Mezcla… somos mezcla. Venimos de la mezcla y volveremos finalmente a mezclarnos con el universo infinito. Sangre, sudor, aliento… flujo y mezcla continua de materia y espíritu. Sin mezcla no hay arte, no hay cultura, no hay vida. Celebro la mezcla y la bailo con todo mi ser, con todo mi amor, hoy más que nunca.
ENSAYO
Por Anacarla Fernández Graña
El tango nació a escondidas. A escondidas de una sociedad encorsetada, avergonzada de sus deseos más intrínsecos, reprimida y represora. Fue refugio en la soledad del gringo que atravesó el ancho piélago casi desnudo, del gaucho, desterrado del campo ahora alambrado, y del negro marcado con el estigma de la esclavitud y la lascivia. Aquella escoria de la sociedad engendró en los arrabales, promediando el siglo XIX, esta criatura bastarda, mestiza, que así y todo se abrió paso a codazos en los mejores salones del Río de la Plata, para algunas décadas más tarde consagrarse ya en el mundo entero.
Pero ¿cuál ha sido la clave de su popularidad? ¿Cómo es posible que viniendo de cuna tan humilde fuese recibido y venerado en tierras tan lejanas y extrañas como Turquía, Mozambique, India, Japón, o en la Siberia? Más allá del aporte de los notables músicos, cantores, letristas, bailarines que le entregaron sin miramientos su talento y su labor para que fecundara, hay en el tango una fuerza esencial que lo conecta con las pulsiones más profundas del ser humano. Y esa idoneidad para canalizar pasiones, tragedias, penas, iras y risas -idoneidad que le viene de su mismo origen- es precisamente su mayor atributo.
El tango ofrece a los desposeídos de entonces un ámbito de pertenencia y contención, la milonga, un espacio que no los ignora, en el que se sienten protagonistas. Es la respuesta cultural a la necesidad de manifestación afectiva y de contacto corporal y social, que no se puede detener. Si bien en su desarrollo el tango debió pactar con las clases media y alta para florecer y expandirse por toda la sociedad, adaptando sus letras, refinando sus modales, nunca perdió esa capacidad de expresar lo latente, de romper límites, distancias, físicas y sociales, y de encontrarnos. Fue el crisol donde se fundirían las múltiples culturas de las que nace la nuestra y al día de hoy nos encuentra a hombres y mujeres de las más diversas clases sociales, formación, profesión, ideología, edad, lenguas, regiones de la tierra. Nos encuentra a partir de lo que tenemos de iguales, lo que configura el alma humana.
Cuesta entender, a quien está por fuera del ambiente, lo que el tango genera. Partamos de la base de que el baile de tango se desarrolla paralelamente con su música, con el abrazo como característica sustancial. El abrazo es el punto clave, conecta a la pareja con una sutileza y una precisión inigualables. En él acomodamos el cuerpo al otro, a la pista y, al mismo tiempo, a la realidad que nos toca vivir. Allí se refleja el mundo interior de cada individuo. El tango nos alude, nos representa, nos permite elaborar nuestros antagonismos, nuestros problemas, nuestra visión del hombre y del mundo. Lo que por momentos puede hacerse tan duro, tan difícil, tan grande, encuentra en el tango a veces respuesta, a veces, al menos contención. Así, hay quienes hacen de él un motivo de vida, quienes se aferran a él como otros a la familia, al trabajo o a una religión. Eso quizá nos permita comprender por qué en las circunstancias actuales nuestra comunidad tanguera perdió a uno de sus integrantes, que en plena juventud sucumbió a la depresión, o por qué una mujer que ronda los setenta pasa horas a la intemperie y al frío, varios días a la semana, con un parlante entonando tangos pa’ que bailen los muchachos… o por qué se multiplican las milongas clandestinas.
Si bien el abrazo es de a dos, el tango es inseparable de su dimensión social, es una
construcción conjunta. “La multitud se pone íntima y va bailando en éxtasis al igual que los dos”, explica Horacio Ferrer. Es interesante observar que, aunque los profesionales ensayen y bailen durante horas, en general no pierden el placer de participar del baile social, sea con sus parejas habituales, con amigos o con desconocidos.
Más que una expresión estética o artística, el tango es una manera de vivir; para muchos, algo sagrado. Tal es la fuerza, la energía vital que brota en un buen encuentro, que incluso es recetado en forma recurrente por profesionales de la salud y sus vinculaciones con la medicina han sido fruto de múltiples pesquisas internacionales. Pero este mismo poder que nos hace perderle el miedo a la muerte, lo vuelve peligroso para una sociedad que ha establecido un férreo culto a la muerte. En torno a ese miedo se levanta una moral conservadora que se enaltece de su racionalidad y su apego al discurso científico oficial, una moral que enarbola la bandera de la empatía y al mismo tiempo ve al otro como enemigo, promueve la desconfianza y la delación. En una sociedad, esta como aquella, que teme al encuentro, al abrazo, al deseo, al amor… en una sociedad así de pobre, así de fría, el tango tiene los días contados.
Tango, viejo tango compadre, ¿acaso “la civilización te clava su puñal”, como escribió Víctor Soliño al contemplar la piqueta fatal del progreso sobre su barrio Sur? ¿Acaso quienes promueven y quienes aceptan esta nueva forma de vida han considerado hasta dónde y hasta cuándo estamos dispuestos a cortar los lazos sociales y culturales que nos unen? Nos dijeron un mes, luego dos, luego tres…
Hay quienes se movilizan por el derecho al trabajo. Eso está bien, pero, ¿y la defensa de la herencia cultural que hemos recibido, que asumimos con orgullo y a la que hemos dedicado buena parte de nuestra vida? ¿La defensa de lo que somos, o acaso de lo que hemos sido? ¿Asumiremos esta vida profiláctica, carente de encanto, de seducción, como normal?
En el tango de estos tiempos revueltos confluyen personas con todo tipo de verdades: los hay vacunados y sin vacunar; que dudan de todo, de parte, o que creen mayormente a los medios y la palabra oficial; los que besan y los que han dejado de besar; los que cuidan aforos y quienes se alegran cuando somos más… hasta aparece alguno de tapabocas aquí y allá; pero lo que prima en general es el respeto a la verdad del otro y la búsqueda por alguna vía de esa experiencia social y sensorial imposible de sustituir por la virtualidad. Sentir el latir del otro en el propio pecho, el calor de su mano, su piel, su respiración, es precisamente apostar por la vida, defender nuestra cultura y nuestra identidad. He allí uno de los sentidos de la palabra tango, el que evocaba Ernesto Sábato, sin más: tango, del latín tangere: “tocar, palpar, manejar, manosear […] Causar impresión, mover, excitar”.
El tango nace y se desarrolla al margen de lo socialmente instituido, fue rebelde y libre en su nacimiento y ese parece ser su sino. Hoy, replegado en la clandestinidad ante las medidas que arrasan con nuestra cultura y nuestra vida, lucha por su supervivencia, en Montevideo y en el interior del país. Ha vuelto a quedar proscrito, como más de una vez en los vaivenes de la historia, pero no se va a morir de susto ahora porque lo condenen, porque lo persigan. Tiene la piel curtida. Bien sabe el tango de clandestinidad.
Notas
1 Tango Bailando en Buenos Aires, 1988. Letra de Horacio Ferrer y música de Raúl Garello.
2 Tango Adiós mi barrio, 1930. Letra de Víctor Soliño y música de Ramón Collazo.