ENSAYO

Por Aldo Mazzucchelli

¿Cuántas veces es posible expresar una verdad simple y sencilla antes de que repetirla una vez más se vuelva contraproducente?

En marzo de 2020 ya era claro que los gobiernos del mundo empezaban a actuar una coreografía de excesos y falsedades dictada desde algunos puntos identificables de gran influencia. El trípode fundamental entonces: la OMS, el establishment “científico”, es decir los ‘políticos de túnica’ en relaciones estructurales con Big Pharma (por ejemplo, el Imperial College británico, o la dirigencia del SMU local), y las grandes cadenas televisivas y periódicos sistémicos, repetidos puntualmente por sus colegas menores en cada país.

Nada podemos agregar a todo lo que publicamos desde entonces, salvo una cosa: la situación es aun peor de lo que imaginábamos. Cada nuevo descubrimiento o confirmación que hemos hecho durante estos tres años lo fue en el sentido de la malevolencia de todo el esquema.

Lo que estamos observando hace tres años es un fenómeno cuya causa, supongo, es la marcada decadencia de la civilización que habitamos.

De hecho, cuanto menos central a esa civilización es una cultura, mejor. La podredumbre y la locura teológica de autodestrucción es mucho más notable hoy donde más profundos y centrales han sido los principios de la Modernidad occidental.

Cuanto más racional una cultura, más irracionalidad -ver Alemania, Holanda o Inglaterra hoy. Cuanto más individualista y desconfiada del poder central del Estado, más tomada por el colectivismo de grupos autoritarios y por un estado todopoderoso, ladrón y criminal -ver Estados Unidos. Cuanto más compasiva y observante respecto de los principios puritanos, más salvajemente dogmática en la aplicación de la nueva corrección política -ver Canadá. Y cuanto más periférica en el arraigo de la ley anglosajona, más implacable en los extremos que esa misma ley podía acarrear -ver Australia.

La mentira es la marca fundamental de la situación. Los ciudadanos, cuanto más comprometidos con cargos o responsabilidades sistémicas, más presionados se sienten a ser más papistas que el papa, más ecológicos que Greta y más fanáticos del delirio sanitario que Fauci.

En cuanto a la antigua “rebeldía” ubicada en los gremios, su oficialismo general hoy consiste en pasar a pertenecer a la clase dirigente, o al menos poseedora, a riesgo de ser sino considerado un perdedor. ¿Qué dirán los periodistas sistémicos hoy cuando repiten la noción de que hay una “rebeldía” gremial estudiantil? Lo que se percibe desde afuera es más bien un cadáver repetido de nuevo, cuya mortaja contemporánea son las consignas de Davos o de Gates. ¿Rebeldía?: los estudiantes del IAVA expresan exactamente todas y cada una de las consignas creadas para ellos por el mundo corporativo globalista que es la fuerza más absolutamente oficial del presente. Los “rebeldes” repiten consignas inventadas para ellos por el poder globalista, y se orientan según la propaganda y las operaciones psicológicas inventadas a medida, complicándose en tonterías sin fin con su supuesta “identidad”, sin molestar al orden vigente, sino fortaleciéndolo.
Todo esto que pasa en el mundo otrora “rebelde” y en el mundo corporativo (que dicen y quieren lo mismo) no es la consecuencia, sino una dimensión más, del mismo tipo de derrape general que hizo posible una anomalía tan inmensa como la creación artificial de una “pandemia”.

El esquema se desplegó siguiendo su propia lógica: primero, aterrorizar y convencer de la existencia de una catástrofe imaginaria, imponiendo medidas de ingeniería social destructiva de la vida, la independencia y los derechos para combatirla; segundo, forzar la compra y administración masiva de una sustancia llamada “vacuna” -me refiero específicamente a las variantes ARNm-; tercero, controlar la narrativa en cada etapa. El periodista Ignacio Álvarez, en una de esos enfrentamientos mediáticos que construyen las secciones cloacales de los periódicos, dijo que durante la pandemia él se había dedicado a “explicarle lo obvio a la población”. La frase no es del todo clara, pero sea cual sea su significado, si hay una cosa que Álvarez no hizo fue decir lo obvio. Pues lo obvio es que nada cerraba, y que bastaba mirar las cifras divulgadas por los propios ministerios de salud en el mundo entero, actualizadas cada noche, para darse cuenta de dos cosas: a) no hubo ninguna pandemia; y b) la vacunación con ARNm coincidió en cada país, puntualmente, con una avalancha de muertes, todas ellas atribuidas a “Covid” debido al perverso mecanismo de categorizar los muertos en base a un sistema fraudulento, basado en una prueba PCR fraudulenta, protocolos criminales impuestos al personal de salud, y criterios absurdos para imponer un nuevo código “Muerto Covid”, abrumadoramente inflado, en el certificado de defunción.

