ECONOMÍA
Por Jeffrey Tucker
Sí, he visto las espantosas escenas de la gira mediática de Sam Bankman-Fried. Vuelve una y otra vez sobre el tema de su filantropía: la planificación de pandemias. ¿Qué sabe este informático de 30 años sobre enfermedades infecciosas? No más de lo que sabía Bill Gates cuando inició su cruzada malantrópica por las universidades, las revistas y las organizaciones sin fines de lucro, y les impuso su ideología de encerrar y vacunar, comprometiendo así a toda una generación de científicos especializados en enfermedades infecciosas.
Bankman-Fried se dio cuenta de la influencia que había adquirido Gates y decidió repetir la experiencia en unos pocos años, en medio de una pandemia. Como hemos documentado, dio millones, pero prometió miles de millones. La promesa suele ser incluso más eficaz que el dinero en el banco. Para colmo, respaldó su apoyo a la “planificación de pandemias” con 40 millones de dólares (Elon Musk especula que fue mucho más) para políticos que compartían su supuesta pasión por controlar las enfermedades infecciosas.
Y así, el Sam de FTX, que parece haber robado y desviado miles de millones con su propia estafa criptográfica, fue invitado a hablar en un evento del New York Times llamado Dealbook. Un asiento en el público costaba 2.400 dólares. Había sido reservado para el show desde mucho antes, porque era un favorito de la izquierda, después de haber tirado muchos millones para apoyar a los demócratas en las elecciones de medio término.
También era muy querido por dirigir la segunda bolsa de criptomonedas más grande del mundo, mientras balbuceaba cháchara izquierdista sobre el altruismo efectivo. Se anunciaba como el multimillonario más generoso del mundo con tan solo 30 años. Instó a otros a hacer lo mismo, donando a la organización benéfica de su hermano dedicada a la planificación de pandemias, sólo como ejemplo.
Con su aspecto desaliñado y su discurso entrecortado, a muchos les pareció un genio. Habría que dejar de lado toda intuición normal para creerlo, pero aquí es donde estamos hoy.
La entrevista consistió en una serie de preguntas suaves, con la apariencia falsa de un duro interrogatorio. Bankman-Fried respondió con un montón de galimatías financieros que el entrevistador no pudo entender realmente, así que, por supuesto, le dio su aprobación. Al final, el entrevistador y el público aplaudieron al ladrón por sus respuestas francas y su accesibilidad.
Sam afirmó que sus abogados le habían desaconsejado esta aparición. No lo creo. Sospecho que sus abogados entienden algo muy oscuro acerca de nuestros tiempos. Si puedes embaucar a una audiencia en el New York Times, tienes más posibilidades de obtener un trato favorable en un tribunal. Por eso sigue con sus rondas mediáticas. ¿Por qué no una gira de conferencias?
¿Cómo se justificó Bankman-Fried? Básicamente dijo que había minimizado los riesgos a la baja en un posible mercado bajista en el que sus fichas perdieran de repente el 90% de su valor. No lo había previsto. Y, parecía insinuar, que si los mercados no hubieran cambiado de dirección, su empresa sería solvente. Por lo tanto, nada de esto es realmente culpa suya. Es simplemente lo que ocurre cuando los vientos del mercado cambian de rumbo.
En comparación, la estafa de Bernie Madoff era bastante simple. Utilizó el dinero de nuevos inversores para pagar cierta rentabilidad a antiguos inversores. Poco a poco se fue dando cuenta de que tenía más éxito en los negocios haciendo esto, que confiando en las propias fuerzas del mercado. Al ofrecer una rentabilidad previsible del 9%, siempre podía atraer dinero nuevo, tanto en mercados alcistas como bajistas. En cierto sentido, tenía razón: ¡su esquema Ponzi duró 20 años!
Cuando el mercado inmobiliario se desplomó y el dinero se agotó, y ya no pudo encontrar nuevos bobos para pagar a los antiguos, lo admitió. Dijo que había mentido y que estaba llevando a cabo una estafa. Se declaró culpable, fue a la cárcel y murió. Un hijo se suicidó, y el otro murió. Su viuda vive hoy una vida modesta, todavía aturdida por lo horrible de todo aquello.
