CONTRARRELATO
Por François Graña
Con estas palabras anunciaba el 21 de diciembre el ministro Salinas el ingreso en nuestro país de la nueva variante de coronavirus, no sin puntualizar que “hay indicios de una menor gravedad” en los casos de infección. El Ministerio de Salud Pública (MSP) pretende que se llegue al 50 % de la población con la tercera dosis para así considerarla “inmunizada”, y confía en que se alcance ese porcentaje con la vacunación de niños de 5 a 11 años actualmente en curso. Por esos mismos días, el MSP modificó los protocolos vigentes: de aquí en más, quienes tienen dos dosis y son asintomáticos no deberán hacer cuarentena mientras esperan el resultado del test, y quienes recibieron la tercera dosis y son asintomáticos no necesitan test ni cuarentena.[1] Nos ocuparemos aquí de la pretendida inmunidad brindada por las vacunas, de la cuestión de los “enfermos asintomáticos”, de la vacunación infantil y de los conflictos de intereses.
Las vacunas no aportan inmunidad
Las modificaciones protocolares arriba mencionadas presuponen que los vacunados con dos o con tres dosis aun pueden presentar síntomas, o sea que no están inmunizados contra la Covid 19. Esto desmiente -sin decirlo- la sinonimia entre “inmunidad” y “esquema de vacunación completo”, equívoco que la gran prensa ha venido alentando y que gobierno, autoridades sanitarias, políticos y académicos, han pasado en silencio. En realidad, este desmentido no puede sorprender a quienes hayan echado una ojeada al prospecto de la vacuna de Pfizer-BioNTech, por ejemplo. Pero parece obvio que casi nadie se toma ese trabajo, debido tal vez a la sensación generalizada de estar correctamente informados. En ese texto de letra chica y apretada, engorroso de leer, los fabricantes reconocen las limitaciones de su producto: su vacuna “puede ser eficaz” y “puede prevenir” la enfermedad, o sea que no hay garantías de eficacia, ni para combatir la enfermedad ni para prevenirla. En cuanto a las chances favorables y desfavorables, ¿están cuantificadas? No, debemos contentarnos con ese vago “puede”. Y agregan más advertencias: “el producto puede ser eficaz para prevenir la pandemia del COVID-19” aunque también es posible que “no proteja a todos”, “se desconoce la duración de la protección contra el COVID-19”, y “Pueden ocurrir efectos secundarios serios e inesperados”.[2]
Mediante un viscoso lenguaje probabilístico que no arriesga siquiera porcentajes tentativos, los fabricantes reconocen -en un texto que nadie es invitado a leer- que sus vacunas no son del todo seguras. Debe admitirse que, aun de modo muy vago y discreto, el fabricante advierte al vacunado que no debe pretender garantías y que la vacuna puede ser inútil. Cabe preguntarse: ¿estas limitaciones han sido debidamente difundidas por la gran prensa para así contribuir a un verdadero consentimiento informado, como corresponde en democracia? No. Tampoco hubo autoridad alguna que expresara un prudente “infórmese antes de vacunarse”; prosperaron mensajes más bien imperativos, categóricos, despojados de la más mínima duda: “#UruguaySeVacuna”, “nos cuidamos entre todos”, “#Yo me vacuno”, “Vacunate, ganamos todos, ganamos todas”, etc.
