Sea como sea que termine la guerra en Ucrania, su salida no conformará los delirios de “victoria total” de ninguna de las dos partes. El mundo seguirá siendo un lugar imperfecto y el Armageddon probablemente no llegue. Tampoco esta vez. Pero es probable que -por los datos consistentes de superioridad rusa- el poder irrestricto unipolar de Washington quede finalmente herido y limitado. Los medios le contarán, pase lo que pase, una historia distinta.

UCRANIA

Por Salvador Gómez

La palabra «escatología» proviene de dos palabras griegas que significan ‘último’ (ἔσχατος) y ‘estudio’ (-λογία). Se trata del estudio de las ‘cosas finales’, bien el fin de la vida individual, o del fin de los tiempos, o del fin del mundo, así como la naturaleza del Reino de Dios. Siempre hay en el mundo personas -y en tiempos revueltos las hay más- que esperan una especie de milagro definitivo, un “triunfo final del bien”. A partir de ese cuento organizan su vida, y evalúan las cosas. El bien total está de un lado, el mal total del otro. Ese maniqueísmo –que Alastair Crooke analiza en un ensayo en este mismo número– está actuando desde luego ante el escenario Ucrania, como lo hizo ante el escenario “pandemia”. Sin embargo, en un caso y el otro, y en todos, el maniqueísmo siempre termina desengañado. 

Uno puede autoconvencerse de lo que quiera. Quien firma piensa que sería mejor un mundo con más de un polo de poder, preferiblemente tres o más. Y piensa que el tipo de valores tradicionales que defiende al menos una parte de la sociedad rusa es algo que vale la pena salvar, aunque sea solo en Rusia. Occidente claramente está en otro rumbo, y el corriente experimento no es más que un episodio más, propio de una civilización esencialmente buscadora, agresiva y expansiva. Occidente a su vez piensa que si destruye a “Putin” entonces su agenda de globalismo unipolar LGBTQ+, cambio climático y supercontrol centralizado de su elite, que nos lleve a un mundo tecnocrático donde la mayoría no tendrá nada y será feliz, y la población se reduzca y gaste menos energía, conseguirá finalmente triunfar e imponerse.

Antes de avanzar con esta puesta a punto, digamos que el resultado final de este conflicto, que puede estar aun muy lejos en el tiempo, seguramente será una nueva decepción para los que, de uno u otro lado, buscan una victoria final, “escatológica”, una victoria que revele de una vez el “fin de los tiempos en que domina el mal”, sea esto lo que sea. Lo más probable es que el realismo predomine, como siempre al final lo hace. Y aunque es evidente que Rusia tiene todas las de ganar, es difícil que un político fundamentalmente negociador y moderado como Putin -si, es lo que es; si usted cree lo contrario, cierre la propaganda guerrerista occidental y estudie su conducta actual y pasada- quiera arriesgarlo todo para obtener una especie de victoria absoluta y final. En cambio, es más probable que llegado el momento admita una negociación que, garantizando sus objetivos principales -caída del núcleo de poder ultranacionalista y rusófobo en Kiev, desmilitarización del país, y no ingreso a OTAN-, permita incluso a Estados Unidos mostrar ese resultado como una especie de “empate técnico”, aunque no lo sea. Los países no tienen emociones, sino intereses, y estrategias. Alemania y Europa no pueden seguir mucho más tiempo en este rumbo de autodestrucción, y Estados Unidos ya obtuvo uno de sus objetivos, menor y posiblemente efímero, que era romper la alianza comercial y energética de Alemania y Europa con Rusia. El resto lo dirá el tiempo.

