ENSAYO

El sábado 12 de noviembre fui invitado por su organizador -al quien estoy infinitamente agradecido- Sergio Grossztein, a un evento denominado Liberarte, el cual proponía una serie de exposiciones de diferentes personas sobre temáticas relacionadas a las llamadas “ideas de la Libertad”, junto a propuestas musicales, editoriales, artísticas, etc. Los participantes realizaron valiosas e interesantes exposiciones de diversos temas, entre los que se encontraban Fernando Doti, Federico Leicht, Karina Mariani, Carlos Maslatón, entre otros.

Allí, se me propuso compartir algunas reflexiones. Mi idea fue centrarme en algunos tópicos que he venido trabajando en la revista Extramuros, especialmente referidos a dos cuestiones: la cuestión “culturalista” en el campo de la lucha por el poder, y lo que considero los verdaderos enemigos de las ideas de la Libertad en el siglo XXI. En este breve artículo voy a exponer las líneas más relevantes de lo que allí compartí. 

Por Diego Andrés Díaz

La cuestión cultural 

Uno de los elementos que he intentado señalar hace tiempo, es el error conceptual que a mi entender encierra el discurso sobre la importancia de la cuestión cultural, entendida como “lucha”, y el protagonismo -en tono alarmista, victimista y confabulador- dentro de los sectores no progresistas de las ideas de Antonio Gramsci como las responsables de los cambios culturales, y, por añadidura, de los resultados electorales en la política occidental y nacional. Sobre esto desearía señalar tres apuntes: 

– Señalar obsesivamente el fenómeno “gramsciano” en tono de complot maquiavélico de las izquierdas occidentales termina escondiendo una realidad histórica (la cultura construye espíritu de época y la cultura es clave para explicar los fenómenos sociales, incluidos los políticos), es relativamente falso a nivel teórico que el fenómeno sea “neomarxista” en forma absoluta, o “gramsciano”, ya que por un lado la advertencia sobre la importancia de la cultura dominante  en las relaciones de poder es anterior a estas corrientes, y además el fenómeno “denunciado” tiene aportes de diferentes corrientes ideológicas -el pietismo, una de las mas notorias- por lo que hablar de “marxismo cultural” es por lo menos, bastante inexacto, y huele a llanto.

-Se llega tarde a una interpretación de los fenómenos culturales en la política moderna. Ya en la década de 1970 las derechas francesas advertían de la crucial importancia de la cultura en la lucha política, y localmente hace por lo menos quince años que esto está instalado en el debate, por lo menos a nivel periférico, underground. Fue a mediados de la primera década del siglo XXI que personalmente me interese por estos temas, llegando a publicar un libro al respecto de la hegemonía cultural. Este desembarco tardío de estas temáticas encarna el peligro antes señalado del victimismo, donde parece que en una comarca tranquila y placentera se gesto una especie de complot malvado desde las izquierdas. La acción dentro de la cultura por parte de la izquierda política nacional tiene mucho mas que ver con construcciones autóctonas e influencias de la estrategia soviética post Segunda Guerra Mundial, que por una internalización intelectual de Gramsci.

– Se insiste -abonando al fenómeno como una excusa- en interpretar a este fenómeno del “culturalismo” como un medio para conquistar voluntades, y, consecuentemente, el poder político. Como a casi todo lo que me estoy refiriendo, esto ya lo advertí en artículos anteriores de la revista: este fenómeno no es una especie de “dimensión cultural” de la lucha política, un desembarco más o menos expandido y extendido de la visión ideologizada y militante, en clave revolucionaria, de las actividades culturales, entendidas sobre todo como algo difuso y no explicito, encarado “por lo alto”, por lo que se considera la “alta cultura” como expresión artística, científica o filosófica. Es un fenómeno vivencial, absolutamente vivencial, que se teje mayormente en las manifestaciones cotidianas de la vida en comunidad. Voy a detenerme en este punto, utilizando un ejemplo del debate actual: la importancia al marco institucional jurídico con respecto a la reforma educativa y las “ideas dominantes” en los ámbitos de la educación pública.

