Este texto tiene el objetivo de reflexionar en torno a los posibles efectos psicológicos sobre el desarrollo de niñas, niños y adolescentes que puede tener la gran difusión mediática de algunas propuestas de los movimientos feministas que recientemente tomaron un gran protagonismo a raíz de la denuncia de violación grupal realizada el día 23 de enero del corriente año, la que fue ampliamente difundida a través de los medios de comunicación.
PORTADA
Por Mariela Michel
Llama la atención la premura para la publicación de esta noticia, y también su alcance internacional. Por ejemplo, el 26 de enero ya se pudo leer esa noticia en la BBC. Llama la atención sobre todo, si tenemos en cuenta que su difusión masiva y globalizada no consideró que la investigación judicial no había concluido, y probablemente que ni siquiera se había iniciado. En nuestro medio, también fue reiteradamente cubierta la noticia de una “violación grupal”, antes de que se llegara a una decisión judicial sobre la ocurrencia o no de una violación. Los medios locales reportaron de modo exhaustivo y maximizaron la visibilidad de la situación denunciada en horario central y de las movilizaciones sociales a las que la noticia dio lugar. El 27 de enero, la sección La Diaria Feminismos publicó la siguiente convocatoria; “Mujeres, disidencias y feministas autoconvocadas llaman a una ‘movilización nacional’ contra la violencia sexual”. Como parte de dicha movilización, se llevó a cabo el viernes 28 de enero en Montevideo una marcha “contra la cultura de la violación”. Una nota de Subrayado del mismo día constata que “(l)a convocatoria fue multitudinaria y se originó como manifestación contra la violación grupal de una mujer de 30 años en el barrio Cordón de la capital, un hecho que sucedió el pasado fin de semana y que sigue en investigación”. Posteriormente, a partir de la difusión de algunos audios registrados durante el episodio denunciado que hizo el periodista Ignacio Álvarez en su programa radial La Pecera (01.02.2022), se puso en tela de juicio la veracidad de los hechos que dieron lugar a la marcha multitudinaria.
El foco de este texto estará en los episodios anteriores, especialmente, en las afirmaciones y en los planteos feministas que tuvieron la finalidad explícita de dejar atrás el silencio sobre temas que deberían ser conversados y debatidos a nivel social. La polémica sobre la difusión periodística de los audios opacó otro debate de gran importancia. La razón principal para elegir escribir desde un punto de vista psicológico es que las concepciones feministas involucran centralmente los vínculos y los roles sociales desde los cuales nos relacionamos. Por ese motivo, creo necesario tomar en consideración con cierto detalle los temas planteados por las agrupaciones y por las feministas autoconvocadas para esa marcha, en función de su capacidad de influir sobre la opinión pública. Tanto el periodismo como las agrupaciones sociales asumen una responsabilidad ética cuando lo que expresan es amplificado por los medios masivos y por las plataformas mediáticas. Una revista como eXtramuros, que tiene como objetivo promover el debate público, nos habilita a intercambiar ideas con apertura sobre las posibles implicaciones para el resto de la sociedad de algunos eslóganes influyentes, tales como el de ‘cultura de la violación’, especialmente, si pensamos que está en juego el delicado equilibrio que caracteriza la compleja relación entre los géneros.
La indignación encendida en el “tapete público”
Tanto los medios de comunicación, como las agrupaciones feministas e incluso la Fiscalía han difundido un acontecimiento aún no clarificado judicialmente. La Fiscal de Delitos Sexuales Silvia Lovesio afirmó en su entrevista del día 26 de enero en Del Sol FM que consideraba adecuada la información sobre dicho incidente, a pesar de que la resolución judicial estuviera aún en proceso:
“Está bueno que se genere indignación y a mí me parece bueno que este tema se ponga en el tapete público, en el sentido de que la gente sepa cómo funciona nuestro sistema. Actuamos con la mayor diligencia, pero la respuesta inmediata que la víctima debe tener, no la tenemos.”
El 28 de enero, el procedimiento legal estaba en sus inicios, y sin embargo, el enjuiciamiento social tuvo lugar de modo estruendoso en las calles y en las pantallas de televisión. En todos los hogares, en horario central, nos volvimos testigos de que las dudas y la presunta inocencia de los denunciados habían sido dejadas de lado por completo cuando fueron quemadas en una metafórica hoguera pública. “¡Que arda!” fue la consigna que todavía se puede ver en algunas imágenes mediáticas. También ardió en el tapete público la reputación de cuatro muchachos desconocidos hasta el momento.