La vacuna ha sido presentada como una panacea indiscutible y se nos ha encandilado con luces de colores. Junto a la comercialización de su producto, Pfizer-Biontech y Moderna difundieron con bombos y platillos un anuncio espectacular: la vacuna cubriría más del 90 por ciento del riesgo relativo de contraer la Covid. En realidad, ese porcentaje es el de las personas que nunca cursarán la enfermedad, es decir, la mayoría abrumadora de la población; pero las farmacéuticas lo atribuyeron engañosamente a sus vacunas y le llamaron “porcentaje de efectividad”. Mediante esa deliberada ambigüedad se daba a entender, sin decirlo, que el vacunado se beneficiaba con más de 90 % de inmunidad. Así, en el caso del producto de Pfizer-Biontech, esa inmunidad protegería a 19 de cada 20 vacunados (95 %), ¡un éxito rotundo y muy tranquilizador! ¿Qué más pedirle a una vacuna experimental? Los poderes públicos se hicieron eco de tal triunfalismo, la academia calló, los críticos fueron amordazados, denostados y calumniados, no hubo verdadera investigación periodística en los grandes medios, y estos repitieron machaconamente la cantinela de la alta efectividad. Lo que Pfizer-Biontech ha mantenido en la penumbra, es el dato más importante referido a la efectividad, ese que todos deberíamos saber: su vacuna protege a una sola persona por cada 141 vacunados. La mayor parte de los 140 restantes son personas que, con o sin vacuna, no habrían cursado la enfermedad y que, por tanto, han sido inyectados con un producto experimental que no necesitaban y cuyos efectos adversos de largo plazo son desconocidos. También es sabido que hay altas probabilidades de que ese único individuo protegido de cada 141 vacunados sea un anciano con alguna comorbilidad: patologías respiratorias o cardiovasculares, obesidad, disfunción renal, diabetes u otras.[3]
No hay sanos sino enfermos potenciales
Detengámonos en esa curiosa noción de “enfermo asintomático”, de muy reciente ingreso en el lenguaje corriente. ¿Puede alguien estar enfermo aunque se sienta perfectamente bien? Contra todo sentido común, es lo que sugiere la expresión. Más aun: el “asintomático” puede contagiar. La sospecha de enfermedad se cierne ahora sobre todos los que están sanos… o que, mejor dicho, creen estarlo. Este giro discursivo tiene importantes efectos socioculturales. En primer lugar, se acorta la distancia entre “sanos” y “enfermos”, la neta línea divisoria que siempre los separó se ve reemplazada por vasos comunicantes, y se tiende a olvidar que lo normal es estar bien. De aquí en más, se presume que sanos y enfermos ignoran cuál es su verdadero estado; ese conocimiento depende de personal especializado y de artefactos tecnológicos. En segundo lugar, se opera una gran ampliación del mercado de chequeos y monitoreos de alta tecnología, que ya no se limita a los “sintomáticos” sino que abarca ahora a la población toda.
Hay quienes ven aquí un paso más en dirección de la pérdida progresiva de la potestad de decidir sobre el propio cuerpo:
“Con la expropiación de la salud se incrementan los sectores de población sin capacidad de juzgar su propio grado de salud y de enfermedad, con mayores y crecientes necesidades creadas para promover el consumo de ‘bienes sanitarios’. Estas personas (…) se someten a revisiones médicas y a ‘chequeos’ en que se determinan cientos de parámetros en un ritual que calma la preocupación sobre la salud”.[4]
Aquí y en el resto del mundo, las aparatosas medidas prescriptas para la población toda sin distinguir entre sanos y enfermos ni entre jóvenes y ancianos, reposan sobre una premisa tan incuestionable como un dogma: la existencia invisible, insidiosa y amenazante de los “asintomáticos”. Sin esos personajes fantasmagóricos, tanto el hisopado cotidiano de millones de personas sanas como el porte de mascarillas por parte de estas mismas personas caerían sin remedio, y el sistema sanitario se centraría exclusivamente en los grupos de riesgo. ¿Nos habría ido mejor…? Ya no hay modo de saberlo con certeza; dada la agresiva aplicación de un mismo protocolo en todas partes, la adopción universal de un pensamiento único sobre la pandemia y la represión de los trasgresores, estamos condenados a elucubrar.