Voy a explicar mi punto: aunque se intensifique el debate nacional con respecto a la puja ideológica dentro del sistema educativo nacional, las fuerzas opositoras a la hegemonía cultural del progresismo parecen estar ancladas en la idea de que el proceso de hegemonía de las izquierdas es resultado de la aplicación de acciones culturales “por lo alto”, es decir, a través de programas educativos sesgados e ideologizados con los valores de las izquierdas. Así, alimentado por esa obsesión de que la hegemonía de las izquierdas en la educación es resultado de un plan, se plantean -con la tibieza y culposidad que los caracteriza- a cambiar y matizar los programas, planes y materiales que se utilizan en la educación. 

Así, creen que la transformación de los procesos en lo que respecta a discursos hegemónicos -que atacarían la laicidad- en la educación se combate con cambios en la institucionalidad y en los contenidos. Esta acción, vista desde el punto de vista de la cuestión cultural aquí analizada, supone a mi entender una mala interpretación de la naturaleza del fenómeno culturalista. No es el proceso “académico” -entendido como la construcción de programas de estudio, selección de ciertos autores, enfoques o temáticas, hegemonía de ciertas interpretaciones, genealogías, nomenclaturas y hermenéuticas- la llave del proceso de construcción de hegemonía ideológica en el sistema educativo, sino que representa un ingrediente más -y no necesariamente el más relevante o prestigioso- donde comparte protagonismo con dos componentes más: el ya citado factor vivencial y el factor ambiental del proceso social educativo. 

El elemento académico en su estado más “puro” no tiene un impacto necesariamente importante en la población objetivo -quizás en bachillerato y en nivel terciario comienza a cobrar importancia- ya que su efectividad como “constructor de hegemonía” radica más bien en el prestigio y sentimiento de pertenecía – “casta”- que despierta en los agentes culturales, es decir en el cuerpo docente y no en el alumnado. 

La clave radica en los aspectos vivenciales y ambientales, es decir, en el proceso de socialización, los roles de liderazgo, las vivencias en la dinámica docente-alumno, en la construcción de un ambiente consensual de valores y referencias éticas, donde el proceso de construcción de hegemonía obtiene mejores resultados. Sin despreciar el impacto de los elementos académicos -es decir, “lo que se enseña”- es en la existencia de un ambiente específico basado en un consenso no explícito de “valores en común” -valores evidentemente progresistas- donde se crean los procesos más sólidos y potentes de hegemonía cultural en el espacio educativo. 

Para explicarlo con mayor claridad, no es en la elección de un tema o en el sesgo interpretativo de un tema académico donde radica la efectividad más poderosa del proceso de hegemonía -que además no es “adoctrinamiento”- sino más bien en la creación de un “sentido común” colectivo consensual, donde se insiste en una interpretación de los valores e ideas de la convivencia social en clave colectivista e igualitaria, observable con nitidez en la unanimidad de espíritu que se percibe en las aulas de todo el sistema educativo nacional en las pequeñas interpretaciones cotidianas de actitudes o procesos sociales. La lista de ejemplos prácticos donde ese ambiente consensual de ideas como grupo social se manifiestan en el espacio educativo sería interminable, y esta de mas afirmar que esta lógica ambiental y vivencial se replica en el trabajo, los ambientes de ocio, las reuniones familiares, etc.

Este error de enfoque parte de entender la acción cultural es un mero medio para alcanzar un cambio político que suponga posteriormente nuevas estructuras económicas, de clase, de cultura, y en última instancia, para algunos, un cambio socialista. La acción cultural es un fin en sí mismo. Pensar que es un medio para de allí cambie las estructuras de propiedad y económicas de la sociedad -es decir, que la acción cultural tiene un rol auxiliar y no central- representa en mi opinión un error recurrente entre sus adversarios, e incluso todo un debate a la interna de las izquierdas ya que las expresiones más “ortodoxas” no entienden bien cuando dejarán de “jugar” con la cultura, y se pondrán a cuestionar las relaciones de clase.

En última instancia, en la cuestión cultural es crucial porque la naturaleza hegemónica de la cultura de izquierdas se relaciona también con un factor de identidad cultural propia: los hechos de la historia les arruinó sus teorías. 

Por eso vemos el abandono de un proyecto material por la construcción de un modelo basado en una “sensibilidad”: la defensa de esa sensibilidad “de izquierdas” es clave para sostener su proyecto futurista y la idea mesiánica de su misión en la sociedad: ya no construirá sociedades prósperas e igualitarias, pero te pondrá en el lado de los buenos y justos. Sobre este tema, Karina Mariani realizó un muy significativo aporte, y explica la necesidad de catalogar de todo lo que no pasa por el cernidor de esa “sensibilidad”, de “ultraderecha”: en hacerlo, en exorcizar los adversarios y plantear que son el mismo demonio, le va la vida de su identidad cultural, último refugio de su propuesta política práctica.