El plan de Sam era mucho más complicado. Consistía en mezclar fondos de una amplia gama de empresas de su propiedad, de modo que su propia bolsa tenía una espita abierta de fondos de
clientes que iban a parar a su propia Alameda Research, que utilizaría esos fondos para comprar el token FTT en el que estaban depositados los fondos de los clientes. Era la misma estafa que Madoff, pero tokenizada en un mundo que estúpidamente ha llegado a creer que cualquiera puede crear una cosa de valor con unos pocos clics de ratón y algunos conjuros mágicos que incluyan la palabra blockchain.
Lo más importante es que Bankman-Fried le pagó a todas las personas adecuadas por el camino. Pagó a organizaciones sin fines de lucro, empresas de medios de comunicación y políticos, e hizo todos los ruidos correctos sobre la necesidad de regular la industria más de lo que se hace actualmente. Como resultado, su estatus de mimado de los medios persiste incluso ahora, cuando el New York Times y la MSNBC se esfuerzan a diario por rehabilitarlo, a pesar de que no ha sido capaz de justificar unos 20.000 millones de dólares en fondos desaparecidos.
En la novela y película distópicas “Los Juegos del Hambre”, las élites han dividido la sociedad en muchos distritos según su función y estatus económico. Sólo el Distrito Uno vive realmente bien, y aquí se encuentran los mayores defensores del sistema, que se mantiene vivo gracias a una tiranía vertical. Los propios juegos están diseñados para apuntalar la estabilidad del régimen exigiendo sacrificios aleatorios de las vidas de niños forzados a un juego de suma cero de asesinatos.
A primera vista, todo parece inverosímil. ¿Cómo es posible que los más ricos entre los ricos se queden de brazos cruzados, animando esta tragedia sedienta de sangre? Pensándolo bien, todo es totalmente creíble. Las élites se socializan para creer cualquier cosa que proteja su riqueza y estatus. Esa es exactamente la razón por la que una gran multitud de personas se reunió en el New York Times para ver la validación y reivindicación de Sam, y aplaudieron alegremente su falsa honestidad y transparencia al final.
El espectáculo fue repugnante, pero totalmente previsible si se entiende algo de cómo se juegan nuestros propios juegos del hambre. En esta década y media de dinero fácil, toda una clase de personas ha ascendido a la cima del escalafón cultural no por su trabajo productivo, sino por sus credenciales educativas y por formar parte del vagón corporativo. Han llegado a creer que el sistema tiene sentido, simplemente porque les ha beneficiado.
Por eso aceptaron con tanto gusto los controles de la pandemia cuando estaban en su apogeo. Ellos “se quedaban en casa y se mantenían a salvo” mientras el proletariado se esforzaba por las calles llevando cenas en bolsas para dejarlas en las puertas. De alguna manera realmente extraña, esto era como una utopía realizada para las clases acomodadas. Esto -y los 10 billones de dólares que respaldaban todo el plan- es la razón por la que los encierros duraron lo que duraron.
No estamos ni cerca de llegar al fondo de toda la estafa. SBF regaló millones a todo tipo de instituciones mientras comercializaba su estafa como altruismo. Más tarde admitió que su falso filosofar no era más que una tapadera, como lo es para toda esta gente, por lo que su admisión no le descalificó realmente para seguir perteneciendo a la clase de las élites mediáticas y empresariales.
Nada expone tanto las hipocresías económicas y financieras de nuestro tiempo como esta cabriola del FTX. Sin embargo, podemos dar una buena noticia: no le queda mucho al mundo. Elon Musk está demostrando cómo un líder competente puede hacerse cargo de una sola empresa, despedir al 75 por ciento de sus empleados, hacer que la plataforma funcione mejor que nunca y, aún así, posiblemente obtener beneficios. Por el bien de la civilización, esperemos que el modelo de Musk inspire muchas de las próximas convulsiones empresariales.
El Distrito Uno necesita una limpieza a fondo, y cuanto antes mejor. El fuego purificador en nuestros tiempos adopta la forma más inverosímil que uno pueda imaginar: tipos de interés reales positivos. Si la Reserva Federal se atiene a su programa -y es probable que lo haga-, en los próximos seis meses asistiremos a todo tipo de convulsiones. Los expedientes judiciales se llenarán aún más de lo que están actualmente, y no habrá suficientes investigadores disponibles para desentrañar éste y tantos otros escándalos de nuestro tiempo.
Publicado originalmente aquí