PORTADA
Por Francisco Faig
Silbatina general en el estadio al himno del equipo rival: problema de educación. Representante nacional que no sabe que la carne de cerdo es carne roja: problema de educación. Señor que no dice buenos días al entrar a la panadería a comprar sus productos: problema de educación. Estudiantes universitarios que no entienden los textos que leen: problema de educación. Simplificación del debate político en torno a imágenes sencillas que evitan abstracciones y manejos de grandes números: problema de educación. Salas de teatro vacías o conciertos de música clásica siempre frecuentados por las mismas pocas personas: problema de educación. Desconocimiento del significado de fechas patrias: problema de educación.
Una lista así podría ocupar todo este artículo, claro está. Sin embargo, quiero aquí dar un par de pasos hacia atrás, partiendo de la siguiente constatación elemental: si todos los ejemplos anteriores, y cien posibles más, entran en la categoría de problema de la educación, entonces, definitivamente, la educación como tal es un resumidero que no explica nada acerca de la vida del país. La educación, o la falta de ella, opera en realidad como la variable cómoda a la que asignamos todas las responsabilidades de los más diversos inconvenientes que pueden existir en sociedad. La sobrecargamos de funciones, nos lamentamos que no las cumpla, y seguimos tan campantes.
Este artículo no quiere entrar en el debate educativo tal como lo conocemos hoy en día: si la educación tiene plata suficiente, si las infraestructuras están a la altura, si las evaluaciones de enseñanza son correctas, si los profesores son calificados, y otros temas tan graves como estos que el país trata periódicamente, y sobre todo en épocas de definiciones presupuestales.
Lo que quiero es pararme un paso antes y preguntarme: ¿qué queremos de la educación?
Voy a responder en dos partes. Primero, desde la perspectiva de los padres: si soy padre y llevo a mi hijo a la escuela, aspiro luego a que termine estudios secundarios, e incluso me pondría muy feliz de que alcanzara a cursar estudios terciarios: ¿qué objetivos le asigno a la educación? En concreto, ¿para qué mando a mi niño a la escuela, al liceo o lo incito a ir a la universidad? Y, en la segunda parte, quiero definir qué queremos de la educación desde la perspectiva más general que podríamos llamar de la sociedad o de la nación: ¿para qué educa a sus nuevas generaciones el país?
- Queremos formar trabajadores y productores
El objetivo esencial de enviar a los niños a la escuela y luego a educación secundaria y, si cuadra, también el curso terciario, es que adquieran conocimientos que les permitan salir adelante en la vida social y laboral. Es decir, que salgan de allí habiendo asimilado herramientas que los preparen para la vida adulta hecha de trabajo y vida en sociedad.
Se trata de salir de la escuela sabiendo leer, escribir y contar. Y se trata de salir de secundaria sumando a ese conocimiento de primaria algunos otros conocimientos específicos, ya sea técnicos o ya sea más humanísticos, que permitan estar luego mejor preparados para las tareas laborales a las cuales poder enfrentarse en la vida activa.
Así dicho parece básico, pero no lo es tanto, ya que evidentemente el Uruguay hoy no está logrando cumplir con ese objetivo, sobre todo para los hijos de las clases medias y populares.
Una familia aspira así a que la educación provea a sus hijos de herramientas que le permitan luego poder conseguir un trabajo con el cual poder ganarse la vida, prosperar y formar a su vez una familia a la cual poder mantener con éxito y posibilidades de superación. El objetivo es pues avanzar en el ascenso social a través de la herramienta educativa, es decir, a través del aprendizaje de destrezas que den la chance de hacerse de un buen trabajo: eso es lo que se le pide a la educación, ni más ni menos.
Los padres que ven que sus hijos terminan la escuela sin ser capaces de contar, leer y escribir correctamente, saben también, así sea intuitivamente, que allí hay un fracaso. Y los padres con hijos que están por alcanzar la mayoría de edad, que cursaron o cursan secundaria sin tener muy claro qué aportan esos cursos para la vida activa posterior, saben que allí hay algo que no funciona bien.
Hablemos en plata, que es más fácil de ilustrar: si los hijos de las familias de $50.000 de ingresos mensuales, que es hoy la cifra mediana del ingreso de los hogares (es decir, el valor tal que el 50% de los hogares percibe un ingreso menor o igual a este), no reciben de la educación herramientas para hacerse de trabajos que permitan a su vez aspirar a obtener mayores ingresos en la conformación de su futuro hogar, entonces esa educación está incumpliendo su objetivo mayor, que es el de ser una herramienta de ascenso social a través de prepararse bien para el mundo laboral.
Todo esto es muy sencillo de entender y cualquiera que ande en el mundo sabe que como idea general es esto lo que está implícito en el reclamo de una mejor educación. Es una tragedia para los padres de las clases medias y populares constatar que la educación no brinda esas herramientas de mejoras posibles de ingresos, porque son precisamente los hijos de esas clases medias y populares los que menos cuentan con otro tipo de recursos, en particular los contactos sociales y la acumulación de capital, que dan la chance de lograr salir adelante económicamente, igualmente y a pesar de ese déficit educativo.
Toda la cháchara sindicalista ideologizada de que no hay que formar trabajadores para el sistema capitalista y ese tipo de tonterías que son repetidas en general por referentes de la izquierda o de extrema izquierda, es basura más o menos intelectualizada. Si los padres perciben que sus hijos de 18 años, luego de varios años de estudios, son muchachos que no sirven para nada, que es la expresión cruel para decir que en realidad no han sido capacitados para poder hacerse de un trabajo que les permita ganarse la vida y aspirar a superarse social y económicamente, entonces la educación habrá fracasado, independientemente de lo que opinen los troskos de turno del Fenapes.
