POIESIS /12
La justa hiel
Por Melisa Machado
El color amarillo es el color del centro. Ya sea en forma de oro, de maíz o de ropaje. Y ése es el centro que parece perseguir Echavarren en su poema titulado Veneno de escorpión azul.
El poeta va ahora en busca de sí mismo, persiguiendo el alejamiento o la recuperación de “ese cuerpo que viene en imagen vibratoria a la mente”. Quizás se trate del alejamiento del propio cuerpo o del cuerpo del Otro, el que enferma. En todo caso se trata de la salvación de sí: “Dale al cuerpo lo que pide pero ve todo desde el cuerpo (…) Baja de la caja encantada del romance/a la experiencia pura y dura”.
Quizás se trate de abandonar, al fin, el cuerpo del deseo. Eso que al final no es más que “puro fetiche, o si se quiere figura, forma, formato que llega topológicamente a lo ridículo, deformado como las cabezas reducidas (…)”.
Aunque la búsqueda parece persistir: “Lo que puede gustarme ha cambiado de formato, el anterior ya no es posible en ningún respecto y el nuevo parece no haber llegado aún, pero es evidentemente más abierto, menos circunscrito en términos de aspecto o edad”.
Sinólogo de su propio destino, como Richard Wilhelm del I Ching, El Libro de las Mutaciones parece regir tanto la vida del Emperador Amarillo como la del poeta, lo ayuda a sostener “las farras del espíritu” ya que “todo se gasta en el proceso”. Entonces éste se convierte en “un amigo siempre dispuesto a compartir su conocimiento contigo acerca de lo que te pasa, y te da la imagen y el juicio, te coloca en los dos hemisferios cerebrales, en el hemisferio derecho la imagen, en el izquierdo el juicio”.
Aparece aquí también una visión alucinada de Jim Morrison, un sesgo o cita de su Ave Roc, de los 90. Y surge otra vez el color amarillo pero esta vez en la orina, elemento mercurial que sirve para enlazar lo ficcional y lo real, la emergencia del “pistilo sobresaliente de una cala” junto al líquido color oro que fluye del cuerpo y finalmente, lo alivia.
“Soñé que me había muerto y me ponían una mortaja amarillo dorado”, escribe. “Pero no estaba muerto a pesar de todo”, aclara. Como si fuese necesario. Roberto Echavarren está más vivo que nunca: su pluma se enrosca y se desenrosca como una gran boa que todo lo traga y vomita luz, destellos de un color amarillo y azul, como el veneno que sana en su justa medida y lo hace portador del centro de sí mismo. Y de la palabra poética acertada, precisa, sutil, iridiscente.
Veneno de escorpión azul
Por Roberto Echavarren
El rayo de amor blanco amarillo es un arpón completo es la visita la investidura del amor de mi estirpe llega como mandato presidencial de lo alto, es así, no se discute, una investidura completa instantánea, un imperativo de la fuerza amorosa, un mandato al investir el cuerpo, el centro de la espalda, ese cuerpo que viene en imagen vibratoria a la mente esa espalda que vibra investida el rayo tiene una direccionalidad, como la punta triangular de una flecha luminosa y nítida incrustada en la espalda.
Lo que el cuerpo requiera para su salud, para su descanso, para su recuperación. Estar bien en sí y disfrutar cada momento de brisa en el cielo vasto de una amplia azotea con el aire que viene del mar
y sopla una bocanada fresca en los bordes de las hojas quemadas por el frío
y se aspira hondo de mar
y marejada fina
con culebrilla llegando al fondo de los alveolos
y se está bien
pero se necesita una dosis de conversación.
Dale al cuerpo lo que pide pero ve todo desde el cuerpo
y por lo tanto no te comprometas
en ningún vínculo que después te atosigue
Baja de la caja encantada del romance
a la experiencia pura y dura
en que cada cosa tiene su fresco dominio
de por sí, y el resto se ordena
como debería ser en las circunstancias.
Mira todo desde el terreno
para tomar en cuenta
las implicaciones del marco
las determinaciones y consecuencias
ya implícitas en el encuentro.
