ENSAYO

Por Alma Bolón

En enero de 1943, en plena clandestinidad en la ciudad de Lyon, el poeta surrealista y miembro de la Resistencia comunista Louis Aragon escribía: “Rien n’est jamais acquis à l’homme, ni sa force ni sa faiblesse”. Nada es del hombre para siempre, ni su fuerza ni su debilidad, nada logra -nada alcanza- el hombre para siempre, ni su fuerza ni su debilidad.

Con estas palabras Aragon iniciaba su poema “Il n’y a pas d’amour heureux”, años después musicalizado y cantado por Georges Brassens, interpretado luego por fabulosos artistas como Nina Simone, Catherine Sauvage, Barbara, Jeanne Moreau, Jean-Louis Barrault, Françoise Hardy, Youssou Ndour y más. Frecuentemente entendido como un poema exclusivamente de amor, Aragon indicó que también era un poema político, y nosotros podríamos interpretar que sus versos hablan de la experiencia amorosa y de la experiencia política. En ambas el logro es efímero y evanescente, sin posibilidad de acumulación que conduzca al “Grand Soir”, a “des lendemains qui chantent”, o a “las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Además es equívoco: el abrazo puede triturar. Cuando se cree estrechar la felicidad, se está triturándola, escribe Aragon.

A partir de estas notas un poco melancólicas, me referiré a dos pares, “imperialismo y globalización”, “resistencia y adaptación”. Mi tesis será que el desplazamiento terminológico -la caída en desuso de los términos “imperialismo” o “neocolonialismo” y su reemplazo por “globalización” o “mundialización”- constituye una manera de liquidar la resistencia y de forzar la adaptación a lo que fundamentalmente sigue siendo “imperialismo” y “neocolonialismo”.

Para desarrollar esto, me basaré en dos textos separados por 53 años. Uno es de Mario Wschebor: “Imperialismo y universidades en América Latina”, de 1970 (1). El otro es un documento de julio de 2023 presentado por el Rectorado de la Universidad de la República y el Prorrectorado de Gestión (2).

Tendré en cuenta también un libro que me acompaña desde hace más de veinte años, desde su publicación en 2002. Estoy hablando de “L’école n’est pas une entreprise. Le néolibéralisme à l’assaut de l’enseignement public” (“La escuela no es una empresa. El neoliberalismo al asalto de la enseñanza pública”), obra de Christian Laval, pero a la que Pierre Dardot no es ajeno. Este libro fue para mí un sacudón intelectual y político y creo que mucho de lo que después pude pensar sobre la enseñanza es deudor de esta obra, pues se trata de una investigación que con una perspectiva y una sensibilidad de resistencia es capaz de pensar lo que estaba sucediendo en aquel comienzo del siglo XXI, es capaz de ver y de resistir el apremiante llamado a la adaptación que la globalización/ mundialización estaba y está lanzando desde entonces.

Empecemos entonces con “Imperialismo y universidades en América Latina”, que le dio al matemático Mario Wschebor en 1970 el primer premio de un concurso de ensayos organizado por el semanario Marcha. El jurado había estado compuesto por Carlos Quijano, Arturo Ardao y Jesús Guiral; el semanario inmediatamente publicó y difundió ese ensayo que, hasta donde sé, no encontró interesados para su reedición en los últimos cuarenta años. Supe de él gracias a Martín Macías, joven uruguayo doctorando en Filosofía en la Universidad París VIII; afortunadamente es posible leerlo en internet.

Hoy llama la atención la crudeza del título, que asume sin hesitación la existencia del “imperialismo”, naturalmente estadounidense, y la existencia de su vínculo con las universidades latinoamericanas. Precisamente, el ensayo se dedicará a argumentar e ilustrar con numerosos ejemplos los efectos destructivos que el imperialismo produce en las universidades. Su propósito es alertar a los eventuales distraídos y, sobre todo, fomentar la resistencia: la descripción del accionar imperial es un llamado a resistirlo.

