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¿Quedó huérfana la izquierda luego de la muerte de Vázquez y de los previsibles crepúsculos de Astori y de Mujica? Sí, sin duda. Huérfana de liderazgos, eso es evidente. Pero huérfana también y sobre todo del olfato político que el tríptico tenía, y que le permitía conectar con los círculos concéntricos más amplios y no dejarse ahogar por la minoría intensa del comité de base, esa que no junta un voto más que los de los ya convencidos dentro del mismo comité.

Por Francisco Faig

El cierre del ciclo electoral 2019- 2020, con su correspondiente y demorada asunción de nuevas autoridades municipales; y la muerte del ex –presidente y figura más importante de la historia de la izquierda, Tabaré Vázquez, dieron cuenta del fin de una época para el Frente Amplio (FA).

Aquí ya se ha analizado el nuevo escenario político, de forma general y atendiendo a una mirada desde la perspectiva sobre todo del gobierno y de la mayoría que votó el pueblo uruguayo en 2019- 2020 (https://extramurosrevista.com/la-coalicion-republicana-y-el-nuevo-tiempo-politico-del-pais/). Vale la pena ahora, antes de cerrar el año, centrar la atención sobre lo que ocurre con la izquierda: cuál es su situación y cuáles son sus desafíos electorales, identitarios y políticos. Hay dos motivos sustanciales para ello.

En primer lugar, el FA sigue siendo la primera fuerza electoral del país: si bien perdió con claridad y contundencia, retuvo para sí a prácticamente dos de cada cinco preferencias ciudadanas tanto en octubre de 2019 como en setiembre de 2020 (vistos estos últimos resultados municipales con perspectiva nacionalizada), y también es cierto que hace al menos dos décadas, es decir hace cinco elecciones seguidas, que no recibe menos de ese apoyo ciudadano que es, evidentemente, muy alto.

En segundo lugar, porque la conformación del sistema de coaliciones y alianzas, el sistema electoral definido en 1997, el entendimiento de la forma de concebir las reglas de juego (https://extramurosrevista.com/el-mito-del-balotaje-contra-la-izquierda/), y los comportamientos de los actores políticos hacen que el futuro del país esté marcado por una opción binaria: ya sea que gobernará la coalición republicana (CR), o ya sea que gobernará el FA. Esto quiere decir, en concreto, que el FA es hoy en día la única y real alternativa al actual gobierno, y por tanto es muy importante hacerse una idea de cuál sería el otro camino posible para el rumbo del país si pasara a ser en un futuro nuevamente mayoría.

¿Quedó huérfano el FA luego de la muerte de Vázquez y de los previsibles crepúsculos de Astori (80 años) y de Mujica (85 años)? ¿Es posible recomponer dos grandes polos similares en peso y protagonismo en el FA, hechos de un talante socialdemócrata uno y de un perfil más socialista radical el otro? ¿Hay una renovación generacional que permite ser optimista acerca de los futuros desafíos electorales de la izquierda? ¿Orsi y Cosse, ambos intendentes y de los departamentos más poblados del país, serán capaces de suplir el lugar preponderante que ocupó el tríptico Vázquez- Astori- Mujica, que fue el que condujo por tres lustros al FA al gobierno nacional con mayoría absoluta en ambas Cámaras legislativas? Los cambios económicos, sociales, generacionales y políticos de la región y del mundo, ¿encuentran al FA con un discurso al día y con una perspectiva que seduzca a las grandes masas populares? ¿El FA está llamado a gobernar prontamente nuevamente, es decir con las elecciones de 2024, o tiene por delante al menos tres lustros de trabajosa oposición a gobiernos de la CR?

Para responder a todas estas preguntas, organizaré este ensayo en dos partes. En primer lugar, importa hacerse una clara idea del punto de partida en el que se encuentra el FA desde el punto de vista electoral y político. En segundo lugar, importa mucho entender cuáles son las bases a partir de las cuales el FA puede extender su influencia y cuáles son las dificultades que tiene por delante.

  1. Dónde está el FA

El FA es la primera fuerza electoral del país y su baluarte electoral está centrado en Montevideo y Canelones. Vale la pena recordar las últimas cifras de las urnas de octubre de 2019:

El FA recibió 949.376 votos, de los cuales 438.839 los hubo en Montevideo, y 158.221 en Canelones, es decir, entre los dos departamentos, 597.060 votos. Esto quiere decir que casi el 63% del total de los votos de todo el FA provinieron de donde están habilitados para votar el 54% del total de los uruguayos.

Luego, para las elecciones departamentales, es sabido que el FA sólo retuvo Salto, Canelones y Montevideo a nivel de intendencias. Salto presenta una salvedad importante: la conjunción matemática de votos blancos y colorados fue más en setiembre de 2020 de lo que obtuvo el FA en ese departamento. Esto quiere decir que el FA fue mayoría amplia sólo en Canelones y Montevideo, superando en esa área metropolitana a los dos exponentes más fuertes de la CR.

