FOLLETÍN > ENTREGA 8

Tragedy & Hope. A History of the World in Our Time. 1966. The MacMillan Company, New York; Collier MacMillan Limited, London. [Traducción de A. Mazzucchelli].

Carroll Quigley

Prácticas financieras domésticas

En cada país, la oferta de dinero tomó la forma de una pirámide invertida, o cono que hace equilibrio sobre su punta. En esa punta estaba la oferta de oro y su equivalente en certificados; en los niveles intermedios había una oferta mucho mayor de billetes; y en el otro extremo, con una superficie superior abierta y expandible, había una oferta aun más grande de depósitos. Cada nivel empleaba los niveles inferiores como reserva, y, puesto que estos niveles tenían menores cantidades de dinero, eran “más sólidos”. Un acreedor en el nivel medio o superior podría aumentar su confianza en sus derechos a la riqueza, trasladándolos a un nivel más bajo, aunque, por supuesto, si todos, o un número considerable de personas, intentase hacer esto al mismo tiempo, el volumen de reservas resultaría totalmente inadecuado. Los billetes eran emitidos por “bancos de emisión”, y estaban asegurados por reservas de oro o certificados mantenidos en sus propios cofres o en alguna reserva central. La fracción de tales billetes emitidos que se mantenía en reserva dependía de la costumbre, de regulaciones bancarias (incluyendo los términos de autorización de un banco), o leyes estatutarias. Llegó a haber muchos bancos emisores, pero esta función hoy está en general restringida a unos pocos, o incluso un solo “banco central” en cada país. Tales bancos, incluso los bancos centrales, eran instituciones privadas, de propiedad de los tenedores de acciones, que obtenían ganancias de las operaciones. En el período 1914-1939, en Estados Unidos, los billetes de la Reserva Federal se cubrían con certificados de oro al 40% de su valor, pero esto se redujo a 25% en 1945. El Banco de Inglaterra, por una ley de 1928, tuvo sus billetes descubiertos hasta un total de 250 millones de libras, y cubiertos con oro a un 100 por ciento de su valor por sobre este monto. El Banco de Francia, el mismo año, definió la cobertura de sus billetes hasta un 35%. Estas provisiones siempre podían dejarse de lado o ajustarse durante una emergencia, por ejemplo en una guerra. 

Los depósitos del nivel superior de la pirámide eran llamados por este nombre, con la típica ambigüedad de los banqueros, pese al hecho de que consistían en dos tipos de relación totalmente diferente: (1) “depósitos alojados”, que eran derechos reales dejados por un depositante en un banco, sobre los cuales el depositante podía recibir intereses, puesto que tales depósitos eran deudas que el banco tenía con el depositante; y (2) “depósitos creados”, los que eran derechos creados de la nada por el banco, como préstamos del banco a los “depositantes”, quienes debían pagar intereses por ellos, puesto que representaban una deuda que tenían con el banco. En ambos casos, por supuesto, se podía emitir cheques contra tales depósitos para hacer pagos a terceros, razón por la que ambos eran llamados por el mismo nombre. Ambos forman parte de la oferta de dinero. Los depósitos alojados son una forma de ahorros deflacionaria, mientras que los creados, siendo un agregado a la oferta de dinero, son inflacionarios. El volumen de los segundos depende de una serie de factores, de los cuales el principal es la tasa de interés y la demanda de tal crédito. Estos dos factores juegan un rol muy importante en la determinación del volumen de dinero en una comunidad, puesto que una parte grande de tal volumen, en una comunidad económica avanzada, está compuesta de cheques librados contra depósitos. El volumen de depósitos que los bancos pueden crear, igual que el monto de los billetes que pueden emitir, depende del volumen de reservas disponible para pagar la fracción de cheques que sean cobrados en efectivo en lugar de depositados. Estos asuntos pueden ser regulados legalmente, o por reglas de los bancos mismos, o simplemente de acuerdo a costumbres locales. En los Estados Unidos los depósitos tradicionalmente estuvieron limitados a diez veces las reservas de billetes y oro. En Gran Bretaña era usualmente cercano a veinte veces tales reservas. En todos los países la demanda y el volumen de tal crédito era mayor en momentos de un boom, y menor en momentos de depresión. Esto explica en buena medida el aspecto inflacionario de una depresión, la combinación ayuda a formar el así llamado “ciclo de negocios”. 

