POLÍTICA

Este artículo fue escrito para la revista Ms. y publicado en el número de abril de 1976, páginas 49-51 y 92-98. Suscitó más cartas de lectores que ningún otro publicado antes en Ms., casi todas vinculadas con las experiencias de las lectoras de haber sido “trashed” ellas mismas. Muchas de ellas fueron publicadas en un número siguiente de Ms.

Por Joreen

Hace tiempo ya que fui trashed.(1) Fui una de las primeras del país, quizá la primera en Chicago, que vi mi personalidad, mi compromiso, y mi ser mismo atacado de tal forma por las mujeres del Movimiento, que quedé hecha pedacitos, e incapaz de funcionar. Me llevó años recuperarme, y todavía hoy no se me curaron del todo las heridas. Así es que me quedo en los márgenes del Movimiento, alimentándome de él, porque lo necesito, pero con demasiado miedo como para arrojarme de nuevo de lleno en él. No sé bien de qué es que tengo miedo. Sigo diciéndome a mi misma que no hay razón para que me pase de nuevo —si tengo cuidado—, pero en el fondo de mi cabeza hay una certeza insistente, irracional, que dice que si saco la cabeza, otra vez me convertiré en un pararrayos para la hostilidad. Hace años que escribí esto que leen ahora en mi cabeza, en general como discurso para una variedad de imaginarias audiencias de gente perteneciente al Movimiento. Pero nunca pensé expresarme en público, porque he creído firmemente siempre en que los trapos sucios del Movimiento se lavan en casa. Estoy empezando a cambiar de opinión.

Primero que nada, es tanta la ropa sucia que está siendo expuesta públicamente, que dudo que lo que tengo para revelar haga mucha diferencia. Para aquellas mujeres que han sido activas participantes en el Movimiento, esto no es ni siquiera una revelación. Segundo, he estado siendo testigo durante años, con creciente disgusto, cómo el Movimiento destruye conscientemente a cualquiera que se destaque de cualquier forma.  Tuve durante muchos años la esperanza de que esta tendencia auto-destructiva se desvaneciese con el tiempo y la experiencia. Así es que simpaticé y apoyé a las muchas mujeres cuyos talentos se perdieron para el Movimiento, debido a que los intentos de usarlos se encontraron con hostilidad. Pero no hablé abiertamente sobre ellas. Conversaciones con amigas en Boston, Los Angeles, y Berkeley, que han sido trashed ellas mismas incluso en 1975, me convencieron de que el Movimiento no ha aprendido de su propia experiencia, que no ha examinado. Al revés, el trashing se ha vuelto una práctica de proporciones epidémicas. Tal vez sacarlo del closet hablando ayude a limpiar el aire. 

¿Qué significa “trashing”, este término coloquial que expresa tanto aunque explica muy poco? No significa no estar de acuerdo; no es conflicto; no es oposición. Estos son fenómenos perfectamente ordinarios, que, cuando se los practica de modo honesto, mutuo y sin extremismos, son necesarios para mantener a la organización sana y activa. El trashing es una forma particularmente salvaje de denigrar a una persona, y equivale a una violación psicológica. Es algo manipulador, deshonesto, y excesivo. Ocasionalmente se lo disfraza detrás de la retórica del conflicto honesto, o se lo esconde negando que exista cualquier forma de desaprobación. Pero no se lo usa para exponer desacuerdos o resolver diferencias. Se lo usa para denigrar y destruir. 

Los medios varían. Se lo puede practicar en privado, o en una situación de grupo; en la cara, o por la espalda; a través del ostracismo, o de la denuncia abierta. La trasher puede mentirle a una respecto de lo que otras piensan de una (cosas horribles); contarle a tus amigas cuentos falsos sobre lo que una piensa de ellas; interpretar lo que sea que una diga o haga del modo más negativo; proyectar expectativas irreales sobre una, de modo que cuando una no sea capaz de cumplirlas, una se vuelva un blanco “legítimo” para la ira de otras; negar tus percepciones de la realidad; o fingir que una no existe. El trashing puede incluso quedar apenas velado por las más modernas técnicas de crítica/autocrítica, mediación, y terapia. Sean cuales sean los métodos empleados, el trashing involucra una violación de la propia integridad, una declaración de que una no vale nada, y una impugnación de los motivos reales de una. En efecto, lo que se ataca no son las acciones, ni las ideas, sino el ser mismo.