A esta situación electoral concentrada en dos departamentos, que implica que los liderazgos locales del Interior del país del FA no lograron consolidar apoyos mayoritarios en los quince años de gobiernos de izquierda, se suma otro dato clave que es el siguiente: el FA que no paró de crecer entre 1989 y 2004 se sostuvo en candidatos de un porte nacional que, hoy, no se verifica en ninguna de las dos grandes figuras ejecutivas que alumbraron luego de este ciclo 2019- 2020.

En concreto, la candidatura de Vázquez se forja a partir de la elección municipal de 1989, y obtiene luego casi un tercio del total de apoyo nacional en 1994, casi un 40% en 1999 y la amplia victoria de 2004. A esa acumulación permanente se sumó sobre todo como pieza clave el fenómeno Mujica, que ayudó grandemente a penetrar en el electorado del Interior, sobre todo entre 1999 y 2004. Hoy, nada similar ocurre: no solamente el voto del FA está concentrado en Montevideo y Canelones, sino que, comparativamente, las situaciones de Cosse y de Orsi son menos potentes que la de Vázquez en 1989 o la de Mujica en 1999.

Por supuesto, las acumulaciones históricas electorales no tienen por qué ser calcadas, y existen muchos caminos para llegar a Roma. Sin embargo, todos ellos son largos – no se llega en un salto de una elección a la otra a ganar el premio mayor -; y todos ellos precisan ser transitados bien pertrechados – no alcanza pues con el bagaje de 180.200 votos de Canelones o de 184.364 votos propios de Montevideo, que son con los que contaron Orsi y Cosse respectivamente en setiembre de 2020 (se podrá decir que los 65.035 votos que recibió Cosse en la interna de junio de 2019 fueron obtenidos en todo el país, pero allí el voto no era obligatorio; y para el caso de los 154.407 votos que recibió el Senado de Andrade- Cosse en octubre de 2019, en todo el país y con voto obligatorio, el problema es que no era una lista sólo de Cosse, sino que fue una lista de alianza de dos de los precandidatos presidenciales del FA de junio. En ambos casos, además, la cifra es menor a los 184.364 de setiembre en Montevideo) -.

Así las cosas, la situación geográfica de los votos del FA y las figuras actuales que se vislumbran con mayor potencial electoral no son comparables con los fenómenos de acumulación de los años 90, es decir, con un Vázquez que gana como candidato único del FA la intendencia en 1989 y que alcanza casi el tercio de los votos nacionales en 1994, y con un Mujica que rápidamente se suma para rastrillar todo el Interior y que traduce su prédica en amplísimos apoyos en 1999 y en 2004, año a partir del cual la lógica de acumulación electoral se hace distinta ya que el FA accede al poder nacional en 2005.

Además de todo esto, hay un cambio importante en la interna del FA que resulta difícil de descifrar. En efecto, se trata del gran aumento de sectores- agrupaciones que se han presentado a las elecciones en Montevideo en particular – sobre todo a nivel municipal en setiembre de 2020 – y que no responden a los sectores clásicos del FA, es decir, por ejemplo, Partido Socialista, Partido Comunista, Movimiento de Participación Popular (MPP), etc. En concreto, estamos ante lo que se podrían llamar frenteamplistas de a pie, o dirigentes de segunda y tercera línea que terminan presentándose con listas propias a las elecciones y, lo más importante, que terminan recibiendo una cantidad de votos que les permite ganar lugares institucionales. Gustavo Leal (La Diaria, 3 de octubre de 2020, “Las novedades que dejó la elección en Montevideo”) lo presenta así:

“En las elecciones del domingo (se refiere a la municipal de setiembre de 2020) se presentaron 66 listas por el FA en Montevideo. La dispersión de la votación entre los frenteamplistas tuvo su máxima expresión en esta elección: 60 listas obtuvieron una votación que ronda entre 0,1% y 3%, pero que en su conjunto representan 46,2% de la votación. Hay que tener en cuenta que la lista más votada a nivel departamental alcanzó 16% de los sufragios, lo que da cuenta de la dispersión absoluta del voto y las preferencias. A nivel departamental no hay un grupo hegemónico electoralmente. Esto sin dudas implica un cambio sustantivo que de alguna forma prefigura una nueva arquitectura política en el FA”.