Cuál es el problema: que el mecanismo fraudulento no se podía mantener una vez desatada la vacunación masiva, pues si seguía apareciendo el exceso de “muertos Covid” luego de que un porcentaje alto de población estuviese vacunado, eso iría en contra de las afirmaciones a priori de “eficacia y seguridad” absoluta de las pócimas ARNm. ¿Qué se hizo, pues? Se retiró la obligación de aplicar masivamente el mecanismo fraudulento de la PCR. Pero esto trajo una consecuencia inevitable: alguna gente siguió muriendo, por los efectos de la “vacuna” o de las medidas no farmacéuticas, pero como se habían retirado los mecanismos que inventaron las “muertes Covid”, ya no se los pudo categorizar Covid. El resultado es lo que el periodista Tomer Urwicz llama el “misterio” del exceso de muerte en los años 2021 y 2022 -que probablemente siga en 2023, pues los efectos nocivos de la vacuna ARNm parecen ser, en la gente a la que le toca sufrirlos, acumulativos en el tiempo.
Los periodistas como los nombrados -hay que sumar al menos Haberkorn, Madrid o Puglia- ahora simplemente apuestan a la “extinción” del asunto. Que no se hable de ello. Preocupados constantemente por las boludeces de la política o las peleítas de egos locales, se niegan completamente -salvo Urwicz, que se da cuenta del escándalo e intenta ocultarlo con más mentiras y manipulaciones- a dar cuenta del fenómeno más escandaloso del siglo: en 2021 y 2022, según cifras oficiales del MSP, en el Uruguay han muerto entre un 20% y un 30% más de personas que el promedio histórico. No en 2020, donde supuestamente sufrimos los efectos de la “pandemia”, año en el que murió algo menos de gente que el promedio interanual de los años 2010-2019, sino después: desde marzo 2021, en que se empezó a vacunar.

Justo ahí, entró “una cepa nueva”. La misma cepa que parece haber entrado en Israel, España, Estados Unidos, casi toda Europa y casi toda América, justo en el mes que se empezó a vacunar -que no fue el mismo en cada país.

Causar artificialmente un 20% o más de fallecimientos por encima del promedio se llama genocidio, aquí y en cualquier parte. Y los responsables del genocidio son los administradores globales de las políticas Covid, y sus cómplices -conscientes o no, es algo que la justicia debería determinar- locales. Entre esos cómplices de genocidio están no solo los políticos y administradores públicos, sino también quienes hayan contribuido a desplegar y promover esta estrategia criminal coactiva en cada país.

A partir de marzo de 2023 en el mundo entero viene ocurriendo un cambio, una toma de conciencia mayor de que nada cierra en este ni en muchos otros asuntos hasta ahora considerados casi indiscutibles. Varios factores coinciden en provocar ese cambio ahora, desde la acumulación de fallecimientos de dos años enteros y la consiguiente incoherencia entre la narrativa impuesta y los hechos constatables, a la incidencia de fenómenos paralelos que tienen que ver con el realineamiento internacional dramático que se está produciendo. Ciclos generales de la historia se despliegan, como siempre, según sus propios ritmos.

Sea como sea, “lo obvio” que decía Álvarez no es lo que él creía, sino lo contrario: es la constatación, por más y más gente, de que los periodistas sistémicos, los políticos de túnica, y varias instituciones fundamentales de la sociedad, mintieron en una escala nunca vista, y en cuestiones que atañen a lo que parecía más seguro y sagrado: la propia vida y el propio “contrato” implícito que hace al fondo de la vida en sociedad.