Este ataque se logra haciéndole a una sentir que la propia existencia de una es enemiga del Movimiento, y que no hay nada que pueda cambiar esto, salvo dejar de existir. Estos sentimientos se ven reforzados cuando una queda aislada de sus amigas, al ser éstas convencidas de que su asociación con una es igualmente enemiga, tanto para el Movimiento como para ellas. Cualquier apoyo que le den a una es una amenaza para ellas. Al final, todas tus colegas se unirán en un coro de condena contra una que no puede ser silenciado, y una queda reducida a una parodia de su propio ser.

Hicieron falta tres trashings para que me convenciese de abandonar. Finalmente, a fines de 1969, me sentí psicológicamente destruída, hasta el punto que supe que no iba a ser capaz de seguir adelante. Hasta ese momento interpreté mis experiencias como fruto de conflictos de personalidad o desacuerdos políticos que yo podría rectificar con tiempo y esfuerzo. Pero cuando más lo intentaba, peor era todo, hasta que al final me vi obligada a enfrentar la incomprensible realidad de que el problema no era lo que yo hacía, sino lo que yo era.

Esto era comunicado de un modo tan sutil que yo nunca podía llegar a hablar del asunto con nadie. No había grandes enfrentamientos, sólo pequeños roces, cada uno, por sí insignificante; pero sumados, eran como miles de latigazos. Paso a paso me fueron mandando al ostracismo: si se escribía un artículo colectivo, mis intentos de contribuir eran ignorados; si escribía yo un artículo, nadie lo leía; cuando hablaba en las reuniones, todos escuchaban educadamente, y luego seguían la discusión como si yo no hubiese dicho una palabra; las fechas de reunión se cambiaban sin decírmelo; cuando me tocaba a mi coordinar un proyecto de trabajo, nadie ayudaba; cuando no recibía mensajes, y descubría que era porque no estaba en la lista de correos, me decían que me había fijado mal. Mi grupo decidió una vez unir esfuerzos para hacer una recaudación de fondos y mandar a alguien a una conferencia, hasta que yo dije que querría asistir, y en ese momento se decidió que cada uno se financiase como pudiese (para ser justa, una de las colegas me dijo que ella aportaría 5 dólares a mi fondo, siempre que no le dijese a nadie. Pocos años después la que sufrió el trashing fue ella). 

Mi respuesta fue la perplejidad. Me sentí atravesando, con ojos vendados, un campo lleno de objetos puntiagudos y pozos profundos, al tiempo que se me decía que iba por una pradera perfectamente llana. Era como si hubiese entrado en una nueva sociedad sin quererlo, que operase según reglas de las que yo no estaba informada, y que no podría conocer nunca. Cuando intenté que mi grupo discutiese lo que yo pensaba que estaba pasando, ellos o bien negaban mi percepción de la realidad diciendo que no había nada raro, o descartaban los incidentes como cosas triviales (que, tomados de a uno, eran). Una mujer, en conversaciones privadas por teléfono, admitió que se me estaba tratando mal. Pero nunca me apoyó en público, y admitió francamente que era porque tenía miedo de perder la aprobación del grupo. Ella también fue trashed por otro grupo.

Mes tras mes fue machacado el mensaje: andate, el Movimiento estaba diciendo: ¡andate!, ¡andate!. Un día me encontré confesándole a mi compañera de pieza que ya no estaba segura de mi propia existencia, y que yo era el producto de mi propia imaginación. Ahí me di cuenta que era hora de irse. Mi despedida fue silenciosa. Le dije a dos personas, y dejé de concurrir al Centro de Mujeres. La respuesta me convenció de que había leído el mensaje correctamente. Nadie llamó, nadie me mandó una carta, no hubo reacción. La mitad de mi vida había quedado vacía, y nadie se dio cuenta, salvo yo misma. Tres meses más tarde, me llegó la noticia de que había sido denunciada por el Chicago Women’s Liberation Union, fundado luego de que yo me hubiese ido, por permitir que se me citase en algunos artículos recientes sin el permiso de ellas. Eso fue todo.