Ucrania: una posición desesperada

Casi todos los expertos occidentales con cierta experiencia práctica del conflicto, o con sabiduría analítica demostrada, están de acuerdo. Desde John Mersheimer a Scott Ritter, desde Douglas MacGregor a Brian Berletic o a Alexander Mercouris, casi todos ellos y otros, que hablan con una voz independiente del poder neocon en Washington y que siguen en todo detalle lo que ha ido pasando en el terreno, coinciden hace meses en un punto fundamental: Rusia habría de hecho ganado esta guerra hace tiempo, y sólo el flujo incesante de armamento mantiene a Ucrania en una sangría horrible de gente y equipo destinada a “contener” a un porcentaje menor del ejército ruso -mayormente, en realidad, una compañía de mercenarios, el Wagner, que está haciendo todo el trabajo real en el terreno, con el soporte del ejército de línea en la logística, y el armamento de largo alcance ruso. Es verdad que el ejército está involucrado en otras cosas, como fortificar las líneas de contacto que separan el 20% del ex territorio ucraniano hoy en manos rusas, y las labores de inteligencia, información y planificación de las que depende la operación en general. 

Lo que hace que la situación sea desesperada, es que el armamento occidental se está terminando. Ya lo denunciaron medios ranciamente ortodoxos, insospechables de ser “herramientas de la propagada de Putin”. Primero fue el órgano más anti-Putin concebible, el Financial Times, que cita al Ministro de Defensa Ucraniano Olesksiy Reznikov, diciendo que tienen una “escasez crítica” de munición para su artillería.

Luego se sumó una nota de Político que tradujimos y republicamos aquí para beneplácito de los tontos de cerebro lavado por la propaganda de Washington, que reaccionaron airadamente en redes diciendo que la nota -nosotros solo la tradujimos- era, precisamente, “propaganda rusa”.

Ahora, el mismísimo 9 de marzo, el Washington Post -conocido medio de propaganda rusa, controlado por Putin- insiste con este título, que insinúa catástrofe: “En la carrera para armar a Ucrania, Estados Unidos enfrenta las grietas de su poder de manufactura”

El periódico dice que el conflicto ucraniano “expuso profundos problemas que Estados Unidos debe superar” para producir armas para sus necesidades y las de sus aliados. Según algunos analistas estadounidenses, el Pentágono no está haciendo suficientes esfuerzos para reponer las existencias de armas que salieron de los almacenes estadounidenses y fueron transferidas a Ucrania. Según los autores del material, los representantes del mando de las Fuerzas Armadas estadounidenses señalan directamente la “fragilidad” del complejo militar-industrial (MIC) del país.

El volumen de producción de las fábricas estadounidenses podría no ser suficiente para evitar el agotamiento de las existencias de armas y municiones clave que Estados Unidos suministra a Ucrania. En este sentido, señala The Washington Post, se necesitarán “15 años al nivel de producción en tiempos de paz y más de ocho años al ritmo de guerra” para reponer las existencias de los principales sistemas de armas. Esta lista incluye misiles guiados, aviones y drones de ataque que pueden transferirse a los aliados. Al mismo tiempo, Estados Unidos tardará “cuatro años en reponer los misiles guiados de alta precisión M982 Excalibur enviados a Kiev, y dos años y medio los MLRS HIMARS“.

Según el periódico, el problema no se limita a lo que Estados Unidos suministra a Ucrania. Estamos hablando de que al ritmo actual de producción se necesitarán más de 10 años para reemplazar la flota estadounidense de helicópteros UH-60 Black Hawk y casi 20 años para los modernos misiles aire-aire de medio alcance. El Pentágono necesitará al menos 44 años antes de poder sustituir su flota de portaaviones. La publicación explica que durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el gasto militar disminuyó y el complejo militar-industrial se redujo drásticamente. De las 51 grandes empresas de este sector en los años 90, unas 5 han permanecido hasta la fecha.

Según los expertos, la imprevisibilidad de la demanda en el sector de la defensa y los contratos a corto plazo limitan seriamente la inversión en capacidad adicional. Los equipos militares modernos son extremadamente difíciles de fabricar. Como explica la publicación, para crear un solo caza F-35 se necesitan 300 mil piezas de 1700 proveedores distintos. Además, la situación se complica por el creciente número de legisladores que creen que Estados Unidos está proporcionando demasiada ayuda a Ucrania. Según uno de los últimos sondeos, el 40% de los republicanos del Congreso mantiene esta postura, frente al 9% de la primavera de 2022. Como señala el artículo, “no está claro cuánto tiempo tolerarán los estadounidenses el gasto militar, que ya supera el 3% del PIB, en una época de inflación y tensiones económicas.”