La justificación esgrimida para esa condena pública se encuentra en el propio lema que fue escogido para identificar el adversario de esa marcha “contra la cultura de la violación”. En algunas notas (por ejemplo en la publicada por la Agencia EFE), se puede leer el argumento de que “el reclamo no fue en relación a un caso puntual”. El término ‘cultura’ nos habla de un marco cuyo nivel de generalidad lógica englobaría todos los casos particulares que involucran la relación entre el hombre y la mujer. Al colocar el término ‘violación’ junto a ese concepto tan abarcativo, éste funciona como un amplísimo paraguas ideológico bajo cuyo significado estigmatizante quedarían denunciados todos los hombres en calidad de violadores potenciales, y por ende todas las mujeres tendrían la pasiva condición de víctimas.
Para comprender cabalmente el alcance de la noción ‘cultura de la violación’ es útil repasar el diálogo que se generó a partir de las declaraciones del Presidente Lacalle Pou (que se pueden leer en la misma nota periodística) del día martes 25 de enero, según las cuales “las violaciones no son propias del ser humano ni del género masculino”. La respuesta emitida a través de la prensa muestra que el pensamiento feminista no considera la posibilidad de que algunos hombres no pertenezcan a esa categoría: “los violadores son seres humanos y principalmente varones hijos sanos del patriarcado. ¡Edúquese, varón!”
Me detengo un instante en el adjetivo ‘sanos’ que usan en su dura réplica. Desde el punto de vista diagnóstico descrito en el Manual de Psiquiatría DSM-V, el término ‘violación’ aparece asociado a un elemento repetitivo impulsivo necesario para diagnosticar un trastorno de conducta, incluso para clasificarlo como un trastorno “grave” (p. 248). Más allá de que dicho manual se use primariamente para diagnósticos psiquiátricos, la condición de maltrato y el carácter repetitivo se asocian a un elemento compulsivo que, desde el punto de vista psicológico, también caracteriza la patología.
Imagino que un contra-argumento feminista a este reparo podría ser que la intención fue afirmar que un varón violador es considerado ‘sano’, desde una perspectiva inmersa en una ‘cultura de violación’. Si admitimos esto, admitiríamos que se trata de un trastorno social por el cual todos estaríamos afectados, y también que los vínculos que consideramos normales (es decir, sanos) en dicha cultura estarían siempre distorsionados, por el solo hecho de estar enmarcados por los valores del “patriarcado”. Si esto fuera así, la afirmación del presidente lo excluiría como una persona que está inmersa en los valores de la cultura repudiada, ya que él no considera dicho comportamiento como propio del género masculino.
No se trata de defender aquí al presidente, sino de señalar que existe una suerte de razonamiento de tipo paradojal o de “doble vínculo” (G. Bateson): si un hombre afirma que la violación es propia del género masculino, él estaría profiriendo una amenaza hacia el género femenino, y si dice lo contrario, estaría negando un fenómeno que en este discurso es general. El hombre, por ende, no tendría ningún margen discursivo para emitir su opinión sobre un asunto en el que está centralmente implicado. Esta ideología que supone la condición de que todo varón sea un hijo del patriarcado convierte lo cultural en algo innato, y se emparenta con un argumento teológico del cristianismo, a saber, el nacer con un pecado original.
Probablemente, sin que se lo hayan propuesto, esta discusión retoma la antigua dicotomía Naturaleza vs Cultura (Nature vs Nurture), una discusión que sigue vigente en varios ámbitos científicos, y que no ha permitido inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro de modo conclusivo. Lo que aparece como claro en el campo de la psicología es que ambos componentes coexisten y cooperan en la determinación de los comportamientos humanos. Mi experiencia profesional con niños como psicóloga, con casos que fueron diagnosticados con trastornos de diferentes tipos y nivel de gravedad, me llevó a constatar con elevado nivel de certeza que existen elementos innatos que tienden hacia la vida, que caracterizan la naturaleza humana y que trascienden la distinción de géneros. Si los elementos innatos no son excluidos de la discusión, la influencia de los determinantes culturales, aún cuando sean negativos, queda relativizada. Los pensamientos dualistas, es decir, las dicotomías absolutas, implican una separación reduccionista y sobre-simplificadora, entre la bondad (femenina), por un lado, y la maldad (masculina), por el otro.
