ENSAYO
Por Andrea Grillo
Caricaturesca realidad 1: Nacer mujer en las redes sociales
“Día uno de ser una chica y ya he llorado tres veces. Escribí un correo electrónico mordaz que no envié, pedí vestidos en línea que no podía pagar y luego, cuando alguien me preguntó cómo estaba, dije: “Estoy bien”, cuando no estaba bien. Entonces… ¿cómo lo estoy haciendo, señoras? ¿Bien? ¡Poder femenino!”
Cualquier persona medianamente lúcida no puede menos que advertir que la femineidad – intencionalmente o como un pésimo chiste – acaba de ser reducida al estereotipo más denigrante: emocionalmente inestable, resentida, cobarde, consumidora patológica, frívola, falsa y cínica. Todo esto, claro está, después de aceptar la premisa que alguien puede decidir, así como así, de un momento para otro, convertirse en una chica, lo que aumenta el agravio: ser mujer es lo más banal del mundo, basta con decretarlo.
Pero Dylan Mulvaney puede hacer tranquilamente todas las parodias que se le ocurran acerca de lo que representa ser una mujer. Porque este estadounidense de veinticinco años tiene el privilegio de ser una persona queer (cuya identidad de género trasciende el binarismo femenino/masculino), que el 11 de marzo de 2022 decidió que se convertiría en una mujer transgénero. Para no despreciar su pasado queer, decidió mantener su pronombre “they” (¿elles?) luego del indispensable “she” y a partir de esa valiente revelación pasó a documentar su “transición” día tras día. En una serie que a la fecha tiene 900 millones de vistas de sus varios millones de seguidores en todas sus redes, de las cuales la más prolífica es TikTok – la preferida por los usuarios más jóvenes – muestra las vicisitudes por las que atraviesa una novel jovencita: cómo tapar la barba con maquillaje, comprar Barbies para la niña que no pudo ser, usar un collar de Tiffany (también como regalo para la niña que no pudo ser), llevar tampones a todos lados por si alguien se los pide en un baño público, hacer pijamadas y listar preguntas para la psicóloga tales como por qué todavía no tiene novio, entre otras muchas más cosas claramente representativas del “universo femenino”. Cambiando de look permanentemente, aunque se le reconoce una cierta tendencia a la estética sesentosa, se catapultó en eventos, le hicieron entrevistas en Forbes Women, en Elle, en Good Morning America, le llovieron sponsors y abrió su cuenta de Patreon para recibir donaciones para sus procedimientos cosméticos. Y después de doscientos días de “ser una chica” (casi siete meses, ya era hora), llegó a la Casa Blanca a entrevistar a Joe Biden. God bless America!
Caricaturesca ralidad 2: Un presidente gagá y una tiktokera
“NowThis” News es una organización de noticias progresista centrada en las redes sociales, fundada en 2012. La empresa publica videos de noticias breves (en la mayoría de los casos, de 15 segundos de duración) y contenido hiperpartidista.” (Wikipedia)
NowThis News tiene además un Foro Presidencial, en el cual Joe Biden responde a jóvenes líderes “enfocados en encontrar soluciones a algunos de los problemas más críticos que enfrenta su generación: la legislación del uso de armas, el acceso al aborto, los derechos trans, la inestabilidad económica, la crisis climática y la reforma de la justicia criminal.”
En este marco “periodístico”, se produce la entrevista de la que transcribimos parte y comentamos a continuación y que puede verse completa aquí.
Dylan: Señor Presidente, este es mi día 221 de transición pública.
Biden: Que Dios te bendiga.
Dylan: Gracias. Soy extremadamente privilegiada de vivir en un Estado que me permite acceder a los recursos que necesito, y esa decisión es entre mis doctores y yo. Pero muchos Estados tienen legisladores que sienten que pueden involucrarse en este proceso tan personal. ¿Cree que los Estados deberían tener derecho a prohibir la atención médica reafirmante de género?