En Europa, prosigue la publicación, los problemas no son menos graves. En Alemania, en medio de planes para una fuerte expansión de la presencia militar, se cree que las reservas de munición bastan para dos días de combate, y en el Reino Unido – para ocho. Para resolver estos problemas, los dirigentes de la UE están estudiando formas de acelerar la producción, posiblemente mediante acuerdos de compra anticipada similares al desarrollo de vacunas contra el COVID-19.


Los rusos, por su lado, no dan aun señales de sufrir el mismo inconveniente. Este es el nivel de demolición de la ciudad de Bajmut al atardecer del 6 de marzo:

Y este es el resultado del ataque del día 9 de marzo contra la principal central termoeléctrica de Kiev Energo #5 con un misil hipersónico Kinzhal:

Misil hipersónico Kinzhal ruso impacta en la Central Termoelécrica #5 en Kiev. Marzo 9, filmación del periodista de The Times Maxim Tucker


Estos ataques masivos con misiles de alta precisión y drones ocurren regularmente sobre la infraestructura ucraniana desde el día 10 de octubre.

Nada de lo anterior es motivo de alegría, y cuesta publicarlo. Lo exhibimos porque el nivel de la desinformación a que se somete a los públicos occidentales es obsceno. Mientras tanto, la BBC pretende convencer a sus cándidos lectores de que los soldados rusos, dado que no tienen armas, pelean con palas.


Occidente pues -es decir, Ucrania- se está quedando sin armas. Pasemos a cosas más controversiales.

El sitio ruso de oposición al régimen actual llamado Medusa, situado en el exilio, ha hecho un esfuerzo serio -el único público- por cuantificar las víctimas reales rusas, recurriendo a información publicada en Rusia sobre enterramientos, obituarios y menciones en redes sociales, etc. Y su evaluación -republicada por BBC- es que los rusos han perdido alrededor de 20.000 soldados, (10.000 a diciembre 2022, antes que se acentuaran los combates en Bajmut), mientras que los ucranianos -según el Mossad y fuentes internas de Washington citadas por MacGregor, así como múltiples menciones de jerarcas de OTAN- andan arriba de los 150.000 muertos, como mínimo. Uno puede creer o no, desde luego, en esa relación escandalosa. En todo caso, la propaganda occidental pinta lo que ocurre como “una guerra estancada porque nadie puede superar a nadie”, interpretando el conflicto como una cuestión de cuánto territorio cada uno ocupa. Pero, para los rusos, nunca fue una cuestión de territorio, sino que sus estrategas plantearon una guerra de desgaste, pues para Rusia el objetivo es desarmar y hacer desaparecer el poder militar ucraniano, que es el que estaba masacrando a los ciudadanos de habla rusa en el sureste desde 2014. Es evidente que ante la intervención furiosa de Estados Unidos con armamento, inteligencia y planificación -más tropas polacas, británicas, canadienses y demás en el terrreno, camufladas como “voluntarios”-, los objetivos de los rusos han debido adaptarse a un panorama más serio: una guerra por delegación contra el “Occidente colectivo”, el cual se reduce en realidad al poder nuclear disuasivo de Estados Unidos y su flujo de recursos a Ucrania -más una cantidad menor de equipo aportada por algunos de sus aliados. 

El gráfico anterior seguramente deber ser preocupante para Washington, pues muestra que la guerra, en el nivel de la producción, es Rusia (con escasa ayuda de Irán) contra todos. O, mejor dicho, es algo así como unos pocos miles mercenarios del Wagner con abundante respaldo del ejército, contra todo Occidente. Y aun así, Rusia no ha perdido ni personal ni el 20% del territorio ucraniano ocupado desde hace un año. Al contrario, está avanzando.

