ENSAYO
Estrictamente hablando, un sentido solo nace de un juego de letras o palabras en la medida en que se propone como modificación de su empleo ya aceptado. Esto supone en primer lugar que toda significación que adquiere este juego participa de las significaciones a las que ya estuvo ligado, por extrañas que sean entre sí las realidades implicadas en esta reiteración. Llamo metonimia a esta dimensión que constituye la poesía de todo realismo. Esto supone, por otro lado, que toda significación nueva solo se engendra por la sustitución de un significante por otro, lo que constituye la dimensión de la metáfora, por la que la realidad se llena de poesía. Esto es lo que ocurre en el inconsciente, y lo que hace que este sea de naturaleza discursiva, si es que nos atrevemos a calificar de discurso cierto uso de las estructuras del lenguaje.
Jacques Lacan, El triunfo de la religión. Precedido de Discurso a los católicos
Por Santiago Cardozo
1. Un involuntario equívoco tuvo lugar –y digo bien, tuvo lugar, ya que la metáfora espacial es la que corresponde, aun cuando intente captar el locus de un equívoco– en un texto que escribiera para un blog que llevamos adelante con un amigo. En ese momento, en el fragor del texto, digamos, escribí, sin advertirlo, “polulan” donde quise poner “pululan”. Hizo falta la lectura atenta de otro amigo y su posterior comentario: “Mirá que tenés una errata en equis lugar: dice ‘polulan’, etc.”
Vuelto sobre el texto, no me costó trabajo reconocer la productividad significante del equívoco, la forma en que pone a trabajar al significado a partir del encuentro superficialmente fortuito de ciertos significantes: “pululan” y “polulan”, del que, veremos, se extraen otros encuentros posibles, virtuales, porque así es la lengua, juego ininterrumpido de concreciones y secreciones en función de las virtualidades que ofrece, del conjunto de posibilidades no realizadas que bien podrían haber ocurrido, haberse ganado su lugar en el sistema o en el efímero acontecer de una única proferencia discursiva, oral o escrita (esta última siempre susceptible de actualización). Entonces, “pulular”: “Intr. Abundar y bullir en un lugar. Dicho de los insectos y sabandijas: Abundar, multiplicarse rápidamente en un lugar” (Diccionario de la lengua española). Perfectamente establecido y reconocible, “pulular” es un verbo de uso innegable, cuya intransitividad se aplica por igual a ideas, animales, objetos, vegetales y personas. Pero cuando se quiere buscar “polular”, ignorando la inexistencia del verbo en cuestión, el Diccionario sugiere, en primer lugar, “popular” y, en segundo lugar, “pulular”. Aquella es, ya lo pondremos en juego, otra de las vías por la que procede el equívoco: “popular” acude a la cita multiplicando los efectos de sentido no calculables del equívoco en juego. Entonces, “polular”: “Contaminar intensamente el agua o el aire con residuos de procesos industriales o biológicos”, definición que copia, con ligeros ajustes, la que ofrece el DLE de “polución”, sustantivo derivado de aquel verbo inexistente, que irrumpió dañando la tranquila e imaginaria superficie del discurso.
2. La enseñanza es saussureana: el valor de un signo lingüístico responde, según el dibujo del maestro ginebrino, a un sistema de constelaciones en cuyo centro se ubica un signo que “desprende”, podríamos decirlo así, cuatro caminos o vías de acceso a sendas relaciones con él: (1) la vía de la relación por el significante y el significado léxicos: “enseñ-anza”, “enseñ-ar”, “enseñ-ante”; (2) la vía de la relación por el significante y el significado gramaticales: “enseñ-anza”, “mat-anza”, “esper-anza”; (3) la vía de la relación exclusivamente por el significado: “enseñanza”, “educación”, “aprendizaje”, “escuela”; y (4) la vía de la relación exclusivamente por el significante: “enseñanza”, “lanza”, “tanza”, “encima”, “enseres”.
Entre “polulan”, neologismo casual que terminó quedando en el texto, y “pululan”, la relación es múltiple: comprende la vía 2 (significante y significado gramaticales: la desinencia verbal “–an”) y la vía 4 (similitud entre los significantes: “polul–” y “pulul–”, que coinciden con las raíces de los respectivos verbos). Sin embargo, debemos postular que la relación entre las dos palabras en cuestión también ocurre por la vía 3, ya que hay algo del significado de uno que evoca o sugiere el significado del otro (no creo que sea posible identificar qué significado trae a cuento al otro; en todo caso, lo relevante son los efectos de sentido que se suscitan por la reunión de los dos verbos). Lo que interesa es el juego que tiene lugar en el lapsus que permitió el advenimiento de “polulan” allí donde debía haber estado “pululan”. Luego, el juego de los efectos de sentido se deriva en múltiples direcciones, en cada una de las cuales puede aparecer una palabra o un significado absolutamente imprevistos que se adicionan a los ya provocados.