Mintieron porque fueron coaccionados, porque el sistema lo demandaba, y porque fueron comprados -mecanismo habitual de funcionamiento de la así llamada “ciencia” contemporánea. En efecto, más de 500 instituciones aparecen en la nómina de aportes de Pfizer para los dos primeros trimestres del ejercicio 2021, que se conoció gracias a un documento interno recientemente obtenido. Entre ellas hay muchas universidades, como Boston University, Duke, Johns Hopkins, NYU, Emory, Rutgers, University of Washington, University of California San Diego, entre otras. Todas ellas abogaron por la vacuna contra Covid, y la impusieron a sus empleados y a sus estudiantes como condición para continuar sus estudios. No, específicamente, porque “Pfizer les haya pagado para ello”. Sino porque son solidarios institucionalmente con el sistema “científico”, y saben que buen dinero “para la ciencia” viene a ellas desde las farmacéuticas como Pfizer -que puntualmente, como vemos, lo envía.

Las donaciones más grandes son a instituciones de caridad como Patient Access Network (PAN) (25 millones), Healthwell (8 millones), etc., que además de conectar la empresa y su vacuna con sus beneficiarios, implican un generoso descuento impositivo para Pfizer.

Un conjunto de instituciones recibieron dinero específicamente para promover la vacuna, como los 100.000 dolares para la Gerontological Society of America, los 150.000 para la Kimberly Coffey Foundation, los 110.000 para la National Association of Nutrition and Aging Services Programs,


o los 250.000 para la National Medical Association, que luego publica “información científica” sobre Covid -haciendo además política doméstica con ello, empujando la narrativa de supuestos daños “pandémicos” diferenciados por raza ,

O también la Seed Global Health (150.000) para su campaña contra la “desinformación sobre COVID”. O la US India Friendship Alliance Inc. (1 millón) que desplegó en India su lucha contra la ivermectina.

También Pfizer apoyó el lavado de cerebro de la comunidad “latina”, a través entre otros de la UNIDOS US que recibió 100.000 dólares para sumarse al coro de la ortodoxia

Pero dejando de lado a la “academia” y a este tipo de fondos para campañas específicas de promoción, lo más importante funciona así: el grueso de las donaciones de Pfizer en la primera mitad de 2021 -millones y millones de dólares- fueron a centenares asociaciones, “coaliciones”, instituciones o fundaciones que hacen su dinero en relación a una patología u otra (desde cáncer a hemofilia a cardiovasculares o a enfermedades de la piel, el espectro es inmenso). La lista es demasiado grande para intentar siquiera esbozarla. He aquí una sola de las 28 páginas del documento de Pfizer:

Lo que tienen en común esas instituciones es que representan “la voz de la ciencia médica” frente a sus pacientes y al resto del mundo sanitario. Y que con esas donaciones -a veces pequeñas, a veces más grandes- es que se empuja la monolítica y generalizada defensa “científica” de la vacuna ARNm contra Covid que hemos presenciado.
Los fondos no tienen que ir específicamente a la defensa de la vacuna: van a solidificar la relación entre la empresa Pfizer y la “ciencia”. La “ciencia” hace el resto sin que haga falta pedírselo.
Cuando decimos, pues, desde marzo de 2020, que estamos ante la revelación explícita del fenómeno de decadencia y corrupción generalizada del sistema, del cual una principal damnificada es la ciencia, lo decimos por este tipo de mecanismos, hoy ya masivos y visibles por cualquiera que esté dispuesto a mirarlos.

Y no, no es “el funcionamiento normal de la salud en el capitalismo”: es la prueba de que la verdad, la legitimidad y la confiabilidad del sistema también han sido vendidas.

Esto que hemos estado viviendo no es ‘un episodio más, solo que más grande’: es el final de la confiabilidad fundamental en el sistema de las democracias occidentales en tiempos de globalización, y es su decadencia concretada. Cuando un sistema social se pudre, deja de funcionar y se derrumba, no despide mal olor ni hace ningún ruido específico. Son otros los síntomas, y todos ellos son comprobables en un nivel de abstracción que a veces lleva a que se demore más en notarlos. Pero la acumulación se va transformando en convicción.

