ENSAYO
Hugin y Munin
vuelan todos los días
alrededor del mundo
temo menos por Hugin
de que no regrese,
aún más temo por Munin.
Edda poética – Grímnismál, estrofa 20.23
Por Andrea Grillo
El 31 de octubre, The Atlantic publicó un artículo titulado “Declaremos una amnistía pandémica”.
Comienza así:
1. “En abril de 2020, sin nada más que hacer, mi familia hizo un enorme número de excursiones. Todos llevábamos máscaras de tela que yo misma había hecho. Teníamos una señal que la persona que iba delante utilizaba si alguien se acercaba por el sendero y teníamos que ponernos las máscaras. Una vez, cuando una niña se acercó demasiado a mi hijo, que entonces tenía 4 años, en un puente, él le gritó: “¡DISTANCIA SOCIAL!”.
Estas precauciones eran totalmente desacertadas. En abril de 2020, nadie se contagió del coronavirus por cruzarse con otra persona haciendo senderismo. El contagio en el exterior era rarísimo. Nuestras máscaras de tela hechas con pañuelos viejos no habrían hecho nada, de todos modos. Pero la cosa es: No lo sabíamos.”
“No lo sabíamos”, o bien, “la ignorancia deliberada como excusa”
Comenzar un texto contando una anédcota personal es un recurso prácticamente infalible para conectar con el lector. Esta apertura confesional es por demás inteligente: la autora se presenta en su rol de madre de familia y a un tiempo, se acusa y se justifica a sí misma, preparando el terreno para su propuesta armisticia. Y lo cierto es que todos nosotros (o casi) podemos reconocernos en esa descripción de los primeros meses pandémicos, seguramente en otras actitudes, pero también impulsadas por la misma tensión defensiva de la búsqueda de supervivencia.
¿Cómo no sentir empatía por aquella familia que salía a caminar, cuidándose entre todos, dando aviso del peligro inminente que podía suponer un transeúnte de otra “burbuja”? ¿Cómo no angustiarse por ese niño de cuatro años tan aterrorizado – y tan bien aleccionado – defendiéndose de otra niña, que no respetaba la sana distancia? ¿Y las máscaras de tela hechas por mamá? Conmovedor.
Sin embargo, basta un mínimo de investigación para neutralizar el dramatismo del cuentito. En primer lugar, Emily Oster, economista doctorada en Harvard, profesora en la Universidad de Brown desde el 2015 y “experta” en análisis de datos vinculados a la salud, nunca tuvo necesidad de coser barbijos con paños viejos. Su autodescripción de madre sacrificada es un insulto a cualquier madre jornalera que ante la imposibilidad de trabajar, lo menos que hubiera querido era salir a hacer hiking. En segundo lugar, con semejante currículum, es imposible que no se haya enterado de la cantidad de información que para abril del 2020 ya existía y había sido publicada. Que eligiera no tenerla en cuenta es otra historia.
John Ioannidis, PhD por la Universidad de Stanford, médico, pionero en el campo de la meta-investigación, ciencia de datos y medicina basada en evidencia epidemiológica, para esa fecha ya había situado la tasa de letalidad por infectado por Covid en un porcentaje similar al de la gripe, cuestionado la efectividad del método PCR y advertido de las catastróficas consecuencias de los confinamientos. Curiosamente, la señora Emily Oster, que se presenta a sí misma como alguien que se guía estrictamente por los datos sin ningún reparo, “no sabía” que una de las mayores eminencias en su campo, había llegado a tales conclusiones, aunque es prácticamente seguro que en a lo largo de su carrera haya tenido que estudiar al menos alguna de sus innumerables contribuciones. La señora Emily Oster cosía barbijos de tela de ropa vieja y salía a caminar haciendo mímica con toda su familia. No sabía nada, pobre.
No es fácil dimensionar, en palabras de Giorgio Agamben, “el grado tan extremo de abyección, irresponsabilidad y descomposición” al que llegó nuestra sociedad y que la buena Emilia quiere barrer bajo la alfombra de la incertidumbre, lo que resulta de un cinismo asombroso. Porque las nefastas consecuencias que nos sacuden hasta hoy no son el resultado de malas decisiones tomadas en un escenario de indecisión, sino de pánico inducido a conciencia. Y sin embargo, la constante emisión de propaganda aterrorizante no es una variable que se mencione en su artículo y mucho menos la censura que sufrieron todos los científicos – y los no científicos también – que osaron cuestionar las medidas no farmacológicas primero, y las vacunas después. Volver a poner ejemplos de esto sería demasiado redundante.