Este llamado militante de Wschebor es perceptible en la Conclusión de la obra, que lleva como epígrafe, en francés, la máxima rabelaisiana: “science sans conscience n’est que ruine de l’âme” –“ciencia sin consciencia solo es ruina del alma”-. Tal vez se recuerde que este precepto figura en la carta que el gigante Gargantua dirige a su hijo, el también gigante Pantagruel. En esta misiva, el padre, Gargantua, celebra la nueva época en la que se encuentran, época en la que el joven Pantagruel podrá estudiar lenguas antiguas -griego, hebreo, caldeo, árabe- pero también cosmografía, geometría, aritmética, música, astronomía, historia natural de países cercanos y lejanos, medicina, religiones. Estamos en 1532, el ideal educativo de Rabelais coincide con el de su amigo Erasmo y constituye el pedestal sobre el que se pensará la enseñanza moderna, en particular como la pensaron en el siglo XVIII los filósofos enciclopedistas, pero también como la pensaron en el XX los fundadores de la Universidad de Vincennes/Saint-Denis y su “désir d’apprendre”: “la Universidad de Vincennes o el deseo de aprender/enseñar”.

Sin dudas, la enseñanza pública uruguaya, en el correr del siglo XX, también se había hecho eco de la máxima rabelaisiana, tal como queda plasmado en la excepcional revista El Grillo que, con tirajes de 300 mil ejemplares, el Consejo de Primaria destinaba a los escolares y las maestras, proveyéndolos de lecturas en las que lo lejano y ajeno se conjugaba con lo próximo y familiar.

Es esta tradición pedagógica y política que vincula el ansia de conocimientos, el gargantuesco hambre de conocimientos y el imprescindible control de la consciencia, sin el cual, solo hay ruina del alma, la que Mario Wschebor invoca en la conclusión de su ensayo sobre imperialismo y universidades.

(Por cierto, no entraré ahora en las justificadas críticas a la ilusoria autosuficiencia o entereza de la consciencia, formuladas por Marx, Saussure, Freud o Nietzsche, sino que daré por sentado que la crítica a la irreductible incompletud de la consciencia solo puede realizarse desde una consciencia filosófico-poética.)

Entonces, Mario Wschebor, a la sazón joven matemático docente en el Instituto de Matemática y Estadística de la Facultad de Ingeniería, refiere un proceso imperialista de colonización académico, con sus consecuencias destructivas. Por cierto, Wschebor no es el único en aquellas épocas en señalar el asunto: su ensayo refiere varios textos que avanzan con igual franqueza, desde el título hasta la última palabra. Uno de estos es el artículo “¿El Plan Atcon también en la Argentina?”, del periodista e historiador argentino Gregorio Selser, quien sostiene que el señor Rudolph Atcon, funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos que solía autodefinirse como la persona que “inventó la profesión de reorganizar sistemáticamente universidades”, luego de prestar sus servicios en las universidades de Brasil, Chile, Colombia, América Central, había llegado para ejercer su profesión reformadora a la universidad en la Argentina de Onganía. Otro artículo es “Yanquización de la universidad ¿Plan Devoto o plan Atcon?”, también de Gregorio Selser; otro es “Respuesta a la penetración imperialista en la Universidad”, que su autor José Manuel Quijano subtitula “La Universidad como gran empresa”. El semanario Marcha los había estado publicando en esos meses palpitantes en que Carlos Quijano estampaba en la tapa “La Universidad es el país” (agosto de 1968) y en que la Feuu elaboraba un análisis sobre cómo “el Bid ha tomado a su cargo entre sus múltiples tareas, la de la norteamericanización global de nuestras universidades”, según lo presentaba Mario Wschebor en su ensayo. El análisis de la Feuu tenía por título “La entrega de una universidad al Bid, comentario de un contrato” y se refería al contrato del Bid firmado con la limeña Universidad Mayor de San Marcos.

La reflexión de Wschebor, lejos de ser una visión aislada, surge en una consciencia de época, que alerta sobre los peligros de la sujeción de las universidades estadounidenses a la industria bélica y de las universidades latinoamericanas a las estadounidenses. Wschebor sitúa en la Segunda Guerra Mundial el inicio de este proceso; en 1962 los datos son contundentes: 90% de la investigación científica en Estados Unidos ha estado al servicio de los departamentos militares, al punto, señala Wschebor, de que la “colaboración académica con los objetivos militares o paramilitares del sistema se ha convertido en un hecho natural […] lo frecuente en las universidades es que no se vea nada de particular en trabajar para resolver los problemas que le plantea al imperio la realización de su política y que los que protestan contra esta situación estén en el ostracismo”.

Por cierto, podríamos tal vez disentir con la datación que propone Wschebor, porque la intimidad entre la enseñanza estadounidense y la industria, incluida la bélica, es muy anterior a la Segunda Guerra Mundial; también podríamos sentirnos ajenos a ese estado de cosas, ya que en Uruguay no abundaron las denuncias sobre investigación militar.