En el curso del siglo diecinueve, con el establecimiento completo del patrón oro y el sistema bancario moderno, creció alrededor de la fluctuante pirámide invertida de la oferta de dinero una multitud de establecimientos financieros que vinieron a asumir las configuraciones de un sistema solar; es decir, de un banco central rodeado de instituciones financieras satélite. En la mayoría de los países el banco central fue rodeado estrechamente por las casi invisibles firmas bancarias de inversión privada. Estos, como el planeta Mercurio, apenas podían ser vistos en el resplandor emitido por el banco central que éstas, de hecho, dominaban. Aun así, un observador cercano difícilmente pudiera dejar de notar las cercanas asociaciones privadas entre estos banqueros privados, internacionales, y el banco central mismo. En Francia, por ejemplo, en 1936 cuando el Banco de Francia fue reformado, su Comité de Regentes (directores) aun estaba dominado por los nombres de las familias que lo habían creado originalmente en 1800; a ellos se habían agregado unos pocos nombres más recientes, como los Rothschild (agregados en 1819); en algunos casos el nombre podría no ser reconocible enseguida debido a que fuese un sobrino más que un hijo. En cualquier caso, en 1914, los nombres, frecuentemente de protestantes de origen suizo (que llegaron en el siglo XVIII) o de judíos de origen alemán (llegados en el siglo XIX) habían sido en su mayor parte los mismos por más de un siglo.

En Inglaterra existía una situación de algún modo similar, de forma que incluso a mediados del siglo XIX los Miembros del Court of the Bank of England estaban en general asociados a las varias viejos “bancos mercantiles” como Baring Brothers, Morgan Grenfell, Lazard Brothers, y otros. 

En una posición secundaria, fuera del núcleo central, están los bancos comerciales, llamados en Inglaterra “joint-stock banks”, y en el continente llamados frecuentemente “bancos de depósitos”. Estos incluyen nombres tan famosos como Midland Bank, Lloyd’s Bank, Barclays Bank, en Inglaterra, el National City Bank en Estados Unidos, el Credit Lyonnais en Francia, y el Darmstädter Bank en Alemania. 

Fuera de este segundo anillo hay un tercer, y más periférico, conjunto de instituciones que tienen escaso poder financiero, pero tienen la función muy importante de movilizar fondos del público. Este conjunto incluye una amplia variedad de bancos de ahorro, compañías aseguradoras, y trusts. 

Naturalmente, estos arreglos varían mucho de un lugar a otro, especialmente debido a que la división de funciones y poderes de los bancos no son los mismos en todos los países. En Francia e Inglaterra los banqueros privados ejercían sus poderes a través del banco central y tenían mucha más influencia en el gobierno y en la política exterior, y mucha menor en la industria, debido a que en estos dos países, a diferencia de Alemania, Italia, Estados Unidos o Rusia, los ahorros privados eran suficientes como para permitir que la mayoría de la industria se financiase a sí misma sin recurrir a los banqueros ni al gobierno. En los Estados Unidos la mayoría de la industria se financiaba directamente por banqueros inversores, y el poder de estos tanto en la industria como en el gobierno era muy grande, mientras que el banco central (New York Federal Reserve Bank) fue establecido tardíamente (1913) y se hizo poderoso mucho más tarde (después de que el capitalismo financiero ya estaba saliendo de escena). En Alemania la industria era financiada y controlada por los bancos de descuento, mientras que el banco central tuvo poco poder o importancia hasta 1914. En Rusia el rol del gobierno era dominante en la mayoría de la vida económica, mientras que en Italia la situación era atrasada y complicada. 

Hemos dicho que dos de los cinco factores que determinaban el valor de la moneda (por tanto el nivel de precio de los bienes) eran la oferta y la demanda de dinero. La oferta de dinero en un país determinado estuvo sujeta a un control responsable, no centralizado, en la mayoría de los países durante las últimas centurias. A diferencia de ello, había una serie de controles, de los cuales algunos podrían ser influidos por los banqueros, algunos podrían ser influidos por el gobierno, y algunos difícilmente pudiese ser influido por ninguno de los dos. Así, las diversas partes de la pirámide del dinero estaban nomás que vagamente relacionadas entre sí. Más aun, mucho de esta vaguedad surgía del hecho de que los controles eran compulsivos en una dirección deflacionaria, y sólo permisivos en dirección inflacionaria. 