Lo peor de todo aquello fue que yo no supe por qué me sentía tan afectada. Sobreviví a haber crecido en un suburbio muy conservador, sexista, conformista, donde mi derecho a mi verdadera identidad estaba constantemente bajo asalto. La necesidad de defender mi derecho a ser yo misma me hizo más fuerte. Mi piel que se hacía más gruesa se endureció más luego con mis experiencias en otras organizaciones y movimientos políticos, en los que aprendí el uso de la retórica y los argumentos como armas en la lucha política, y cómo detectar conflictos personales enmascarados como conflictos políticos. Tales conflictos eran en general articulados de modo impersonal, como ataques a las ideas de una, y si bien puede que no hayan sido productivos, no fueron tan destructivos como  aquellos que vi más tarde dentro del movimiento feminista. Uno puede reconsiderar las propias ideas luego de que éstas hayan sido atacadas. Pero es mucho más difícil reconsiderar la propia personalidad. La destrucción de la personalidad en público se usaba a veces, pero no era algo considerado legítimo, y por tanto se limitaba su uso tanto en extensión como en efectividad. Puesto que las acciones de las personas contaban más que sus personalidades, tales ataques no resultaban tan a menudo en el aislamiento. Cuando se los empleaba, llegaban a afectar de veras solo algunas veces.

Per el movimiento feminista sí llegó a afectarme. Por primera vez en mi vida me vi creyendo las cosas horribles que la gente decía de mi. Cuando me trataban como la mierda, lo interpreté como que yo realmente era una mierda. Mi reacción me afectó tanto como la experiencia en sí. Pero habiendo sobrevivido a tanta cosa, ¿por qué sucumbí a esta? Me llevó años llegar a una respuesta. Es una respuesta personalmente dolorosa, porque admite una vulnerabilidad de la que yo pensaba que había escapado. Sobreviví a mi juventud porque nunca le di a nadie ni a ningún grupo el derecho de juzgarme. Ese derecho me lo reservé para mí misma. Pero el movimiento me sedujo con su dulce promesa de sororidad. Afirmaba que sería el refugio frente a los ataques de una sociedad sexista; un lugar donde una sería entendida. Fue justo mi necesidad de feminismo y feministas lo que me hizo vulnerable. Le di al movimiento el derecho de juzgarme, porque confié en él. Y cuando me juzgó como alguien que no valía nada, acepté ese juicio.

Por al menos seis meses viví en una especie de desesperación anestesiada, internalizando completamente aquello como un fracaso personal. En junio de 1970 me encontraba en New York, junto a un grupo de varias feministas de distintas ciudades. Nos encontramos una noche para una discusión general sobre el estado del Movimiento, pero en lugar de ello terminamos discutiendo lo que nos había pasado a cada una. Teníamos dos cosas en común; todas habíamos llegado a ser conocidas en todo el Movimiento, y todas habíamos sido trashed. Anselma Dell’Olio nos leyó un discurso sobre “Divisionismo y Autodestrucción en el Movimiento de Mujeres” que había dado hacía poco en el Congress To Unite Women (sic) como respuesta a su propio trashing:

“Aprendí… hace años, que las mujeres siempre han estado divididas unas de otras, autodestructivas y llenas de rabia impotente. Pensé que el Movimiento cambiaría eso. Nunca pensé que vería el día en que esa rabia, enmascarada como radicalismo pseudo-igualitario, sería usada dentro del Movimiento para identificar a sororas y destruirlas.

Me estoy refiriendo… a los ataques personales, tanto los más abiertos como los más insidiosos, a que han sido sometidas las mujeres del movimiento que trabajosamente han alcanzado algún tipo de logro. Estos ataques toman distintas formas. La más común y generalizada es la destrucción de su imagen personal: el intento de socavar y destruir la credibilidad en la integridad de la persona a la que se ataca. Otra forma es la ‘purga’. La táctica última es aislarla…

¿Y a quiénes atacan? Generalmente a dos clases de personas… El logro y el éxito de cualquier tipo vendría a ser el peor crimen: …hacé cualquier cosa… que cualquier otra mujer secretamente o no sienta que ella también podría haber hecho …y estás lista. Si entonces… sos directa, tenés lo que generalmente es descrito como una ‘personalidad fuerte’, si no cumplís el estereotipo convencional de una mujer ‘femenina’… se acaba todo.

Si estás en la primer categoría (alguien con logros), serás etiquetada inmediatamente como una oportunista en busca de logros, una mercenaria sin corazón, una que está para hacerse famosa y ganar dinero pasando por encima de los cadáveres de sororas menos egoístas que han escondido sus propios talentos y han sacrificado sus ambiciones para mayor gloria del Feminismo. La productividad parece ser el peor de los crímenes —pero si tenés la mala suerte de hablar bien y ser articulada, también serás acusada de estar loca por el poder, elitista, fascista, y finalmente el peor epíteto de todos: una que se identifica con los hombres. ¡AAAAAAGGH!”