Estaríamos así ante una especie de renovación de las bases izquierdistas, de alguna forma, pero que no pasa por el ordenamiento estructurado en partidos y sectores conocidos y establecidos. ¿Cómo evolucionará ese cambio? ¿Qué peso pueden llegar a tener dentro de la orgánica del FA estas listas nuevas? ¿Acaso es posible que esos grupos se federen, tengan una voz propia y coordinada y marquen una renovación de abajo hacia arriba, por llamarlo de algún modo? ¿O son expresiones que terminarán acomodándose a las viejas estructuras partidarias izquierdistas y encauzarán así cierta renovación de discurso y de acción desde dentro de esas estructuras? Finalmente, ¿se trata de una configuración sólo de Montevideo, que es el principal baluarte del FA y que en particular en setiembre de 2020 vivió una competencia interna particular, o ella se da en otros departamentos también, lo que implicaría un movimiento más de corte nacional e independiente de tales o cuales circunstancias electorales locales? No es fácil prever qué puede ocurrir con este movimiento interno: ni su sostenimiento en el tiempo, ni sus traducciones concretas en configuraciones locales, ni su expresión electoral futura.

Otro aspecto importante del estado de situación del FA refiere específicamente entonces a la renovación de la izquierda. El fracaso de Martínez, enorme tanto en octubre 2019 como en setiembre 2020, la coartó en su legitimidad electoral. Si pensaba encaminarse por allí, se encontró con un callejón sin salida. Hoy, las figuras de Orsi y de Cosse pasaron a ser las más mencionadas en ese proceso de renovación expectante, y hacen pie en las elecciones municipales y a raíz justamente de ser los dos intendentes electos. Empero, en ambos casos las bases electorales reales propias, como ya se señaló aquí, son menguadas. Y en ambos casos también, la tarea de construcción de un liderazgo nacional es enorme, si es que eso es lo que se proponen alcanzar prontamente.

En este sentido me resulta realmente asombrosa la confianza que se deposita en Orsi en tanto posible renovación exitosa de liderazgos del FA, incluso ya pensando en 2024. Por al menos dos motivos.

Primero, porque es evidente que un intendente departamental del Interior no constituye una plataforma política que permita fácilmente dar un salto nacional rápido: sobran los ejemplos de las figuras blancas que no lo lograron, por ejemplo.  Se podrá alegar de que se trata del FA, del MPP y de Canelones, y es verdad que todo eso plantea un escenario algo distinto con relación a los varios antecedentes fracasados. Empero, igualmente, se me concederá que no es tan sencillo construir un perfil presidencial sobre esa plataforma tan local: un intendente del Interior no deja de ser considerado como un par entre tantos dirigentes del Interior con aspiraciones a liderazgos locales.

En la cancha política y electoral los que mandan son los votos, siempre. ¿Qué mérito propio tan relevante y superior presenta Orsi como para impedir que una alianza hecha del Intendente de Salto, con figuras locales de peso de Paysandú, Maldonado y Rocha, por ejemplo, estime que puede competir de igual a igual con el actual Intendente de Canelones en pos de una candidatura presidencial frenteamplista? Es ciencia ficción, claro está. Pero lo cierto es que Orsi no es alguien que presente una plataforma de peso electoral tal que haga que naturalmente tenga ganado su lugar de primus inter pares gracias a ese peso específico: ni comparado con dirigentes importantes del FA del Interior, ni mucho menos comparado con otros dirigentes electoralmente solventes de Montevideo, cuando es en la capital además en donde reside el mayor baluarte electoral de la izquierda.

Segundo, porque la incursión de Orsi en la campaña del balotaje de Martínez en noviembre de 2019 mostró que se trata de un dirigente con enormes limitaciones para enfrentar los desafíos que implican asumir un protagonismo político de perfil presidencial. De nuevo, se podrá alegar que ellas pueden vencerse, y que no es lo mismo ocupar el papel de candidato que participar de un equipo de campaña. Empero, igualmente, no se logra superar tantas limitaciones rápidamente, es decir, a altísima velocidad de forma de alcanzar a tiempo los desafíos electorales nacionales de 2024.

Es que la izquierda debiera de sincerarse y aceptar algo bien sabido: en Uruguay, los liderazgos partidarios presidenciales que pretendan tener alguna chance de éxito han de construirse paso a paso; deben ganar en notoriedad nacional efectiva con cierta antelación al momento electoral más relevante; y precisan de una base electoral propia sustantiva, que puede estar formada por el apoyo de un bastión personal muy relevante – fue el caso de Vázquez en 1989- 1994, por ejemplo -, o por alianzas de liderazgos locales y/o de sectores relevantes – fue el caso de Larrañaga en 1999- 2004, por ejemplo -.

En cualquier caso, la enorme esperanza que algunos depositan en un improbable fenómeno Orsi, me resulta, hoy, mucho más una consecuencia natural de la orfandad previsible en la que quedará el MPP y sus adyacencias electorales con el retiro total de Mujica – que ya decidió este año también renunciar al Senado -, que una estimación racional y lógica del peso específico del liderazgo de Orsi.