2. “He estado reflexionando sobre esta falta de conocimiento gracias a una clase que estoy impartiendo conjuntamente en la Universidad de Brown sobre COVID. (¡¡¡!!!) Hemos pasado varias clases reviviendo el primer año de la pandemia, debatiendo las muchas decisiones importantes que tuvimos que tomar en condiciones de tremenda incertidumbre. (…) Obviamente, “algunas” personas pretendían engañar e hicieron afirmaciones tremendamente irresponsables. (…) Pero la mayoría de los errores fueron cometidos por personas que trabajaban seriamente por el bien de la sociedad.”
“La mayoría de los errores fueron cometidos por personas que trabajaban seriamente por el bien de la sociedad”, o bien, “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Emilia habla del error en abstracto, un error blanqueado, sanitizado, no solo despojado de su inherente capacidad de dañar, sino además amparado en la buena voluntad. Pero en algún momento habrá que dejar de presentar a la humanidad como un niño desorientado y enfrentarla a su cobardía, su egoísmo y su desesperación por evadir la responsabilidad que en la crisis tocaba asumir y que fue convenientemente delegada en cualquier forma de poder. Tal vez si mostramos cómo encarnaron esos “errores” en personas reales, por doloroso que resulte, podamos empezar a concebir la gravedad de la situación, que “como afirman algunos no sin razón, se mide por el número de asesinatos.” (Giorgio Agamben otra vez).
El 16 de mayo de 2021, los medios de prensa anunciaban la muerte de una joven que había ingresado embarazada al Hospital de Clínicas, diagnosticada con Covid-19. Su hermana mayor, hasta el día de hoy, denuncia que su muerte fue debida a una gravísima omisión de asistencia y a las condiciones infrahumanas a las que fue sometida en su internación. Su testimonio da cuenta no sólo de cómo se pierde una vida, sino de cómo se utiliza esa pérdida para los fines más despreciables. Fue tomado de una entrevista y replicado en algunas redes. Obviamente, no fue noticia en ningún medio masivo, ni siquiera cuando se hizo una manifestación por ella frente al Hospital de Clínicas. Nadie hizo eco. Ninguna red feminista, ningún político, ningún periodista, nadie.
La joven fue diagnosticada con covid el sábado 10 abril. Se le recomendó reposo en domicilio y Paracetamol. Al día siguiente por la noche, su hermana la llevó al Pereira Rossell porque no mejoraba, donde recibió oxígeno y el 13 de abril fue enviada a su casa para hacer ahí la cuarentena. Por recomendación de una doctora que la vio en su domicilio y notó la gravedad de su estado, pidieron ambulancia para trasladarla, pero como no llegó, el 16 de abril un familiar la llevó en un taxi nuevamente al Pereira Rossell, desde donde la trasladaron al piso 8 del Hospital de Clínicas y la aislaron en el área Covid. Ya habían pasado seis días desde el diagnóstico inicial. A partir de su aislamiento y durante un mes entero, la joven sufrió lo inimaginable. La primera noche estuvo pidiendo ayuda toda la madrugada porque tenía frío y no podía respirar. Le llevaban la comida y se la dejaban en una bandeja sin acercarse. No la bañaban. La máquina de oxígeno no funcionaba. Y la hermana se enteraba de estas cosas mediante algunos mensajes de whatsapp y de una prima, enfermera, que logró acceder a hablar con ella. El 19 de abril la pasaron a CTI porque no mejoraba. ¿Y cómo podría mejorar alguien en esas condiciones? Diez días después le practicaron una cesárea porque se le había sumado un cuadro de hipertensión. La bebé murió tres días después, a causa de una insuficiencia cardíaca. El estado de la joven empeoró, informaron a la familia que había contraído una bacteria intrahospitalaria y que sufría una infección generalizada.