El lente que habías desplegado concernía
a los hechos mismos en su desnudez,
como si estar desnudo
fuese un close up,
sin tener en cuenta que la plática
posterior y las condiciones y expectativas
se mostrarían tal cual eran,
algo que no quisiste o pudiste considerar.
La torpeza enseña. Da una conclusión
a los hechos y el mercurio fija
la constelación de lo sucedido.
Y todo se gasta en el proceso.
Para llegar a saber: eso no.
Y cada vez te arriesgaste
y los hechos se volvieron tóxicos.
Pero ahora el quieto día de invierno
el aire está vivo ahora un ladrido amarillo
en el fondo de la tarde, de acuerdo
al filtraje del cristalino y estamos de los dos lados
dentro y fuera y se asienta en trasparencia
y el crujido dentro de tu oído
es el ruido de fondo
y el mono asoma sus manos:
la lámpara al sesgo las abrasa.
Somos máquinas sintientes, el sistema nervioso trasmite el impacto de cada movimiento muscular, pero no nos enteramos del proceso digestivo salvo cuando va mal, partes de la máquina llevan su proceso sin avisar a la conciencia, y el placer muscular, relajamiento y despliegue de las vértebras, hace parte de nuestra vida sintiente, apegada a la humedad del cañaveral, al musgo en las paredes.
La cara gomosa de Tláloc dios de la lluvia con nueve puntos verdes dentro de su materia traslúcida. Se pega a los dedos.
Todo lo barre la lluvia.
Si pudieras recordar cada una de las tiradas de tu vida
esa huella habría marcado la secuencia de tus problemas y tu estilo, si pudieras recordar, pero te responde cada vez como si fuera la primera vez, y atiende los pedidos de quien sea, le dice cuándo y para qué hacer. Es un amigo siempre dispuesto a compartir su conocimiento contigo acerca de lo que te pasa, y te da la imagen y el juicio, te coloca en los dos hemisferios cerebrales, en el hemisferio derecho la imagen, en el izquierdo el juicio. La imagen es expresiva en sí misma, por lo que sugiere. Por otro lado los signos interpretan la imagen, dan un consejo, te centran en lo que debes hacer.
El cuerpo sosteniendo las farras del espíritu, el reino encantado del espíritu, el reino encantado de la permanencia, al costo del cuerpo, del que es y no es con su debilidad intrínseca de estar sujeto a la muerte y que paga el costo del mundo acolchonado del espíritu que es como un piso superior donde las cosas son y permanecen, mientras por debajo todo se barre innominado, sin nombre donde no se fiscaliza el pasaje y el escurrimiento de todo.
No somos otra cosa que máquinas o motores, para qué? La conciencia de los animales para sobrevivir y protegerse, la conciencia de nosotros, para qué? Tenemos el mismo mirar de crestas violáceas del lagarto, estamos planeados lo mismo en su figura, cordados cuatri-membres, hechos de la misma materia que nos separa de las plantas. La conciencia como el cristal de una claraboya, en su transparencia de mirada, esa capa o manto o membrana visual, flota, sin materia, espíritu, estado derivado del cuerpo, debido al cuerpo, esa nada ilusión de completud, esa completud cuando llega en nosotros mismos, esa completud que es nada.
Llega un punto en que el objeto de deseo es puro fetiche, o si se quiere figura, forma, formato que llega topológicamente a lo ridículo deformado como las cabezas reducidas, y un cepillo atado a un palo, una cabeza o semblante transformado en amuleto.
Lo que puede gustarme ha cambiado de formato, el anterior ya no es posible en ningún respecto y el nuevo parece no haber llegado aún, pero es evidentemente más abierto, menos circunscrito en términos de aspecto o edad.
La musiquita llegó al final, de la alarma del celular, tinkle bells, singen glocke singen, de Papageno, surgió sola sin que nadie hubiese conectado ninguna alarma, era la música que sonaba temprano en la cama para él, para que tomara su pastilla, aquí trasciende, alegre y pura, por encima del virus, pero también por encima de la relación, trasmutando cualquier sabor impuro con el perdón que la eleva, cuando ya no hay ego, y se mira con compasión a las criaturas en su conjunto, con sus cuerpos frágiles y sus estrategias cortas o largas, se los mira desde arriba, desde el perdón libre de ego, de juego especular atrapado, por encima en un derrame de luz sobre todo y todos y la relación.