Este último punto puede verse en el hecho de que la oferta de oro podría hacerse decrecer, pero difícilmente podía incrementarse. Si una onza de oro fuese agregada a la punta de la pirámide en un sistema en que la ley y la costumbre permitían 10 por ciento de reservas en cada nivel, ello permitiría un incremento de depósitos equivalente a $2067 en el nivel más alto. Si tal onza de oro se retirase de una pirámide monetaria expandida completamente, esto forzaría a una reducción de depósitos de por lo menos ese monto, probablemente por la vía de un rechazo en la renovación de préstamos.

A lo largo de la historia moderna, la influencia del patrón oro ha sido deflacionaria, porque la salida natural de oro cada año, excepto en momentos extraordinarios, no ha seguido el mismo paso que el incremento en el ingreso de bienes. Solo la nueva oferta de oro, o la suspensión del patrón oro en tiempos de guerra, o el desarrollo de nuevos tipos de dinero (como los billetes y los cheques) que economizan el uso del oro, han salvado a nuestra civilización de una sostenida deflación de los precios en los últimos dos siglos. Tuvimos dos períodos largos de tal deflación, de 1818 a 1850, y de 1872 a 1897. Los tres períodos que rodean a esos de inflación (1790-1817, 1850-1872, 1897-1921) fueron causados por (i) las guerras de la Revolución Francesa y Napoleón, cuando la mayoría de los países estaban fuera del oro; (2) los nuevos descubrimientos de oro en California y Alaska en 1849-1850, seguidos por una serie de guerras, las que incluyeron la Guerra de Crimea de 1854-1856, la guerra Franco-Austríaca de 1859, la Guerra Civil norteamericana de 1861-1865, las Guerras Austro-Prusiana y Franco Prusiana de 1866 y 1870, e incluso la Guerra Turco-Rusa de 1877; y (3) los descubrimientos del Klondike y del Transvaal de fines de los 1890s, suplementados por el nuevo método de refinamiento de oro con cianuro (alrededor de 1897) y las series de guerras de la Guerra Hispano-Norteamericana de 1898-1899, la Guerra de los Boers de 1899-1902, y la Guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905, a la casi ininterrumpida serie de guerras de la década de 1911 a 1921. En cada caso, los tres grandes períodos de guerra terminaron con una crisis deflacionaria extrema (1819, 1873, 1921) cuando el influyente Poder del Dinero persuadió a los gobiernos de que restableciesen una unidad monetaria deflacionaria con un alto contenido de oro. 

La obsesión del Poder del Dinero con la deflación fue parcialmente el resultado de su preocupación con el dinero en lugar de con los bienes, pero también estuvo apoyada en otros factores, uno de los cuales fue paradójico. La paradoja surge del hecho de que las condiciones económicas básicas del siglo diecinueve fueron deflacionarias, con un sistema monetario basado en el oro y un sistema industrial que proveía una oferta creciente de bienes, pero a pesar de los precios que bajaban (con su creciente valorización del dinero) la tasa de interés tendía a caer más que a subir. Esto ocurrió debido a que la limitación relativa de la oferta de dinero en las empresas no se reflejó en el mundo de las finanzas en donde las ganancias excesivas de lo financiero pusieron los fondos en exceso a disposición para préstamos. Más aun, las viejas tradiciones de los bancos mercantiles siguieron prevaleciendo en el capitalismo financiero aun hasta su fin en 1931. Siguió enfatizando los bonos antes que las acciones, favoreciendo la emisión gubernamental más que las ofertas privadas, y buscando las inversiones extranjeras más que las domésticas. Hasta 1825, los bonos de gobierno fueron hasta la mitad del total de los valores en la Bolsa de Londres. En 1843, tales bonos, usualmente extranjeros, eran el 80 por ciento de los valores registrados, y en 1875 eran todavía el 68 por ciento. Los fondos disponibles para tales préstamos eran tan grandes que a veces hubo, en el siglo diecinueve, motines de suscriptores buscando oportunidades de comprar flotación de valores; y las ofertas de muchos lugares remotos y actividades ignotas lograron una venta inmediata. El exceso de ahorros llevó a una caída en el precio necesario para contratar dinero, de modo que la tasa de interés sobre los bonos del gobierno británico cayó de 4.42 en 1820 a 3.11 en 1850 y a 2.76 en 1900. Esto tendió a llevar los ahorros hacia campos extraños donde, en total, siguieron buscando emisiones gubernamentales y valores de interés fijo. Todo esto hizo que se fortaleciese la obsesión de los banqueros mercantiles tanto con la influencia gubernamental como con la deflación (lo que incrementaría el valor del dinero y las tasas de interés). 

[Continuará]