ENSAYO

Se trata de advertir el peligro mortal, que tiene para la Civilización Occidental, el haber suspendido lisa y llanamente lo poco que quedaba de las libertades individuales. O sea, nuestra posición es deontologista: las libertades son inalienables. Recúrrase a las medidas pertinentes que fueren de salud pública -mientras haya bienes públicos, pero NUNCA a una nueva Unión Soviética universal. El fin no justifica los medios. 

Por Gabriel Zanotti

No se trata de negar la importancia médica de un virus ni tampoco de recurrir a teorías conspirativas, aunque defendemos, obviamente, el derecho que todo ciudadano tiene a hacerse ciertas preguntas. 

Se trata de advertir el peligro mortal, que tiene para la Civilización Occidental, el haber suspendido lisa y llanamente lo poco que quedaba de las libertades individuales. O sea, nuestra posición es deontologista: las libertades son inalienables. Recúrrase a las medidas pertinentes que fueren de salud pública -mientras haya bienes públicos, pero NUNCA a una nueva Unión Soviética universal. El fin no justifica los medios. 

Por supuesto, esto implica también negar el pánico que ha producido la OMS. Pero la afirmación de las libertades individuales NO tiene su fundamento en que la tasa de letalidad del virus sea baja: porque si no lo fuera, entonces el totalitarismo mundial estaría éticamente permitido, y ese es nuestro punto: nunca lo está. 

FEYERABEND Y EL CORONAVIRUS.

Feyerabend tiene muchas cosas difíciles de aceptar, pero una de ellas es su noción de “Nueva Ilustración”. No se la entiende o, si se la entiende, obviamente se la rechaza, porque mueve totalmente el piso de nuestro actual paradigma cultural.

Feyerabend explica que la Ilustración separó al Estado de las iglesias (ahora no entraremos en la distinción entre laicismo o laicidad), y eso lo ve como positivo, como un camino a respetar las decisiones de las personas en temas importantes de su vida. (Repárese: “importantes”).  Lo considera un signo de madurez. Claro, se podría debatir qué es la madurez. Tal vez se podría interpretar que luego de las guerras religiosas entre católicos y protestantes, Occidente “maduró” sacando a lo religioso del ámbito de la coacción del estado. Claro, en ese caso hay que “separar”, también, a la Revolución norteamericana de la Revolución Francesa, pero Feyerabend no repara en esa distinción. Solo le interesa señalar que Occidente enfrenta un nuevo tipo de inmadurez: dejar en manos de funcionarios estatales las decisiones personales que tengan que ver con “lo científico”. Antes era el inquisidor, ahora es el “experto”.  Pero para Feyerabend, así como debe haber libertad ante lo religioso, debería haber libertad ante la ciencia.

Pero no, no la hay. Por eso las nociones de educación y salud públicas son sacrosantas en el Occidente actual, porque ocupan el lugar cultural que antes ocupaba la religión única en el Sacro Imperio. Sacro imperio que te protegía del error religioso, del “contagio” de las religiones falsas, y ello con plena aceptación de casi todos. Ahora es el sacro imperio científico, donde el estado protege tu salud corporal de lo que la ciencia diga que es malo para ella. Porque antes protegía la salud del alma, ahora, la del cuerpo. Un cambio de paradigma importante. Pero una continuidad: en lo que un horizonte considere importante, fundamental, esencial, probado, conocido, etc., coerción, por tu bien y por el de los demás. Era el argumento de los inquisidores.

Lo que está sucediendo con el coronavirus va más allá del debate biológico. Hay algo más allá de su grado de mortalidad o su grado de contagio. Allí ya entraron discusiones interminables: que, si es más o menos grave que otras enfermedades, (con las cuales convivimos diariamente sin ningún pánico porque ya las tenemos asumidas), etc. La cuestión cultural de fondo es otra: casi todos demandan al estado la salud física pública. Y, además, en una cultura que no asume la muerte, que no habla de ella, que la patea para adelante, la creencia en que hay un nuevo virus fatal dando vueltas dispara todos nuestros más atávicos temores. Las dos cosas se mezclan. Ante el temor, fundado o no, ante el virus, todos llaman al estado, que hace lo que sabe hacer: prohibir para evitar el contagio, de igual modo que el Sacro Impero Cristiano te protegía del contagio de los infieles.