Soñé que iba al inodoro a orinar y detrás de mí se paraba Jim Morrison esperando turno. Todo él tenía un color rojizo, como una transparencia, pero no menos real. Yo estaba a punto de orinar pero no llegaba a soltar el chorro, inhibido por él detrás de mí. Con todo logré tranquilizarme y orinar. Ahora Jim pasaba a mi costado para orinar a su vez. Su orina llegaba desde la ingle por un tubo fino color amarillo brillante, se enganchaba al pabellón de la oreja y lanzaba el chorro impulsándolo hacia atrás. Esa dinámica me hizo pensar en el ala de un Mercurio.
Se sentó y me mostró un escudo de mar, que estaba entre animal y planta: era áureo, parecido a una hebilla grande de cinturón con un “diente” o trompa como el pistilo sobresaliente de una cala, que terminaba en punta, o el tentáculo de un calamar, que se moría. El “escudo” caía como una tortuga, pero siempre entre la vida y la muerte, entre la flor y el animal.
Quisiéramos ser como las plantas pero somos sebo. Una hoja almendrada de sebo después de consumir la vela, animales de grasa, por más esbeltos.
Todo nuestro pensamiento está impregnado de un cuerpo graso, de carne, tendones, músculo, hueso. Por más que comamos vegetales, como las vacas, fabricamos grasa, y consumimos grasa, grasa animal y alguna grasa vegetal como la palta.
Una cabeza de nube, un perfil de nube con grueso cuello como un reptil antiguo, o un ser de nube, amarillo sebo en el plato cuando se quema la vela. Un cuerpo gordo que se asienta en la tierra y camina, en la parte de abajo.
El cuerpo mágico irradiante es el nahual, un cactus resplandeciente, un animal, el cuerpo en estado mágico, con un halo luminoso como de animal de piel luciente.
El morrón amarillo
El amarillo algo oxidado de los guardabarros del monopatín
Un amarillo de Il deserto rosso
Mi remera afelpada amarilla
El broche de oro
La medalla de oro
Usted se ganó una medalla de oro
con ese perro
Pude salir e inventarme una vida nueva, con propios recursos, centrado en mí, asumiendo las pérdidas, el robo de mi perro. Ahora hay perro nuevo, hay otra cosa. Otras cosas aparecen en el lugar de las perdidas. Lo que ya no se puede controlar hay que abandonarlo. Lo que nos destruye, lenta pero seguramente, cuando se agotan las posibilidades de crear dentro del marco de esa relación, cuando la posibilidad de autonomía no se nutre, ya no se desarrolla dentro de la relación. Cosas nuevas, vivas, sorprendentes aparecen. Cuando uno viaja solo. Frei, aber einsam. La vida recrea un nuevo contexto. Con nuevos participantes. Que aparecen y alternan con otros, en un juego desprendido. Ahora está, ahora no está. Cada presente es ese presente sin planes de permanencia, dado allí, arrojado.
Hoy en la puesta de sol vi un anillo verde y dentro del anillo verde casi enseguida un círculo rojo, el círculo se elevaba entre las nubes como un balón y desaparecía, y al rato volvía a surgir abajo, el anillo verde era menos visible, y el círculo rojo volvía a subir, supongo eso era el movimiento del ojo o tal vez del párpado, y voluntariamente podía fijarse, quedarse quieto unos momentos. Era este el rayo verde? No era un rayo, era un anillo. Y lo visible es un símbolo del corazón del mundo en el corazón de las cosas. Del corazón enterrado en la estación. No tiene sentido salvo en virtud del afecto. De lo vivo en nosotros.
Lo visible el radar de nuestros sentidos que nos orientan en el campo de las materias y las energías a la vez son índices de otra cosa, ínsita en lo visible pero invisible. El mágico espectáculo del mundo que nos maravilla como hoy es apenas la membrana de nuestra visión y el respiro del aire y en todo eso un reverso, otra cara, la energía que nos transita y que no es visible en sí, una energía que unifica, mientras lo visible (lo sensible) separa. De ahí la tensión entre lo uno y lo múltiple.