Mal cálculo inicial, y engaño fatal

El problema para Rusia es que Putin calculó mal la disposición a luchar de la OTAN y EEUU. En esto también están de acuerdo los observadores independientes. Su movida inicial fue más bien simbólica, buscando llevar rápido a la mesa de negociaciones a Ucrania. Lo consiguió enseguida, y hubo un acuerdo. Neftali Bennett, el ex Primer Ministro israelí, entonces en funciones, participó de la mediación, y lo ha contado con todo detalle: se había llegado a un acuerdo y no habría prácticamente habido guerra ni fallecidos, salvo que Boris Johnson y Biden se lanzaron con todo contra ese acuerdo, forzaron a Zelensky a rechazarlo, y se jugaron todo a la estrategia de “debilitar a Rusia” oportunamente definida en los papeles de la RAND Corporation y otros thinktank neoconservadores (es decir, progresistas) que vienen armando esta operación Ucrania desde hace años. 

El resultado es que desde marzo de 2022 Rusia ha tenido que adaptarse a la idea de que lo que entendió sería una “operación militar especial”, casi una operación policíaca en territorio ajeno, se convirtió ahora en una guerra a todo o nada donde lo que está en juego es la viabilidad de Rusia a largo plazo. Por tanto, Rusia reconvirtió toda su operación entre julio y octubre de 2022. Movilizó 250.000 reservistas, redefinió su estrategia, y redobló la producción de municiones y armamento. 

Sobre las sanciones, que eran el arma fundamental de Estados Unidos para lograr un “cambio de régimen” en Moscú, ya nadie habla, porque han sido un papelón para Occidente. Según el FMI Rusia va a crecer este año, en medio del conflicto. En cambio Europa pasó ya un invierno incómodo, y se viene otro mucho peor. Anunciamos en nuestro primer análisis de hace un año que era poco probable que las sanciones tuviesen ese efecto esperado, y que de no tenerlo, no se veía cómo podría Occidente triunfar militarmente. Es lo que viene pasando.

Como resultado de todo, Rusia está demoliendo en cámara lenta todo lo que Occidente va tirando en la horriblemente bautizada (por ambos lados, que usan la expresión) “meat grinder“, es decir, “máquina de picar carne” instalada por los rusos en las fronteras del Donbass.

Tropas ucranianas en retirada de Bajmut, entre los restos de su material destruido por la artillería rusa. 6 de marzo 2023


Sin necesidad de poner en juego buena parte de la fuerza militar de línea que ha destinado a Ucrania -la que a su vez es una fracción pequeña del total del ejército-, Rusia se ha instalado a distancia conveniente de las fortificaciones enemigas -construidas durante 8 años por los ucranianos en previsión de este enfrentamiento-, y lanza a los Wagner y a otros pequeños contingentes bien armados y respaldados a ir destruyendo metódicamente estas fortificaciones, lo que lleva mucho tiempo y mucha artillería. Cuando los ucranianos -sin duda grandes combatientes- intentan avanzar para romper ese cerco, los rusos se limitan a esperarlos y destruir sus tanques e infantería, sobre todo haciendo uso de los drones suicida “Lancet” respaldados por una red de observación insuperable, los que han demostrado que los tiempos de la “fuerza aérea” han cambiado irremediablemente.

Dron Lancet ruso destruye un M777 Howitzer americano en funciones en Ucrania. Area de Kremmenaya enero 26 2023

A ello suman equipamiento de última generación para desalojar a los ucranianos de los montes en los que intentan hacerse fuertes, incluyendo equipo como el BMPT Terminator.

Blindado de apoyo a tanques BMPT ruso trabajando en el frente

 Ucrania no tiene nada parecido que oponer a esto. La conscripción obligatoria en las ciudades ucranianas está procediendo ya con mayores de sesenta y menores de 18 años, en lo que es básicamente una ola masiva de secuestros.  