Para la figura de Cosse es claro que el escenario es diferente: Montevideo es la capital del país y su principal circunscripción electoral, por lo que su potencial visibilidad nacional es muy grande y su potencial crecimiento electoral de apoyos propios también; su triunfo se sustentó apenas en una mayoría relativa interna del FA, lo que implica que hay mucho espacio posible para ser ganado internamente; enfrentará una oposición sólida y tenaz, ya anunciada por Laura Raffo, lo que no hará su tarea tan sencilla (comparada con la de Orsi en Canelones, por ejemplo); y no debe descartarse de ningún modo que pueda llegar a tener que enfrentar serias consecuencias políticas (y judiciales) negativas a raíz de su actuación previa al frente de Antel.

Así las cosas, la renovación del FA, luego de 30 años de liderazgos combinados de Vázquez- Astori- Mujica, que lograron éxitos electorales excepcionales no sólo en relación a la historia del FA sino a la vista de toda la historia política del país, no está para nada avanzada, ni tampoco encaminada sobre bases sólidas e inamovibles: tanto Orsi como Cosse pueden verse complementados por alguna figura que aún no está en el mapa electoral o político del FA, o pueden tener que competir con alguna figura que se afirme en el Senado opositor – y allí parecerían llamar la atención Bergara y Andrade -, o cualquier otro escenario dinámico que aparezca en estos años.

Las renovaciones, en definitiva, no se avizoran pacíficamente, con antelación y cautela. Alcanza con recordar, comparativamente, que nadie podía suponer en 1987, por ejemplo, que para las elecciones de noviembre de 1989 el FA estaría partido en dos, y que surgiría una figura externa de la potencia de Vázquez para alzarse con la intendencia de Montevideo. Además, seguramente esta indefinición actual sea también parte de un proceso natural: no se logra encontrar rápidamente una combinación de liderazgos tan buenos como los del viejo y exitosísimo tríptico izquierdista, de un día para el otro, o con figuras prontas para entrar a la cancha con similar peso, vigor, inteligencia en la división del trabajo para operar un amplio rastrillaje electoral, y potente capacidad de seducción sobre distintas capas de la sociedad, como las que fueron Vázquez- Astori- Mujica a partir de 1994.

Esas evidentes ausencias forman parte de las características de lo que se ha dado en llamar la “generación del 83” dentro del FA. Y aquí hay otra reflexión- constatación que se debe el FA: la generación 1983 del FA, es decir, el conjunto de jóvenes que ocuparon cierto protagonismo a la salida de la dictadura, en el campo social y gremial- estudiantil sobre todo, aunque también en algo político, y que fogueados en esas primeras acciones terminaron luego formando los cuadros protagónicos de la izquierda en estos tres lustros de sus administraciones nacionales, han sido un total fiasco en materia electoral.

En concreto, esa generación 3 ocupó cargos relevantes en los gobiernos del FA, pero de ningún modo condujo a la victoria al FA en 2004, ni tampoco en 2009, ni en 2014. Y cuando le tocó ser protagonista sin ser llevados de la mano de los más veteranos – es decir, del tríptico exitoso de Vázquez, Mujica y Astori, pero también de la mano de otras figuras a nivel del Senado que recibieron muchos votos y colaboraron en gestar la gran ola de triunfos del FA, como por ejemplo Gargano o Fernández Huidobro -, fracasó totalmente, como quedó claro en 2019.

En definitiva, el fracaso total de esa generación fue claramente ilustrado entre octubre y noviembre de 2019: para octubre, Martínez, que es seguramente uno de los representantes de esa generación 83 con mayor notoriedad y peso político, se opuso a los viejos líderes del FA y no quiso que estuvieran en la primera línea de la campaña electoral; para noviembre, cambió radicalmente de posición, y llegó a nombrar como futuros ministros a Astori (79 años en ese momento) en relaciones exteriores, y a Mujica (84 años en ese momento) en ganadería, con tal de intentar salvar el balotaje y evitar que el FA perdiera el poder.

La generación 83 es buena para ocupar cargos y acompañar, pero ha mostrado ser incapaz de liderar con éxito electoral. No es aquí el lugar para analizar por qué ocurre eso, pero sí es importante tener claro que la constatación resulta fácticamente del todo evidente. Incluso más: la generación que vence al momento protagónico de la generación de 1983 del FA, que fue este 2019- 2020, es la de los cuarentones blancos, cuyo mejor exponente es Lacalle Pou, claro está, y que es bastante más joven que aquellos izquierdistas que en 1983 rondaban los 20 años.

En cualquier caso, ese perfil propio de la generación 83, omnipresente en el FA a pesar de demostrar tantas limitaciones en su ojo electoral, también es un problema al momento de enfrentar con éxito la renovación de la izquierda, porque o cambia de modalidad, talante e invectiva de forma de transformarse en una generación que lidere futuros triunfos electorales, o seguirá en el lugar segundón que le fue asignado desde al menos 2004 en la interna de la izquierda.

