POIESIS / 43
Por Aldo Mazzucchelli
La búsqueda de palabra siempre arriesga dar en palabrerío. La originalidad precisa verse limitada para que la poesía se sienta necesaria. El recurso de Sebastián Rivero en sus series de poemas “de campo” es volver a la limitación de lo que podría pensarse como natural criollo pero que desde luego no lo es, como no es nunca natural la poesía.
Un puñado de poetas uruguayos han -hemos- transitado antes este camino. Dejando de lado antecedentes más originarios como algo en las eglogánimas de Herrera, aparece Juan Cunha, recientemente Roberto Echavarren en algunos libros, Sylvia Guerra, y quien firma, además de -desde otro ángulo que termina sonando distinto y alejándose de cualquier contacto neobarroco- Washington Benavídes y Elder Silva, por lo menos. La exploración del primer grupo citado intenta una síntesis, llegada y salida de un lenguaje aun ‘original’, desde la raíz de la territorialización animal, vegetal y mineral. El lenguaje se convierte en buscador de posibilidades de conexión entre lo propio de una territorialidad determinada -la de esta región- y un lenguaje que ensaya conexiones impensadas para hacerlas posibles. En el caso del segundo camino, evitando toda estetización del campo, se ha buscado que el vocabulario y la experiencia de vida rural pase a ganar significación en la cultura poética -cuya impronta debido al libro y la institucionalización de la cultura escrita en el último siglo, es sobre todo ciudadana.
Sebastián Rivero inscribe su propio sonido en una lectura que se ve cuidadosa de algunas de las aludidas voces, y aporta su arco propio, una recorrida que mimetiza el lindo lenguaje de su cultura historiadora y su ojo mirador a una campaña más civilizada que la del Este o el Norte del país (que ha sido el lugar de arraigo de varios de los poetas que le antecedieron), y al oído fino suena a litoral o mediocamino el campo que se hace vislumbrado, y por momentos presente.
El lenguaje puede hacer muy poco por un lado, y en otro sentido mucho, con cualquier traducción literal del impacto de los lugares. El lugar es por definición lo irreductible a lenguaje, porque lo que lo define es la presencialidad -siempre pre y post verbal. En ese sentido, toda poesía que localice termina llevándolo todo, precisamente, a otro lugar. A diferencia de la abstracción platónica tradicional de esencias y conceptos, crea una especie de materialidad única, que no está en el territorio y no estaba antes, tampoco, en el lenguaje. De ese modo la presencia, que nunca se puede traducir a lenguaje, funciona como un trampolín para dos instancias de lenguaje, una previa hecha de los lugares comunes de lo rural y otra -de la que esta poesía es instancia- en que una especie de campo palabrero, que no estará nunca en ningún lugar, se hace presencia en la página.

osamentas póstumas qué fecha patria, qué osamentas póstumas sí el saltar en los montes está caduco y vivir en montonera o montería es profesión ya gastada (a pasado damos los fragmentos en bolsa: musgo, polvo y espingarda) que pasión flaca (así tosen, mugen, vacas patrias) que estulticia de pensar, miramiento o minarete, si la sangre escasea, si es bien cotizada, para verterla en los campos purpúreamente asfodelados no traza, no puede, la lanzada pasión de trote en embestida sí el correr ya muerto se demora en campos ajenos (se abstrae la algarabía) no funge en pastizales, a monte traviesa arcaico arrebato, galope en rebeldía épicas añejas con senectud rememoran (balbuceado olvido, imagen inconstante) altares ciñen osamenta apisonada al revoleo disperso, cadáver en espera se teje memoria, se decreta epitafio memoria y epitafio en la llanura son (impoluto gesto) tumba perfumada. desvalida sombra desvalida sombra animal oculto en pradera desenrejada montecito criollo canto de zorzales el panorama trazan oquedades la fiera elije (a nuestra razón su instinto se parece) se escurre en descampado sonidos del arroyo olfatea a plena luz se evade por lo oscuro aguarda el horizonte (y atardece) su fuga es veloz pero no duda incierta la distancia y no la huye un tiro (afán ajeno esquivo a su osamenta) la espera no lo sabe, no podría (el mundo es vasto) se comprime hasta no ser nada desvalida sombra su marcha prosigue. no cumple el viaje su destino anclado soy, noche larga, en la mesa humo envuelve, demora, su promesa pendiente quieta, así patino quisiera ir, lo palpo, hacia esa noche abierta, llama, llamarada, es mi sino quieto quedo, no hay caso, este tino me aconseja paciencia, en esa puerta al frente, no cabe, desmadre papeles y valijas, dados en la partida números niegan, al azar, juez-padre chances no dan, tientan su arremetida me