La atracción y relación armónica entre los géneros está vinculada con la preservación de la especie. Si por un lado, no es posible ignorar la existencia de relaciones de desigualdad de poder social y económico entre la mujer y el hombre, por el otro, tampoco debemos desconocer los casos de horizontalidad en la diferencia, la posibilidad de encuentros y de complementariedad. El excesivo énfasis en los aspectos negativos puede llevar al desconocimiento de la complejidad de las relaciones humanas. La sobre-simplificación de asuntos complejos corre el riesgo de funcionar como una “profesía autocumplida”. Este es un fenómeno que el sociólogo Robert K. Merton describió basado en la teoría de uno de los fundadores de la sociología, W. I. Thomas, quien propuso que “si los hombres (y las mujeres, agrego) definen situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”. En otras palabras, nuestras interpretaciones de situaciones cotidianas pueden terminar por incidir considerablemente en la determinación del fenómeno que estamos observando. En este caso, el excesivo énfasis en la desigualdad de poder entre los géneros puede llegar a aumentar la desigualdad en vez de disminuirla.
Cultura de la Violación, ¿un concepto necesario o un prejuicio distorsionador?
El concepto ‘cultura de la violación’, que fue puesto energéticamente en el “tapete público” (Lovesio), requiere una definición, antes de avanzar más sobre su sentido. En una nota de La Diaria (04.02.22), “la antropóloga e investigadora feminista Susana Rostagnol (lo) definió (…) como ‘una manera abreviadísima de hablar de las relaciones patriarcales, porque lo que está implicando es una relación de dominación.” Se trataría, entonces, de un marco conceptual que describe las relaciones humanas así como la dinámica de los roles y de interacciones sociales. También se especifica que dicho marco lleva a que las relaciones de dominación estén “habilitadas” por la “estructura social”.
En la misma nota, la Psicóloga Victoria Marichal ratifica el razonamiento que llevó a desconsiderar la pregunta sobre la ocurrencia o no de una violación en el caso concreto que motivó la marcha:
“No son hechos aislados. Pasa en nuestras familias, en nuestro grupo de amigos, en nuestros trabajos, en nuestras instituciones educativas, en todos lados. Cuando empezamos a darle la entidad que tiene es que empezamos a desmantelarla.”
Si se parte de una premisa que describe una cultura en términos de máxima generalidad, todas las relaciones sexuales o no entre hombre y mujeres particulares serían consideradas de dominación. Sin duda, una forma de “darle entidad” es conversar sobre estos conceptos, no mantener el silencio. Y eso es lo que propongo hacer en este texto.
En la sección de La Diaria Feminismos mencionada arriba, se ve la imagen de dos mujeres mirándose a los ojos pintados con estilo carnavalesco y sus rostros semicubiertos por sendos tapabocas negros con leyendas alusivas. Se nos informa que los tonos violetas y los fervorosos cánticos contagiaban un espíritu combativo y explícitamente intransigente. La expresión “cultura de la violación” tuvo efectos que irradiaron indignación y una furia tan intensa que las llevó a rechazar la presencia masculina en su totalidad. Las imágenes televisivas al menos no permitieron ver ni un solo hombre acompañando la manifestación, y se informó incluso que un periodista recibió el ataque de una pedrada. Esa violencia es la expresión concreta de un férreo y discriminador preconcepto: “todos los hombres son violadores potenciales”.
El razonamiento feminista se sostiene enteramente en una premisa que forma parte de la noción de ‘la cultura de la violación’, la que implica la creencia en que todos los hombres son violadores potenciales. Si esta premisa fuera verdadera, lo demás se sigue lógicamente por un silogismo, tal como sucede con la premisa ‘todos los hombres son mortales’. El problema es que si apareciera un hombre no mortal, el silogismo se vería alterado. Una de dos, o no sería considerado un hombre, o se invalidaría y debería reformularse la premisa mayor. El talón de Aquiles del razonamiento feminista termina por desvincularse de los casos particulares, esos que tienen el potencial de llevarnos a cuestionar la premisa general. Por eso, la marcha se realizó antes de conocer exhaustivamente los hechos y antes que se dilucidara si la denuncia era justificada o no, si lo denunciado correspondía a un suceso que verdaderamente había ocurrido.