Estatolatría, Centralismo político y “estado ampliado”

La segunda parte de mi exposición la dediqué a referirme a los tres elementos centrales que observaba como verdaderos enemigos de la libertad en el presente, y a futuro. Con respecto a todos ellos, me he referido hasta el hartazgo en anteriores artículos de esta revista [1]. 

Pero me interesa referirme a un elemento que se entrecruza con los tres factores que considero claves en el avance sobre las libertades de los individuos. Y es que los tres mecanismos liberticidas son instrumento no de una vanguardia revolucionaria o de una oligarquía complotista, sino que lo son mayormente de un verdadero ejercito de burócratas, de funcionarios, de un entramado colosal de corporaciones y agencias estatales, paraestatales, oenegés, o de actividades hiper-intervenidas que van construyendo lo que se suele llamar “estado ampliado” o “deep state”, que últimamente acrecentó su discurso de ser un modelo global. 

Para el mundillo local, esta realidad del “estado profundo” nacional suele manejar cajas pequeñas -comparadas con la de las grandes potencias-, y sus ambiciones son más bien moderadas y terrenales, a tono con la idiosincrasia nacional basada en una supuesta humildad. Pero en la práctica diaria, el entramado interminable de agencias y organizaciones gubernamentales, paragubernamentales, corporaciones e intereses sectoriales es tal que hacen a nuestro país una especie de ejemplo de bolsillo de un sistema de equilibrios no cooperativos, del cual la mayor parte de la población está involucrada, aunque en la mayoría de los casos de forma involuntaria. 

En la obra La república corporativa¸ el autor argentino Jorge Bustamante describe con gran asertividad lo que es la estructura de prebendas y privilegios del Estado argentino. Lo interesante de la descripción -que podría utilizarse como herramienta de análisis también para nuestro país- es que el sistema de privilegios no está asentado sobre mecanismos de corrupción, exista esta o no. Lo clave es que este sistema esta sólidamente estructurado en un orden legal. 

Esta estructura se condolida a través de normas legales de diferente naturaleza y jurisdicción, que conforman nichos de legalidad que sostienen diferentes niveles de protección, intervención, prebendas y privilegios para todo un ecosistema de organizaciones, agentes, activistas y empresas. Lo dramático del problema es que la yuxtaposición de estos ejércitos de funcionarios empieza a representar una crasitud en la epidermis de las sociedades imposible de atacar, a la vez que la dimensión nacional y global de la misma interactúan cada vez de forma más coordinada, haciendo del centralismo político una verdadera “religión oficial”. La capacidad de articular una defensa férrea de sus intereses con los relatos dominantes en los medios de comunicación les permite que cualquier acción social o cultural que intente enfrentarlos no logra desarticular jamás este entramado, que se auto regenera.

El mensaje que en ultima instancia intente exponer en el encuentro sobre este asunto radicó en señalar lo que representan en mi entender los elementos centrales a nivel nacional -e incluso civilizatorio- que caracterizan a las ideas enemigas de la libertad: la sacralización del estado y del poder centralizado son las coartadas de esta oligarquía de burócratas que conforman esta nueva capa de poder político global. 

Nota

[1] Por citar algunos: 

https://extramurosrevista.com/agendas-globales-como-propuestas-de-centralismo-politico/
https://extramurosrevista.com/soberbia-y-centralismo-politico-siete-plagas-y-siete-pecados/
https://extramurosrevista.com/el-centralismo-politico-el-principio-de-secesion/
https://extramurosrevista.com/la-estatolatria/
https://extramurosrevista.com/el-rol-de-la-prensa-globalizada-en-la-agenda-del-centralismo-politico/
https://extramurosrevista.com/elites-globales-big-tech-y-estado-ampliado-en-el-debate-sobre-la-censura/
https://extramurosrevista.com/el-wokismo-como-religion-ecumenica-del-centralismo-politico/
https://extramurosrevista.com/el-centralismo-politico-ii%e2%80%a8/
https://extramurosrevista.com/el-centralismo-politico-i/
https://extramurosrevista.com/poliarquia-y-libertad-frente-al-peligro-del-centralismo-politico/