ENSAYO

Por Santiago Cardozo

1. Alguien habla y, al hablar, anhela un objeto: el referente, en el que pudiera detenerse el sentido de lo que dice y que pudiera garantizar su verdad, la verdad misma del lenguaje, esa que podríamos ver, según una extendida mitología deseada, desde una posición exterior al propio lenguaje. Pero ese objeto, que planteé como el telos del lenguaje, es la materialización exterior de la demanda de sentido que el hablante le lanza al gran Otro, por lo cual entendemos que el propio lenguaje se juega en la tensión entre la demanda en cuestión, que también puede ser pensada como una demanda jurídica, un reclamo al orden del lenguaje, y el objeto que detendría la petición de representación.  

2. La demanda jurídica supone que el sujeto, al constituirse como tal en y por la demanda, en el seno de la lógica que regula el funcionamiento de los significantes, no puede responder sino mediante la “sujeción” por defecto a los efectos de la interpelación ideológica que sobre él ejerce el lenguaje. ¿Cuáles son las consecuencias de esta demanda de sentido, susceptible de interpretarse, decía, como una demanda jurídica, esto es, como una puesta en litigio de la relación entre el lenguaje y la realidad y entre el lenguaje y los efectos de la interpelación que opera?

Por lo pronto, cabe decir que la confrontación litigiosa llevada a cabo concierne, esencialmente, al modo equívoco en que las palabras y las cosas, los signos y los referentes se relacionan, a partir de lo que el propio sujeto que habla adopta forzosamente una posición de sujeto en el pliegue mismo de esa relación o, mejor, de esa no-relación, en la medida en que carece de punto de conmensurabilidad que vuelva legible, a partir de un punto heterogéneo que, por lo regular, situamos del lado de los objetos, lo que Agamben denomina “mitologema originario”, bajo el cual el propio sujeto aparece subsumido: la separación lenguaje/realidad, estructuradora de todo el funcionamiento del lenguaje. [1]

3. Dice Bárbara Cassin en el extraordinario Jacques el sofista. Lacan, logos y psicoanálisis, [2] citando a Lacan en el Seminario 20. Aun: [3]

“El ser es un hecho de dicho: esto significa, simplemente, que ‘no hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define con un discurso’”. El ser como efecto del decir: una ontología imperativa, como también lo muestra Agamben: “La relación del lenguaje con la realidad no es aseverada sino ordenada. Sémantème nu significa esto: la relación ontológica del lenguaje con el mundo, con lo que es, no está ahí, es ordenada”. [4]

Así pues, nombrar es una operación autorreferencial, en el sentido de que, en primer lugar, nombra su propia necesidad de nombrar y, paralelamente, su propia imposibilidad de articular, sin restos, sin déficits ni excesos, lengua y mundo. Al mismo tiempo, nombrar es también desear la aparición de un objeto en un vacío donde no hay nada y con relación al cual solo tenemos la huella del objeto nombrado que su nombre nos permite entender, porque él mismo la produce. Esto quiere decir que una palabra no está en lugar de la cosa, sino en lugar de la falta de la cosa (porque, en rigor, nunca tuvimos una cosa que fuera reemplazada por la palabra y a título de la cual esta operara en la lengua). 

Por lo tanto, si nombrar es nombrar, ante todo, una falta, que se inscribe como constitutiva en la propia articulación-relación lengua/mundo, la nominación dice suficientemente que no dice lo que quiere decir, por el hecho mismo de querer decir. 

4. La realidad, entonces, no es nunca algo prediscursivo, sino efecto de la palabra, cuya lógica responde al modo imperativo (Agamben, Núñez [5]). Si decimos “silla”, “nube”, “felicidad”, “mujer”, no estamos denotando una cosa, sino entendiendo un nudo significante, un juego de relaciones diferenciales y opositivas carentes de sustancia, con relación a las cuales aparece el tercero indispensable: el referente, y aparece, a la vez, como un “tercero excluido” y necesario, que asegura, por así decirlo, que el decir sea, efectivamente, decir algo/de algo, lo que dota de sentido a la determinación y a la predicación, aunque estas sean operaciones inherentemente problemáticas, oblicuas, deficitarias/excesivas, impugnables en nombre de su propia existencia irreductible.  