El cadáver de Lautréamont, lo que hay dentro de ese envoltorio, son vidrios de colores, rotos. La rotura multiplica el color, pero en esa cámara oscura sin ventilación inundada de humedad se pudre, se pudren los materiales y caen los cascotes, y rompen el lambris del techo, con peligro de herir a alguien. El cadáver de Lautréamont es un tumor que se oculta. Es un forúnculo que no explota. Abrir el tumor es sanear: abrid esta tumba, en el fondo está el mar.
Ahora los cascotes a punto de caer pueden verse, porque se puede entrar desde abajo, rotas del tablas del cielorraso, abierta la cámara del vitral tapiado. Un vitral de líneas alabeadas con algo de Gaudí, descalabrado.
Era el último misterio de la casa.
Asentarse en la paz vigilante, el rayo la luz y el mantra para aquietar la mente y entrar al dominio, viviendo en lo impermanente momento a momento. Encontrar la paz no es un tema.
Me encuentro y me distraigo y lleno la ansiedad con rememoraciones de historias de personas que conocí o vi o que amé o me amaron, y el dolor, a qué nivel ocurre de esa frustración acerca de algo que no puede ser o se agotó y entonces se nota un retraso al nivel del sentimiento,
atraso para adaptarse a lo que la mente ve claro, inviable,
y al verlo claro e inviable
la mente se abre a la onda que nos atraviesa
no necesita imágenes o pensamientos.
Es una lucha si me quieren secar, entonces nada prospera, ni la vida ni las empresas, un mal deseo sobre uno, que presiona y domina aunque no sepa, y me lleva a una torpeza, o tal vez no, pero me sale duro progresar, aunque no debería quejarme del trabajo.
Reconozco que progreso a través de mis fracasos, aprendo algo que quizá me sea útil en la próxima ocasión, o algo indispensable que debía aprender. Un instrumento correcto para presentar el material, la propuesta. La acabo de hacer, antes estaba preocupado sólo por el material.
Soñé que me había muerto y me ponían una mortaja amarillo dorado. Pero no estaba muerto a pesar de todo. El médico de la clínica me había dado una inyección para producir una muerte temporaria, para que naciera a una nueva vida.
El ojo cortado, el corte curvo vertical, alguien puede ver varias cosas y las cosas en su fondo, sin ilusionarse pero tampoco descreer, jugado al juego de combinar yuxtaponer, disponer, espaciar, y añadir sonido. Ve de lejos el conjunto del campo. Una posibilidad es el fuera de escena, la voz llega transfigurada desde la lejanía o el biombo, suavizada y convertida en pasado, que vuelve, y la voz de aquí la reconoce con un grito.
El cuerpo entero: Apolo y el cuerpo cortado: Dionisos
El cuerpo cortado ya murió y fue descuartizado
Es el cuerpo chamánico que conoce la desgracia
y mantiene la calma y la paciencia
y ya no depende de otro cuerpo sano
Lo relativiza, no depende de nadie,
sino de su propia intensidad
a través de la muerte

Roberto Echavarren es poeta, narrador, ensayista y traductor. Entre sus obras se encuentran las novelas Ave rock, El diablo en el pelo, Yo era una brasa y Archipiélago (incluye tres novelas cortas), la crónica Las noches rusas, los poemarios El mar detrás del nombre, La planicie mojada, Aura amara, Centralasia, El expreso entre el sueño y la vigilia, El monte nativo, los ensayos El espacio de la verdad: Felisberto Hernández, Arte andrógino, Fuera de género: criaturas de la invención erótica, Michel Foucault: filosofía política de la historia, El estado de derecho: Foucault frente a Marx y el marxismo, Margen de ficción: poéticas de la narrativa hispanoamericana y la obra de teatro África, la muñeca de Felisberto Hernández. Ha traducido a Shakespeare, Nietzsche, Wallace Stevens, John Ashbery, Marina Tsvetaieva, Paulo Leminski y Haroldo de Campos, entre otros.