En ocasión de debates sobre la COVID-19 se ha mencionado, en este y otros medios, la sacralización de la figura del «político de túnica»: Aquél que, bajo un manto de alegada expertise técnica y superior conocimiento, pretende mandar.
ENSAYO
Por Juan Friedl
La proliferación y ensalzamiento de estas figuras se ha atribuido al cientificismo. En este artículo presento una interpretación alternativa: Que es una reacción, esperable, a la expropiación generalizada de las herramientas racionales críticas de Occidente ocurrida, grosso modo, de 1970 en adelante, combinada con las externalidades del “liberalismo folk”.¿Cientificismo o atrofia del intelecto?
Se me hace un poco empíricamente desactualizada la idea de que la sacralización de los políticos de túnica (expresión empleada por primera vez en esta revista) sería una extensión del furor materialista renacentista, continuado monótonamente hasta hoy. Mas bien creo que, ante el declive de la búsqueda de conocimiento -en un mundo en que parece no ser necesario buscarlo para sobrevivir, prosperar, o llevar una vida valiosa- cuando algo de la realidad material emerge y aparenta venir a comernos crudos (por ejemplo, un virus), estamos «desnudos» en cuanto a recursos para procesar el conocimiento necesario para adaptarnos. Luego, atrofiada la capacidad racional crítica, ante semejante amenaza a la existencia se recurre al principio de autoridad, al centralismo epistémicamente «cerrado», etcétera; a la equiparación entre autoridad religiosa, «científica» y política.
No creo que el culto a la ONU/OMS sea producto directo del «cientificismo», sino lo que ocurre cuando no hay ni «sentido» trascendente individual para orientarse y aguantar, ni razón «científica» que sea valorada y practicada a nivel civil. Me parece que es una fantochada/pedido de ayuda desesperado a «reyes filósofos/políticos/científicos»; consecuencia, en parte, de que humano es un bicho con facetas oscuras, y en otra parte, de que una amenaza a la existencia nos halla intelectual y «espiritualmente» sedentarios; lo cual no es 100% Moderno.
Para contrarrestar el empuje a la creación de nuevas castas sacerdotales, considero que es deseable aprovechar el «envión» dado por las circunstancias, para revalorizar la búsqueda descentralizada del conocimiento (y los principios de una sociedad abierta en general). Creo que para esto la ventana temporal es breve, si es que no se cerró ya. «El relativismo es pragmáticamente insostenible y el principio de autoridad es la alternativa por default cuando la realidad deja de ser cómoda, así que vayan a estudiar». Grabarlo.
División del trabajo y agencias de control
Que existan científicos y periodistas es parte de la especialización ocupacional propia de un orden civil abierto. No está mal pagarle a gente por investigar e informar. Es un servicio. Que la tarea de control a otras fuentes de discurso esté «tercerizada», manteniendo a raya los discursos de mando o persuasivos -que como todo invento humano pueden ser para mal- no es algo bueno o malo de por sí. Se vuelve problemático cuando el Sindicato de la Verdad demanda el privilegio de que nadie más examine la realidad, ni los métodos por los que pretende aproximarse a ella; empleando a tal fin vías coercitivas o más suaves (aunque no menos eficaces), como la descalificación moral pública y boicot a los críticos.
¡Por supuesto que es deseable que haya ciencia y letra independiente de otras agencias de control! Pero: Sacralizar a un vigilante es convertir a la solución en problema.
La cuestión puede plantearse, al estilo de Juvenal, del modo siguiente: «¿Quién investiga a los investigadores?».
El “Estado de segundo orden”
No está mal mantener a raya a agencias que mantienen a raya a otras agencias. Así como no es «pro delincuente» exigir que la policía no delinca, no es «pro discrecionalidad del relato» examinar y cuestionar a quienes tienen la tarea de examinar y cuestionar.
Se ha vuelto costumbre, en nombre del anti-autoritarismo, impedir cuestionar a agencias (prensa, ciencia, poder judicial, etc.) que normalmente mantienen a raya el autoritarismo. Pero esta infalibilidad con la que son ungidas por su carácter de agencias de contra-control, las vuelve herramientas infiltrables/sobornables útiles para los autoritarios.
A diferencia de lo que ocurre en una sociedad clerical-militar cerrada clásica (para no ir hasta Esparta, un ejemplo cercano de esto sería la Unión Soviética), no es la agencia con poder de coerción y mando la que es sacralizada, sino las agencias controladoras de esta primera. Es decir: En lugar de blindar ante la iniciativa racional crítica al poder público como tal, se concede esa inmunidad a las ciencias, letras, artes, etcétera.
Dicho manto de infalibilidad ético-epistémica habilita a que estas agencias simbioticen con aquello que normalmente controlan, conformándose así un pulpo de mayor tamaño y voracidad presupuestaria.