A medida que la escuchaba, iba sintiendo un gran alivio. Lo que ella estaba describiendo era exactamente mi propia experiencia. Si yo estaba loca, al menos no era la única. Nuestra charla siguió hasta la madrugada. Cuando nos fuimos, nos llamamos sardónicamente “refugiadas del feminismo”, y acordamos encontrarnos de nuevo algún día. Nunca lo hicimos. Volvimos a deslizarnos en nuestro propio aislamiento, y a enfrentar el asunto tan solo a nivel personal. El resultado fue que la mayoría de las mujeres que participamos de aquel encuentro se fueron del Movimiento, igual que lo había hecho yo. Dos terminaron hospitalizadas, con un colapso nervioso. Aunque todas siguieron siendo feministas comprometidas, ninguna ha aportado sus talentos al Movimiento como podrían haberlo hecho. Aunque nunca nos encontramos de nuevo, nuestro número fue creciendo, a medida que la enfermedad autodestructiva iba comiéndose de a poco al Movimiento.

A lo largo de los años he hablado con muchas mujeres que han sido trashed. Como un cáncer, el ataque pasó de las que eran exitosas, a las que meramente eran personas fuertes; de las que eran activas, a las que meramente tenían ideas propias; de las que se destacaban como personas, a las que no se conformaban rápidamente a los giros y vericuetos de la línea. Con cada nueva historia, se hizo más grande mi convicción de que el trashing no era un problema individual causado por acciones individuales, ni tampoco el resultado de conflictos políticos entre aquellos con ideas distintas, sino una enfermedad social.

Esta enfermedad ha sido ignorada por tanto tiempo debido a que se la enmascara a menudo bajo la retórica de la sororidad. En mi propio caso, la ética de la sororidad impidió que reconociese mi propio ostracismo. Los nuevos valores del Movimiento decían que toda mujer era una sorora, toda mujer era aceptable. Yo, claramente, no lo era.

Pese a ello, nadie podía admitir que yo no era aceptable sin admitir que ellas no estaban siendo sororas. Era más fácil negar la realidad de mi inaceptabilidad. Con otros trashings, la sororidad fue usada como el cuchillo más que como la cobertura. Un estándar vago de comportamiento sororo es fijado, por juezas anónimas, que luego condenan a aquellas que no están a la altura de esos estándares. Debido a que el estándar es vago y utópico, nunca puede estarse a la altura. Pero puede cambiarse de acuerdo a las circunstancias, a fin de excluír a aquellas a las que no se quiere como sororas. De ahí que se reafirme todo el tiempo el memorable adagio de Ti-Grace Atkinson, de que “la sororidad es poderosa: mata a las sororas”.

El trashing no solo es destructivo para las personas involucradas, sino que funciona como una poderosa arma de control social. Las cualidades y los estilos que son atacados se vuelven ejemplo para que otras mujeres no los sigan —o sino, lo mismo les pasará a ellas. Esta no es una característica peculiar del Movimiento de Mujeres, ni de las mujeres. El uso de presiones sociales para inducir a la conformidad, y la intolerancia de la individualidad, es un mal endémico de la sociedad norteamericana. La pregunta relevante no es si el Movimiento ejerce presiones así de fuertes para adaptarse a un estándar estrecho, sino cuál es ese estándar al que presiona a las mujeres a adaptarse.  

Ese estándar está vestido con la retórica de la revolución y el feminismo. Pero bajo esos ropajes hay ideas muy tradicionales acerca de los roles apropiados a las mujeres. He observado que hay dos tipos distintos de mujeres que son trashed. La primera es la descripta por Anselma Dell’Olio —la que tiene logros y/o es de carácter fuerte, aquella a la que se aplica comúnmente el epíteto de que “se identifica con los hombres”. Este tipo de mujer siempre ha sido combatida por nuestra sociedad que van desde “poco femenina” a “perra castradora”. La razón primaria de que haya habido tan pocas “grandes mujeres” no es meramente que la grandeza haya sido alcanzada pero no reconocida, sino que las mujeres que exhiben potencial para el logro son castigadas tanto por los hombres como por las mujeres. El “miedo al éxito” es muy racional cuando una sabe que la consecuencia del éxito es la hostilidad, y no el elogio.