La teoría del “asintomático” ha recibido críticas de fuentes muy serias, pero que por lo general, no aparecen en los grandes medios y por tanto no llegan al gran público. Así por ejemplo, ha declarado Michael Yeadon: “La idea de que uno puede estar enfermo sin síntomas y constituirse en amenaza para otros, es un invento de 2020”[5]; la tan manida “transmisión asintomática”, en el peor de los casos, tendría menos de 1 % de probabilidades de ocurrir. Solo puede contagiar quien padece una carga viral tan considerable que le provoca síntomas: resfrío, fiebre, tos, cansancio, dolor de cabeza, pérdida del olfato. En pocas palabras, solo contagian -o pueden hacerlo- quienes presentan síntomas. En esta perspectiva, la idea misma del “enfermo asintomático” es una aberración que borra de un plumazo el ejercicio milenario de la medicina basada en la identificación e interpretación de los síntomas. [6]
Sí pero no
Volvamos al alerta del Ministro Salinas sobre la llegada inminente de la variante “Ómicron”, circunstancia que asocia con la aspiración del MSP de completar el 50 % de vacunados con la tercera dosis para así lograr … la inmunidad colectiva. Esta lógica no es fácil de entender. A menos que no haya nada que entender y que se trate, simplemente, de una contradicción insoluble. Tenemos, por una parte, que las vacunas no proveen inmunidad, ni aun con el esquema completo de tres dosis. Es cierto que, dada la menor virulencia de la nueva variante, se distienden parcialmente los protocolos de hisopado y cuarentena; pero no por ello se supone que desaparezca la posibilidad de que los vacunados contagien o contraigan la Covid. Sin embargo, se aspira a alcanzar la inmunidad por vía de una vacunación que no aporta inmunidad, a pesar de lo cual se extenderá la vacunación a los menores de 12 años para así alcanzar la inmunidad. El mensaje oficial es ambiguo y contradictorio: las vacunas protegen pero no protegen, son “seguras y efectivas” aunque sus fabricantes lo desdigan en la letra chica. Se confunde e infantiliza así al gran público, que se vuelve acrítico, asustado, estresado, y procura alivio a tales tensiones en el estricto cumplimiento de la norma, sea cual sea. Y eso no es nada bueno, ya que invita a la obediencia ciega, cancela el libre albedrío y embota nuestras capacidades reflexivas, esas que nos hacen propiamente humanos.
¿Y qué hay de esta y demás variantes del SarsCoV-2 original? En el curso de su replicación por miles al interior de cada célula, los virus cometen errores en la transcripción de su código genético; las copias de este virus modificado, constituyen las famosas mutaciones o variantes respecto del original. Se trata sin embargo de variaciones ínfimas: aun las más alejadas son idénticas al original en un 99,7 %. Dada una diferencia tan pequeña, quien está protegido contra un virus lo estará también contra todas sus variantes. Más aun: es sabido que la “memoria inmunológica” puede identificar diferencias genómicas mucho mayores. A comienzos de este siglo, el virus llamado Sars compartía el 80 % de su genoma con el actual Sars-CoV2. Recientemente se obtuvo la colaboración de un grupo de personas infectadas con Sars muchos años atrás, para ser inoculadas con Sars-CoV2. Se pudo comprobar que las células T de estas personas reconocieron y redujeron al nuevo intruso dado su “parentesco” con el viejo Sars que había entrado en el organismo 17 años antes. La conclusión es impactante: un 20 % de diferencia no es suficiente para engañar al sistema inmunológico.[7] De aquí se desprende que ninguna variante del Sars-CoV2 puede constituir una amenaza diferente del original. Agreguemos que, de acuerdo con una hipótesis evolutiva firmemente asentada en evidencias epidemiológicas, las nuevas variantes del patógeno son, al mismo tiempo, cada vez más contagiosas y cada vez menos virulentas que las anteriores.[8] Es la historia de tantas epidemias: mutaciones de patogenicidad decreciente circulan por la población toda, que adquiere así la tan ansiada inmunidad natural. La saga terrorífica de variantes virales cada vez más agresivas que hemos oído en estos dos años, no tiene asidero.
¿Por qué vacunar a los niños?