Agentes ucranianos “reclutan” ciudadanos a la fuerza para mandarlos al frente. Diciembre 2023

¿Cuánto tiempo más puede resistir el régimen en Kiev? El país tenía casi 40 millones de habitantes en 2021, y hoy se estima que quedan 18 millones viviendo. Su infraestructura fue sometida a un proceso de demolición controlada desde el día 10 de octubre, en que bajo el mando del Gral. Surovikin, los rusos empezaron a atacarla con misiles de alta precisión y drones. La antiaérea ucraniana se vio desbordada, y los resultados en la red eléctrica y otros servicios que dependen de ella son devastadores.

Todo esto ha ocurrido a un alto régimen de fuego que está extremando la exigencia a la industria de armamentos rusa.

Los diarios occidentales, aun los más rusófobos, están empezando a admitir que la única carta que queda es una contraofensiva ucraniana en la primavera boreal, que se estaría preparando hoy en Polonia. Mientras tanto, Bajmut, que no es solo un símbolo de la resistencia ucraniana en el Este, sino también el nudo fundamental de  comunicaciones que está manteniendo apenas cerrada toda la última línea efectiva de defensas y trincheras construida antes del conflicto, viene siendo metódicamente embolsada por los Wagner, y su caída total es cuestión de tiempo.

El movimiento de encierro que ha definido al frente en Bajmut. Secuencia desde diciembre a marzo.

Una vez caída Bajmut –como lo ha admitido finalmente el propio Zelensky, luego de que los medios occidentales insistieran 6 meses con que Bakhmut no tenía importancia estratégica alguna- hay poca resistencia eficaz contra un avance que, si los rusos se decidiesen a hacer, los podría poner en poco tiempo a orillas del Dnieper.

Finales posibles

Ante este panorama confirmadamente negativo, ¿como hacen los norteamericanos ahora “to save face” (en criollo: para que no les rompan la cara en público)? Bueno, hay muchas maneras.
Una opción, que supongo todo ser racional descarta, es escalar el enfrentamiento haciendo, por ejemplo, que la OTAN declare la guerra a Rusia, para terminar en un holocausto termonuclear generalizado. No es probable que se llegue a ello. Evidentemente esta opción elimina toda especulación sobre el conflicto, y sobre el futuro humano en general.

Una segunda, sería que Ucrania monte una “contraofensiva” en cualquier parte, y que luego de tomar un puente o una aldea cualquiera abandonada por los rusos, se presente eso como una gran victoria. Todos los medios occidentales están ahí para ello. Después de esa supuesta victoria, se admitirá inmediatamente “sentarse a negociar con los rusos para terminar con una guerra que está empatada y amenaza prolongarse indefinidamente”. 

En la mesa de negociaciones los americanos procederán a tirar bajo el bus a Zelenski y todo su combo de ultranacionalistas, arreglarán un acuerdo donde Rusia se quede efectivamente con Crimea y todo el territorio que ha ocupado ya, la mayoría cuya población, básicamente, ya era rusa, y sigue queriendo serlo. Además de eso, Rusia obtendrá el beneficio secundario de sacar o debilitar terminalmente al régimen rusófobo actual. Probablemente se negociaría algún tipo de estatus de seguridad en Europa que conforme a Moscú.
Es decir, se presentará lo que en los hechos es una victoria rusa total, como un casi empate del cual ambas partes salieron con algo en las manos.
Luego, con lo que quede de Ucrania, ese glorioso faro de la democracia global que la prensa presentará bajo tonos cada vez más hiperbólicamente heroicos, se verá si se puede instalar algún foco de conflicto más, para seguir alimentando una pretendida erosión de Rusia a largo plazo. Aunque esto último no ocurrirá enseguida, porque en esa mesa de negociaciones todos sabrán que se hará lo que los rusos digan, bajo el formato que los americanos logren darle para salir más o menos bien del lío. 