¿Tiene esto solución? No. Feyerabend demanda una nueva Ilustración, que separe a la ciencia del estado, pero obviamente ello es hoy imposible. Es como si alguien hubiera escrito en el s. XIII la declaración de libertad religiosa del Vaticano II. Ni siquiera se hubiera entendido de qué se estaba hablando.

Así están las cosas. Depositamos nuestra salud en manos de otros porque pensamos que la ciencia los habilita para ello. Ellos también lo piensan. Todos lo suponen. Es el horizonte actual. He allí la desesperación y el pánico. Ese es el horizonte que retroalimenta a medios, estado y ciudadanos. Así es y durante mucho, mucho tiempo, así será.

CORONAVIRUS: QUE ESTÁ PASANDO.

Había una vez algo que se llamaba Sacro Imperio Romano Germánico.  En ese Sacro Imperio, cuyo culmen podría ser el s. XIII, el príncipe secular recibía su legitimidad del Sumo Pontífice. Como horizonte cultural, todos pensaban que la Religión Católica era verdadera y la herejía era un delito civil, porque si te contagiabas del error, podías enfermarte del alma y perder tu alma. A su vez los musulmanes no podían ingresar libremente al Imperio (y viceversa) porque el príncipe también te protegía de que te contagiaras de los infieles. Y a todos les parecía muy bien, porque está bien y es bueno cuidar la salud. “Salud” viene de salus, salutis, que es tanto la salud del cuerpo como la del alma, esto es, la salvación.

Pasaron algunas cositas y en el s. XVIII cambió el horizonte cultural. En la Revolución Francesa casi todos pensaron que la religión era algo ridículo y entonces había que “liberarse de ella” y entonces surge la “libertad de cultos” si no era la persecución a los cultos religiosos. Kant denuncia la sumisión acrítica a la religión como la gran inmadurez.

Pero la sumisión acrítica a la religión fue sustituida por la fe ciega ante la ciencia. Una nueva inmadurez. La cultura dio un vuelco de campana de 180, pero siguió en la misma idea: la autoridad política te “protege”. Antes, contra la perdición de tu alma. Ahora, contra la enfermedad del cuerpo.

Surgieron muchas voces críticas ante este positivismo que se convierte en tiranía estatal. La Escuela de Frankfurt, que denuncia la dialéctica de la Ilustración: la Revolución te quiere liberar, pero al hacerlo te oprime. A la vez, sin necesidad de recurrir a Hegel o Marx, Hayek denuncia al estado constructivista, planificador, de la Revolución Francesa, de la mano de Burke. Y Feyerabend denuncia la unión entre estado y ciencia, pidiendo una nueva Ilustración, NO la condena de la ciencia, sino que los científicos no pudieran coaccionar a los demás con su visión de mundo y que, así como ahora hay distinción entre Estado e Iglesia y libertad religiosa, así también debe haber distinción entre estado y ciencia y libertad ante la ciencia por más verdadera que pueda ser.

Porque la verdad no se impone por la fuerza. Siempre pregunto a los liberales que son fuertemente antirreligiosos: ¿algo tiene que ser ridículo para que tengamos libertad ante ello? ¿Ustedes proclaman la libertad religiosa porque la religión les parece un absurdo? ¿Y qué sucedería si algún día se hicieran partidarios de tal o cual religión? ¿La impondrían por la fuerza entonces? Porque el fundamento de la libertad religiosa y la libertad ante algo NO es que ese algo sea absurdo, sino al revés: cuanto más verdadero sea algo, menos se puede imponer por la fuerza, porque la verdad no se puede imponer por la fuerza.