3. Así pues, donde quise decir “pululan”, hablando de todo el vocabulario new age que ha ido incorporando la educación: “deep learning”, “mindfulness”, “aprendizaje basado en proyectos”, “psicología positiva”, entre muchos otros menos llamativos y pululantes/“polulantes”, y de todos los especialistas encargados de llevarlo y traerlo por cada rincón de esta humilde patria oriental (seguramente al costo de una exención monetaria desorbitante por parte de las instituciones que solicitan a estos gurúes de la educación, quienes han venido llenando sistemáticamente sus bolsillos de los incontables morlacos empleados para socavar la enseñanza), dije “polulan”, una de cuyas interpretaciones posibles es que, al tiempo que algo abunda y bulle acá, allá y más allá, va contaminando cada lugar que toca. La pululación de esas “nuevas verdades” educativas deja en su paso la polución de cada enunciado y de todo el espacio discursivo que tejen, esto es, el espacio social, político e histórico que dichas verdades informan.
El encuentro fortuito de dos signos parecidos produjo una zona de sentido no anticipable, inherentemente abierta, en proceso de constante diseminación, que opera como un enjuiciamiento crítico de lo que está sucediendo en el campo de la enseñanza con la introducción de la empresa y del mercado, un fenómeno de larga data que no ha hecho más que consolidarse con los vicarios circunstanciales que han tomado para sí la encarnación del vicariato mercantil-empresarial. Contra los apóstoles del aggiornamiento educativo, el verbo “polulan” plantea una crítica coagulada notablemente en el neologismo en cuestión, efecto sobresaliente del equívoco que procedió a abrirse paso en la superficie homogénea del discurso, presuntamente controlada o tenida bajo las riendas por el hablante, yo.
[…] receptor de su propio decir, el enunciador responde a algo que “encuentra” en un punto de su decir, algo que altera –en el pleno sentido de una alteridad experimentada en el UNO del decir que “va de suyo”– su evidencia y, en consecuencia, en el plano formal la transparencia. [1]
Como resulta visible, aunque proceda de un lugar esencial y sustancialmente invisible, el neologismo “polulan” rasgó, entonces, no solo la superficie aparentemente controlada del discurso, sino también el lugar que, con relación a este, ocupa el sujeto hablante, desfasándolo de sí mismo y mostrando, por esto mismo, que es sujeto del inconsciente y del lenguaje en tanto está sujetado a ambos. El “yendo de suyo” del dominio pleno del decir fue puesto entre paréntesis y el yo hablante (el parlêtre lacaniano) hecho a un lado para que otra voz hable, para que se haga oír a espaldas, bajo y a pesar del propio locutor, una voz que este no puede reconocer como suya, que no puede advertir sino como susurrada, digamos, aunque con contundente fuerza, por el inconsciente; esta voz constituye, se diría, una “cita del inconsciente”. [2]
4. Otras derivas de los efectos del equívoco provocan encuentros de diverso tipo, al que acuden signos como “popular” y, como lo advirtiera una sagaz lectura ajena, “cholulo”. Es clara la relación en ambos casos: (a) “polular”/“popular” y (b) “polulan”/“cholulo”. Juzgue el lector cuáles son las vías por medio de las cuales se producen estos encuentros entre signos. Por lo pronto, digamos que el juego (a) permite interpretar que ese discurso mercantil-empresarial que se dispersa por doquier y se viraliza, contaminando cada cosa que toca, como si se tratara de un cáncer en plena metástasis, se va haciendo progresivamente popular, es decir, se va volviendo un discurso “de todos”, como si constituyera –y, de hecho, constituye– el aire que respiramos todos los días. En consecuencia, vuelto popular, el discurso en cuestión también se torna doxa, opinión corriente que modela todo el discurso sobre la educación desde su propio interior, a partir de la invisibilidad de la doxa como tal, lo que genera que, cada vez que se hable de educación, haya que pasar, o quede más lindo hacerlo, por el lugar común asentado en la doxa.