No es solo que el Movimiento haya fracasado en superar esta socialización tradicional, sino que algunas mujeres lo han llevado a extremos nuevos. Hacer algo significativo, ser reconocida, tener éxito, significa simplemente que una “lo está logrando a partir de la opresión de otras mujeres”, o que una se cree mejor que otras mujeres. Aunque pocas mujeres pueden pensar esto, demasiadas se quedan calladas mientras las demás sacan las uñas. La búsqueda de “liderazgos” que el Movimiento tanto valora, se ha convertido más a menudo en un intento de tirar abajo a aquellas mujeres que muestren condiciones para liderar que en desarrollar esas cualidades en las que no las tienen. Muchas mujeres que han intentado compartir sus habilidades han sido trashed por afirmar que sabían algo que otras no sabían. El culto del igualitarismo en el Movimiento es tan fuerte que se ha confundido con la igualación. Las mujeres que nos recuerdan que no todas somos lo mismo son trashed, porque  su ser distintas es interpretado como que no todas somos iguales. 

Como consecuencia, el Movimiento le hace exigencias equivocadas a las que logran algo dentro de él. Pide que sintamos culpa y hagamos contrición, en lugar de aumentar nuestra conciencia y responsabilidad. Las mujeres que se han beneficiado personalmente de la existencia del Movimiento le deben más que gratitud. Pero esa deuda no se cobra en trashing. El trashing desanima únicamente a otras mujeres para que no intenten liberarse de sus cadenas tradicionales.

El otro tipo de mujer a la que comúnmente se le hace trashing es una que yo nunca habría sospechado. Los valores del Movimiento favorecen a mujeres que son muy serviciales y se niegan a sí mismas; aquellas que están constantemente atendiendo los problemas personales de otros; las mujeres que hacen muy bien el rol de madre. Sin embargo, un número sorprendente de esas mujeres también han sufrido trashing. Irónicamente, es precisamente la capacidad para jugar ese rol lo que es resentido y crea una imagen de poder que sus colegas sienten que las amenaza. Algunas mujeres más viejas, que rechazan conscientemente el rol de madre, se espera que lo jueguen porque “están como pintadas” para ello, y son trashed cuando se niegan a hacerlo. Otras mujeres que jugarían ese rol de buena gana, se dan cuenta de que engendran expectativas que no podrán cumplir. Nadie puede ser “todo para todos”, así es que cuando estas mujeres se ven a sí mismas teniendo que decir no para poder conservar un poquito de su propio tiempo y energía para ellas mismas, o para atender los asuntos políticos de un grupo, se las percibe como que están rechazando, y son tratadas con enojo. Las madres reales, por supuesto, pueden controlar una cantidad determinada de enojo de sus hijos, porque tienen un alto grado de control físico y financiero sobre ellos. Incluso las mujeres que están en las profesiones “de ayuda”, que ocupan roles de madre subrogante, tienen los recursos con los cuales controlar el enojo eventual de sus clientes. Pero cuando una es una “madre” para sus iguales, no existe esta posibilidad. Si las exigencias no son realistas, o una se retrae, o es trashed.

El trashing de los dos grupos mencionados tiene sus raíces comunes en los roles tradicionales. Entre las mujeres hay dos roles que se percibe como permisibles: “la que ayuda”, y la que “precisa ayuda”. La mayor parte de las mujeres son entrenadas para actuar uno u otro de estos roles en momentos diferentes. Pese a un crecimiento de la conciencia y un intenso escrutinio de nuestra propia socialización, muchas de nosotras no nos hemos liberado de jugar esos roles, ni tampoco de las expectativas que los otros tienen de que lo hagamos. Aquellas que se desvían de estos roles —las que tienen éxito- son castigadas por ello, lo mismo que las que no pueden cumplir con las expectativas del grupo.

