PORTADA

Empecé a utilizar Facebook el año pasado. Desde antes tenía una cuenta, hecha por Marcelo Marchese para que participara en un grupo de discusión, pero era reticente.  En el invierno de 2019 el servicio cultural de la embajada francesa me invitó a presentar un libro de Myriam Revault d’Allonnes, cosa que acepté gustosa como de costumbre, aunque, como nunca, esta vez no tenía conocimiento previo de la autora ni de su obra. Su anunciada condición de filósofa me alcanzó. Llegado el día, como la víspera su presentación en la Fic había sido muy exitosa, me pidieron que le hiciera preguntas, y así charlar. Las preguntas no fueron del agrado de la autora, quien las consideró “preguntas ideológicas”.  

Por Alma Bolón

1 Los catadores de noticias (V/F)

De regreso a mi casa, fui a ver qué era bien Facebook, y empecé a usarlo, en buena parte movida por la irritación ante el tamaño de la mentira y la solidez de la impostura, pues el libro de Revault d’Allonnes lleva un hermoso título -“La faiblesse du vrai”: “La debilidad de lo verdadero” o “La debilidad de la verdad”- que su contenido rápido desmiente, sumándose a la campaña planetaria según la cual (1) distinguir la verdad de la mentira es pan comido; (2) si a usted le cuesta, confíe en los especialistas en hacerlo, a saber, los grandes medios de comunicación, hermanados en la denuncia de las fake news que campean en “las redes sociales”. 

Básicamente, ese era el planteo que venía tras ese título hermoso de “La faiblesse du vrai”.  Sazonando con alguna cita de Hannah Arendt,  Revault d’Allonnes trataba de mostrar que los medios de comunicación masiva son confiables pues divulgan noticias, si bien a veces pueden llegar a incurrir en el “viejo arte de mentir” (sic), como cuando por ejemplo suscribieron y difundieron las mentiras de Colin Powell sobre las armas de Saddam Hussein (se recordará que este infundio dio visos de legitimidad a la invasión y destrucción de Iraq por los EEUU y sus coaligados); en cambio, “las redes sociales” son condenables porque por definición divulgan fake news y se complacen en la “postverdad”.

Por ese entonces, publiqué en Brecha una nota en la que critico con detenimiento ese libro burdo [1]. Recuerdo, hoy que el tratado comercial Mercorsur-UE volvió a ser noticia en portales uruguayos, que Revault d’Allonnes se ofuscó ante el pedido de un criterio fiable que permitiera distinguir cuál era la noticia y cuál era la fake en el tratamiento periodístico que en esos días se propinaba a la firma del tratado. Presentada en la prensa frenteamplista (incluido Brecha) como un logro exitoso de las políticas económicas que auguraba bonanza, y del que solo restaban discutir detalles de su implementación, la firma de este tratado era difundida en la prensa francesa como de improbable ratificación por el Parlamento europeo, vista la oposición que despertaba en ecologistas y agricultores. En Argentina, Página 12 titulaba con grandes mayúsculas “Fake News”, a propósito de la firma de este documento. Notoriamente, la prensa estaba haciendo lo de costumbre, es decir, sesgar un tema según sus conveniencias y convicciones: tanto en Uruguay como en Argentina había campaña electoral (las internas) y la prensa frenteamplista cantaba victoria, mientras la prensa anti Macri decía que la victoria era trucha y la prensa macronista no quería hacer (más) olas en Francia. Sin embargo, Revault d’Allonnes consideró que la pregunta no venía al caso, por “ideológica”.