Biden: No creo que ningún estado ni nadie deba tener derecho a hacer eso, como una cuestión moral y como una cuestión legal. Creo que está mal. Creo que estaba diciendo antes de que empezáramos que mi hijo, mi hijo fallecido, solía ser fiscal general del estado de Delaware. Aprobó la legislación más amplia que él, como fiscal general, pudo convencer a la legislatura, al gobernador, de que firmara, y que se ocupaba de toda la capacidad de afirmación de género. A veces intentan bloquearte el acceso a ciertos medicamentos, el acceso a ciertos procedimientos, etc. Nada de eso debería estar disponible. Quiero decir, ningún Estado debería poder hacer eso, en mi opinión.
En setiembre, los republicanos de la Cámara de Representantes de Tennessee enviaron una carta al hospital de Vanderbilt instándolo a detener de inmediato las cirugías de transición de género en menores. El hospital, si bien alegó no hacer cirugías mayores, el 7 de octubre accedió expresamente a detener todos los procedimientos “reafirmantes de género” en menores de 18 años. El 17, se inició en Arkansas un juicio federal sobre prohibición de servicios médicos hacia jóvenes transgénero. De confirmarse, la norma prohibiría a los médicos dar atención hormonal, bloqueadores de la pubertad o realizar cirugías a cualquier persona menor de 18 años. Pero además, generaría un antecedente para juicios similares en otros Estados, que están cuestionando la legitimidad de ese tipo de procediemientos en menores. También en Florida se acaba de prohibir el tratamiento hormonal o quirúrgico a menores de 18 años. La medida fue tomada el 29 de octubre por la Junta de Medicina de Florida. Queda claro que lo que está en discusión son los procedimientos médicos, a menudo irreversibles y con frecuencia generadores de serios efectos adversos en MENORES DE EDAD, algo que la estrella de TikTok evita mencionar inteligentemente y que Biden tampoco aborda, más ocupado en contar una anécdota de su hijo fallecido y corregir un acto fallido importante.
Los que mueven las imágenes saben muy bien que es el público más joven quien se ve más influenciado por personajes como Dylan. La problemática no se centra en las mujeres trans negras que según Dylan están muriendo a un ritmo alarmante, porque en tal caso hubieran entrevistado a
una representante de dicho grupo, sino que el mensaje va para los adolescentes a quienes la restricción de ser intervenidos quirúrgicamente antes de los dieciocho años se les presenta como una negación de sus derechos y no como una protección hasta que dispongan de todas las herramientas necesarias para tomar decisiones de por vida o al menos llegar a la edad en la que se consideran ciudadanos legalmente responsables. Una caricatura de mujer que ha explotado a la perfección su histrionismo confabula con el poder político para transmitir un mensaje que ya se normalizó a tal punto que contradecirlo equivale a ser un monstruo: los niños necesitan cambiar sus pronombres, los preadolescentes recibir bloqueadores hormonales y los adolescentes, tratamientos irreversibles como castraciones químicas y cirugías de reasignación de género.
Si hay una imagen representativa de la decadencia es esta dupla cantinflesca y morbosa: una mujer trans misógina y ridícula y un pobre tipo con un par de neuronas que cuando hacen sinapsis se explaya en historias de su hijo muerto, almibarados con la dosis necesaria de buenismo que se expresa en gestos de preocupación, compasión, sensibilización – tantos como sean necesarios como para que nadie sospeche que en realidad, lo que está en juego es el poder político desesperado por mantenerse en su lugar, los intereses económicos de quienes pueden lucrar con pacientes de por vida desde sus primeros años y la satisfacción sociópata de un personaje nada inocente, que está cumpliendo una agenda. De su entrevista en Forbes:
“También hay un nivel de confianza que debe provenir de una generación anterior para decir que los respetamos lo suficiente como para dejarlos tomar las riendas de esto.”
Cuidado. Una cosa es respetar lo que cada quien quiera hacer de su vida, siendo un ser humano adulto, responsable de sus actos y por su cuenta y riesgo. Otra muy distinta es dejar a un colectivo, cualquiera sea, “tomar las riendas”. Algo que Madison Werner, otra activista trans, apoya explícitamente en una publicación de Instagram junto a Dylan Mulvaney:
“Las mujeres trans pueden enseñarte más sobre la feminidad que las mujeres cis cualquier día de la semana. Eso no es un desafío, es una invitación.”
