el racismo adopta su ideología, es decir, el antirracismo se torna racista, pues construye a un Otro para excluirlo, para negarle toda humanidad. Así, irónica y perversamente, esa ideología termina por recrear o reproducir justamente lo que aspiraba a erradicar o combatir: el prejuicio basado en una característica física o genética de un grupo humano. Algo similar plantea en su ensayo Lordon, cuando él explica que la capa más poderosa de una sociedad – políticos en el poder o empresarios exitosos – se mueven como peces en el agua en las siempre turbulentas olas de la conspiración. Y lo hacen a tal punto que, describe con singular brío este economista, la función secundaria vampiriza la primaria: para poder mantenerse en la cresta de la ola del poder, ya sea político o económico o ambos, quien se encuentra en esas alturas de la sociedad dedica buena parte de su tiempo a conspirar y a actuar como un auténtico conspiracionista: el verbo por excelencia en esa clase de organización de muy alto nivel es ‘tramar’, explica Lordon. Y lo que sucede luego sirve para entender lo que sucede desde marzo de 2020 por estas latitudes y muchas otras: los poderosos no pueden aceptar ser vistos como conspiradores ni conspiracionistas –para ser exitoso esa estrategia de sobrevida debe necesariamente quedar oculta detrás de bastidores,  permanecer en la cocina del poder, y jamás aparece en la sala de estar. ¿Qué hacer entonces para alejar de sí toda sospecha de estar metido en esa faena estigmatizante de conspirar para mantener a raya a quienes desean ocupar o usurpar ese lugar de poder o riqueza, y peor aún de ser alguien que de modo obsesivo teme ser objeto de una conspiración? No hay mejor estrategia que proyectar, desplazar al espacio más lejano posible esa actividad doble y tan consumidora de energía y tiempo: son los dominados, la gente simple, los de escasas luces y mucha ignorancia y/o superstición quienes estarían poseídos por ese afán: ¡les presento al Frankestein de todos los tiempos: los conspiranoicos, hoy en edición de lujo pandémico-globalizada!

Como lo estudia con brillo Lordon, a falta de argumentos lo más eficaz, cómo dudarlo, es descalificar al otro paranoico, obsesionado con tramas imposiblemente complejas para explicar el estallido de esta guerra mundial y paralizante del pensamiento y el movimiento que es la cruzada contra el nuevo coronavirus:

Un orden social cada vez más repudiable para un número creciente de personas reduce necesariamente a sus conservadores a los procedimientos más groseros para detener una protesta cuyo nivel no deja de aumentar. De hecho, se sabe que ese orden entra en una crisis profunda cuando, vacío de argumentos, éste no encuentra más que descalificaciones para oponerse (…) el conspiracionismo, una tendencia que sin duda se sabe toma todos los hechos del poder como conspiraciones, exigiría ante nada ser leída como la deriva patológica de un movimiento para terminar con el despojo, de un esfuerzo de personas comunes para reapropiarse del pensamiento de su situación, el pensamiento del mundo en que ellos viven, confiscado por gobernantes separados y rodeados de sus expertos – en síntesis, un esfuerzo, aquí desviado, pero así mismo un esfuerzo, para salir de la pasividad.

Salimos reconfortados de la lectura de estas páginas que nos dejan entre otras lecciones, lo ingenuo o maquiavélico que es no ver conspiración en parte alguna de la sociedad contemporánea, sería una tesitura al menos tan objetable y curiosa como verla en todo movimiento del poder o de la política. Y ahora sí voy al grano o rugosidad en el tejido microsocial y cotidiano a cuyo mantenimiento epitelial tanto contribuye la dieta alta en adoctrinamiento y miedo de los medios masivos de comunicación que nos tocaron en suerte (o lo opuesto).