La premisa, en esos casos, se transforma literalmente en un prejuicio: “una opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal” (RAE), es decir, se trata de un juicio, en el sentido de una opinión, que antecede a la constatación de un hecho concreto. Consideremos el siguiente ejemplo. Hace unos años, una noticia en Brasil fue difundida como ejemplo de la incidencia de los prejuicios en el comportamiento de los policías brasileños. Dos jóvenes afrodescendientes se dirigían a dar la prueba de admisión para poder estudiar en una universidad pública. En determinado momento, se dieron cuenta de que estaban retrasados, y echaron a correr con tal mala suerte que pasaron frente a dos policías que los detuvieron. Hasta hace poco tiempo, era común considerar que un rasgo sociocultural de las grupos humanos de piel oscura, sobre todo en el norte del país, era el ser personas poco inclinadas al trabajo o al estudio, y, por ende, inclinadas a ser ladrones potenciales. Los policías ‘vieron’ dos ‘casos puntuales’ de este preconcepto en plena carrera. Para estos funcionarios, se trataba de dos ladrones huyendo de la policía. Cuando la evidencia mostró lo que en verdad había sucedido, ellos ya habían perdido la posibilidad de dar ese examen, que se ofrece sólo una vez al año, y habían retrasado un año entero sus estudios universitarios, o quizás para siempre, por el desaliento causado por esa injusta detención.
Si esto se considera injusto, imaginemos solamente lo que podría haber pasado, si la policía no hubiese nunca evaluado la verdad o falsedad de ese “caso puntual”. Ese día concreto, no se trataba de dos ladrones, sino de dos estudiantes dirigiéndose a dar el conocido examen nacional llamado ‘vestibular’. La detención policial fue, como la pedrada en la marcha, la cruel materialización de un rígido preconcepto: “todos los hombres de piel oscura son ladrones potenciales”
Indignación y fuera no son buenas consejeras
Toda institución o agrupación de personas con presencia en los medios tiene capacidad o poder de influir en la sociedad o cultura en la que se encuentra, y, todo poder conlleva una gran responsabilidad. En este caso, se trata del conjunto de las mujeres del cual formo parte. Como soy mujer y psicóloga, quisiera asumir aquí la responsabilidad sobre lo que afirmamos, en tanto mujeres, sobre el desarrollo infantil, que es mi área de especialización.
En el pasado, he concurrido a marchas del 8 de marzo, y he llevado el color violeta. En la marcha del 28 de enero de 2022, no participé, porque considero que la consigna ‘cultura de la violación’ y la extensión del concepto a ‘todos los hombres’, incluido los ‘sanos’ no me representa. De todos modos, a los efectos del público de los medios, las declaraciones de los grupos feministas termina por representar o englobar a todas las mujeres. Quienes podemos tener matices o reparos importantes con respecto a las declaraciones de algunas mujeres en los medios de comunicación terminamos por quedar incluidas en una proclama que ya no nos representa.
Quisiera asumir aquí esa responsabilidad, porque creo que la simplificación de los conceptos y su transformación en eslóganes mediáticos están afectando seriamente el desarrollo infantil. Mi formación fue fuertemente influida por Jacob L. Moreno, a quien Wikipedia describe como un eminente cientista social. Un momento crucial para la psicología fue la inclusión de la perspectiva social en los desarrollos teóricos, según la cual, desde nuestro desarrollo inicial y antes de transformarnos en un ser individual, vivimos inmersos en una red de relaciones. Actuamos en roles, antes de tener una concepción individual de nosotros mismos.
Esa perspectiva nos permite hacer una distinción crucial. No es posible actuar fuera de los roles (madre-hija, madre-hijo, profesor-alumno/a, padre-madre, hombre-mujer, etc.), porque siempre estamos en relación, aunque ese desempeño no agota la totalidad de lo que somos como seres humanos. La extensión de este texto no es suficiente para poder explicar la importancia de esta distinción teórica. Voy a recurrir a un ejemplo clínico, para lo cual modificaré algunos datos que no son sustanciales en relación a esta discusión, para impedir el reconocimiento de las personas involucradas.