Sin embargo, el ensayo de Wschebor muestra la extensión de la penetración, que no solo involucra las ciencias llamadas “básicas”, sino también la sociología y la psicología, elevadas al rango de ciencias rigurosas susceptibles de “medir y prever”. Cuando en 1965 quedó a la vista el plan Camelot, dirigido al “imperio norteamericano de ultramar” como lo llama Wschebor y que obviamente incluye a los latinoamericanos, se vio que la “militarización del trabajo científico” involucraba todo tipo de disciplinas: el plan Camelot era un “proyecto para medir y prever las causas de las revoluciones y de la insurrección en las áreas subdesarrolladas del mundo”. Dicho plan era patrocinado por el ejército estadounidense e implementado por la American University de Washington DC.

En sus documentos, las actividades del ejército de EEUU eran descritas como “profilaxis de la insurrección”: para esto, se trataba de “analizar los mecanismos psicológicos del cambio en los países del Tercer Mundo” y “determinar las formas de producir efectos psicológicos masivos en sus poblaciones”.

También en este caso, Wschebor refiere una investigación de Gregorio Selser: “Espionaje en América Latina, el Pentágono y las técnicas sociológicas”.

Se dirá: todo muy interesante, pero es inactual, las cosas cambiaron desde entonces. Bueno, no exactamente.

Por un lado, hemos asistido a la agudización de aspectos que Wschebor señala, por ejemplo, “la eliminación del sentido crítico y su sustitución por la “metodología” consistente en las reglas que deben seguirse canónicamente”.

La metodología impuesta institucionalmente viene con lo que Wschebor llama “la fiebre numérica”, es decir, el fomento de lo cuantitativo y de la evaluación. Y lamenta Wschebor: “las palabras “desarrollo”, “integración”, “planificación” bailan una danza macabra”.

Entonces, como efecto de la yanquización, el análisis crítico fue sustituido por recetas, pudorosamente llamadas “metodologías”, destinadas a producir centenas de miles de papers destinados a no decir nada y a cimentar exitosas carreras académicas.

Porque ¿acaso el silencio que la Universidad mantuvo y mantiene con respecto a Botnia, Aratirí, UPM, las forestaciones, el

monocultivo, Google, Bayer-Monsanto, Pfizer, Hidrógeno Verde, Arazatí, significa que no estamos ante prácticas propias de un sistema que penetra, extrae y saquea? Claro que no: el silencio universitario no disimula el neocolonialismo. La impunidad de la Fundación UPM, que directamente actúa en doce departamentos de Uruguay, no la tuvieron ni la Fundación Ford ni la Fundación Rockefeller, a quienes a menudo se les rechazaban sus “generosas” donaciones, y Dean Rusk, ex Presidente de la Fundación Rockefeller devenido Secretario de Estado de Estados Unidos, pudo comprobarlo con la escupida que recibió en la plaza Independencia durante su visita a Montevideo.

Por otro lado, como señala Wschebor, “el imperio ha adquirido la ductilidad necesaria para extender su mano hasta las formas más heterogéneas de conocimiento en cuanto a estilo y contenido, y apropiarse del mismo para convertirlo en un objeto útil a sus fines”. En la Universidad actual sobran ejemplos ilustrativos; me atendré a aspectos del documento del Rectorado y del Prorrectorado de Gestión, difundido en julio pasado.

Ya desde el título -“Una nueva gestión para una Universidad en movimiento”- aparecen los dos inoxidables caballitos de batalla: la novedad y el movimiento. En las 37 carillas del documento, las palabras “nuevo/a/s” aparecerá 37 veces; “innovar, innovador, innovación” aparecerá 19 veces: 56 veces en total. Por otra parte, “cambio/cambiar” aparece 28 veces, y “transformación”, 16 veces. ¿Es acaso tan nueva la novedad, como para exigir tanta promoción?

En este documento, ¿qué son “nuevo” y “cambio”, además de ser un argumento de venta machacado exactamente 100 veces en 37 carillas? Ciertamente, no es nueva la jerga empleada: “crecimiento expansivo, reproductor y federativo”; “el diseño por agregación e isomorfismo”, etc.

Tampoco es nuevo el propósito perseguido: “descentralizar decisiones y capacidades de gestión, facilitando los procesos decisorios y profesionalizando las capacidades en forma descentralizada”, es decir, reorganizar la Universidad para redistribuir el poder, concentrándolo en instancias burocráticas, “profesionalmente” burocráticas, integradas por profesionales de la burocracia, en nombre, claro, de la descentralización y de la agilización y en detrimento, claro está, del órgano de cogobierno universitario, el CDC, reducido a un “mecanismo de excepción o de alzada”.