A teta limpia te vacunarás con alegría indolora

Luego del brillante ejercicio intelectual de colocar la tendencia conspirativa en el seno mismo de toda organización política o comercial, quiero recurrir a otro francés, Roland Barthes (1957) que hace más de medio siglo incursionó en la mitoclastia, el esfuerzo por derribar algunos relatos muy arraigados en la sociedad para exhibir la ideología a la que servían en discreto silencio, como el ideal victoriano del sirviente: deben ser silenciosos e invisibles, pero funcionales a un orden social. Un ejemplo de su práctica es el análisis semiológico de la foto de portada de una revista de gran tiraje como Paris-Match: en ella hay un joven militar negro uniformado que saluda con máximo fervor la bandera tricolor: Se trata, concluye Barthes, de una exclamación visual sobre la grandeza del imperio francés que a todos incluye, sin importar su raza, y que se alza contra las críticas al colonialismo.

Animado por ese antecedente que me deslumbró en mis años de aprendiz del camino de los signos, voy al encuentro de 8 minutos míticos en el informativo central de Canal 10, el jueves 18 de febrero de 2021. Los describo así ya que en ese tiempo – extraordinariamente extenso, si pensamos en que es el más caro de la televisión – se nos muestra una escena donde lactancia y vacunación se funden en un amoroso abrazo que es la guerra contra el enemigo invisible por otros medios, dulzones, infantilmente seductores. 

En una sección titulada con algo de grandilocuencia “PROTAGONISTAS”, Subrayado hace un alto en el recuento de muertos, casos positivos, incidentes de aglomeración, intervención providencial de las fuerzas del orden para reprimirlos. ¿Y qué mejor para ese reposo que el oasis visual de un ámbito dedicado a reducir el dolor de los seres más vulnerables de nuestra especie? El informativo estrella visita un lugar bautizado “Método Abrigo”, donde nuestra condición de mamíferos impenitentes está auspiciada, diría ensalzada.
Advertencia al lector extramurano: lo que intentaré hacer ahora parece rozar el límite de lo repulsivo. ¿Qué puede haber más abyecto que el análisis o disección cerebral de una iniciativa tan humana, cálida, tierna, y pueden Uds. agregar un ristra de otros calificativos dulces hasta lo almibarado? No se puede negar lo irresistible que resulta contemplar durante casi 8 minutos bebés siendo vacunados indoloramente. Estamos ante un innegable y costoso auspicio de esa empresa mediática, en el seno de un programa cuya relevancia es indiscutible en época pandémica como lo es el informativo de horario central.
Mientras la cámara se pasea con languidez por un espacio iluminado y amable, vemos bebés con mamás que los amamantan, mientras veloz entra y sale de su cuerpo la hipodérmica vacunadora. Atrás un gran cartel anuncia que estamos en el reino indoloro de Método Abrigo. Primer Centro Nivelador del Dolor. Una conquista admirable de la medicina en todas sus ramas ha sido, quién lo podría dudar, la supresión de la sensibilidad, la anestesia para procedimientos que causen esa molestia intolerable que es el sentirnos agredidos, violentados en la amable falta de dolor corporal. Vemos cuerpos de infantes que se sacuden apenas, cuando la aguja atraviesa su muy joven piel, están demasiado ocupados tomando madre. Los primerísimos primeros planos de tetas que salen prestas a calmar y absorber al bebé, para que su atención esté lo más lejos posible de esa angustia puntual del pinchazo, que no por puntual y efímero causa menos estrés, según las madres que dan su testimonio agradecido y satisfecho. El protagonista es quien ha desarrollado esta práctica para volver ameno, casi indoloro o nivelada la sensación disfórica,  sin recurrir a una anestesia artificial. Su responsable, Javier Martínez, auxiliar de enfermería explica que consta de 7 herramientas casi todas naturales: Ambiente; Tetanalgesia, Hipnosis, Comunicación, Sentidos, Analgésicos tópicos; Distracción. El televidente no llega a conocer la única que recurre a un fármaco que se aplica sobre la piel. 

