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1 – El horizonte no es un punto
‘‘Cuando yo era niña, subía sobre al techo de mi casa para observar el cielo fijamente: yo esperaba que una cosa extraordinaria se produjera…una nave espacial…yo quería ver extraterrestres…yo tenia tantas ganas… Es en este espíritu que yo concibo mis cuadros.’’ – Rita Fischer.
Por Santiago Tavella

Lo primero que se propone en esta “Bola de nieve” es una instalación de Rita Fischer en la que a través de diversos medios (pintura, escultura, video, etc.) la artista habla de la desorientación como tópico dominante, para ser precisos, más que hablar de, trata de desorientar al público que accede a la muestra. Originalmente llamada “Usted está aquí” la obra muta su denominación (hace un par de días) a “Horizonte”, desplazándose del punto donde usted está parado hacia la circunferencia de trescientos sesenta grados en donde metafóricamente se sitúan los objetivos de las personas. Entonces se podría decir que la instalación de esta creadora funciona como dispositivo orientador hacia ninguna dirección específica. Pero queda claro que se está hablando de direcciones cuando vemos manos apuntando hacia diversos lugares, cuerdas flojas que aluden a equilibristas, casas situadas en un horizonte que es la encrucijada de vías de tren.
Pero el espacio de esta instalación no solo queda abierto a las interpretaciones que surjan a través de la contemplación del público sino que se abre a la adición de elementos propuestos por tres grupos de artistas, que cada jueves subsiguiente a la inauguración realizará una serie de acciones que dejarán su huella en la instalación, que señalarán posibles direcciones.
La conformación de estos tres grupos parte de una propuesta generada entre la artista y el curador, en donde se puede decir que hay cierto control en el abanico de direcciones en las que se desplazan las interpretaciones. Pero esto es solo el principio, dado que de esta forma son elegidos solo tres artistas, un músico, un poeta y un director teatral, estos eligirán a tres más cada uno, de estas mismas disciplinas. Esto genera una situación de descontrol “curatorial”. ¿Que pasa si eligen a un artista que no le gusta o está en desacuerdo con el curador?¿O con el artista? La puerta queda abierta, es más de alguna manera los tres primeros convocados fueron elegidos teniendo en cuenta un perfil en donde lo transdisciplinario fuera destacado, que manejaran una variedad de nombres posibles en las diferentes areas, que ampliaran el “Horizonte”.
A esta altura del proyecto está expresamente fuera del dominio del conocimiento de los organizadores la
naturaleza de lo que acontecerá cada jueves posterior a la inauguración (más allá de la confianza en la calidad que se espera de las propuestas).
El horizonte no es un punto
A partir de estos elementos más bien descriptivos surgen algunas reflexiones acerca de las direcciones a tomar a la hora de buscar nuevos horizontes.
Una idea recurrente en quien escribe este artículo es que en esta contemporaneidad el horizonte no es un punto.
Tal vez lo haya sido para las utopías de la modernidad, pero, se esté en un nuevo estado de la modernidad, o en una etapa de posmodernidad, parece claro que el horizonte, en cuanto metáfora de objetivo a alcanzar, adquiere hoy plenamente su dimensión circular, con sus trescientos sesenta grados de posibles direcciones a elegir a la hora de acercarnos o alejarnos de algo.
La desorientación es paradójicamente el eje de este y otros trabajos de esta artista que considera a este tópico como un signo de nuestro tiempo. Desde el punto de vista de quienes todavía no asimilan la castración producida por la pérdida de las utopías que situaban al objetivo en un punto preciso del horizonte, estas desorientaciones son distracciones que el sistema (que sea) pone en el camino de su realización. Pero para otros la unidireccionalidad solo puede ofrecer una escalera acotada por dos paredes laterales. En esta cuando se asciende uno se acerca al objetivo, pero por otra parte no siempre es posible ascender, y esta imposibilidad deviene en frustración, en pérdida. Sobre todo cuando hoy están al acecho las dudas acerca de que la dirección elegida sea la correcta.
Parecería preferible una escalera sin paredes laterales, una especie de coliseo en el cual una vez comenzado el ascenso en el cual uno se aleja de los leones que están en la arena, una en la que si en vez de subir, cuando no podemos hacerlo, vamos hacia un costado u otro, no estamos haciendo más que ampliar nuestro horizonte.
Esta metáfora me parece un buen punto de partida sin direcciones predeterminadas para el tejido de interpretaciones que surgirá de la circulación de ideas entre el público y los artistas que participan de este proyecto.

2 – Perdimos el control
Conocí a una mujer en Conill.
“Perdimos el control” Del CD de Nacho Vegas, “Desaparezca aquí”, Limbo Starr, 2005
Disfrutamos del mar y del sol.
Un mal día le dije:
“Esto te gustará, pero perderemos el control.”“
Escribo estas líneas luego de la inauguración de Horizonte, la instalación disparadora de Bola de nieve. A modo de ejemplo vale la historia de las dos chicas que en la inauguración desenrollaban el fin de la cuerda floja que se encuentra cerca del fondo de la sala. Mientras esto sucedía una de las productoras de Plataforma me pregunta que hacer al respecto, dado que en la tarde se había valorado la posibilidad de más tarde desenredarla y había quedado dentro del universo de los posibles.
En principio pensamos que serían amigas de Rita que habían sido enviadas por ella a partir de que habría tomado la decisión de desenredarla y extenderla. Preguntadas sobre el asunto me dicen que no conocen a la artista y que por
lo que vieron en la sala y lo que se desprendía de la comunicación del evento pensaron que estaba todo bien con intervenir en los elementos que de alguna manera incitaban a hacerlo. Nada más apropiado, nada más esclarecedor de la posibilidad de establecer una comunicación clara, “que se entiende”, acerca de una operación de arte contemporáneo, tan caro a ser calificado como inentendible por sus detractores. Muy disfrutable por el hecho de que ese “entendimiento” haya sido claramente lúdico, y que la incitación que se proponía fuera suficientemente seductora como para romper con el “no tocar” implícito en todo espacio museístico. Perdimos el control, tal vez solo por poco tiempo, pero, al decir de Marcel Duchamp “No hay solución porque no hay problema”