Aunque son unas pocas las mujeres que hacen trashing, la culpa por permitir que continúe es de todas nosotras. Una vez que cae bajo ataque, es poco lo que puede hacer una mujer para defenderse, porque por definición lo que haga estará mal. Pero hay mucho que las que miran pueden hacer para que no quede aislada y sea al final destruida. El trashing tan solo funciona bien cuando sus víctimas están solas, porque la esencia del trashing consiste en aislar a una persona, y atribuirle a ella los problemas del grupo. El apoyo que viene de otras resquebraja esta fachada, y le saca audiencia a las trashers. Convierte lo que era una retirada, en una pelea. Muchos ataques han sido neutralizados por la resistencia de las asociadas a dejarse intimidar y silenciar por miedo a ser las siguientes. Otras atacantes se han visto forzadas a aclarar cuáles son sus quejas hasta un punto en que puedan ser manejadas racionalmente.

Existe, está claro, una fina línea entre el trashing y la lucha política, entre la destrucción de una imagen pública y las objeciones legítimas ante un comportamiento indeseable. Discernir la diferencia lleva un esfuerzo. He aquí algunas guías a seguir. El trashing involucra un uso pesado del verbo “ser”, y uno liviano de “hacer”. Es lo que una es, y no lo que una hace, lo que es objetado, y esas objeciones no pueden formularse fácilmente en términos de conductas indeseables. Las trashers tienden también a usar sustantivos y adjetivos vagos y generales para expresar sus objeciones a una persona en particular. Esos términos tienen una connotación negativa, pero no le dicen a una realmente qué es lo que está mal. Eso se lo deja librado a la imaginación de una. Las que están siendo trashed no pueden hacer nada bien. Porque son malas, sus motivaciones son malas, y por tanto sus acciones siempre son malas. No existe reparación posible para las malas acciones, porque son percibidas como síntomas y no como equivocaciones.

El test infalible, sin embargo, llega cuando una trata de defender a alguna persona que está siendo atacada, especialmente cuando no está presente. Si esa defensa es tomada en serio, y se percibe alguna voluntad de escuchar a todas las partes y juntar la evidencia, es porque probablemente no se tratase de trashing. Pero si la defensa es descartada con un “¿cómo podés defender a esa?”; si una se ve amenazada de convertirse en sospechosa por intentar tal defensa; si ella es de hecho indefendible, una debe mirar mejor a las que hacen las acusaciones. Ahí hay más que un simple desacuerdo.

A medida que el trashing se ha vuelto más común, me ha intrigado más y más la pregunta sobre el por qué. ¿Qué tiene el Movimiento de Mujeres que en si apoye, e incluso alimente, la autodestructividad? ¿Cómo podemos por un lado hablar acerca de apoyar a las mujeres para que desarrollen su potencial individual, y por otro aplastar a aquellas de nosotras que realmente lo hacen? ¿Por qué maldecimos a nuestra sociedad sexista por el daño que le hace a las mujeres, y le hacemos nosotras daño a las mujeres que no parecen haber sido tan severamente dañadas por esa sociedad? ¿Cómo es que nuestra elevación de conciencia no elevó nuestra conciencia respecto del trashing?

La respuesta obvia es enraizar todo esto en nuestra opresión como mujeres, y en el odio a nosotras mismas como grupo que surge de haber sido criadas para creer que las mujeres no valemos mucho. Pero tal respuesta es demasiado fácil; oculta el hecho de que el trashing no ocurre al azar. No todas las mujeres ni todas las organizaciones de mujeres hacen trash, al menos no todas al mismo nivel. Es algo mucho más frecuente en las que se llaman radicales, que entre las que no; entre aquellas que se concentran en los cambios personales, que entre las que buscan cambios institucionales; entre las que no ven nada que sea una victoria salvo la revolución, que entre las que encuentran satisfacción en éxitos menos totales; y entre aquellas en grupos con metas vagas que entre las de grupos con metas concretas.

Tengo dudas de que haya cualquier explicación simple para el trashing; es más probable que se deba a una cantidad de combinaciones de circunstancias que no siempre son evidentes, incluso para las que las sufren. Tanto de las historias que escuché, como de los grupos que observé, lo que me ha llamado más la atención es lo tradicionales que son. No hay nada nuevo en desanimar a mujeres usando manipulación psicológica. Es una de las cosas que ha mantenido a las mujeres abajo por años; es algo de lo que el feminismo se suponía que nos iba a liberar. Pero, en lugar de una cultura alternativa con valores alternativos, lo que creamos son modos alternativos de reforzar los valores tradicionales de la cultura. Sólo el nombre cambiamos, los resultados son los mismos.

