ENSAYO

Releyendo lo que escribiό Horacio González (“La inmovilización”, en Lobo Suelto), voy a disentir en un aspecto. Creo que no hay que confundir el comprensible temor al contagio de quien ya no es mozalbete y se pone bajo arresto domiciliario, con la hechura de la patria. 

Por Alma Bolón
Abril 13, 2020

En sentido estricto Horacio González en este texto, por otra parte riquísimo por todo lo que da a pensar, no incurre en esta confusiόn, sino que reconoce la “porción variable de un miedo de naturaleza sutil pero insidiosa” que lo “abarca inevitable y diariamente”, situación esta que claramente distingue de la de quienes hacen “del encierro una “ocasión patriótica” que incluye la menuda delación al vecino meramente paseandero”. Dicho de otro modo, según Horacio González con la porción de miedo de cada uno, por un lado existe el encierro como “ocasión patriótica” que incluye la delación de vecino paseandero y por otro lado existe el encierro que es “la aceptación civil disciplinada”, el encierro que da lugar a estas reflexiones que HG hace “compartiendo cívicamente la disciplina con la que, en vista de la protección respecto a un mal mayor, se nos ha precintado”. En cierto modo, para HG, la contradicción está entre quienes encerrados se entregan a la reflexión en beneficio de todos y quienes encerrados se entregan a la delación y el botoneo supuestamente patrióticos. Entre el civismo y la mala vecindad.

Es ahí, en esa aceptación acrítica del encierro que al mismo tiempo critica  magníficamente por ser mecanismo de control de la poblaciones, que algo raro suena en lo que HG está diciendo. Como si este claro episodio de tenaz control de las poblaciones tuviera una posibilidad de trámite cívicamente feliz, gracias a la reflexión crítica compartida que el autor está ofreciéndonos. (Esta rareza no se resuelve en clave de “mal necesario”, porque HG no ve el encierro como algo mal, por el contrario, es bueno en la medida en que supone que está anteponiéndose la salud a la economía. Tampoco se resuelve en clave de “no hay mal que por bien no venga”, ya que sus augurios no son muy exaltantes. Se trata pues de una rareza que no afloja fácilmente.)

Es verdad que, si los ex donceles y las ex doncellas no nos exponemos al contagio, esto será de provecho para todos. Pero también es verdad que hay otras políticas sanitarias que, sin exponer a las personas mayores a que contraigan y propaguen el virus, no imponen el confinamiento general y pueden ser de provecho también general. (Puede haber, como en Suecia y en Holanda.)

Por lo tanto, hay algo distorsionado al expresar la necesaria prudencia en términos de contribución a la patria/civilidad. Claro que esto, en el texto de HG es solo un detalle, pero se vuelve notorio. Porque parece que el viejo fondo cristiano sacrificial volviera al frente, como si algunos creyeran o quisieran creer que la puesta a prueba virόsica engrandecerá la polis y purificará al hombre, dejándolo como nuevo, como hombre nuevo. Con fervor o con sorna, avanzan el sacrificio y su mímica de mascarilla y guantes, convirtiendo la dosis de sensatez de quienes ya pasaron sus mocedades en gestas trascendentes.

Con parejo entusiasmo purificador, se señala como reacios al sacrificio a quienes afirmamos que rebajar salarios de 80 OOO pesos no es solidaridad con los que no tienen nada, sino que es una política tan inteligente como derechista: se procede a una rebaja salarial directa, en lugar de gravar a quienes se llenan los bolsillos (desde UPM con su exportación a Finlandia de su millόn diario de dόlares de ganancias exoneradas de cualquier impuesto, hasta las empresas de construcción que llenaron el Cordόn de “viviendas sociales” sin pagar impuestos pero vendiendo sus apartamentos a precio de mercado casi pocitense, pasando por los grandes supermercados que pagan tres pesos a sus empleados y cero peso a la DGI). Así, en nombre de la solidaridad sacrificial impuesta, se lanza a unos contra otros: desde el que gana O peso hasta el que gana 79999 deberá sentir que la solidaridad sacrificial empieza en los 80000 y deberá indignarse con los de 80 retobados, reacios al fuego que los purifica de sus excesos salariales.

Claro que de esto último no habla Horacio González, pero su confusión entre dosis de sensatez sanitaria y hechura cívica (no delatora) de la patria forma parte de este raro clima en que la mitología más lastimosa prospera. Por eso mismo: conviene leer lo que HG escribe sobre lo que viene preparándose, sobre este vasto ajuste del que somos agentes más o menos gustosos.