Caricaturesca realidad 3: Comprar enlatado ideológico sin conocer al fabricante
“Tú… vas a tu armario y seleccionas… no sé, ese tosco suéter azul, por ejemplo, porque estás tratando de decirle al mundo que te tomas demasiado en serio como para preocuparte por lo que te pones… pero lo que no sabes es que ese suéter no es solo azul, no es turquesa, no es lapislázuli: en realidad es cerúleo. Tampoco eres consciente del hecho de que, en 2002, Oscar de la Renta hizo una colección de vestidos cerúleos, y luego creo que fue Yves Saint Laurent, ¿no?… quien mostró chaquetas militares cerúleas. Y luego el cerúleo apareció rápidamente en las colecciones de ocho diseñadores diferentes. Después se filtró a través de los grandes almacenes, y luego se escurrió hasta algún trágico rincón de donde, sin duda, lo sacaste de algún contenedor de liquidación. Sin embargo, ese azul representa millones de dólares de innumerables trabajos, y es algo cómico que pienses que has tomado una decisión que te exime de la industria de la moda, cuando en realidad, estás usando un suéter que fue seleccionado para ti, por la gente de este lugar.”
Este monólogo de Meryl Streep en la taquillera The Devil Wears Prada (“El diablo viste a la moda”, en español) admite, como todo, diversas interpretaciones. La más interesante de ellas, al menos para quien suscribe, es la forma en la que los guionistas interpelan nuestra certeza de que nuestras decisiones son puramente “nuestras”. Fue inevitable recordarlo al momento de escribir este artículo y pensar en un ejercicio que consiste en cambiar las palabras de un fragmento intentando mantener su mensaje. La elección de la letra Q del alfabeto LGBTQIAPN+ (lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, queer, intersexuales, asexuales, arrománticos, agénero, pansexuales, polisexuales, plurisexuales, personas no binarias y más) es puramente arbitraria, pero podría leerse algo así:
“Tú… vas a tu colección de opciones identitarias y seleccionas… no sé, tu identidad queer, por ejemplo, y la especificas en tus redes sociales, porque estás tratando de decirle al mundo que te tomas demasiado en serio como para dejar bien en claro de qué manera debe dirigirse a ti… pero lo que no sabes es que esa palabra que te “define” ya existía antes de 1920 y se usaba para referirse despectivamente a los homosexuales, ¿no?… y que luego de un siglo en el que decenas de autores intervinieron para formar una teoría que pretende trascender el binarismo, se desestimó el hecho de que la propia creadora del término “teoría queer”, Teresa de Lauretis, “lo abandonó por juzgar que la palabra ‘queer’ había sido adueñada por prácticas teóricas e incluso mercadológicas que la vaciaron de su contenido político”… y se convirtió en un paraguas bajo el cual, digamos, una maestra que no es maestra puede presentarse en la Facultad de Ciencias Sociales de la UDELAR y desnudarse de la cintura para arriba mientras la escupen en una performance sin temor a sufrir ninguna consecuencia negativa porque las sanciones sociales y legales no le aplican. Y no deja de ser tristemente irónico el hecho de que creas que estás eligiendo libremente algo que te exime del mundo binarista cuando en realidad fue específicamente diseñado, implementado y promovido para ti por políticos y empresarios en su mayoría blancos y heterosexuales, que se ponen de acuerdo para agenciarse millones de dólares con tu orgullo identitario que no es otra cosa que una nueva moda.”
En este cambalache se entrevera y se pierde de vista la lucha contra la discriminación de las minorías sexuales y la atención a la salud física y mental de niños, niñas y adolescentes realmente vulnerados. La confusión identitaria se presenta como algo deseable, necesario y por lo que hay que luchar. Y la mujer queda enredada en el trapicheo banal de las redes sociales que ofrecen todo tipo de narrativas denigrantes y que vuelven a imponerle cuanto estereotipo ridículo intentó sacarse de encima durante décadas.