¿Quizá la generación 83 ceda su lugar protagónico a la siguiente generación hecha de cuarentones del FA? Pero, en tal caso, ¿quiénes son los que hoy andan entre los 35 y los 50 años de edad y que se destaquen en la izquierda por su liderazgo político, su visión propia de influencia amplia, o su ambición fuerte que implique un pronto protagonismo electoral de primera línea? Francamente, no veo a nadie con ese perfil. De vuelta, pueden afirmarse dirigentes así en estos años, sin duda alguna. Empero, de nuevo, es muy difícil que esa afirmación redunde en un éxito electoral temprano, general y vigoroso que asegure mayores triunfos a la izquierda.

¿Esta situación del FA implica entonces un futuro escarpado electoralmente y dificultoso políticamente? Lo veremos a continuación.

  • Potenciales fuertes, riesgos grandes.

Luego de presentado el estado de situación del FA me interesa anotar en esta segunda parte las perspectivas de la izquierda. Entiendo que presenta dos potenciales muy fuertes, y que enfrenta tres riesgos muy grandes.

El primer potencial fuerte es el enorme peso que conserva la izquierda en la cultura del país, es decir, en la definición de la norma de lo que está bien, es bello y es bueno. Este tema merece un ensayo en sí: sus causas, sus manifestaciones, sus limitantes, sus puntos altos, sus bases de expansión, sus fuertes regionalizaciones, etc. Pero baste aquí señalar que lo que en otras partes he descrito como la acción de la hegemonía cultural de la izquierda (https://extramurosrevista.com/la-grieta-politica-definicion-contorno-formas/ y https://extramurosrevista.com/las-consecuencias-del-portazo/ ) es un grandísimo potencial político del FA.

En efecto, si los adversarios del FA deben dar sus batallas proselitistas e ideológicas a partir del campo de definiciones sustantivas que aporta la izquierda, es claro que parten con desventajas. En este sentido hay como un sustrato de la definición del universo simbólico que forma la cultura ciudadana, y hay como una predominancia de los habitus culturales y sociales de la izquierda extendidos en los entramados urbanos del país que, definitivamente, asientan un potencial enorme para que la izquierda, desde allí, canalice identidades políticas hacia el FA.

Para llevarlo a algo bien concreto: andá a no ser del FA en facultad de psicología, por ejemplo, a ver cómo te va en la socialización universitaria y hasta en los resultados de exámenes; andá a no comulgar con la pila de resumencitos de tercer entendimiento de lo que escribió Foucault en ciencias sociales, por ejemplo, a ver cómo te va citando a Boudon, Aron o a Scruton. Otro ejemplo, hasta divertido: cualquier persona que no comulgue con el universo simbólico- provinciano izquierdista de las ciencias sociales montevideanas tendrá toda la razón de creer que el libro “La Reacción”, escrito por dos exponentes asentados del discurso de izquierda actual, Delacoste y de Boni, responde más a un script entusiasta de Abbott y Costello que a un análisis universitario inteligente; sin embargo, en ese universo que es el que define la doxa bien- pensante acerca de la sociedad y la política, se trata de un texto al que se le atribuye cierto interés y viso de seriedad.

Ese enorme potencial para la izquierda apuntala el segundo potencial formidable y más específico, electoral y político, del que, incluso, no me queda nada claro que los rivales del FA sean enteramente conscientes. Se trata de la enorme adhesión de las nuevas generaciones ciudadanas en favor del FA.

Es un dato que cualquiera que tenga cultura electoral conoce bien, y para no abrumar señalo simplemente lo informado por El País en octubre de 2019 acerca de los resultados de la elección de ese mes: entre los jóvenes menores de 25 años, muchos de ellos primeros votantes, el FA recibió la mayor cantidad de adhesiones con el 45,5%; y en el grupo de edades entre 26 y 45 años, 44,2%. En ambos casos, es más que el resultado general del FA del 39% en esa elección. Esto quiere decir que a medida que la población envejece los apoyos al FA decrecen.

Pero lo importante de todo esto es que ese tipo de resultado de 2019 se viene verificando hace ya varias elecciones. En concreto: el FA está sobrerrepresentado en las nuevas generaciones. Eso podrá cambiar, sí, ya que las adhesiones políticas no son eternas, y mucho menos en los tiempos actuales. Empero, también es claro de que se trata de un gran potencial de la izquierda, que logra que su identidad difuminada sea lo más normal entre los más jóvenes del Uruguay urbano del sur, sobre todo en Montevideo y Canelones que siguen siendo las circunscripciones electorales más grandes del país.

Frente a estos dos potenciales indiscutibles, que además se retroalimentan y dan un piso alto y sólido a la adhesión electoral del FA mirando a futuro – independientemente de tal o cual candidato de la izquierda, el respaldo es a todo el FA en tanto izquierda -, hay por delante tres riesgos importantes que señalaré seguidamente.