Por eso emergen los EE. UU. Porque los colonos que huían de las guerras religiosas europeas nada tenían que ver con Robespierre, sino que amaban sus tradiciones religiosas y por ello se dieron cuenta de que el príncipe secular no podía afirmar nada sobre la verdad o falsedad de lo más sagrado para el hombre. Por eso la Declaración de la Independencia, por eso la Constitución, por eso el Bill of Rights. Por eso fue el único lugar del mundo donde el horizonte cultural fue la conciencia de que tenemos derechos que no pueden ser abolidos por los gobiernos.

Pero en el continente la nueva coacción siguió su curso. Los estados iluministas comienzan a ocuparse de la salud y la educación pública. La libertad de enseñanza y la libertad de asociación comienzan a ser sustituidos por el derecho a la educación y el derecho a la salud.  Derechos que deben ser custodiados por el estado con su fuerza de coacción. Al principio casi nadie se dio cuenta. Comunidades religiosas, incluso, aceptaron que el estado “cuidara”, “protegiera” su salud y educación, imponiéndoles coactivamente cosas “científicas”. Y la ciencia, claro, parece que no se discute. Pero no, no es cuestión de decir que la ciencia sea falsa. No es este un planteo postmoderno.  Implica decir que no se impone por la fuerza. Pero no. Parece que sí.  Recién hace algunos años, cuando algunas comunidades religiosas fueron invadidas por el estado en su salud reproductiva y en su educación sexual integral, entonces se dieron cuenta de lo que habían consentido, entonces se dieron cuenta de las libertades individuales, pero fue tarde.

Mientras tanto los estados “protectores”, constructivistas, racionalistas, “seculares”, llegaron a su apogeo. Controlan la economía, roban el fruto de tus ingresos, regulan el libre movimiento de personas y capitales, imponen qué debes aprender y enseñar, cuidan tu salud y por ende hay medicina legal e ilegal, porque “cómo puede ser” que te “cures con cualquiera”, si “la ciencia” es lo absoluto. Y todo esto corroborado por todas las organizaciones internacionales correspondientes: la OMS, la UNESCO, todos organismos de la ONU, una especie de gobierno mundial que verdaderamente gobiernan y dan órdenes a sus estados miembros.

Toda noción de libertades individuales se perdió hace mucho. Todos éramos, somos, esclavos hace mucho tiempo, sólo que algunos dueños de granjas son menos crueles que otros. Pero la esclavitud, siempre, se justifica en que el dueño protege a sus débiles esclavos de sí mismos.

Así las cosas, en las supuestas democracias liberales de Occidente suceden dos cosas, de manera lenta y gradual, hasta llegar a niveles dignos de las mejores novelas de estados futuristas totalitarios:

1. Los estados necesitan de “expertos”, o sea especialistas que vienen de las ciencias naturales (sociales a veces también) porque son los “peritos” que tienen que asesorar al que finalmente va a decidir coactivamente cuáles son los contenidos educativos obligatorios y cuáles son los elementos de salud pública obligatoria. O sea, cuáles son los “contenidos mínimos” educativos (que se van haciendo máximos…)  para todas las instituciones educativas, ya sean estatales o “privadas”, y cuál será la medicina legal, la obligatoria, la “científica”, que regirá en universidades, hospitales, ya sean públicos o “privados”. El mundo se unifica y se hace uniforme, y la posibilidad de otras formas de vida, otras formas de concebir el mundo quedan reservadas a la literatura, y muy poco a la vida académica monopolizada también por los paradigmas dominantes (ver Feyerabend, “La ciencia en una sociedad libre”).


2. Al principio, y hasta hoy, nadie nota el problema, porque el horizonte cultural, como dije, ha cambiado. Todos aceptan “la ciencia” como el piso cultural indiscutible.

