ENSAYO

Por Fernando De Lucca

Estamos vivos. Somos seres humanos. Tenemos conciencia de estar en esta vida. Por tanto transcurrimos en tiempo y espacio con la capacidad natural de darnos cuenta. Tenemos recuerdos y planificamos el “por venir”. Estamos condenados al presente y curiosamente en general lo evitamos. Se nos hace difícil sostener el presente pues esto implica una utilización coherente de la energía que poseemos. 

Por ello es que nuestro ser consciente funciona tanto para tener contacto con nosotros mismos y el mundo que nos rodea, como para evitarlo. La evitación no es necesariamente rechazar completamente lo que proviene de mí mismo o del mundo exterior sino que funciona como un obstáculo. Un obstáculo que logra interrumpirnos de diversas formas. Desde nuestro nacimiento somos una creación de nosotros mismos en un dialogo de por lo menos dos partes que constantemente se encuentran para adaptarnos y defender nuestra integridad biológica –cuerpo- en relación constante con “lo de afuera”.

Esta creación única que es “cada uno de nosotros”, no es una poesía romántica sino una necesidad intrínseca y constante para satisfacer necesidades que después de nacer dependen de nuestra relación dentro-fuera. Empezamos tímidamente a darnos cuenta que tenemos un cuerpo al cual necesariamente tenemos que cuidar de las formas más diversas. Aparece el carácter. Una peculiaridad natural y propia que legitima el “cada uno de nosotros” y de hecho todas las cosas, especialmente aquello que posee vida.

Los seres humanos poseemos la capacidad de reflexionar sobre nosotros mismos y especular acerca de cómo funciona nuestra relación con el mundo y por ello creamos hipótesis de nuestro “reino” y de otros como ser el animal y el vegetal. Y es aquí cuando comienza el sendero de nuestros presumidos equívocos. Desatino y desacierto, extravío y distracción caracterizan nuestra creativa forma de vivir. Nuevamente el carácter. Es igualmente cierto que somos capaces de vivir con cordura emocional, inteligencia, prudencia y amor. Es decir, sentir, pensar y actuar de maneras sublimes.

¿En que radica esta combinación, mezcla, composición -casi musical- disonante o proporcionada de nuestra vida? En nuestra capacidad de elegir. Una “franja” no muy abultada que llamamos libertad.

La libertad tomada de esta forma nos define y sin ella perdemos toda definición.

El control ya no es opcional. Puedo mentirle a Dios pero no puedo contradecir una cámara de video o mi voz grabada o mi punto de ubicación minuto a minuto. No se negocia con la evidencia irrefutable. Hoy somos juzgados por el cielo de manera más o menos benévola y por la tierra de forma infalible e insensible.

Déjenme introducir ahora una idea proveniente de un médico psiquiatra polaco y seguramente uno de los primeros neuropsiquiatras de la historia occidental: Kurt Goldstein. Goldstein estudió los efectos del daño cerebral en las habilidades cognitivas vinculadas con la abstracción e integró la psicología y el comportamiento global del ser humano ante un trauma. Consideró la esquizofrenia como una “estrategia organísmica” contra el dolor y la ansiedad y se distanció así de las teorías antiguas que consideraban las enfermedades psiquiátricas como producto exclusivo de lo orgánico.

¿Qué queremos decir con organísmico? Resumiendo, el organismo funciona como un todo y la enfermedad lo modifica en su totalidad. Goldstein aplicó estas nociones a la psicoterapia. Se basó en una  perspectiva holística de la autorrealización organísmica -autorregulación para la Gestalt-terapia- donde el organismo se mueve como un todo en un estado de tensión entre orden y desorden. El plantea que el ser humano vive en una “catástrofe” en donde se produce una lucha productiva con el mundo. Esto nos permite ir hacia una autorrealización del desorden al orden para ir a un nuevo desorden y así en más. Al mismo tiempo que crea algo sumamente novedoso para la época, “contrapone así un concepto freudiano de pasividad ante el mundo interior y el entorno, en donde el organismo busca la reducción de la tensión por el displacer que ésta le provoca” (terapiagestalt 1.Blogspot.com). Goldstein sostiene que lo orgánico se motiva en la tensión y que esta produce placer (Quitmann, 1989). “Llamamos normal o sano a aquel en el que la tendencia a la realización sale desde dentro y al que supera las perturbaciones que se derivan del choque con el mundo no por el miedo sino por la alegría de la superación” (Goldstein, 1939  en Quitmann, 1989, p.79). La tendencia a la buena forma, según Goldstein, es una aspiración de funcionamiento que posee todo ser vivo…todo organismo vivo tiene la motivación  de búsqueda de estímulos y condiciones que le permiten mantener su estructura en continuo desarrollo.

¿Para que estoy citando a Goldstein e indirectamente a la Gestalt-terapia?Para intentar entender y transmitir que los seres humanos no vivimos como imaginamos que vivimos. 

Desde que el mundo es mundo –y esto es desde que podemos comunicar que existe el mundo-, claramente el ser humano ha vivido en una tensión-transgresión de todo aquello que le permitía vivir en serenidad y gozo. Debemos aprender que esta condición tan natural para occidente no es exactamente lo que plantean las filosofías y psicologías de oriente donde la actitud meditativa, la disciplina interna así como el desapego son la verdadera conquista.

¿Cuál es el camino? Bueno…la respuesta no es demasiado creativa; “el camino del medio”.