El primer riesgo es el de hablarle a la interna, y así ganar mucho peso dentro de ella, pero luego perder en octubre. Eso no pasaba en tiempos de Vázquez- Mujica- Astori, quienes tenían una gran capacidad de movilización interna pero además conectaban bien con la cultura ciudadana no politizada, no frenteamplista sino uruguaya.

En definitiva, el enojo que no asume la derrota, el corrimiento hacia el encierro en posiciones izquierdistas radicales, y la postura empacada de hablarse entre gente ya convencida para ratificar todos sus prejuicios, protegida tras el muro de yerba del comité de base, es algo que parece haber llegado para quedarse en el FA. Si se lo quiere ver desde una perspectiva un poco más teórica, las dificultades pasan por la combinación de dos problemas a la vez: el encierro en la teoría de los círculos concéntricos, y el seguir de las narices lo que afirman las minorías intensas.

La teoría de los círculos concéntricos es sencilla. Existen distintos círculos concéntricos a nivel de opinión pública en lo que refiere a la politización de los electorados. El más cerrado y pequeño es aquel en donde el discurso más politizado llega mejor, y es el que de alguna forma es el aire que respiran los dirigentes políticos que están razonando en términos electorales y políticos todo el tiempo.

Luego, a medida que se agrandan los círculos concéntricos y se van alejando del centro, importa menos el discurso elaborado y bien hilvanado, lleno de detalles y de exigencias de calidad en la argumentación. Las influencias políticas pasan por las grandes líneas de razonamientos o de intuiciones que son por definición más generales, más genéricas, menos complejas y más comunes y corrientes, propias del hombre de la calle medio que no respira política todo el tiempo ni mucho menos.

La clave está entonces en que el éxito electoral y político que convence mayorías no pasa por hablarle al primer círculo concéntrico, hecho de militantes y políticos más avezados. Hay que tener en cuenta sí a ese círculo más chico, pero hay que mirar y prestar atención y seducir y convencer al círculo más grande, ese que se mueve con otros códigos, ese que reacciona de manera diferente y que entiende la realidad política de forma más rústica, menos sofisticada, menos dramática también y más sencilla (pero no por ello menos bien).

Un clásico del encierro de las dirigencias políticas que no entienden esta sencilla teoría de círculos concéntricos, que tan difícil es por cierto de asumir y digerir con inteligencia, es enojarse con la gente por cómo termina votando si es que los resultados no favorecen al campo al cual pertenecen esas dirigencias. La gente es tonta, no se da cuenta, fue engañada, no reconoce la calidad de lo que se hace, o directamente es traidora a su verdadera causa o no es capaz de percibir dónde está su verdadero interés, y entonces termina votando al otro, al rival. Se trata así de la típica reacción de aquella dirigencia que cree que su círculo concéntrico más estrecho debiera de ser igual al círculo más amplio, allí en donde hay muchos más votantes y a dónde hay que alcanzar a convencer con motivos y razones diferentes que seduzcan de manera de transformarse en la opción política preferida frente a los adversarios.

Si a esta reacción muy clásica de quienes pierden y no entienden cabalmente el juego democrático en esta dimensión tan competitiva, que por cierto se verificó en varios dirigentes del FA luego de las derrotas de 2019- 2020, se suma el peso de las minorías intensas, la renovación exitosa se hace aún más difícil. Giovanni Sartori definía a la minoría intensa como un grupo relativamente pequeño de ciudadanos que vive con pasión las cuestiones políticas. Es generalmente dogmático, sectario o fanático; ve todo en blanco y negro; el mal está todo de un lado y el bien se sitúa enteramente del otro lado que, claro está, es el suyo propio. Sartori agregaba que la intensidad y la cognición tienen una correlación negativa, por lo que en estas minorías intensas triunfa la mente cerrada sobre la mente abierta.

En el círculo concéntrico más estrecho del FA el radicalismo izquierdista prevalece y prima entonces la postura, el talante y la convicción fanatizados propios de la minoría intensa. Además, no se levanta la vista para percibir y seducir a quienes integran los círculos más amplios – esa era, claro está, la fundamental tarea, llena de éxitos, que cumplían Vázquez- Astori- Mujica y que aseguró tantos triunfos tan contundentes -. Al retroalimentarse, estos dos movimientos terminan encerrando a la izquierda en discursos que convencen a los convencidos, que se hablan a sí mismos, y que de ninguna manera son capaces de potenciar un gran crecimiento que supere en mucho el piso del 40% que hace veinte años que el FA recibe – que es un piso que está conformado, a su vez, por sustentos que provienen de los distintos círculos concéntricos de la opinión pública -. Y sin ese gran crecimiento el FA no gana la presidencia y el gobierno nacional.