Se han aportado abundantes razones y evidencias empíricas para sostener que los niños toleran muy bien el coronavirus.[9] No es esta únicamente una afirmación de médicos e investigadores independientes. La muy oficial agencia nacional de salud pública de Estados Unidos (CDC) comunicó hace ya muchos meses que los menores de 18 años tienen una tasa de recuperación del 99,998 por ciento de la Covid-19 sin ningún tratamiento.[10] Decididamente, los menores sanos no constituyen un grupo de riesgo: “generalmente tienen síntomas leves o son asintomáticos, no requieren hospitalización, resuelven el cuadro clínico en pocos días y tienen una sobrevida del 99,998% a la infección por SARS-CoV-2”.[11] ¿Cuántos niños deberían ser vacunados para proteger a uno que, padeciendo comorbilidades tales como diabetes, obesidad, patologías respiratorias, riesgo cardiovascular o enfermedad renal crónica, podría correr serio peligro al contraer la Covid? La respuesta estadística es: 100 / (100 – 99.98) = 50.000. En su abrumadora mayoría, los 49.999 niños restantes habrán sido inútilmente inoculados con un fármaco experimental que les acarreará cero beneficio y un riesgo comprobado de miocarditis.[12] La vacunación de todos los niños uruguayos de 6 a12 años -unos 350.000- protegería a 7 de entre los que tuvieran una o más comorbilidades preexistentes, y sería inútil y aun contraproducente para casi todos los 349.993 restantes. Suena desquiciante.
¿En qué basa el MSP una decisión que, a juzgar por lo antedicho, pondría en riesgo la salud de nuestros niños sin aportarles beneficios? En la recomendación de la Comisión Nacional Asesora de Vacunas (CNAV) de noviembre 2021. La CNAV, a su vez, se basó en la recomendación de la Sociedad Uruguaya de Pediatría (SUP), quien se pronunció luego de solicitar informes a dos de sus Comités asesores: el de Farmacología y Terapéutica y el de Infectología Pediátrica y Vacunas. Estos Comités llegaron a conclusiones opuestas.
El Comité de Farmacología y Terapéutica sostuvo que no es oportuno vacunar a menores de 12 años dado que la carga viral en niños es muy baja, que en su mayoría cursan infecciones leves y asintomáticas, que no hay evidencia suficiente que respalde que la vacunación prevenga la transmisión, que se han identificado en adolescentes efectos adversos tales como reacción alérgica grave, síncope y miocarditis, y que los datos de seguridad aportados por Pfizer son limitados ya que el seguimiento de niños vacunados luego de la segunda dosis se suspendió a los dos meses. Este Comité reclama “el respeto y la garantía de los derechos de las infancias y adolescencias: brindar la información necesaria sobre beneficios y riesgo de vacunación, en forma clara y precisa”. Por su parte, el Comité de Infectología Pediátrica y Vacunas resolvió “por amplia mayoría” recomendar tal vacunación: no se conoce la opinión minoritaria, solo se oyó el dictamen de la posición mayoritaria. Su informe completo nunca trascendió, aunque se sabe que se basó en una comunicación de Pfizer-BioNTech sobre su vacuna en versión infantil. Esta ha sido autorizada por la reguladora estatal estadounidense Food and Drug Administration (FDA). Recordemos que es esta una institución probadamente permisiva con la Big Pharma, y que está colonizada por una densa trama de conflictos de intereses.[13]
La SUP lamentó que el informe del Comité de Farmacología y Terapéutica circulara en las redes porque traslucía “una posición contrapuesta a la definición institucional” de vacunar. Se entiende que, si el informe en cuestión hubiera sido favorable a tal “definición institucional”, la SUP no habría tenido nada que lamentar. Luego, en un comunicado de 12 líneas, la SUP se declara favorable a la vacunación infantil “con total convencimiento” ya que “los beneficios del proceso de inmunización son muy claros” y están basados en “argumentos técnicos con un sólido respaldo científico”.[14] ¿Cuáles son tales beneficios y tales argumentos técnicos? Nada se dice. Debemos hacer acto de fe en el “total convencimiento” de la SUP, que no argumenta y que hace de cuenta que las reconvenciones y preocupaciones muy fundadas de sus colegas del Comité de Farmacología y Terapéutica nunca existieron. El gran ausente ha sido el libre debate científico, ese que la SUP evita y que “lamentablemente” ganó algo de visibilidad pública antes de ser silenciado por fuerza de la autoridad jerárquica.