Otra, sería que EEUU se aparte progresivamente de Ucrania y vaya mandando a sus aliados europeos a involucrarse más directamente. Salvo Polonia, es difícil que logre convencer a alguno más, pero con Polonia y algún maquillaje extra sería posible pintar eso como “la OTAN entró directamente en el conflicto”, y armar un lío y una polvareda mayor que termine de entreverar la baraja por unos meses más. Al final Zelensky caerá y todo será como a Rusia le parezca, pero para entonces los norteamericanos ya estarán muy lejos de asumir responsabilidad. Pueden decir “mientras nosotros la apoyamos, Ucrania no cayó”, y pasar a otro tema.

Otra, sería que se mueva toda la maquinaria de la prensa para hacer desaparecer el nombre “Ucrania” de las noticias. Por completo. Eso puede hacerse con facilidad, luego de una declaración o dos que revelen que Biden “se cansó de apoyar a un Zelenski que sólo hace demandas” o algo así, más alguna denuncia convenientemente documentada que muestre la corrupción del gobierno ucraniano y lo aísle un poco cambiando la imagen heroica inventada hasta ayer de tarde. Esto incluso puede hacerse dejando que la imagen de Biden mismo quede por el piso, como preludio de sacarlo definitivamente del medio antes de una elección 2024 donde nadie le da razonablemente ninguna chance, pero su mujer Jill ha anunciado que piensa ir por la reelección. (1)

Luego de ello, cualquier cosa que pase en Ucrania será más o menos anecdótica. Desde luego, a los rusos no les interesa ni nunca les interesó tomar Kiev (pese a las fantasías de la propaganda occidental al respecto), y simplemente consolidarán su posición, dejarán sembrados todos los seguros y personal que precisen para contrarrestar cualquier intento de rearme de los ultranacionalistas, y el mundo seguirá su curso. En ese escenario, es probable que entre alemanes y rusos reconstruyan el Nord Stream y se dediquen a seguir con sus negocios, interrumpidos de prepo por Estados Unidos. No se vislumbra –como este documentado análisis lo demuestra– otra salida real a lo que, sino, será el final de la industria alemana y europea.

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Durero, detalle del “Apocalipsis” (1497-98)

El punto, una vez más, es el mismo: no espere usted una victoria escatológica. Ni usted, que apoya el “mundo libre” porque aun cree y se orienta por las ideologías de la guerra fría de hace 40 o 70 años, ni usted que cree que Rusia es el salvador de la humanidad frente a la oscuridad reptiliana de Davos, obtendrán lo que esperan. Rusia seguirá su curso, defendiendo sus propios intereses según los entiende su clase política y los mandatarios de ésta tras bambalinas, y lo mismo hará Estados Unidos, China, India, Brasil, y todos los demás. El mundo podría beneficiarse sólo y únicamente en la medida en que más y más gente entienda las mentiras que le cuentan, y decida de una vez cerrar sus ojos a la prensa sistémica, abrir la información parcial, local, más la discusión realmente abierta y lo más profunda que se pueda de todos los asuntos sin excepción. Para eso hace falta seguir liberando la información, instalar muchos Wikileaks y financiar a muchos James O’Keefe, de modo que los manipuladores de los demás por poder no tengan mucho lugar donde esconderse. Tal vez con el tiempo la humanidad logre encontrar el modo de impulsar formas de gobierno más horizontales que enfrenten de veras el problema más central de todos, que es el problema de la extralimitación connatural al poder. Y quizá con ello se logre ir abandonando la antigua fe en que el mundo material es el lugar en donde uno obtendrá su paraíso -se llame este como se llame, y tenga la forma que tenga: todas son el mismo engaño, que consiste en buscar lo permanente y perfecto en donde solo resulta haber cambio, injusticia e incompletud.


Notas

(1) A último momento me entero de que hay una noticia -obviamente precocida en Washington, y publicada en Alemania, que acusa a Ucrania de haber destruido el gasoducto alemán. Esto pareciera ser una operación para comenzar a alejar Alemania de Ucrania, y alejarse de Ucrania en general. Se verá qué tanta credibilidad tiene y cómo opera.