El segundo riesgo, muy vinculado al mayor peso interno de las minorías intensas, es el de articular un discurso político que centre su atención en temas completamente alejados de la realidad del país. Se trata de lo que Martín Aguirre, no sin ironía, llama la agenda Noruega, que es la que preocupa a las nuevas generaciones del FA: temas importados, de visión y soluciones que carecen completamente de anclaje en la realidad nacional, todo mal digerido o copiado sin ningún sentido crítico ni inteligente de fuentes estadounidenses o de izquierda radical europea.

Son los discursos mal traducidos de Foucault a la moda feminista radical o tonterías similares, por ejemplo, que están a años luz de lo que las mayorías populares del país votan, quieren, entienden y comparten. En este sentido, por cierto, haría bien el FA en asumir que el pueblo fue contundente en las elecciones de 2019: todas las candidaturas que en la izquierda se identificaban con esta agenda Noruega, Constanza Moreira et al., no renovaron sus bancas o no accedieron al Parlamento.

De forma general, el problema de la izquierda está en confundir la prioridad de las minorías intensas con la prioridad de la ciudadanía que conforma los círculos concéntricos más amplios y dispersos. En concreto, el FA debiera responderse esta pregunta: ¿Cuándo Vázquez, que fue el verdadero y único líder exitoso electoralmente de toda la historia de la izquierda, se dejó llevar por la nariz de los discursos de las minorías intensas? La respuesta es nunca, sino que más bien, cuando le convino, se apoyó en algunas partes de ellos para sumar apoyos internos en su favor, por ejemplo. Y si la respuesta es nunca, pues haría bien el FA en asumir las consecuencias políticas de esa fuerte correlación entre esa actitud y ese éxito electoral innegable.

Finalmente, el tercer riesgo está vinculado a ese mal entendimiento que la dirigencia del FA tiene de por qué ganó la izquierda y cómo hay que potenciar una estrategia electoral que redunde nuevamente en una fuerte acumulación de votos. Hoy en día, la conjunción de los viejos reflejos de la dirigencia más veterana – es decir, en el FA, la que tiene arriba de 70 años de edad -, y de la mímica que es capaz de hacerle en este sentido la generación de 1983 – que es lo que mejor y casi que lo único que más o menos le sale bien políticamente desde hace 20 años -, señalan que hay que volver por el camino del Frente Grande – aquél viejo sueño de Sendic Antonaccio -.

En efecto, también siguiendo el legado intelectual de Vázquez, esa estrategia se plantea volver a ampliar al FA, para captar el apoyo de “batllistas y wilsonistas” incómodos en los partidos tradicionales. El asunto sería muy gracioso, si no fuera que es repetido con insistencia, por ejemplo, por dirigentes frenteamplistas atípicos como Gerardo Caetano, como si fuera una gran verdad. Ella consiste en afirmar que hay mucho en común entre batllistas, wilsonistas y frenteamplistas, todos glorificados, claro está, por el agua bendita de la superioridad moral del sentimiento (compartido) izquierdista.

El problema de toda esa repetición general (que no es a la que se refiriera Marx con aquello de que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”​) es que olvida, omite, no percibe, esconde y/o no calibra, que entre aquella acumulación de Frente Amplio – Encuentro Progresista- Nueva Mayoría de los años 1994- 2004 y nuestros días, ¡pasó nada menos que el FA por el poder!

Lo que efectivamente podía significar una esperanza compartida, un discurso identitario que preservaba lo bueno, lo puro y lo bello de la vida política, enfrentado a lo corrompido, agotado e impopular que representaban los partidos tradicionales, y que tanto resultado dio en la acumulación electoral de espíritu adolescente- infantil que favoreció al FA, se dio luego de bruces contra los viajes de Toma bien acompañado a Roma o la renuncia de Sendic Rodríguez por corrupto (por citar sólo dos ejemplos que ocurrieron durante la última administración de Vázquez).

En concreto, nadie hoy quiere hacer el camino de purificación de los años 90, ese que emprendió con tan buen resultado profesional Nin Novoa, por ejemplo. El último que lo llevó adelante fue el ex –diputado colorado Amado en 2019, hijo intelectual de la facultad de ciencias sociales que describí más arriba, y que, en vez de terminar como ministro o vicepresidente, logró sólo asegurarse el cargo público que acomoda al clientelismo de siempre, que se tradujo esta vez por ser director de turismo de la administración Cosse.

Y es que la acumulación del FA ya no es lo que era, y no puede responder a la misma lógica exitosa de hace veinte años. Alcanza con fijarse en Maldonado, por ejemplo, para percibir un claro ejemplo de ese formidable cambio. Se trata, en efecto, del departamento que hoy es la síntesis del nuevo Uruguay: pujante, recibiendo inmigración regional, y con una estructura de demografía electoral que hoy traduce para sí aquella idea de hace 25 años atrás que decía que “el que gana Canelones gana la elección”. Pues bien: hoy ese departamento clave es Maldonado, y la paliza que allí se llevó el FA, tanto en octubre de 2019 como en setiembre de 2020, fue memorable.