En esos días de julio de 2019, lo descaradamente ideológico era la cruzada que un conglomerado de grupos de prensa, universidades (pública y privadas), Ongs y partidos políticos llevaba adelante metiendo baza en las campañas electorales, postulándose a catadores de noticias, idóneos técnicos y morales, que podían avisar al electorado sobre verdades y falsedades. Recordemos que en mayo de ese mismo año, durante las elecciones para el Parlamento europeo, Avaaz.org (Ong estrechamente ligada al Partido Demócrata estadounidense [2]) se enorgullecía de haber hecho una limpieza democrática, al haber “sacado a luz y forzado la retirada de las que probablemente eran las mayores redes de desinformación de la historia”. Estas redes, proseguía Avaaz.org, “ha[bía]n logrado acumular 3.000 millones de visitas al año de su contenido venenoso en tan solo seis países. ¡Lo suficiente como para llegar a cada votante un promedio de veinte veces!” Sin pruritos, Avaaz.org  afirmaba que puesto que los “extremistas también contaban con una baja participación en las urnas”, ellos habían lanzado “inspiradores llamamientos a defender la democracia y salir a votar que fueron vistos más de cien millones de veces en toda Europa los últimos días antes de las elecciones”.[3] 

La existencia de una cruzada empresarial, académica y onguística pro limpieza de las noticias era lo bastante urticante como para ir a ver cuál era el mundo del lado de las acusadas, es decir, las redes. Cuando avisé a algunos amigos refractarios a Facebook que empezaría a usarlo, me respondieron con pena, como si cinco pandemias de piojos ya estuvieran carcomiéndome el cerebro. No les faltaba razón. 

2 Un aleph, una vidriera irrespetuosa, una cercanía inimaginable

La afirmación “The future is private” no sé cómo entenderla, cada uno de sus términos carga con varias bibliotecas, y si no le sobrara una palabra, podría jugarse con las otras tres al tatetí, y tal vez arrojaran luz.

La pronuncia Mark Zuckerberg, en una entrevista en la que Shoshana Zuboff, autora cuyo conocimiento agradezco a Aldo Mazzucchelli, explica la extracción y sustracción de datos que hace Google a partir de nuestras actividades en Internet. Shoshana Zuboff no se refiere solamente a todos aquellos datos que entregamos voluntariamente, sino a los rastros que deja cada una de nuestras actividades ante la pantalla, datos recogidos para modelizar nuestros comportamientos y estados de ánimo, y de este modo anticipar y colmar los deseos de consumo dibujados por los billones de billones de rastros que vamos desparramando. Shoshana Zuboff plantea una especie de analogía entre la extracción de plusvalía que se padece como trabajador y la extracción de plusdatos que uno vive como internauta. En todos los casos, hay extracción de un plus transable y acumulable. 

En este sentido, cabe conjeturar, gracias al carácter público de nuestra vida de usuario internético, hay una apropiación privada de nuestra dimensión personal, subjetiva, íntima, cuya modelización algorítmica puede trazar el cronograma de temores, ansias, alegrías o tedios, para mejor provecho de quien quiera ofrecer remedio comercial a esos estados.   

¿La apropiación privada de nuestra materia íntima que hacen los grandes prestidigitadores de big data perturba a los usuarios de Facebook? Tengo para mí (solo puede conjeturarse) que una cantidad importante de estos usuarios se despreocupa de la extracción de datos, compensada por el número inconcebible de usuarios de Facebook, cifra que vuelve cualquier exposición apta, virtualmente, para alcanzar una difusión vertiginosa. Para muchos usuarios, creo yo, la extracción efectiva de materia íntima es compensada por la ilusión de estar en el escaparate del mundo. En este sentido, la denuncia del saqueo del que somos víctimas como usuarios de Internet me parece necesaria, pero de efectos limitados. Ni sabernos explotados por el capital, ni vernos succionados por los dueños del algoritmo alcanza para mucho. 

Jacques Rancière se ha preguntado las razones por las que Flaubert mata a su heroína Emma Bovary, ya que la respuesta tradicional (la adúltera debía recibir su castigo) no condice con la abundancia de adulterios y de mujeres adúlteras que en la literatura sobreviven a sus autores. Rancière sostiene que el crimen de Emma es otro: haber aspirado a la estetización de su vida, aspiración que va más allá de anhelar vivir lo que había leído en las novelitas que entraban de contrabando al colegio en el que había estado pupila. La estetizacion de la vida consiste en el deseo de arreglar y de decorar su casa según los figurines de París, siendo como es Emma la hija de un chacrero normando más bien bruto, o en el deseo de vestirse como una dama elegante, siendo que su marido es un matasanos pueblerino sin mucha carrera por delante. Emma Bovary es portadora de un deseo perfectamente democrático, que borra la diferencia entre los autorizados a anhelar las hermosas fruslerías y los que tenían vedado tal anhelo, constreñidos a desear lo útil, lo necesario. En Flaubert, ese anhelo igualitario solo podía merecer castigo, sostiene Rancière. 