El documento propone también “priorizar la estrategia de las tecnologías de la información, en tanto habilitadora y protagonista de las funciones sustantivas y de apoyo”. Así, está diciéndose que las tecnologías de la información, entiéndase enseñanza a distancia, “virtual”, plataformas, etc., “habilitan y protagonizan” las funciones sustantivas, previamente definidas como la enseñanza, la investigación, la extensión. Dicho de otro modo, para este documento, la enseñanza y la investigación son “habilitadas y protagonizadas” por la tecnología. ¿Qué es lo “nuevo” aquí?

Desde 1980, existieron contratos que ligaban a las universidades estadounidenses con Microsoft, así como existió el programa “Apple classrooms of tomorrow”; desde fines de los años 80, la Table Ronde des Industriels Européens preconizó “el aprendizaje a distancia”; en 1991, la Comisión Europea sostuvo que la “revolución informática” “dejaba obsoleta a gran parte de la enseñanza”, y Tony Blair en 1997 lanzó un plan patrocinado por Bill Gates para conectar 3200 escuelas británicas. (Tomo estos ejemplos de la obra de Christian Laval antes mencionada.)

La novedad, en 2023, es que la Universidad hará suyas las directivas de las grandes empresas de informática, como antes lo hizo la Comisión Europea. Ahora bien, en 1970, Wschebor ya denunciaba la “dependencia tecnológica” que suponía “ver y oír a profesores de diversos países a través de comunicaciones transcontinentales” y “enviar información de un continente a otro”.

(Por cierto, la “dependencia tecnológica” es mucho más que depender de una tecnología; sobre todo es depender de una “metodología”, de un recetario, de un formateo de lo que en una clase supuestamente debe suceder, de un sometimiento a un protocolo uniformizador concebido en vistas a formas de evaluación automática (maquínica); en resumidas cuentas, la dependencia tecnológica es una aniquilación de la universidad como espacio surgido del encuentro de estudiantes y profesores. Y es esencialmente dependencia política, al imponer la renuncia subjetiva y la inscripción en un orden subordinante y anónimo.)

El documento del Rectorado y del Prorrectorado de Gestión, anticipando algún remilgo pudoroso (tal vez alguna memoria esquiva del “ciencia sin consciencia solo es ruina del alma”) y lamentando el desdén que padece “la gestión”, sale al cruce y de entrada declara que “la gestión y organización institucional son cuestiones eminentemente políticas”. Una vez admitida esta confesión que renuncia a la supuesta neutralidad tecnológica – sí, la gestión es política- nos preguntamos: pero entre la gestión que es política y la política que es política ¿quién manda?

Naturalmente, del documento se deduce que la gestión manda, ya que “las políticas y programas adolecen de debilidades importantes sin el diseño organizacional adecuado […] ninguna función puede ejecutarse adecuadamente y perseguir sus objetivos sin una estructura de gestión y un soporte organizacional adecuado”. Las “debilidades” [sic] de que “adolecen” [sic] las políticas universitarias son, según el documento, “inercia” [sic], “ininteligibilidad” [sic] y “espasmos” [sic]. Por lo tanto, como la política falla en su labor política produciendo “inercia”, “ininteligibilidad” y “espasmos” es necesario que la gestión, “eminentemente política” [sic] remedie esa inercia, esa ininteligibilidad y esos espasmos de la política.

Es más, el documento de los Gestores rectores y prorrectores afirma: “Es necesaria una mirada integral de la tecnología como sostén y facilitadora de la universidad moderna. Si las TI [Tecnologías de la información] son vistas como meras herramientas de soporte no podrán más que brindar apoyos mínimamente suficientes. Se requiere de un diseño que permita poner en valor la innovación tecnológica en todas las funciones universitarias”. Sí, para los Gestores, la enseñanza, la investigación y la extensión deben tener un diseño [sic] que ponga en valor [sic] la innovación tecnológica [sic]: el sentido de una institución universitaria -enseñar, investigar-, son vistas como faire valoir, como lo que hace valer a la innovación tecnológica, lo que permite su destaque.

Así se cierra el círculo: las tecnologías “habilitan y protagonizan” la enseñanza, la investigación y la extensión; mientras, la gestión manda a la política, aquejada de inercia, ininteligibilidad y espasmos. De lo que se trata pues es de que la enseñanza y la investigación “pongan en valor la innovación tecnológica”.