5. Si “no se dice todo” es porque el decir es, en primer lugar, deseo de decir y, por ello, desplazamiento y equívoco del decir. Como explica Judith Butler:

“El efecto de la expresión del deseo es el desplazamiento perpetuo del significado. En la medida en que la demanda de amor presente en el deseo es una demanda de la prueba o muestra de amor, el deseo no se halla referido al objeto que lo satisfaría, sino al objeto originalmente perdido”. [6]

“Desplazamiento perpetuo del significado”: esta es la lógica de funcionamiento de la lengua como discurso, que se mueve según la fantasía comunicativa del “nosotros” de interlocución que aseguraría el pleno entendimiento entre los sujetos. Pero este “nosotros” está inherentemente dañado por la falta, por el objeto que no hay y cuya recuperación es imposible/necesaria, así como por el malentendido constitutivo de la interlocución, siempre obstaculizada por los equívocos propios de la lengua y por el inconsciente de cada sujeto.  

6. “Derrida sugiere que la referencia a lo significado siempre está desplazada, que tal ‘referencia’ es, de hecho, internamente paradójica. Por ello concluye que los límites de la significación, esto es, la ‘diferencia’ del signo respecto de lo que significa, surgen una y otra vez siempre que el lenguaje pretende salvar la fisura

ontológica que lo separa del referente puro. La imposibilidad de remitir al referente puro hace de esos actos lingüísticos empresas paradójicas, en las cuales la referencia se transforma en una suerte de despliegue de inadecuación lingüística”. [7]

Siempre se trató, en suma, de una cuestión ontológica, sofística, diríamos, aunque el referente nos empuje, tenazmente, a concebir el lenguaje a partir de la dimensión empírica de la sustancia de las cosas, es decir, a partir de la incesante reificación de la articulación-relación lengua/realidad; cuestión ontológica que el modo imperativo de la lógica de funcionamiento del lenguaje pone en escena, la escena del drama de la realidad como estructura racional, organizada significativamente.  Queda planteada, entonces, la pregunta ¿qué es un objeto?

7. Una primera respuesta provisoria radica en que el objeto (la noción de objeto) proyecta una sustancia (concreta o abstracta) sobre el sinsentido del mundo como algo que, sencillamente, es; como algo sin historia, sin telos, sin sentido. Así pues, querer decir un objeto, procurar determinarlo o predicar de él es siempre ya la construcción imaginaria de una trama de sentido que se tiende, por así decirlo, sobre un fondo de radical sinsentido, recubriéndolo con el juego de las relaciones entre los significantes y los significados y entre los signos y los referentes. 

El objeto, así concebido, es una estructura de significación proyectada sobre ese fondo o superficie de sinsentido que no pueden ser representados plenamente, una estructura que exhibe, aunque aparezca oculto, el deseo que la anima y el inconsciente que la informa. En consecuencia, el objeto es siempre metáfora de sí mismo, representación de la falta que parece estar llenando, nombre de un lugar estructuralmente vacío sin el cual no tendría lugar la significación como tal. Es por esto, entonces, por lo que el sentido solo puede producirse si está inherentemente dañado por el sinsentido que lo soporta.   

8. Cierta vez, caminaba por la rambla de Montevideo cuando, sentado ya en uno de los asientos que discontinúan su muro, capté involuntariamente una conversación entre una madre y su pequeño hijo, de no más de cinco o seis años. Frente al Río de la Plata, ella le explicaba al niño que eso que veía ahí, ante sus ojos, era el límite entre Uruguay y Argentina.  