En historia del arte, suele señalarse cómo la ascensión de la burguesía es también la expansión de su ambición de ser retratada (de verse representada y exhibida) por lo que disputa a los nobles la exclusividad del retrato pictórico. A mediados del siglo XIX, la técnica fotográfica consagrará el democrático derecho al retrato, poniéndolo al alcance de todos. A lo largo del siglo XX, los juegos radiales y televisivos, y luego los reality shows, extendieron el derecho a la fama, hasta entonces reservado a pocos, poniéndolo también al alcance de cualquiera. Aunque basados en castings severos, los realities fomentaron la ilusión democrática: un cualquiera tocado con la varita mágica podía convertirse en un astro comparable a quienes justamente eran astros por no ser cualesquieras, sino destacados actores, músicos, bailarines. El defecto de este sistema de promoción democrático no solo es la obligatoria varita mágica, sino la fugacidad del estrellato concedido, dependiente de fuerzas siempre ajenas a la estrella. 

Facebook da otro gran paso democrático, puesto que alcanza con tener acceso a un teléfono celular para, sometiéndose al veredicto público, continuar, aumentar o iniciar el camino a una fama durable: por fin ahora solo se dependerá de los propios méritos y virtudes. En ese sentido, Facebook es algo así como la pesadilla soñada de la meritocracia, que premia a cada uno, según sus méritos y virtudes, con dedos erectos y corazones blanquecinos. 

   De ahí, de esta radical supresión del casting, el efecto aleph borgesiano de Facebook; infinita es su extensión e infinita es su heterocliticidad. Se sabe: en Facebook coexisten artículos de corte científico o político, por ejemplo sobre los estragos para Uruguay del tratado firmado con UPM, o sobre el coronavirus y la imposición del miedo disciplinador y censurador (artículos que plantean perspectivas ausentes en la prensa profesional), junto a videos de cirujanos que buscan clientela femenina desplegando una cháchara técnica a la cabecera de camillas con glúteos y senos tan marmóreos como prominentes, luego de liposucciones y trasvases de grasas de un punto a otro de las anatomías. Igualmente, este aleph aterrajado, este cambalache, alberga también reproducciones de obras maravillosas del acervo mundial, así como también expone las obras efímeras que artistas tan extraordinarios como anónimos entregan a los ojos y oídos del mundo, para su regocijo fugaz. Plataforma publicitaria gratuita de creencias y de actividades laborales, artísticas y políticas y, de manera no desdeñable, lugar de encuentro y de vida social que a menudo ofrece una especie de ersatz de existencia.

En otras palabras, la ilusión de estar tecleando para el universo recóndito que cubre de invisibilidad al mismo tiempo que presta sus ojos y oídos, coexiste con un efecto de cercanía tal vez agobiante. 

Así como vimos, suele temerse y denunciarse la exposición pública de lo individual o privado, cuyo control se pierde al pasar a integrar los vastísimos bancos de datos. Sin embargo, esto coexiste con un movimiento ya no de apropiación de lo privado numeroso por lo privado oligarcoso (los escasos dueños de los algoritmos entrando en posesión de los billones de billones de datos privados), sino de apropiación de lo conocido por lo conocido no previsto. Creo que es este segundo movimiento, mucho más que el primero, el que produce rechazos vehementes en quienes no son usuarios de Facebook y también en muchos de quienes lo son. De ahí que, entre otras cosas, proliferen seudónimos que procuran proteger el “buen nombre” del usuario. Obviamente, el seudónimo no enmascara ante los desconocidos, que por definición nos ignoran, sino ante los conocidos; también, obviamente, el seudónimo, cuando está bien acerrojado, permite hacer y decir lo que no se haría ni se diría con el nombre propio, sea esto una obra de arte notable, algo anodino o alguna forma de bajeza.