No hay evolución si no quebramos lo anterior así como tampoco la hay si solo nos dedicamos a quebrar todo en todo momento. Entonces, ¿qué es lo que realmente importa?

Bueno, desde esta perspectiva lo que parece ser ciertamente significativo es la libertad de elegir. Y como elemento trascendental para ello, la búsqueda frenética y apasionada por saber quién soy: el autoconocimiento. ¿Que podría opacar esta “única búsqueda” –citando el título de un libro escrito por el Dr.Claudio Naranjo? Pues: la respuesta es el control externo. Un control que pueda impedir el fluir natural de la búsqueda humana del autoconocimiento entorpeciendo la capacidad de elegir nuestra vida. Pensar y combinar lo que vivo con lo que siento y actúo, integrando lo que considero como objetivo de mi satisfacción, es irrenunciable para ser. La experiencia de vivir la vida, vivenciar la existencia propia dentro del mundo, darme cuenta de que vivo a través de “eso” que llamamos conciencia es irrenunciable. La conciencia es abstracta, la existencia como concepto también, pero la experiencia es de una materialidad dramática. El cuerpo que somos, las manifestaciones diversas del pensamiento y del sentimiento en cada momento, el calor y el frío, el dolor y la alegría, el color y el olor, el sonido y el placer son lo que nos hace experienciar la vida…¡lo importante! Estamos vivos. Y lo estamos porque nos sentimos vivos. Y es así porque estamos constantemente en esa experiencia.

Pero… puede no ser así. Podemos no sentirnos vivos aunque biológicamente lo estemos. Podemos morir a la experiencia de sentirnos vivos. ¿Cómo? Si algo externo pudiera desmantelar nuestra sensación de estarlo. Necesitamos constantemente el desafío de construir y destruir, de adaptarnos y des adaptarnos, de conocernos y autorregularnos.  Hemos de vivir libremente el instinto organísmico. 

¿Que podría derrumbar esto? Algo que impida el fluir de una polaridad a otra, que quite la tensión de estos opuestos necesarios para experimentar maduración y por tanto autoconocimiento. Impedir tal vez sea demasiado grave, pero entorpecer puede ser una mejor expresión. Se necesita que desde etapas muy primarias de la vida, se interrumpa la capacidad de elegir y por tanto la posibilidad de equivocar con el consecuente sentimiento que acompaña esta experiencia así como la de sentirse pleno al acertar. Un gran ojo que todo lo ve…

Más viejo que el mundo –como dije antes. Históricamente fuimos creando la idea de que existe desde siempre un Dios que observa nuestras acciones y las juzga. Así tendremos beneficios o perjuicios. Basta con convertir esto en credo y lo seguiremos por siglos. Hoy se le suma algo más. La revolución tecnológica se acomodó al lado de Dios y ahora se ayudan mutuamente. El control ya no es opcional. Puedo mentirle a Dios pero no puedo contradecir una cámara de video o mi voz grabada o mi punto de ubicación minuto a minuto. No se negocia con la evidencia irrefutable. Hoy somos juzgados por el cielo de manera más o menos benévola y por la tierra de forma infalible e insensible. En la tierra gracias a la tecnología ya no hay seres humanos de ambos lados. El poder de lo terreno domina con evidencias tecnológicas a todos. Este control no puede tener clemencia pues no tiene voz ni presencia. Derrumba algo fundamental en nuestra experiencia de sentirnos vivos. Es algo que nos iguala de una forma compulsiva y eficaz. Lo igual se convierte en protocolar y los protocolos nos convencen  para hacernos vivir en un mundo globalizado y globalizante. A quien vamos a reclamar si no hay a quien reclamar.

Hasta aquí, no creo que ningún lector que tenga sentido común puede considerar que estoy trayendo nada nuevo. Es más, creo que en las películas de ciencia ficción de hace 30 o 40 años esto estaba bien claro. Lo único que creo novedoso es ver hasta donde llegó la locura colectiva emanada de la manera en que hemos estado especulando con la tecnología que se contrapone al sentido de la existencia que emana de auto conocerme.  La capacidad de percibir que me pasa y descubrirlo a través de los pensamiento, los sentimientos y sobre todo por los mensajes del cuerpo es conocerme. En la medida que no sea capaz de confiar –confiar– en mí mismo en relación a lo que me pasa en el presente, o sea en mi cuerpo y en mi elección de vida, no me sentiré vivo. Sin confiar en que obviamente voy a errar y que seré responsable por lo bueno y lo malo que haga con la consecuente idea de crecimiento, dolor y alegría y la tolerancia del mundo del cual soy parte, no me sentiré vivo. Sin mis progenitores con sus errores y aciertos, sin su desamor y amor, no me sentiré vivo. El miedo es el gran ganador de la partida. Cuando temo, no confío. La cultura del miedo y el control así como la educación derivada de esto, nos hacen sentir muertos en vida. Y sabemos que no se combate con ideologías salvadoras o fantasías futuras de paraísos terrenos. Se intenta transformar por el simple hecho de sentir que lo único importante es sentirnos con vida. Vivos en un mundo en el cual confiamos porque todos nos sentimos vivos. Es el sentirse vivo que produce crecimiento y transformación constante. La vida es error y responsabilidad, transgresión y crecimiento, alegría y dolor verdadero. Lo que realmente importa es sentirse vivo…creo yo.