Como consecuencia natural de esta avalancha de corrupción, en países de referencia quien preste atención ve cómo la falsa narrativa se derrumba. En Alemania el Ministro de Salud Karl Lauterbach ha tenido que admitir en horario central de televisión los daños que causan las “vacunas” ARNm, que son mucho mayores que lo admitido oficialmente incluso, y ha pedido a la empresa BionTech (alemana) que destine parte de las inmensas ganancias que ha obtenido con ellas a paliar el sufrimiento de las víctimas. En Der Spiegel, Die Welt, y otros medios mainstream se ha abierto el grifo de la verdad, y se han publicado notas denunciando la falsedad de las “pruebas de Fase 1-3” de Pfizer, y editoriales pidiendo disculpas por el terrible rol jugado por el periodismo y las autoridades.
En Italia, el gobierno pide ahora a los fabricantes que se hagan cargo de los daños de sus vacunas “seguras y eficaces”. En Estados Unidos -donde todo el fenómeno se usó políticamente al extremo, igual que, por ejemplo, en Brasil- esa misma politización ha dejado al descubierto las miserias del asunto, puesto que las facciones políticas supuestamente damnificadas -aunque también cómplices- se van encargando de hacerlo. Luego de que Tucker Carlson denunciase públicamente -el 19 de abril- a las farmacéuticas por la pantalla de Fox y encima siguiese con su destape de las mentiras sobre Ucrania, la empresa -que había mantenido a Carlson, su comentarista por muy lejos más escuchado, pese a sus posiciones de desafío al sistema en cada uno de los puntos sensibles- lo sacó del aire definitivamente, el 21 de abril. Dos días demoró el sistema en ejecutar su maniobra más elemental de control de daños.

La censura, impuesta además sobre redes sociales -que nos afecta a todos en el mundo- se ejerce desde Estados Unidos a partir de mecanismos que hemos descrito repetidas veces. Esa censura llega a medios como eXtramuros, al que le está permanente y explícitamente prohibido publicitar su contenido en Facebook. Esta censura tiene un colaborador local en la agencia AFP en Montevideo, y ocurre sin que los mismos periodistas que se preocupan por irrelevancias los siete días de la semana digan una palabra.
En Australia (país modelo de la ortodoxia Covid gracias a los cierres herméticos y las políticas autoritarias impuestas) un informe oficial muestra ahora el exceso escandaloso de muertes -incluyendo especialmente niños y jóvenes, fenómeno que se repite en todas partes-.

Podemos seguir, y seguir, y seguir, mostrando que en todo el mundo en donde se impuso la vacunación ARNm, especialmente Pfizer y Moderna -a diferencia de lo que ocurre en países donde las vacunas masivamente empleadas fueron otras- el genocidio es un hecho.

Solo un porcentaje muy pequeño de los vacunados son felizmente los que, por ahora, sufren los efectos secundarios hasta llegar a la muerte. Pero dado que la vacunación ha sido gigantesca, ese pequeño número resulta escandalosamente grande en la realidad. Por ejemplo, si tomamos el dato del MSP de que algo más de 3 millones de uruguayos han recibido al menos una dosis de la “vacuna” -como sabemos, salvo en parte de las primeras dos dosis, en que se mezclaron distintas vacunas, el resto ha sido Pfizer- vemos que el exceso de muerte en el año 2021 y 2022 oscila alrededor de unas 6.000 a 9.000 personas cada año. Esto es entre el 0.2 y el 0.3 por ciento de los vacunados. Es muy probable que además de la vacuna, otros factores dentro de las medidas impuestas para “combatir el Covid” contribuyan al exceso de muerte 2022-23 (miedo y aislamiento, con secuelas de depresión y falta de perspectiva vital; adicciones y suicidios aumentados; perjuicios en la atención a la salud). En todo caso, todos estos factores vienen de la misma fuente: el manejo impuesto y adoptado en cada uno de los gobiernos locales, a raíz de la “pandemia” de “covid-19”. En todo caso, además, el daño generalizado a la salud -y muy especialmente los perjuicios de mediano y largo plazo sistema inmunitario- auguran que ese porcentaje podría empeorar con cada mes que pasa -y con cada refuerzo que se sigue proponiendo.

Nada ha sido un error, por parte de quienes desplegaron esta estrategia a nivel global. Los beneficios que han obtenido en materia financiera y de imposición de cambios vinculados a un mayor control social general están a la vista. Pero han pagado un precio, porque no hay acción que no genere su contrario, y hoy mucha más gente en todo el mundo está abierta y alerta para comprender mejor cómo funcionan en realidad los estados, y los sistemas de gobierno, autoridad y legitimidad, en los que hemos vivido durante mucho tiempo.

Cuando las ambulancias tienen que funcionar a este ritmo de incremento respecto de años anteriores, al final la gente se da cuenta, independientemente de lo que le digan.


Pese a lo que esperan tantos periodistas o actores sociales comprometidos con lo hecho, esto no se ha extinguido ni ha terminado.