¿Es esto totalmente novedoso? No. En su ensayo de 1970, Mario Wschebor ya avizoraba “la desviación de la universidad de sus funciones y deberes de erudición y enseñanza […] el fracaso del intelectual académico para servir de crítico, consciencia y faro”.

¿El fracaso de esta consciencia crítica significa el triunfo de qué? Pues de la simple adaptación al imperialismo.

P.S.: Las palabras que preceden fueron leídas en el Museo de la Memoria montevideano, durante el Coloquio Internacional la Filosofía ante las Memorias del Olvido en las Sociedades Latinoamericanas: Internacionalización de la Cuestión Democrática 50 años después: Montevideo / Santiago de Chile (21-27 de septiembre de 2023) Universidad de la República-Uruguay.

Entre las muchas y muy iluminadoras reflexiones realizadas durante el Coloquio, referiré brevemente algunas. La conferencia de Patrice Vermeren rememoró la relación entrañable establecida entre filósofos chilenos y franceses en épocas en que Pinochet, como un siniestro personaje operístico, prolongaba su dictado anunciando su inminente partida. En esos años, Jacques Derrida, Miguel Abensour y el propio Patrice Vermeren venían a Chile para entablar diálogos filosóficos con los colegas, sedientos de públicamente volver a pensar con los pensamientos prohibidos por la dictadura, por ejemplo con el de Baruch Spinoza. En otro plano, Patrick Bauday evocó a Milan Kundera y “El libro de la risa y el olvido” para ilustrar el papel revelador y “rebelador” (si así pudiéramos decirlo) que la ficción desempeña: ésta no solo revela vías reales para inteligir el mundo sino que, al hacerlo, produce rebelión contra los sentidos anquilosados.

Más específicamente mis palabras pretendieron situarse junto a otras que de variada manera tocaron el asunto de la presencia del pasado. Así por ejemplo, la rememoración que hizo Ana María Araujo de las mayorías parlamentarias que, en Uruguay, apoyaron el golpe de Estado de junio de 1973, como antes habían estado apoyando la aplicación de las Medidas Prontas de Seguridad.

Igualmente, la reflexión de Álvaro Rico consideró el consenso -no unánime pero sí lo bastante estridente como para volver casi inaudibles los puntos de vista divergentes- que despertó el golpe de febrero de 1973, así como interrogó directamente el presente del pasado: el legado de impunidad que atraviesa y permea la sociedad entera en proliferantes micro escenas: el médico que hace esperar horas al paciente, el profesor que demora la corrección de los trabajos de los estudiantes.

Por su parte, Diego Julien sostuvo la idea de que el traslado a ámbitos internacionales, como la Corte Interamericana de DDHH, del tratamiento penal de las violaciones de los DDHH ocurridas en Uruguay, dada la política jurídica de extensión y promoción de los derechos individuales de estos organismos, generó un doble compromiso, por un lado otorgando legitimación moral a las organizaciones internacionales de derechos humanos y por otro asumiendo de forma probablemente inconsciente el “lenguaje de los derechos” como forma de expresar las aspiraciones sociales, condenándolas así a su imposibilidad.

Ricardo Viscardi, recurriendo a la distinción forjada por Jacques Rancière entre democracia institucional y democracia como práctica de la emancipación que de manera constante verifica la igualdad de los iguales, permitió apreciar el fuerte contraste que entre ambas existe hoy en Uruguay: si la primera goza de inmejorable salud desde los albores del golpe de Estado hasta ahora, la segunda hoy anda penando.

El colega brasileño André Duarte, partiendo de la ruptura que habían significado los gobiernos de Lula y de Dilma, advirtió sobre la constante amenaza bolsonarista, deseosa de restaurar los fueros del racismo y del heteropatriarcado. El también colega brasileño Norman Madarasz, en cambio, procuró mostrar lo que hubo de continuidad en el gobierno del PT, su ausencia de políticas que calaran en la vida -espiritual y material, diaria y trascendente- de las grandes mayorías de brasileños.

Mi intervención creo que también procura insertarse en la interrogación sobre el presente del pasado, sobre la diaria impregnación de un pasado que continúa fabricando impunidad y consentimiento, más allá de las dictatoriales violaciones a los derechos humanos, en el amplio dominio de la adaptación a un orden que nos intima a sumarnos y a aplaudirlo.


Notas

  1. Mario Wschebor https://www.clacso.org.ar/reformadel18/detalle.php?id_libro=1418
  2. https://udelar.edu.uy/portal/wp-content/uploads/sites/48/2023/08/Dist-685-23.pdf