CONTRARRELATO
A propósito de la siguiente carta abierta, firmada por algunos ciudadanos de la República
Por Luis Muxí
Desde siempre hombres y mujeres se comunicaron por carta. Los mercaderes, los militares, los viajeros, los enamorados, los políticos, los amigos, las parejas, y de verdad todos los que en determinadas circunstancias querían o necesitaban trasmitir ideas, sensaciones, sentimientos, avisar sucesos, o fijar posiciones frente al pensamiento ajeno usaban como vehículo las cartas. Las hubo de gruesos pliegos, con hilos y ataduras, con olores, con lacre como blindaje, con letras dibujadas en oro y azul, con llaves u objetos incluidos, con cintas de colores y con festones de tristeza. Durante siglos fueron la forma común de comunicar, de relacionar, de compartir. Tanto que algunas cartas llegaron a tiempo avisando una invasión, o fijando reuniones para revolucionar, en tanto hubo otras que fueron interceptadas, y acabaron con muchos amores, llevaron gente al merecido descanso eterno, provocaron guerras, desterraron patriotas y alentaron también nuevas y renovadas ideas. A caballo, camello o burro, con chasque, por paloma mensajera o por personas que arriesgaban vida y honor para llevarlas a destino, todo se jugaba a una carta.
A lo largo de la vida, hemos visto que las gentes consideran a las cartas como un tesoro. A ricos insatisfechos y a pobres luminosos, que las guardan por vida en cajones, valijas, placares, escondites y bolsas de plástico, lejos del fisgoneo indiscreto, para secreto y regocijo personal e intransferible. Explican vidas anteriores, le dan vida a los antecedentes familiares, revelan hechos que quedaron en la sombra o en el olvido, terminan explicando sentimientos e historias. Tristezas, emociones, desencuentros, errores, siguen viviendo a través de ellas. Y todas, leídas nuevamente en soledad o compañía, en circunstancias extremas de dolor o jolgorio, remueven emociones, recrean circunstancias y pintan de nuevos colores los recuerdos.
Otra cosa bien diferente es si esas visiones amarillentas del antes, son buena o mala forma de encarar vida; anclar en el pasado hace perder cierta firmeza del porvenir. Hay también cartas que llamamos institucionales, como la Carta Magna, Las Instrucciones de 1813, la renuncia de Latorre a la presidencia, los intercambios entre los Saravia, el epistolario de Jose Batlle, los comunicados 4 y 7, las cartas sobre los comunicados de la CNT, la proclama del Obelisco, o cualquiera de las tantas cientos de veces que por esa vía escrita se promovieron revoluciones, se justificaron excesos, se convocaron gentes a la lucha y se señalaron en alta y potente voz las ideas, las adhesiones y las discrepancias.
Hoy se trata de una carta, especial en su tono y relato, escrita en forma colectiva por un grupo distinguido y respetable de ciudadanos uruguayos, que refiere a la visión que determina para ellos la pandemia, la forma de su manejo, la descripción de su itinerario hasta ahora, y los puntos que entienden claves para su debida comprensión. La misma esta escrita de manera respetuosa, cuidadosa en forma y sustancia, y manteniendo la necesaria y precisa independencia de juicio y criterio. Termina siendo una recomendación a favor de la apertura de actividades, de fijar línea de continuidad para el trabajo y el desarrollo, de afirmación de la educación, la salud y la preocupación por el necesario funcionamiento de todos los servicios públicos. En suma, una promoción para lograr un futuro menos castigado y una vuelta plena a la normalidad.
Debo decir, que en términos generales se comparte lo que expresa. Y se entiende que representa una forma, sutil pero enérgica, de declarar la importancia de mantener firme la vigencia del Derecho evitando excesos protectores (a los cuales el poder induce), poniendo a la intemperie la relevancia, muchas veces olvidada por los actores del sector publico, manteniendo a la vez, la lejanía genuina con algunos sectores corporativos que en rigor actúan bajo el paraguas del conocimiento, y pueden inducir en confusión, llevando ganado para otro rodeo, y facilitando nuevas y delicadas incursiones en la pléyade de ideas disolventes en boga.