Asimismo, ironía mediante, en el aire que respiramos todos los días, hecho doxa, materia prima de lo popular, de lo vulgar, el discurso pedagógico entendido como discurso político y el “pueblo educativo”, que deberían resistir los embates de la economía, parecen haber quedado completamente impregnados de lo mercantil-empresarial, configurados de arriba debajo de esta otra sustancia tóxica que, como un virus, se extiende por cada tejido y cada órgano de la enseñanza. Esta ironía no es menor: por el contrario, se trata del punto neurálgico de la crítica que el verbo “polulan” construye, la de mostrar cómo, simultáneamente, la palabra de los especialistas en el negocio de la educación se expande sin cesar, haciendo que los lugares a los que accede se enfermen de lo que aquellos predican hasta llegar a los estratos más capilares del dominio invadido. Así, inaccesible a los sentidos, el pueblo entero se apropia del discurso que le era inherentemente ajeno para que, ahora, le sea inherentemente propio.
5. A lo señalado arriba se sumaron, en el curso de una charla que di hace ya cierto tiempo sobre la noción de equívoco, dos interpretaciones que destacan por su sutileza. La primera interpretación fue proporcionada por una de las asistentes [3] al evento, quien observaba que el neologismo “polular” hacía juego con lo novedoso (o, a esta altura de las circunstancias, lo planteado como novedoso) del discurso educativo y político relativo al aprender a aprender, a la psicología positiva, al aprendizaje profundo y al “mindfulness”, como si para nombrar eso nuevo que pulula y “polula” hubiera que inventar una palabra que, además, como vimos, produce un efecto de sentido irónico en virtud de lo que significa y del contexto en el que se inscribe. La segunda interpretación fue puesta sobre la mesa por otro asistente, [4] quien, a su tiempo, señalaba que “polular” le remitía a “cholular” y/o “cholulo”, como si el discurso criticado produjera, como resultado de o conjuntamente con la expansión contaminante de “pulular-‘polular’”, un efecto de cholulez farandulera, de superficialidad conceptual, sedimentadas en la dimensión popular que tomaba el asunto. Ahora, entonces, la materia prima de la que estaba hecho el “nuevo discurso” educativo era de una asfixiante superficialidad, de una planitud apabullante y obscena que solo podía equivaler a ese tipo de discurso que se pone de moda, cobrando cierta estridencia mientras se extiende al amparo de la fama y que, finalmente, si tiene suerte –como, sin duda alguna, dadas las condiciones históricas de su ocurrencia, la tuvo este decir mercantil-empresarial–, termina consagrándose como doxa, como el suelo mismo sobre el que, según parece, estamos apoyados.
6. Quiero añadir una última observación, central en lo desarrollado a lo largo del texto, a saber: una de las consecuencias que me provocó, sin poder preverlo, un ostensible estremecimiento en el preciso instante en que caí en la cuenta de ello: la angustia por el destello consciente de que no me pertenecía ni me pertenezco del todo a mí mismo (angustia que, por el efecto del equívoco, me hace sujeto-del-inconsciente); de que la lengua no es una herramienta de comunicación que pudiera moldear sin más –sin residuos, sin restos ni excesos, sin oblicuidades ni torcimientos– a mi antojo, a mis necesidades expresivas; de que la lengua es algo con lo que hay que tratar (como he venido diciendo, en todos los sentidos del tratamiento) y que nos captura mucho antes de que podamos aprenderla, bajo una estructura tan implacable como abierta. La angustia que me sobrevino, especie de experiencia abismal acaecida desde su contemplación en el pretil del desgarrado, cortocircuitado funcionamiento discursivo, hija del lapsus que irrumpió con la violencia del efecto desposesor que afecta al sujeto respecto de la unidad imaginaria que constituye el mito de todo decir, fue –y es– la angustia que se instala, aunada al deseo y al inconsciente, en el zócalo de la articulación contingente y necesaria entre el significante y el significado.
Notas
[1] Jacqueline Authier-Revuz, “El estrato metaenunciativo, lugar de inscripción del sujeto en su decir: desafíos teóricos y descriptivos de un enfoque literal” [2004], en Detenerse ante las palabras. Estudios sobre la enunciación, Montevideo: Fundación de Cultura Económica, 2011, p. 82.
[2] Debo esta expresión a la profesora Claudia Mesa, quien la propusiera en la charla que refiero en el texto.
[3] Profesora Valentina Chelentano.
[4] Profesor Juan Pablo Moresco.