Si bien las tácticas son las tradicionales, la virulencia no lo es. Nunca vi a mujeres tan enojadas contra otras como dentro del Movimiento. En parte esto ocurre porque las expectativas que tenemos respecto de otras feministas y del Movimiento en general son muy altas, y por tanto difíciles de satisfacer. No aprendimos aun a ser realistas en las exigencias que le hacemos a otras sororas, o a nosotras mismas. Es también porque otras feministas son blancos disponibles para nuestra ira. 

La ira es un resultado lógico de la opresión. Demanda una forma de escape. Debido a que la mayoría de las mujeres están rodeadas de hombres y han aprendido que no es sabio atacarlos a ellos, su ira se vuelve hacia ellas mismas. El Movimiento está enseñándole a las mujeres a frenar este proceso, pero en muchos casos no ha dado blancos alternativos. Mientras que los hombres están lejos, y el “sistema” es algo demasiado grande y vago, las “sororas” están a mano. Atacar a otras feministas es más fácil, y los resultados se pueden ver más rápido que atacando a instituciones sociales amorfas. La gente es herida; se va. Una puede sentir el poder que viene de “haber hecho algo”. Tratar de cambiar toda una sociedad es un proceso lento y muy frustrante, en el que lo que se va ganando se gana de a poco, las recompensas son difusas, y los retrocesos frecuentes. No es coincidencia que el trashing ocurra más a menudo y de modo más cruel entre aquellas feministas que ven poco valor en los cambios pequeños e impersonales, y que por tanto se ven a sí mismas como incapaces de actuar contra instituciones específicas. 

El énfasis del Movimiento en que “lo personal es político” ha hecho más fácil que crezca el trashing. Empezamos por derivar parte de nuestras ideas políticas a partir del análisis de nuestras propias vidas personales. Esto legitimó a ojos de muchas la idea de que el Movimiento puede decirnos qué tipo de persona debemos ser, y por extensión que tipo de personalidades debemos tener. Puesto que no se fijaron límites a tales demandas, fue difícil prevenir los abusos. Muchos grupos han buscado remodelar las vidas y las mentes de sus integrantes, y algunos han hecho trashing a aquellas que se resistieron. El trashing es también una forma de actuar la competitividad que inunda nuestra sociedad, pero de tal modo que refleja los sentimientos de incompetencia que exhiben las trashers. En lugar de intentar probar que una es mejor que cualquiera, una prueba que otra es peor. Esto puede dar la misma sensación de superioridad que da la competencia tradicional, pero sin los riesgos involucrados en ella. En el mejor de los casos el objeto de nuestra ira queda humillado en público, en el peor la propia posición queda a salvo dentro del manto de nuestra supuesta superioridad. Francamente, si vamos a competir dentro del Movimiento, yo prefiero el modelo tradicional. Tal competitividad tiene sus costos, pero hay también algunos beneficios colectivos a partir de los logros que obtienen las que compiten al tratar de superarse mutuamente. Con el trashing no hay ganadores. Todas perdemos al final. 

Apoyar a las mujeres acusadas de subvertir el Movimiento o erosionar su propio grupo es algo que requiere coraje, como también lo requiere sacar la cabeza por encima de la masa. Pero el costo colectivo de permitir que siga el trashing de este modo tan generalizado es enorme. Ya hemos perdido algunas de las mentes más creativas y activistas más comprometidas del Movimiento. Más importante, hemos desestimulado a muchas feministas a que se destaquen, por miedo a que ellas sufrirán trashing también. No hemos dado un entorno que apoye a todas para que desarrollen su potencial individual, o en el cual reunir fuerzas para las batallas que debemos dar cada día contra las instituciones sexistas. Un Movimiento que una vez bullía de energía, entusiasmo y creatividad, se ha empantanado en una actividad básica de supervivencia. Supervivencia de unas contra otras. ¿No es momento de dejar de buscar enemigas dentro, e intentar atacar al enemigo real afuera? La autora quisiera agradecer a Linda, Maxine y Beverly por sus sugerencias que fueron de ayuda al revisar este trabajo.


Notas

(1) La expresión literalmente sería “tirar a la basura”. Si bien existe una traducción aparentemente cercana del término, que sería el verbo “basurear”, tanto el significado como las connotaciones y contextos temporales y espaciales de uso son distintos en español y en inglés -basurear es un término que se usaba con más frecuencia hace mucho, y en contextos mayoritariamente masculinos. Por tanto, decidimos dejar el término original sin traducir.