“A todo esto, los médicos no sabían ni siquiera si mi hermana seguía teniendo covid porque perdieron los tres hisopados que le realizaron estando internada, es decir que quizás ya no tenía más el virus pero de todas formas la dejaron en zona de aislamiento, donde no podíamos verla ni cuidarla. Estamos muy dolidos porque sabemos que los últimos días fueron dolorosos para ella: no la bañaban, no la limpiaban, no le daban de comer ni la dejaban ver a su familia. La vez que pudimos verla, la vimos en un estado de suciedad horrible. El 15 de mayo nos dijeron que no creían poder salvarla y que le quedaban pocas horas de vida. Estuvimos toda la noche esperando hasta que nos llamaron y cuando subimos mi hermana ya estaba lavada en una bolsa con cierre. Nosotros entendemos que estamos en una pandemia, que no podíamos ingresar a verla y que habían complicaciones. Pero entendemos que faltó humanidad de parte del personal. Para algo estaban las enfermeras: para limpiarla, asistirla, escucharla, acompañarla, ya que sus familiares no podíamos. Sin embargo sabemos que pasó sus últimos días sola, sin comer, sin bañarse, incómoda, sin poder comunicarse con nosotros porque no le cargaban el celular, sin siquiera enterarse de que había sido madre de una niña que luego falleció.
Difundir su historia no va a calmar nuestro dolor ni borrar lo que pasó. Pero creemos que es importante que se sepa la manera en la cual mi hermana fue tratada para que seamos conscientes de lo que sucede. Esperamos de corazón que esto ayude a que no vuelva a suceder, y que se haga justicia.”
En febrero del 2021 comenzó la vacunación. La joven y su familia esperaban turno. Es necesario puntualizar esto para evitar suspicacias. No hay lugar a ninguna “teoría conspirativa”. Aún así, intervinieron sus redes sociales. La denuncia se ciñe a la omisión de asistencia y la mala praxis amparadas bajo el inconmensurable manto de la muerte “por Covid”. En un pedido de información que este medio hizo al MSP consta que, a pesar de todo lo relatado, su fallecimiento quedó tipificado con el código U071: “Covid-19, virus identificado”.
Claro que hubo personal sanitario abnegado, acciones heroicas y tratamientos excelentes. Pero no fueron la regla. Si haber sido así, este artículo no habría sido escrito. Y excede al mismo la búsqueda de
las posibles explicaciones. Hay incontables hilos que se entrelazan para terminar tejiendo este desenlace injusto que no debió haber ocurrido, pero que prueba que no se puede hablar tan livianamente de pasar página.
3. “Cuando salieron las vacunas, carecíamos de datos definitivos sobre la eficacia relativa de la inyección de Johnson & Johnson frente a las opciones de ARNm de Pfizer y Moderna. Las vacunas de ARNm ganaron. Pero en aquel momento, muchas personas de la sanidad pública se mostraron neutrales o expresaron su preferencia por J&J. Este paso en falso no fue malintencionado. Fue el resultado de la incertidumbre.”
“Las vacunas de ARNm ganaron”, o bien, “una mentira repetida mil veces no se convierte en una verdad”
A principios de 2021 un hombre de 36 años fue diagnosticado con Covid. Aunque “asintomático”, siguió las recomendaciones protocolares. Pasado el lapso post infección establecido para poder vacunarse, decidió hacerlo y lo hizo con la vacuna de Pfizer, que para entonces ya se encontraba a disposición para esa franja etaria en algunos lugares. Recibió la primera dosis el 15 de julio. Un par de días después empezó a sentirse mal. Lo hisoparon y resultó – nuevamente – positivo para Covid, pero esta vez sí mostró fuertes síntomas, fiebre, dolor y dificultad para respirar. Su esposa llamó a la emergencia y por consulta telefónica le indicaron lo que a todos: reposo y Paracetamol. Pero no mejoró. Para cuando lo ingresaron en el área Covid de la Asociación Española. su cuadro ya era grave. Permaneció aislado, pasó a CTI, fue intubado y dio batalla durante casi dos meses, pero también acabó contrayendo una infección intrahospitalaria y falleció el 7 de setiembre. Y su muerte fue tipificada, a pesar de que ya habían pasado casi dos meses y ya no era positivo, también, con el código U071.