 

En inglés se dice que un bebé  es ‘helpless’, literalmente, que no puede sobrevivir sin la constante y potente ayuda de adultos todo el tiempo. Lo vemos en el final novelesco de los Buendía imaginada por García Márquez: “El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.” Por su condición, el hijo de Aureliano Babilonia y de Amaranta Úrsula no puede hacer nada para detener su muerte. Cómo no nos conmovería ver estos planos tan cercanos de generosas tetas alimentando y calmando del dolor a sus crías para que ese pinchazo vacunador sea lo menos agresivo, lo más dulce posible. Por algunos minutos el público de esa sección Protagonistas, queda embebido en esa dulzona bebida favorita de todos los bebés de la tierra. Como al pasar la cámara se detiene en un libro para colorear en el que un niño pintó uno de los simpáticos dibujos de coronavirus de ceño fruncido que flotan, observados por un sonriente superhéroe que ya se acerca volando armado de una gran hipodérmica. Tiene antifaz y ostenta como signos de  identidad heroica el logo y el nombre del lugar: ABRIGO. Abajo, podemos leer en letra mayúscula enfática: “COLOREA LOS VIRUS Y AYUDA A NUESTROS SUPERHÉROE A ALEJARLOS DE TI”. De las siete herramientas, ésta es la Distracción.

Y ahora llega la incómoda y hasta repudiable propuesta de este ensayo que termina por aquí. No dudo en absoluto del genuino entusiasmo y de la buena fe de Javier Martínez, quien cuenta cómo llegó a esta estrategia por su sensibilidad ante el llanto de dolor de los bebés que se transmitía a los suyos: “Llora la mamá, llora el papá, llora el bebé, sufre la familia”. Pero no consigo no observar y analizar todo ese tiempo dedicado a este protagonista como parte del plan, de la conspiración mediática para que triunfe la vacunación contra la Covid19. La primera página de La Diaria de hoy, 20 de febrero titula triunfal: “Aumenta la confianza de la población en las vacunas que serían adquiridas por Uruguay”. Incluso habría una favorita, como en el ranking de películas o canciones, la máxima popularidad la ocupa la de Pfizer, nos informa satisfecho este medio.  Arriba de este título e información eufóricos hay una imagen fría, aséptica de una bandeja metálica en l que reposan el frasco de la vacuna y la hipodérmica. 

Esta frialdad nos hace sentir nostalgia de la visión casi táctil del tetazo primordial, del encuentro no fortuito y perfecto, sincrónico entre bebé con apetencia de madre, de sustento, de contacto, de todo lo que protocolarmente ha sido dañado, sustraído, jodido desde hace casi un año. ¿Cómo no rendirse ante esa evidencia, y querer salir disparados hacia esa otra teta inyectable, que nos ponga por fin a salvo como lo hace desde siempre ese fluido tibio, blanco y protector que nos llega directo desde la fuente? Extraño hasta la musiquita de fondo de la nota Protagonistas de Subrayado, que parecía venir de una cajita musical de esas que se abren y una bailarina o algún animalito da vueltas. 

Vuelvo al texto esclarecedor de Lordon (2017): ¿cómo no ver una trama para popularizar las vacunas de la incertidumbre, esas que hasta hace muy poco más del 40% de la población uruguaya manifestaba no tener intención de darse? ¿Cómo separar el poder tan poderoso de un medio de esa incesante actividad de conspirar, tramar, armar algo que siendo lo que es – un dulce recorrido por una buena idea para los bebés vacunables – también es un amortiguador lácteo, un ejercicio flagrante de “tetanalgesia” como la bautizó el creador del Método Abrigo? Quien está en ese plano superior desde donde se irradia desde el 13 de marzo miedo ininterrumpido a todo color y sonido, no puede no tramar, no tejer una conspiración y no dejar de temer que sus rivales – los otros canales – no conspiren con un mito mejor, aún más dulce que la generosa leche materna con que durante 8 interminables minutos fue imaginariamente alimentada la audiencia cautiva y cautivada de ese informativo.


Referencias

Roland Barthes (1957). Mythologies. Paris: Seuil. 

Frédéric Lordon. “Disqualifier pour mieux dominer. Le complotisme de l’anticomplotisme” Le Monde Diplomatique. Octobre 2017, page 3

https://www.monde-diplomatique.fr/2017/10/LORDON/57960