3. El “experto” coincide con el arquetipo de la “barbarie del especialista” descripto por Ortega. No tiene formación en nada excepto en su tecnociencia correspondiente. No tiene idea de Historia, de Filosofía, de Filosofía Política, de Filosofía de las Ciencias, de Hermenéutica, de nada que pudiera hacerle ver los límites de la ciencia que maneja ni los límites morales de su acción. El sistema educativo formal-estatal los produce y se replican como los virus, precisamente.  Ellos y sus gobernantes asesorados pueden rebozar de buenas intenciones, pero rebozan también de poder y coacción para hacerlo, exactamente como los dueños de las granjas de esclavos. Y como aclara Feyerabend (el único que ha advertido este problema), este “experto” es igual que el inquisidor medieval, que con toda la buena voluntad de evitar que te contagies de la herejía, era el “experto” que finalmente dictaminaba quién iba a la hoguera o no, con la mejor de las intenciones. Hoy es lo mismo, no te mandan a la hoguera, pero sí a la cárcel si finalmente incurres en el delito de no cumplir con lo prescripto por la ley. Los occidentales se creían muy libres y pensaban que esto sólo pasaba en la Rusia Soviética, en la China maoísta y etc., pero no, lo que difería era el grado y el amplio apoyo de una población que ya había sido hervida lentamente como la famosa rana.

4. Frente a todo esto, toda noción de libertad individual “ante” esto se hace ilusoria e incluso subversiva. Las libertades de educación y de asociación quedan limitadas a lo que encuadre dentro del estado científico, como antes lo debates teológicos no podían salir de los límites que los inquisidores establecían.

5. Y todo esto se da como supuesto cultural, no cuestionado por nadie, excepto por Feyerabend y algunos pocos libertarios que se juegan su prestigio académico con sólo decirlo. Los demás liberales clásicos NO estudian a Feyerabend y en general son muy positivistas en su concepción cultural del mundo. Le dan a la ciencia y a sus expertos un poder que jamás osarían otorgar a un ministro de economía.

6. Por ende, con el coronavirus sucedió “lo que tenía que pasar”. La cuestión NO pasa por un debate biológico ni por si importan los muertos o no. A toda persona de buena voluntad le importa la vida, nadie quiere la muerte de nadie (digo esto porque en la actual dictadura de los expertos, quien piensa diferente es una mala persona).

7. Y “lo que tenía que pasar” es que, en esta dictadura de la ciencia, a nadie se le pasa por la cabeza que haya libertades que no deben NUNCA violarse. Porque esas libertades han dejado de existir en nuestro horizonte cultural. Habitamos ya hace tiempo el mundo “feliz” de 1984 sin habernos dado cuenta. El llamado “mundo libre” antes de 1989 no era TAN libre como suponíamos. Y entonces a una serie de médicos, epidemiólogos y virólogos, a la OMS y etc. (cuyas intenciones sí son dudosas) se les ocurre que la cura y la prevención puede ser encerrar a todos en sus casas. Ninguna restricción moral o política.  Claro que en las enfermedades infectocontagiosas hay que tomar medidas de prevención. Pero a estos “expertos”, estos nuevos inquisidores que te torturan para salvarte el alma de estos tiempos, o sea tu salud física, ni se les pasa por la cabeza que hay límites que no deben cruzar.

8. Esos límites NO dependen de argumentos biológicos o de utilidad.  Ese será otro capítulo. Pero hay que dejar bien claro que nuestra oposición a la cuarentena obligatoria NO pasa porque sea inefectiva.  Pasa porque no se debe, porque viola una libertad que, como vimos, comenzó a perderse desde que el Constructivismo de la Revolución Francesa -denunciado por Hayek- comienza a inundar y a ahogar la poca, pero importante conciencia de libertades individuales que había existido en su contrapartida, la Revolución Norteamericana.

Pero claro, no es sólo cuestión de gobiernos y sus expertos. Es también el grueso de la población y los medios de comunicación. Es también la alienación colectiva denunciada por Freud y Fromm.

LA DICTADURA DE LOS PARADIGMAS DOMINANTES Y EL CORONAVIRUS.