¿De dónde saca pues un liderazgo inteligente el FA para volver a seducir a esas clases medias del Interior, que fueron las que le dieron los triunfos con mayoría absoluta entre 2004 y 2019? Un profundo error de la izquierda, que sigue sin siquiera poder interiorizar- entender, es creer que la gente votó por el FA por causa de su discurso izquierdista más fuerte en los lustros de éxitos electorales. Y el otro profundo error es suponer que la misma estrategia que hace 20 años tuvo resultados exitosos, dará esos mismos resultados en esta década del 20 que se está abriendo.

Conclusiones

Para cerrar este ensayo quiero responder brevemente a cada pregunta que formulé en la introducción.

¿Quedó huérfana la izquierda luego de la muerte de Vázquez y de los previsibles crepúsculos de Astori y de Mujica? Sí, sin duda. Huérfana de liderazgos, eso es evidente. Pero huérfana también y sobre todo del olfato político que el tríptico tenía y que le permitía conectar con los círculos concéntricos más amplios y no dejarse ahogar por la minoría intensa del comité de base, esa que no junta un voto más que los de los ya convencidos dentro del mismo comité.

¿Es posible recomponer dos grandes polos similares en peso y protagonismo en el FA, hechos de un talante socialdemócrata uno y de un perfil más socialista radical el otro? Es difícil. De nuevo, el FA cree que como así se hizo en el proceso de acumulación de los 90, se podrá volver a hacer en el futuro. Sin embargo, está claro que hace al menos 20 años que la interna del FA está inclinada hacia los sectores más radicales. Lo está por la conformación interna del manejo de la coalición y la sobrerrepresentación que tienen allí los sectores socialistas más radicales, pero lo está también, ahora, porque la gente votó a esos grupos mucho más que a los sectores moderados en 2019- 2020.

En concreto, los sectores socialdemócratas ahora, por ejemplo, volvieron a perder una pulseada interna relevante, y terminarán juntando firmas para derogar a través de un referéndum artículos de una ley que ellos, en el Parlamento, votaron. Se trata pues, de un polo realmente debilitado y cuya revigorización no resulta nada sencilla.

¿Hay una renovación generacional que permite ser optimista acerca de los futuros desafíos electorales del FA? No parece, francamente. No se ve nada en el horizonte de la generación 83, y los sub- 45 del FA son realmente inexistentes en una dimensión nacional de primera línea. Siempre puede aparecer un outsider, como lo fue Vázquez en 1989. La política siempre es dinámica. Pero hoy no se ve nada concreto.

¿Orsi y Cosse, ambos intendentes y de los departamentos más poblados del país, serán capaces de suplir el lugar preponderante que ocupó el tríptico Vázquez- Astori- Mujica, que fue el que condujo por tres lustros al FA al gobierno nacional con mayoría absoluta en ambas Cámaras legislativas? Seguramente quien tenga más chances de ganar en protagonismo mayor sea Cosse. Pero tienen debilidades grandes. Y Orsi no tiene las fortalezas de los dos liderazgos nacionales que ayudaron a Vázquez en su momento. Los espacios igualmente se terminan ocupando, claro está. El tema es si esa ocupación es capaz de conducir hacia victorias como las del período 2004- 2014.

Los cambios económicos, sociales, generacionales y políticos de la región y del mundo, ¿encuentran al FA con un discurso al día y con una perspectiva que seduzca a las grandes masas? La agenda Noruega no dice eso; el enojo opositor tampoco; el apoyo mayoritario de la opinión pública, dado en repetidas ocasiones entre 2019 y 2020 a la CR, tampoco; y los estudios de opinión desfavorables a las posiciones del FA de estos meses, mucho menos. Es pues una enorme tarea pendiente del FA.

 ¿El FA está llamado a gobernar prontamente nuevamente, o tiene por delante al menos tres lustros de trabajosa oposición a gobiernos de la CR? Es futurología total. Pero arriesgo el siguiente razonamiento: el rival del FA tiene su renovación de liderazgos hecha, y en particular tiene en Lacalle Pou a un fuerte conductor, respaldado por el principal partido de la CR y con posibilidades de ser reelecto en 2029, cuando tendrá, si Dios quiere, 56 años de edad (tres años menos de los que en pocos días tendrá Cosse, por ejemplo). Si el FA no logra vencer en las elecciones de 2024, se le hará muy cuesta arriba todo el proceso potencial de la CR gobernando por muchos lustros más. En cualquier caso, el escenario está abierto y, quitando este razonamiento tan elemental como básico, es difícil pronosticar algo de este tipo con tantísima antelación.