Muchas veces, he constatado que existe una tendencia entre profesionales o técnicos que trabajamos con niños a citar a las entrevistas exclusivamente a la madre del niño. En casos en los que existe una mala relación entre los padres, esto es más habitual aún. No me refiero a citar a ambos padres a la misma entrevista, sino de citar al padre al menos a una entrevista, antes de trabajar con su hijo o hija. En alguna ocasión, he mantenido discusiones por oponerme a la idea de que no era necesario citar al padre. Recuerdo ahora estas situaciones, porque en todos los casos actuó una generalización realizada a partir de elementos parciales que eran verdaderos, por ejemplo, casos de alcoholismo del padre, o cuando existen conflictos de pareja.
Por lo antedicho, resulta importante evitar la demonización de una persona, porque está implicada la imagen de hombre o de mujer que va a tener un ser humano en desarrollo, algo que va a influir sobre su vida por muchos años. No podemos descartar nunca la posibilidad de que un sesgo personal esté llevando a fortificar prejuicios y estigmatizaciones, lo que causa graves consecuencias para el desarrollo infantil.
Recuerdo el caso de una joven que relató vivencias de su infancia durante la cual sufrió enormemente. Su madre tenía muy bajo control de impulsos, y cuando se enojaba la golpeaba de tal modo que la niña llegaba a perder la respiración por unos segundos. Su padre era alcohólico, y por esa causa su estabilidad laboral estaba comprometida, a pesar de que era un hombre trabajador, según la joven. Ella quería que alguien interviniera, pero no se atrevía a hablar con nadie, porque eso enfurecía aún más a su madre. Deseaba poder ir a vivir solo con su padre y sus hermanos. Y sin embargo, lo que se volvió realidad fue su peor pesadilla. Cierto día, hubo una discusión fuerte entre sus padres en la que ambos se fueron a las manos. Su madre hizo la denuncia, y su padre tuvo que retirarse de la casa a causa de las medidas cautelares. Su madre se separó de un hombre que le causaba gran estrés por su alcoholismo y por sus dificultades económicas. En su rol de esposo, para ella, el hombre dejaba mucho que desear. Pero desde el punto de vista de la hija, ella perdió un hombre que en rol de padre actuaba de modo positivo para el desarrollo de la niña. No solo no la maltrataba, sino que su presencia la tranquilizaba, ya que evitaba los fuertes golpes de su madre.
La “indignación y la furia” que en las páginas periodísticas califica los sentimientos de las mujeres autoconvocadas nunca pueden ser buenas consejeras. Una vez que se califica una cultura de modo sonoro, visual, enardecido, y mediatizado, eso nos involucra a todos. No se escuchó aún en los medios ni una voz que relativizara el concepto ‘cultura de la violación’. Todos nos encontramos ahora cubiertos por ese manto sórdido de significado ominoso al que debemos acomodarnos, para someternos a él de un modo u otro. ¿Qué sucede cuando en el mundo interno de una joven, cuando la pantalla televisiva representa como violador la imagen de la única persona que en su infancia intentó liberarla? ¿Debe ella ahora reacomodar sus vivencias para alterar radicalmente la imagen de su padre? Si una consigna clasifica como dominadores a los varones incluyendo a los sanos por ser ‘hijos del patriarcado’, ¿en qué lugar debería ella colocar a su padre adicto y por ende no sano? ¿Cómo esta mujer que se auto-percibe como hija de un padre protector podría marchar hacia una liberación que no desea?
Las imágenes televisivas no redimieron ni a un solo hombre. Lo que sí mostraron de modo insistente fue la imagen de una niña vestida con el color violeta sobre los hombros de una mujer que se movía con la cadencia de la multitudinaria marcha. Aún puedo ver en mi memoria la imagen de esa hermosa niña tomada una y otra vez por una cámara probablemente cautivada por aquella figura irresistible de la inocencia femenina. ¿Por qué la visión de esa niña quedó tan indeleblemente marcada en mi memoria? Esta imagen de la inocencia me recuerda el compromiso que, desde mi identidad femenina, quiero conservar para las nuevas generaciones, porque son ellas quienes más necesitan de la protección de hombres y de mujeres indistintamente. Y el aceptar sin más la vigencia universal de la ideología que nos propone la ‘cultura de la violación’ pone en serio riesgo el crucial amparo de parte de ambos géneros, que todo niño así como toda niña necesitan para su desarrollo.