No, gente, no es ninguna teoría conspirativa. Es, simplemente, filosofía de la ciencia, la más simple filosofía de la ciencia que se enseña en todos lados. La diferencia consiste en tomársela en serio. Hace ya muchos años (1955 y 1962) Thomas Kuhn explicó, siguiendo las huellas de L. Fleck, cómo es la dinámica de los paradigmas dominantes y alternativos. Cómo los científicos se nuclean alrededor de una ciencia normal que se considera “la” ciencia, una, eterna e inmutable, certera, necesaria, probada, al lado de los herejes y disidentes del paradigma alternativo, irracionales y peligrosos.

Kuhn se dedicó más bien a explicar cómo cambian los paradigmas “debido a esto” (ese fue su gran aporte), porque en principio ese comportamiento antidialógico cerraría el paso al progreso científico, como advertía Popper en su momento. Y tenía razón, sólo que Kuhn fue más perspicaz en advertir que hay una racionalidad espontánea, no relacionada con la voluntad de los científicos, esencial para el desarrollo de la ciencia.

Los científicos, además, no pueden “probar” nada. El término “prueba” implica un razonamiento necesario, deductivo. La pretensión de J.S. Mill de lograr eso con el método experimental ya había sido refutada en su momento por Pierre Duhem, y luego por C. Hempel -no precisamente un postmoderno- quien explica claramente que el razonamiento condicional de la ciencia (si p entonces q, ahora bien, q, luego p) de ningún modo “prueba” necesariamente la hipótesis, sino que, como mucho, no la contradice hasta el momento, cosa que fue llevada a sus últimas consecuencias lógicas por Popper, quien explicó claramente que la ciencia consiste en conjeturas no necesarias y refutaciones no necesarias. Lo interesante de todo esto es que es una simple cuestión de lógica. La afirmación del consecuente de un razonamiento condicional no prueba el antecedente, y decir lo contrario implica la falacia de afirmación del antecedente.

Todo esto implicó en su momento un golpe necesariamente mortal a las pretensiones ilusorias de los habitantes de los paradigmas dominantes, esto es, que ese paradigma es el necesario, el probado, el irrefutable. Pero caso nadie se toma en serio todo esto, porque parece que tomarse en serio a la filosofía de la ciencia implica muchos desafíos vitales que pocos están dispuestos a asumir. Bueno, eso pasa con toda la filosofía. Científicos, divulgadores científicos, periodistas, médicos, ingenieros – con las siempre honrosas excepciones del caso- ignoran absolutamente todo esto o si tienen una vaga idea creen que es una discusión académica intrascendente para su función en la vida. Y allí es cuando cometen errores que comprometen la vida y la libertad de las personas. Lo peor, desde un punto de vista moral y político, sucede cuando los paradigmas dominantes -cosa también explicada por Kuhn- se unen al poder político, persiguiendo judicialmente (y creen que hacen bien) al que piensa diferente, porque sería un delincuente peligroso que está mintiendo, que está difundiendo falsedades que ponen en peligro la vida de los ciudadanos. Lo mismo sucedía -como explica perfectamente Feyerabend, al que casi nadie se lo toma en serio- en el medioevo cristiano con la religión dominante y la alternativa.

Poder civil y sus “expertos” (los inquisidores) se encargaban de llevar a juicio quien difundieran falsas doctrinas que pusieran en peligro la salvación del alma. La ilustración cientificista no cambió nada, sólo puso otra religión autoritaria por encima (lo cual NO implica que el cristianismo o la ciencia sean autoritarios en sí mismos). Ahora el poder civil, el estado moderno, asesorado por los expertos, los inquisidores del paradigma dominante se encargan de llevar a juicio a los modernos herejes que difunden medicinas falsas que pongan en peligro la salvación del cuerpo.