Aunque sea obvio, lo recuerdo: en Facebook, y contrariamente a lo que sucede en cualquier actividad conspirativa, el seudónimo no siempre protege del “poder” (los dueños del algoritmo, Mark Zuckerberg, el big brother, la cia, la kgb o quién sea) sino que muy a menudo protege del prójimo, del conocido. Esto da la pauta del funcionamiento real de la red, más cercano al conventillo que a la apertura sideral, aunque ese conventillo funcione, en cierto modo y gracias al temible “compartir”, de manera análoga a la escritura y su derrotero imprevisible entre los lectores. Pondré un ejemplo.  

En principio, nadie hace todo a la vista de cualquiera. En principio nos sustraemos a la mirada de desconocidos para orinar, defecar, coger, dormir y un etcétera que puede incluir actividades como cantar o bailar, si uno se sabe patadura, por ejemplo. El raro espejismo que provee Facebook -uno solo ante la humanidad conectada- lleva a que personas sin talento alguno para, por ejemplo, la danza o el canto, se filmen o sean filmadas y luego su penosa prestación se suba a las redes. Esas breves filmaciones, una vez en las redes, se comportan como una escritura, es decir, echan a rodar sin destinatarios prefijados, mediante el “compartir”. Curiosamente, una de estas filmaciones, por un derrotero que me resulta imposible reconstruir, llegó hasta mis ojos, y pude reconocer a una persona que suelo ver en la feria de mi barrio, en la verdulería. Al vecino que suelo ver eligiendo naranjas y cebollas, lo encuentro en Facebook no solo cantando como una cacerola, sino siendo objeto de burla de una buena cantidad de personas, seguramente necesitadas de reírse de un bobo para experimentar su propia genialidad. Se aducirá que este hombre se expuso voluntariamente al escarnio al filmarse y luego subir su videíto a la red, y que la risa es inofensiva y que quien no ríe, pierde. Este razonamiento, típicamente neoliberal, so pretexto de llamar a la responsabilidad individual, deja a las personas solas con sus miserias, para que se manejen. En cuanto a la risa, el problema no es tanto el hipotético efecto que produce en el objeto risible, sino el efectivo efecto que produce en los reidores que, en grupo y a veces con seudónimo, se complacen en imaginarse a sí mismos exentos de esa miseria risible que ubican en el otro. La risa patotera, tan frecuente en Facebook, es fatal; en lugar de reír de algo nuestro que vemos en el espejo que es el otro, reímos por la satisfacción que produce creerse superiores, reímos de pura autocomplacencia, reímos para que la superioridad se produzca, en ese juego de espejos cruzados que Facebook instaura.     

Entonces, la mega red de billones de usuarios, en nuestra experiencia, agobia con la cercanía que transporta, y a la que tememos y de la que algunos huyen, y de la que nos protegemos con seudónimos cuidadosamente resguardados, en ese escaparate impiadoso. 


Notas

1  Hela aquí : https://brecha.com.uy/totalitario-como-un-liberal-centrista-o-de-izquierda/

2  https://fr.wikipedia.org/wiki/Avaaz.org, en particular “La influencia de los fundadores de Avaaz en las campañas es también criticado por su gran cercanía con el gobierno estadounidense y el Partido Demócrata: sus fundadores son Ricken Pattel, el diplomático británico y consejero del Departamento de Estado estadounidense, Tom Pravda y Tom Perriello. Este último es un político católico estadounidense miembro del Partido Demócrata, defensor de la guerra contra el terrorismo, del intervencionismo militar en Afganistán, de la presencia estadounidense en Irak y en Pakistán, o también del permiso de porte de armas en EEUU, lo que le vale el apoyo de la National Rifle Association.(Tomado de la wiki en francés). Sobre Avaaz.org, ver también www.counterpunch.org/2013/09/13/welcome-to-the-brave-new-world.  

3 Citas provenientes de correos electrónicos enviados por Avaaz.org recibidos por mí.