Luego: Quien pretendiere ejercer poder discrecional no actuará directamente, sino a través de sus simbiontes cívicos “infalibles”. Estos, a su
vez, progresivamente adquirirán vicios propios de cualquier agencia no sometida a los rigores de la libertad ajena.
Se establece así lo que podemos llamar un «Estado de segundo orden», que no es compatible con una sociedad abierta.
¿Y a qué se debe esto?
Esta capa de “moco”, en forma de agencias presuntamente infalibles, que hoy rodea al ejercicio del poder fáctico, conjeturo que tiene entre sus causas el ya un poco apolillado «liberalismo folk» occidental, y el sedentarismo intelectual. (Nota: El liberalismo folk no es malo, es una tradición utilísima. El sedentarismo intelectual es mitad producto de la atrofia natural, porque Occidente funciona-, y mitad producto de la militancia anticrítica izquierdista.)
La conformación de un Estado de segundo orden sería consecuencia esperable del Occidente filosófico exitoso no revisado. Es abuso de una técnica institucional exitosa devenida automatismo cultural: “La prensa hostiliza con los dictadores, por lo tanto quien hostiliza con la prensa es dictador”, “los científicos tienen modos de contrarrestar el error y munir a gran escala el intelecto de las personas, luego quien los cuestiona es un demagogo estupidizante cavernario”, y así.
Creímos que el liberalismo era la solución eterna a todas las cosas y sólo había que seguirlo ciegamente con energía; que no debía someterse, quizás, al examen intelectual (¿por temor a que emergiera como bueno su contrario?). Nos dormimos, o la Naturaleza hizo lo suyo (no sé cuánto es elección a posteriori equivocada y cuánto es lo esperable en el proceso cultural medio), y nos encontramos con un panorama desagradable.
Agencias controladoras de agencias coercitivas, en una simbiosis repugnante con agencias coercitivas. Los eternos hijos de mil padres hablando de «libertad de expresión» en alegatos para que se expropie espacio mediático en su favor. El control estatal autoritario del discurso, como parte de la guerra contra el «discurso de odio», odio que, se dice, promovería el autoritarismo. And so on and such.
Algunas sugerencias prácticas
Así como una población armada es menos vulnerable a regímenes militares y policiales (sin dejar de disfrutar de los servicios de seguridad que ofrecen especialistas), entiendo que hay que armarse intelectualmente y practicar con regularidad, en aras de desalentar y prevenir el control discrecional a través del fraude, que pudieran perpetrar las agencias encargadas de «vigilar a los vigilantes».
Reitero: No es que esté mal la división del trabajo, entre científicos, periodistas, académicos, cantautores y “gente normal”. Abolirla es indeseable e impracticable.
Para la promoción de la libertad, no basta con el principio de no agresión (ni con lo que quedó de Voltaire después de la Segunda Guerra Mundial). La libertad precisa de prácticas, con la que su ejercicio se entrelaza – prácticas intelectuales y culturales.
El principio de no agresión (non-aggression principle) es filosofía del Derecho. Es un gran y valioso descubrimiento; pero quien creyere que el Derecho tiene vida propia y resuelve todos los problemas está perdido entre la maleza.
Conjeturo que para contrarrestar los efectos del «Estado de segundo orden» tiene que haber «mercado y sociedad civil de segundo orden». Creo que ya existe. Redes aparte, financiamiento descentralizado de investigación y divulgación, etcétera.
En la misma época que el pulpo genera una segunda capa de tejido a su alrededor, tenemos la Internet.
Así como existe la sinergia entre instituciones, organizaciones, redes de gente con distinta especialización para fomento del dominio-esclavitud, también es posible que ocurra una sinergia semejante en beneficio de la libertad de las personas, del respeto a su iniciativa práctica.
Si queremos más libertad y no menos, dialoguemos y cooperemos con gente de otros campos de conocimiento; que esté en contacto con otras facetas de la realidad. Incluso desde lo más simple – si usted es montevideano, hable con gente del Interior, y viceversa.
Una segunda recomendación, quizás más intuitiva, es la de ir hasta el fondo de la matriz cultural de libertad, examinarla con criterio propio, y difundir y poner a revisión de terceros las conclusiones. No es el dogmatismo liberal el camino (ya vimos lo que hace: “¡dictador malo, prensa buena!”). Es la autonomía de conciencia demostrada en el escepticismo hasta de lo más querido, con curiosidad, laboriosidad y buena fe.
Aunque parte de este camino es necesariamente en privado, aprovechemos la Internet – mientras no la apaguen de a poco, de noche, entre jarras de café multiétnico y citas descontextualizadas de Isaiah Berlin.