quedo, permanezco en alarma, no ladre perro en portal adioses, gruña bienvenida. JorgeVarlotta/Mario Levrero vivió en esta ciudad al regresar de Montevideo por la ruta uno cruzando el puente de La Caballada comenzaba a sentir asco porque la humedad espesa era asfixiante (afirmaba que las islas eran manchas malignas como borras de café indescifrables) al despertar intento emerger del agua turbia de las noches el sin sentido de los días compruebo de su diagnóstico y profecía la verdad. manuales de agricultura I sean los orientales pero estos nosotros los habitantes del abrevadero los bajos peones de la siesta taciturna estos nosotros apenas hemos sido uruguayos pasantes de la ausencia en el sumidero. II más allá lejos se pierde el pantanoso el santa lucía incógnita verde hacia adelante un viaje por edificar. III ¿cuántos ranchos suman un pueblo? ¿cuántos hombres un grito? Manuales de Agricultura (Columela, Varrón, Pérez Castellano, Berro) Chacras (pasando el manga) y quinta al fondo la milonga nace triste (cuando nace…) la imagen en la piedra a Martín Adán I ruinas y máscaras engaño de lo antiguo una calle desciende junto a la muralla (presa en una instantánea) odiosa belleza de lo quieto odiosa belleza de lo antiguo playas atronando en lechos de piedra y luego nada pasa el extranjero sin dejar huella. II pero si la piedra donde el visitante pisa y pasa el aluvión gris precipitado en fango nada ya retiene ni lamento ni dolor ni podredumbre (ni tiempo ya) III pero estas piedras que palparon el instante atroz se convierten en lustroso espejo del relámpago fotográfico que se pisa y pasa IV porque desde las alturas de machu picchu a esta austral ciudadela todas son piedras amontonadas para la kodak -dijiste- para no saber donde comienza el yo y el sentido. V deambular como los otros ser un turista más entre los gringos -dijiste- ya nunca más preguntarle a las piedras a su tiempo muerto por qué el instante VI ahora y en los ahoras que sigan -pisa y pasa dijiste- negará cualquier razón cualquier palabra porque sólo la piedra en la imagen fotográfica es la verdad. VII lo que ves no es un río aunque escuches su eco aunque lo mires golpear como obstinada bestia mansa (perderse, escurrirse) lo que ves no es un río es la mejor imagen que te pudo dar la kodak. viajeros “ciudades del interior a secas campo pelado vacas a la miseria ovejas trasquiladas” Amanda Berenguer en esta tierra los viajeros van y vienen (Oyarvide, Haenke, Larrañaga) solo los muertos quedan para siempre en sus tumbas mudos en silencio (Saint-Hilaire, D’Orbigny, Isabelle) nuestro humus son sus huesos nuestra verdad es su muerte su caída golpe a golpe mientras los viajeros (Darwin, Peabody, Murray) siguen y pasan acumulando polvo sobre polvo ¿qué preguntas se podrían hacer sobre el andar, las fotografías descoloridas, su mirar ajeno? Somos en sus miradas y más somos en el polvo que dejan y nos cubre (¿qué preguntas hacer sobre sus ojos y lo mirado?) de polvo y balbuceo revuelto, pisoteado están hechas estas tierras (Hadfield, Mulhall, Bruyssel) sus pampas, las serranías nuestros muertos son una lengua que ya no dice ya no interpreta amamos sus huesos porque nada nada nos puede hacer amar otra cosa. finisterre antes de toda memoria estuvo este desaguadero estuario en cañerías telúricas de barro antes de toda conciencia humana tierra y agua revolcados (añejo resumidero) hicieron el río al final del mundo en donde todo caía (o estaba quieto por siempre) vinieron a nombrar tu abrevadero como el mar dulce o mar de solís río de la plata (la mentira desde allí te persigue) no puedo dejar de pensar en tus colores de cloaca en el barro arrastrado (prisión de todo animal, hombre, barco o esperanza) negación del argento derrota de cualquier relumbre golpe sordo en la pétrea península terror en el viento del sur para mí has sido pero de nombrarte no dejo de pensarte cosa extraña a pocos pasos de mí.
Sebastián Rivero Scirgalea. (Colonia del Sacramento, 1978). Profesor de historia y magister en historia. Doctorando en historia por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Dicta clases en el Centro Regional de Profesores del Suroeste. Tiene libros y artículos referidos a la historia local y/o regional del departamento de Colonia. Publicó los libros de poesía “Cuerpo y sombra de la voz” (Revista U, 2003), “La Cárcel del Silencio” (Artefato, 2005), “Pequeños Crímenes Cotidianos” (Vintén Editor, 2008), “Respública” (Estuario, 2012), “La Viajera” (Perroverde, 2016), “Imagen en la piedra” (La Coqueta, 2019), ganador del 3er premio en categoría éditos del MEC, y “Jinetes del final” (Hurí, 2021). Su obra poética figura en antologías nacionales e internacionales.