2- Queremos formar ciudadanos
El segundo objetivo esencial de la educación debe ser mirado desde la perspectiva de la nación, del colectivo, de la sociedad, del país en el que se vive. Se trata del objetivo de formar ciudadanos.
Hay algo muy sencillo que precisa ser dicho: la democracia es algo que se educa. No se nace demócrata, sino que se hace con formación y convencimiento, y para esa tarea es que está la educación. Obviamente, no se trata del adoctrinamiento en favor de tal o cual partido, sino que se trata de que las nuevas generaciones entiendan, conozcan y sepan en qué sistema político viven, cuáles son sus derechos y obligaciones, de dónde viene su país y hacia dónde en el mundo en el que le tocará vivir. Y es evidente que esta parte de la educación también hoy en día es deficitaria, tanto o más que el objetivo que señalamos en la primera parte.
La verdad es que un joven de 15- 17 años hoy en Uruguay, lo más probable es que no sepa redactar bien un texto de dos carillas, que no entienda la lectura de un artículo de prensa más o menos extenso, que no sepa para qué está el BPS, que no conozca sus derechos laborales ni cómo funciona institucionalmente el ministerio de trabajo, que no sepa qué funciones tiene el presidente de la República ni para qué son los ministros, qué implica votar parlamentarios ni cómo se definen quiénes son los representantes electos, por qué hay que sacar una credencial para votar y ese es un trámite a parte de la cédula, qué cosa es el tribunal de cuentas o por qué se aporta a una Afap, cómo es que funciona el seguro de paro y qué es una economía en negro, qué impuestos se pagan cuando se trabaja y por qué importa el aporte patronal, qué es el tipo de cambio y por qué incide en la competitividad del país, y qué papel ha de cumplir un sindicato y cuál es su legitimidad. Cuando escribo lo más probable, quiere decir que la gran mayoría de ellos no tiene idea de todo esto, es decir, no han sido formados como trabajadores- productores, ni tampoco como ciudadanos.
La formación ciudadana precisa de esa base tan sustancial que es saber leer, escribir y contar. Si se sale de la educación formal sin saber hacer un porcentaje o cómo se hace una regla de tres; si no se entiende lo que se lee en textos más o menos complejos – o sea, no digo de leer y entender a Kant con 17 años, sino tan siquiera de entender, por ejemplo, lo que aquí en este artículo se escribe -, y si no se es capaz de escribir con claridad de forma de transmitir lo que se está pensando, entonces tenemos un problema de ciudadanía muy serio.
Porque es evidente que nadie entenderá, por ejemplo, qué significa que Ancap haya tenido que ser capitalizada en 800.000.000 de dólares, si no se puede siquiera leer bien qué es esa cantidad de ceros luego del 8 (sin contar, por supuesto, que una cosa son dólares y otra cosa son pesos, porque es claro también que el uruguayo medio de hoy no tiene idea de qué significa la cifra de $33.600.000.000 para capitalizar Ancap, si se tomara el tipo de cambio actual de $42 por cada dólar, ni, por cierto, qué significa capitalizar). Y si no puede hacerse una idea de lo que implica esa cifra, entonces difícilmente pueda valorar si Ancap fue bien o mal administrada.
Pocas conclusiones
Podremos tener mil discusiones sobre educación, algunas de ellas pertinentes y necesarias y otras inútiles pero que entretienen a mucha gente. Pero para aclarar el panorama, tenemos que sincerarnos y decirnos a nosotros mismos qué queremos de la educación.
Las familias quieren que la educación sirva para algo, es decir, que brinde herramientas para salir adelante laboral y económicamente. El país y su democracia precisan que la educación forme ciudadanos, es decir, gente capaz de entender en qué sistema institucional vive, cuáles son sus derechos y cuáles sus obligaciones, y que pueda manejarse en el mundo político en el sentido amplio: desde entender qué dimensiones son propias de las tareas de una intendencia, hasta ser consciente de que la ley protege ciertos derechos en el mundo del trabajo, o que una cosa es ser Diputado y otra distinta es ser dirigente sindical.
¿Hacemos eso con la educación? No. Por un lado, hay sindicalistas de la educación que públicamente señalan que está mal que la educación forme trabajadores para el sistema, y son miles las familias que constatan que la educación no cumple más el objetivo de dar herramientas para mejorar social y económicamente la vida de las nuevas generaciones. Por otro lado, no hay más que tomar contacto con algunos libros de texto de historia o de geografía de sexto año de escuela para darse cuenta de que, en vez de formar futuros ciudadanos, lo que estamos haciendo es adoctrinar estudiantes en un sentido pro- izquierdista: desde ensalzar a la izquierda- Frente Amplio en su formación de los años sesenta, hasta vehiculizar toda la cháchara ambientalista ideologizada, el adoctrinamiento es amplio y siempre sesgado en el mismo sentido.
¿Podremos partir de esta base de definiciones para enfrentar el gran tema siempre presente de la reforma de la educación? No lo sé, pero no creo, ya que la batalla por las posiciones en torno a tal o cual árbol impide muchísimas veces que nos hagamos una idea de qué es todo el bosque.
En cualquier caso, antes de meterse de lleno en consideraciones más complejas o en temas más específicos en torno a dimensiones concretas del gobierno de la educación y sus dificultades, creo que escribir sobre este par de ideas sencillas ayudan. Porque si bien son ideas que muchas veces se pierden de vista, siguen siendo lo más importante para las familias y para el país.