Conflictos de interés
Estos conflictos han sido definidos como “un conjunto de condiciones y circunstancias que pueden influenciar indebidamente el juicio profesional en relación con el interés primario (bienestar y tratamiento del paciente, validez de la investigación) por un interés secundario (provecho económico, afán de notoriedad, prestigio, reconocimiento y promoción profesional)”.[15] Una carta firmada por 61 pediatras -entre ellos los coautores del informe del Comité de Farmacología y Terapéutica- trasunta molestia por la falsa pretensión de unanimidad de la SUP, y lamenta la falta de una exhaustiva declaración de conflictos de interés por parte de quienes promueven la vacunación.[16]
La doctora María Catalina Pírez integra el Comité de Farmacología y Terapéutica, entre cuyos cometidos figuran los de “Brindar información idónea e independiente sobre medicamentos” y “Contribuir a la promoción ética y responsable” de los mismos.[17] La Dra. Pírez también preside la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa actualmente a cargo de la vacunación contra la Covid 19. Dicha profesional participó de investigaciones financiadas por Sanofi Pasteur y por Pfizer y se desempeñó como asesora de las farmacéuticas Merck, Novartis y Pfizer, entre otras.[18] Al parecer, la Dra. Pírez no consideró que tales conflictos de interés constituyeran un obstáculo para presidir la Comisión encargada de las vacunas ni para constituirse en vocera entusiasta de la vacunación de niños con el producto de Pfizer, farmacéutica con la que está o ha estado ligada.[19] Esto resulta -por decir lo menos- muy chocante. ¿Qué hay de los demás integrantes del Comité así como de las autoridades de la SUP? No lo sabemos, pero la carta de los pediatras no es nada tranquilizadora.
Se ha hecho público, por otra parte, que la CNAV tampoco está libre de conflictos de interés. En la reunión de la CNAV del 14/4/2021, su integrante Julio Medina, catedrático, infectólogo y asesor del MSP para el coronavirus desde inicios de la declaración de pandemia, informó que en los últimos cinco años su cátedra había recibido dinero de los laboratorios Pfizer y Janssen. Ese mismo día, la CNAV debía expedirse sobre la vacunación de adolescentes con el producto de Pfizer. Un mes antes, Medina había presentado la campaña de vacunación del MSP en su calidad de Grado 5 de la Cátedra de Enfermedades Infecciosas de dicho Ministerio; en la ocasión, declaró que no tenía conflictos de interés.[20]
En suma
El plan de vacunaciones, presentado como única salida a la pandemia, se desplegó con rapidez y eficacia. Estuvo firmemente asentado en un discurso atemorizante e imperativo.[21] Quienes manifestaron dudas o críticas fueron silenciados, denostados, estigmatizados; los grandes medios solo dieron la palabra a quienes infundieran confianza en las vacunas y en la validez incuestionable de protocolos hechos norma. La polémica noción de “enfermo asintomático” potenció el miedo al otro y canceló la distancia entre sanos y enfermos: ya nadie sabe cuál es su estado hasta que no se lo hace saber un profesional. Se habló de altísimos porcentajes de efectividad de las vacunas sin informar que estas protegen solo a uno de cada 141 vacunados -en el caso del producto de la Pfizer-Biontech- y que este único protegido integra un grupo de riesgo. Hoy se insiste en alcanzar la inmunidad colectiva con más vacunados, que ahora serán niños de 5 a 11 años. Esto, a sabiendas de que las vacunas no garantizan inmunidad y que los menores sanos no constituyen un grupo de riesgo, y sin decir palabra sobre las limitaciones y posibles efectos adversos reconocidos por los propios fabricantes. Por último, se verifican conflictos de intereses entre farmacéuticas y profesionales involucrados en la gestión de la pandemia y de las vacunaciones.
Hay, a mi parecer, sobradas razones para cuestionar el secretismo, para poner fin a la infantilización del público, para reclamar transparencia, para instituir la declaración de conflictos de interés, para habilitar un diálogo racional, informado y respetuoso de todas las opiniones sobre la pandemia.