Dejando de lado las imprecisiones geográficas, lo interesante de la situación es el golpe de fuerza que la madre ejercía sobre la realidad y su hijo, convirtiéndolo en sujeto por los efectos de la interpelación ideológica que provoca todo discurso. Así, hablar de límite supone siempre ya plantear la existencia de dos lugares relacionados: separados y unidos a la vez por el límite que los vincula y les impide ser una cosa (¿Cosa?) sola. De la misma manera, hablar de Uruguay, Argentina, río, etc., supone producir un sujeto como posición histórica, social, política, jurídica, que ve un límite donde no había límite ni no-límite, nada ni no-nada; donde ve un río donde no había río no no-río.

En este sentido, se puede percibir el hecho de que la realidad en cuanto tal es radicalmente muda: no habla, no dice nada: solo es, y es siendo sinsentido. Entonces, cuando la madre dice “límite”, pone a funcionar diversas hipótesis de inteligibilidad del mundo, una particular estética que organiza la realidad como estructura significante. Por ello, las nociones en juego no están en los objetos en sí mismos, considerados al margen de cualquier mediación simbólica; las nociones en juego están en el lenguaje, porque son, ante todo, lenguaje. La realidad, en suma, no se ve, no se percibe, sino que se entiende, se razona.

9. Solo el hombre muere; los animales (no humanos) cesan de existir. De este modo, Agamben, en la línea de Heidegger, propone que “muerte” es un significante que solo le cabe al ser humano, puesto que implica una conciencia de la muerte y, con ella, la organización significante de la vida. Así, solo con arreglo a la muerte se puede hablar de “proyecto de vida”, de “compromiso” con el prójimo, de “memoria” como algo que debe ser construido a fin de habilitar, por ejemplo, su herencia generacional. Lo mismo vale para el gran significante social: “política”, y para uno no menos importante, “suicidio”, que conlleva la posibilidad de des-adherirse de la vida. [8]

El resto de los seres vivos son, devienen hacia el fin de su existencia, porque no poseen lenguaje, en el interior del cual, para nosotros, se inscribe el significante “muerte”. Incluso, podríamos decir que el lenguaje mismo es la “muerte”. Así pues, la mera existencia eterna de los animales es el orden más brutal, más radical del sinsentido, intolerable para el hombre, con relación al cual el lenguaje nos permite torcer nuestro destino animal o animalesco en términos de una conciencia de ese nivel elemental de la existencia, de la “vida desnuda”; el lenguaje es el que nos permite la construcción de la realidad como una estructura de sentido que procura conjurar el sinsentido que la soporta y la hace posible, aun cuando este sinsentido no sea plenamente representable, conjurable, por lo cual provoca efectos de falta y de disrupciones que nos despabilan del hecho de que constituye la condición de posibilidad del sentido y el suelo sobre el que, indefectiblemente, nos apoyamos. Así, cuando aparecen los cortocircuitos que el sinsentido produce en el sentido y por los cuales este es, precisamente, sentido (el sinsentido es, sin duda, una productividad), tiene lugar, también, la angustia. He aquí, si se quiere, la doble cara del lenguaje, que nos permite ser zoon politikón, pero sin poder suprimir el vacío del zoon en el seno del politikón; esto es, el lenguaje como la estructura significante de la muerte y de la angustia. 


Notas

[1] Giorgio Agamben, ¿Qué es la filosofía? Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2017.

[2] Barbara Cassin, Jacques el sofista. Lacan, logos y psicoanálisis, Buenos Aires: Bordes Manantial, 2013.

[3] Jacques Lacan, El seminario 20. Aun, Buenos Aires: Paidós, 1991 [1972-1973].

[4] Giorgio Agamben, “¿Qué es una orden?”, en Teología y lenguaje. Del poder de Dios al juego de los niños, Buenos Aires: Las cuarenta, 2012, p. 59.

[5] Sandino Núñez, Psicoanálisis para máquinas neutras. Biopolítica o la plenitud del capitalismo, Montevideo: HUM, 2017. 

[6] Judith Butler, Sujetos del deseo. Reflexiones hegelianas en la Francia del siglo XX, Buenos Aires: Amorrortu editores, 2012, p. 273.

[7] Ibíd., p. 254.

[8] François Jullien, Vivir existiendo. Una nueva ética, Buenos Aires: Cuenco de plata, 2018.