Fue uno de los miles de casos que la población, estremecida, trató de explicarse con ideas como “cuando se vacunó ya tenía el virus”, o “se agarró el virus antes de la segunda”… No existía en el imaginario colectivo la posibilidad de una reacción adversa, ni de un cuadro de hiperinmunidad, ni mucho menos de la manipulación de esa “causa de muerte” que seguía su conteo implacable, todos los días, en el horario del informativo central.
Hoy ya es de dominio público que los países con las tasas más altas de vacunación, son los países que acumularon mayor cantidad de casos, internaciones y muertes por Covid. También en este punto sería tremendamente redundante explayarse en cifras. Cualquiera puede buscar esas estadísticas (y tratar de dilucidar el misterio de las diferencias entre países como Israel o Australia, por un lado, y Haití o Mauritania, por el otro). Pero sorprendentemente, lo único que tiene para decir Emily Oster de las vacunas es una comparación ridícula entre Pfizer, Moderna y Johnson&Johnson. Frente al fracaso rotundo en la prevención de la transmisión, hospitalización y muerte y sumando los serios efectos adversos ya reconocidos, la “implacable seguidora de datos” basa su afirmación triunfante en un estudio de febrero de 2022: “Los anticuerpos inducidos por vacunas de ARNm son más eficaces que la inmunidad natural para neutralizar el SARS-CoV-2 y sus variantes de alta afinidad”, el cual, después de varias páginas, concluye:
“Al igual que muchos otros biomarcadores sustitutivos de una intervención médica sobre una enfermedad, nuestra neutralización in vitro de la unión al receptor tiene sus limitaciones. Hay factores que no pueden representarse en este modelo. Entre ellos se encuentran las estructuras tridimensionales de la proteína viral de la espiga y la ACE2, la densidad superficial de ambas moléculas, el proceso de entrada viral en las células y otros. Además, los perfiles de mutación de las variantes se simplifican drásticamente en nuestro modelo. Otras mutaciones de la RBD, K417N/T y E484K, solas o en combinaciones, no se han evaluado en este estudio. Además, los valores IC50 que obtuvimos con el ensayo de unión in vitro RBD-ACE, aunque bioquímicamente informativos, no son equivalentes a un nivel protector in vivo.”. O sea: NADA.
El escándalo que ha supuesto la vacunación mundial es de una magnitud tal que Albert Bourla, CEO de Pfizer, se negó a comparecer ante el parlamento europeo para responder interrogantes acerca de los aspectos secretos de la negociación. Baste mencionar que la farmacéutica tiene un prolífico historial de prácticas comerciales fraudulentas por el que ha pagado sumas multimillonarias. Pero lo importante para Emily Oster es que, quienes preferían la vacuna de Johnson y Johnson, no lo hicieron por maldad.
4. “Dado el grado de incertidumbre, se adoptaron casi todas las posturas sobre todos los temas. Y en todos los temas se demostró que alguien tenía razón y que otro estaba equivocado.
Los que acertaron, por la razón que sea, querrán regodearse. Los que se equivocaron, por la razón que sea, pueden sentirse a la defensiva y replegarse en una posición que no concuerda con los hechos. Todo este regodeo y actitud defensiva sigue consumiendo mucha energía social e impulsa las guerras culturales, especialmente en internet. Estas discusiones son acaloradas, desagradables y, en última instancia, improductivas. Ante tanta incertidumbre, acertar en algo tiene mucho que ver con la suerte. Y, del mismo modo, hacer algo mal no era un fallo moral. Tratar las decisiones sobre la pandemia como una tabla de puntuación en la que unos acumulan más puntos que otros nos impide avanzar.”
“Hacer algo mal no era un fallo moral”, o bien, “nunca ofreceremos las disculpas que debemos”
Pocas veces el lector encontrará tal manojo de inconsistencias en un solo párrafo. Es digno de ser leído varias veces. Sobre todo porque hay miles de lectores que ya lo hicieron y les pareció muy bien.
A medida que la realidad nos va despojando de nuestras frágiles excusas y los mensajes virtuales que desafían toda lógica se desvanecen en su propia inconsistencia – porque la realidad es, por mucho que pretendamos que no – muchos van a intentar asirse a la retórica del artículo de The Atlantic.