Incluida la visión de los académicos, que seguro sabrán mucho, pero seguro que no saben todo. Máxime cuando se comprueba que se han acumulado, en el mundo, errores de apreciación interesantes, relevando la evolución del virus. En especial, intentando evitar ser rehenes de ideas no debidamente acreditadas. Hay o no inmunidad, sirven o no determinados fármacos, será adecuado vacunar al mundo todo así a secas, los respiradores son esenciales o marginales. Vaya a saber cual será la conclusión final. Como siempre tendrá variantes, nuevas claves, nuevos descubrimientos.
En todos estos temas, debe reivindicarse como norma, que la responsabilidad radica en la decisión política de los habilitados por el voto, sin delegación alguna.
No al Pit, no a los académicos, no a los iluminados, pues todos esos grupos no son poder legitimo con relación a la ciudadanía. Pueden opinar como todos, pueden sugerir, pueden ayudar, no deben resolver, ni anticipar, ni crear expectativas. Esto ha sido puesto bien en claro por el Presidente. Antes y después de la elección. Confieso que la primera lectura de esta carta, me provoco una percepción particular, aun partiendo de la base de que no había sido intencional, de que tenia un sesgo imperceptible contra el Gobierno, o al menos una valoración neutra y de mitigado reconocimiento para su actuación, pese a los propios desmentidos que lucen en la propia carta. Son temas de matices. Pero conviven en ella, debemos decirlo reconocimientos y criticas, aun cuando estas son mas agudas.
La segunda lectura, achica el primer juicio, y permite que resplandezcan con mayor luz los principios que se defienden en la misma, sin perjuicio de lo señalado. Igualmente, debo destacar otros aspectos que la situación amerita y que la carta no menciona con particular destaque. La pandemia explotó en marzo, la carta es de agosto. Un mundo ha pasado entre el ayer y el hoy. Durante ese proceso, el Gobierno y la ciudadanía tuvieron mesura, sensatez, firmeza y uso responsable de la libertad. Esa fue la base. Hubo también transgresores e incumplidores, que siempre son mas visibles, pero que no alteran el resultado final. Aunque pueden contribuir en forma negativa. La virtud suele ser mas silenciosa y olvidada que el pecado. No es necesario acudir a principios mágicos, para explicar el porque los resultados nuestros, son manifiestamente mejores que los de la mayoría de los otros Estados. En especial teniendo gobiernos vecinos complicados, afectados lamentablemente en la salud por el COVID y con claros síntomas de afecciones mas radicales en la racionalidad para la toma de decisiones.
El tema es llevar el timón, a partir de la certeza de la responsabilidad. Siempre fue así, más allá de todos las interpretaciones y las expectativas posteriores. En cada momento de avance o retroceso, de exponer y de arriesgar, la mano estuvo firme. Pudo haber hecho otras cosas, seguramente, las que podrían haber sido mejores o peores. Nadie lo sabe. Por ello el destaque de la estrategia. Objetivamente funcionó. Por mérito de los gobernantes y de los ciudadanos. Los números son números, y revelan un equilibrio adecuado entre todas las variables.
Con una constancia: el sector privado sufrió, perdió empleos, y muchos siguen soportando la situación en espera del renacimiento pleno de la actividad. O no trabajan, o ganan menos, o están privados de certezas. Por el contrario el sector publico (sin perjuicio de muchos servidores públicos que trabajaron y arriesgaron todo) un amplísimo sector no ha tenido ni rebajas de salarios, sí han tenido largas y disfrutadas vacaciones, y retornos suaves y tranquilos a la actividad parcial o total. De verdad y como siempre no hay un funcionario menos en funciones por la pandemia, y el presupuesto se siguió pagando puntualmente en todos los meses más críticos a todos. Buenos y malos. Lo que me recuerda aquella morosa tristeza de Benedetti cuando escribía sobre las desdichas del funcionario publico, aporreado por falta de esperanzas, ilusionado con presupuestos interminables, carente de expectativas por carreras funcionales inexistentes, rumiando en horas desvaídas su propia desgracia. Su pensamiento se parece mas al eco de una vieja y falsa caricatura. El dolor es de los que trabajan y no cobran y el de los que cumplen con los impuestos para cubrir el costo de este gigante siempre dormido.
Hoy la preocupación debe ser el empleo. Sin embargo el líder de Cofe quiere aumento del empleo, y mas plata para los agentes públicos. Discute el 3 por ciento cuando muchos han perdido el 30 o el 50. Y también alguna suerte de salario universal, como una nueva distribución estilo Mides. Benedetti seguro compartirá esa posición. Mucho hizo y escribió en esa dirección.