Referencias
1. La anuaria, 31 de diciembre 2021
2. https://www.fda.gov/media/144625/download
3. En esta otra nota puede leerse un análisis estadístico detallado de los datos de los ensayos clínicos para la Covid-19 aportados por Pfizer: “La efectividad de las vacunas contra la Covid 19: absolutamente relativa”. Brecha, 23 diciembre, 2021
4. J.Gervas y M.Pérez-Fernández (2020): La expropiación de la salud. Barcelona: Los Libros del Lince, p.23
5. Yeadon es investigador de larga data en ciencias de la vida, doctor en bioquímica, toxicología y farmacología respiratoria, tiene más de 30 años de experiencia en grandes farmacéuticas y 10 años de investigación en laboratorios biotecnológicos, fue Vice-presidente y científico jefe de Pfizer hasta 2011. Su entrevista: https://www.facebook.com/100067441972704/videos/271618661523011/?d=n
6. A. Sitges-Serra (2020): Si puede, no vaya al médico. Barcelona: Libros del Zorzal. El autor es catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Barcelona, fue jefe del Departamento de Cirugía del Hospital del Mar, tiene una extensa historia clínica y académica, ha publicado más de 400 artículos y ha participado en un centenar de libros. Aquí describe la creciente medicalización de asintomáticos con fines preventivos, que genera una iatrogenia desbocada así como un gran derroche de recursos sanitarios que embolsa la industria y los profesionales involucrados.
7. Yeadon op.cit.
8. Dra. Karina Acevedo Whitehouse: “Ómicron, descripción científica corta sobre la nueva variante”, 30 de noviembre 2021. https://dioxidodecloromx.info/omicron-descripcion-corta/
9. Peter C. Gotzsche: “Todo apunta de manera muy clara a que es mejor vacunarse que no vacunarse”. https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/01/16/6001c01cfdddff21928b4636.html. Escribe el investigador independiente Sebastian Rushworth: “El covid no es una amenaza para los niños (…) Dado que en la actualidad no está nada claro que la vacunación sea menos riesgosa para los niños que la infección, no es ético vacunarlos”. https://sebastianrushworth.com/2021/07/07/is-covid-a-danger-to-children/
10. https://www.afinalwarning.com/523473.html
11. Roxana Bruno: “Sobre el mandato salvaje de inocular a niños y adolescentes”, 8 de enero de 2022. https://cienciaysaludnatural.com/sobre-el-mandato-salvaje-de-inocular-a-ninos-y-adolescentes/
12. https://sebastianrushworth.com/2022/01/09/covid-vaccine-vs-infection-myocarditis-risk/. Ver también el informe de los CDC estadounidenses sobre riesgo de miocarditis en adolescentes y adultos jóvenes: https://www.cdc.gov/vaccines/covid-19/clinical-considerations/myocarditis.html
13. F.Graña: “La Big Pharma controla a sus controladores: el caso de la FDA estadounidense”. La diaria, 11 de noviembre 2021
14. La diaria, 23/11/2021
15. Emilio La Rosa Rodríguez, médico, miembro del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO: “Los conflictos de intereses”. Acta bioeth. [online]. 2011, vol.17, n.1 [citado 2022-01-17], pp.47-54. Disponible en: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1726-569X2011000100006
16. La diaria, 23/11/2021
17.
18. https://www.sabin.org/sites/sabin.org/files/maria_catalia_pirez.pdf
19. “Uruguay decidió vacunar a niños contra el COVID tras un extenso debate entre científicos”, El País, 25/11/2021. Ese mismo día, en extensa entrevista para el programa “En perspectiva”, la Dra. Pírez vuelve una y otra vez a las supuestas virtudes de vacunas que tienen “90 % de efectividad en prevenir enfermedad confirmada”, enfatiza la “plena seguridad” de las vacunas en base a ARNm, y en apoyo a la vacunación infantil, anuncia que un 46 % de los “casos” de los últimos tiempos fueron originados en niños. ¿Cómo se ha llegado a este último dato tan preciso? Los periodistas no preguntan.
20. “No toquen nada”, Emisora del Sol 95.5 FM, 5/10/2021.
21. F.Graña: “Pandemia, distanciamiento social y miedo al contagio”. La diaria, 3/2/2021