Inquisidores medievales y médicos actuales no se daban cuenta y no se dan cuenta (cabría la pregunta: ¿quiénes tienen mayor responsabilidad?) de que, en una sociedad libre, así como hay libertad religiosa, los ciudadanos también deben decidir sobre los demás temas, no porque la verdad no exista, sino porque la verdad no se impone por la fuerza. Esto parece saberlo hoy el predicador cristiano que está seguro de su Fe, pero parece no saberlo el predicador de una ciencia que para colmo es falible en sí misma, como explican Duhem, Hempel, Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend, a quienes nunca leen ni quieren leer ni estudiar. O, cuando mucho, esas son cosas “de los filósofos”. Ellos, los nuevos sacerdotes infalibles, no se sienten tocados por reflexiones escritas todas por gente que proviene de su propio campo (la ciencia, pero autoconsciente de sus límites).

No se trata, por parte de la filosofía de la ciencia que va de Popper a Feyerabend, de explicar ahora quién tiene razón. Se trata de recordar a ambos bandos (porque el alternativo también parece reclamar “la prueba de los hechos” a su favor) que en una sociedad libre las personas deciden según su conciencia, y no un experto con la fuerza del estado, como si fueran los nuevos dueños de granjas esclavistas. El inicio del  texto del “comunicado nro. 1” (¿se acuerdan?) de la Sociedad Argentina de Inmunología es una espantosa muestra del autoritarismo que esta  buena gente ignora que tiene: “…La Sociedad Argentina de Inmunología manifiesta su preocupación por la difusión en medios de comunicación de información inexacta y carente de sustento científico que confunde a  la población y atenta contra el cumplimiento de las medidas que han  demostrado, tanto en nuestro país como en el mundo, evitar la  saturación del sistema de salud y las muertes que ello podría ocasionar”. 

Miren las expresiones utilizadas: “…su preocupación por la difusión”; “…información inexacta y carente de sustento científico”; “…las medidas que han demostrado…”. No hay informaciones inexactas, gente, hay paradigmas versus paradigmas, y en una sociedad libre las personas los discuten libremente y deciden, faliblemente, a cuál seguir. Y esto NO tienen nada que ver con el escepticismo postmoderno. Porque no es que NO exista la verdad, sino que la verdad NO se decide por la fuerza. Pero ¿de qué estamos hablando? ¿De libertad de expresión?  ¡Oh, no para las nuevas ciencias sagradas!!! Por eso están “preocupados” por “la difusión”. Seguramente si alguno de ellos lee esta herejía se sentirá preocupado por la difusión de este artículo.

El debate no es médico. El debate es que no se admite el debate y están dispuestos a perseguir judicialmente a quien piense diferente, con la misma buena voluntad que los inquisidores perseguían a los herejes. Era por la salvación de las almas, y ahora ustedes, los nuevos inquisidores, lo hacen por la salvación del cuerpo. Ustedes no terminan de entender que la verdad (SI la tienen) NO se impone por la fuerza. El debate es un debate sobre el debate. Es un debate de filosofía política: coacción versus libertad, que ustedes creen que no les toca. El debate no es sobre las cadenas de ADN, sobre cuánto se tarda en hacer una vacuna, sobre el origen del virus, sobre los ácidos nucleicos, sobre si la vacuna modificase el ADN o no. ¿Están en desacuerdo con lo que dicen otros inmunólogos? Ok, exprésenlo libremente, luego toca a los ciudadanos decidir. Ah no, eso nunca, claro.

Sí, son dos paradigmas enfrentados, pero no biológicos, sino políticos. Ustedes, cuarentenistas, creen que están autorizados a la coacción. Otro paradigma, Feyerabend, yo y tal vez algún otro, se atreverá a decirles que no es así. Por supuesto, ustedes se dedicarán a perseguir también a este paradigma disidente, a calumniarlo como negacionista, ignorante, anticientífico, conspiranoide. No leerán nunca, y si la leen no se la tomarán en serio, a la bibliografía que les propongo, y seguirán justificando “por medio de la ciencia” a la cuarentena obligatoria. Enjoy it. Se llama la banalidad del mal.

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