Emily Oster representa a cada persona que se benefició del caos generado, que se enriqueció con la propaganda del terror, que se ganó su minuto de fama en nombre de la ciencia. Es cada funcionario del gobierno que guardó silencio, porque cuestionar la narrativa habría sido el suicidio político, cada periodista que contribuyó a cada mentira, cada empresario que despidió al funcionario que optó por no vacunarse. Es cada vecino que puso un cartel en el hall del edificio avisando que “la del apartamento 201 tiene Covid.”, cada feminista que puso el brazo pero no la cara para defender a otra mujer a la que no le permitían tener un acompañante al momento de parir si no estaba vacunada, cada persona capaz de decir que quienes no acataban las normas no merecían una cama de hospital. Es la figura del cómplice de la que habla Giorgio Agamben, los que no perpetraron delito pero colaboraron con él y todos juntos forman el cuerpo del tirano. Las consecuencias nunca terminaron con la pandemia.
Un anciano siente dolor en el costado izquierdo, llama al médico, el médico piensa en algún problema intestintal y receta un laxante y un estudio. El anciano a los dos días está peor, viene otro médico, lo manda en una ambulancia a la emergencia, pero la emergencia está saturada y demoran cinco horas en bajarlo de la ambulancia. La atención consiste en hacerle un enema y devolverlo a la casa, porque no hay lugar ni recursos en la mutualista agobiada de humanos sufrientes que en dos años no fueron atendidos y ahora inundan las salas. El hombre sigue con dolor, viene un nuevo médico, por segunda vez lo mandan a emergencia donde lo ve una cirujana que decreta que su dolor es muscular y le indica Paracetamol cada ocho horas, ¡el Paracetamol multiuso! y le manda un estudio que le harán en muchos días porque no hay día y hora para esos estudios. El anciano siente cada vez más dolor, su geriatra lo va a ver a la casa y por tercera vez lo mandan a emergencia y esta vez sí le hacen una tomografía y ven que el hombre no tiene nada en el intestino, que lo que tiene es un absceso en el riñón izquierdo y que hay que operarlo de inmediato. Lo dejan ingresado, una enfermera intenta sacarle sangre pero ésta se coagula en el momento y no pasa de la jeringa al tubo, dos veces va al laboratorio y finalmente programan su operación, que no logra limpiar toda la infección. A los pocos días le dan de alta con internación domiciliaria (porque hay que hacer lugar) y antibióticos de amplio espectro (porque nunca pudieron identificar de qué bacteria se trataba). Pero los antibióticos no funcionan y tienen que volver a ingresarlo. Esta vez ya no hay nada más que hacer, la internista avisa a sus hijos que está en etapa de pre muerte y el anciano fallece el 15 de junio. Nunca había estado internado, nunca había sido operado de nada, hasta el día en que lo internaron se movía por sus propios medios. Era un anciano vital, fuerte. Si lo hubieran atendido a tiempo, tal vez. Pero los hospitales y sanatorios, vacíos en el 2020, se desbordaron. Y la mayoría de los países de occidente compartieron el exceso de muertes por toda causa, la pandemia que no se nombra.
5.- Hugin, “Pensamiento” y Munin. “memoria”
En los versos de la Edda Poética que encabezan este ensayo, Odín se refiere a sus dos cuervos, Pensamiento y Memoria. Y Odín teme por la memoria más que por el pensamiento mismo. Porque sin memoria no hay pensamiento. Sin memoria no hay suelo, pertenencia, arraigo, historia, conexión ancestral, linealidad, asociación de ideas, aprendizaje, identidad. Antes de ser cualquier otra cosa, el hombre es lo que lo antecede. Es esa parte del destino que no puede modificar porque lo precedió, la firme trama de incesante hierro de Borges que, con suerte, tiene una hendidura para tejer el tapiz de la vida. Y cuando un hombre ya no está más con nosotros, sigue viviendo en nuestra memoria. Con cada recuerdo resignificamos la existencia.
“Amnistía” proviene del griego amnestia, olvido. Comparte la raíz con amnesia, pérdida de la memoria, privación del recuerdo.
La invitación de Emily Oster ha sido debidamente declinada.
En memoria de Abigaíl (20), Andrés (36), Francisco (82) y de todas las víctimas del terrorismo sanitario.