INFORME

Nuevos Twitter Files, y más mecanismos de censura desvelados

Por ALDO MAZZUCCHELLI

La pregunta fundamental tiene tres opciones: ¿no se dan cuenta de la censura y el autoritarismo instalado en la comunicación, no quieren darse cuenta, o apoyan un cambio en las reglas de juego que habilite la censura, y solo permita el monólogo de Davos, las Naciones Unidas, y su Agenda 2030?

La pregunta no es retórica. Creo que distintas personas contestarían afirmativamente a una u otra de las opciones, y yo no conozco de antemano sus respuestas. Lo que sé es que el problema no está discutiéndose demasiado en los países de habla hispana, cuyos medios -incluyendo los alternativos, con pocas excepciones, en general peninsulares- son de una pobreza mental abismal, están desinformados crónicamente, atrasan un mínimo de 2 a 5 años, y no muestran signos de mejoría.

La publicación de los Twitter Files números 18 y 19 (Twitter los traduce para usted) en el corriente mes de marzo, ha dejado de nuevo en evidencia cuál es la nueva ecología de la información en el “mundo libre”. Se trata de que el Partido Demócrata norteamericano, expresión nítida hoy del deep state y pata norteamericana de la ideología ‘ultraliberal’ (léase calentología, agenda racista y LGBTQ+) de Davos, ha venido, desde al menos 2016, controlando por una serie de mecanismos bastante simples lo que se puede decir y lo que no.

La conclusión inicial es simple: la antigua democracia americana no existe más, en la medida en que no es posible ejercer la libertad de expresión y pensamiento en los lugares donde realmente se intercambia información masivamente y se fijan las líneas del imaginario y la opinión pública -esto es, las redes sociales y los grandes medios de comunicación-.

La consecuencia principal es que mecanismos fundamentales de control del sistema, como una educación que enseñe a pensar, una Justicia independiente, y una prensa libre, tampoco funcionan. 

El único contrapeso a esta situación, que impide que podamos hablar 100% de dictadura, es la existencia de una cantidad de blogs, plataformas de video y medios de comunicación alternativos. Y, desde fines de octubre de 2022, los citados “archivos” son un gran ejemplo de la ayuda que presta Twitter a la concepción más tradicional de libertad de expresión.

Antes de que Elon Musk comprase Twitter, el segundo mayor accionista de la compañía después de Jack Dorsey, era un multibillonario saudí. A nadie le importaba eso, porque por entonces Twitter cumplía puntualmente con las normas de censura dictadas por el deep state a través sobre todo de tres de sus agencias “preocupadas por la seguridad” (léase: preocupadas porque sus ejecutores políticos se mantengan a la cabeza en Washington sea como sea): el Department of Homeland Security, la CIA y el FBI. Esas tres agencias y la Casa Blanca directamente, se ocupaban cada mañana y cada semana, usando la intermediación del Stanford Virality Project de Renée Di Resta, de enviar sus memorandums con adjuntos con centenares o miles de cuentas que había que bajar, posteos a hacer desaparecer, y opiniones que estos censores no consideran aceptables. Por este mecanismo, nada complicado, el gobierno americano -de donde finalmente sale el 90% de las narrativas que, adaptadas, son lo que usted lee en su país- censuraba sin ser él el que lo hacía. 

Esta nueva entrega de los Archivos de Twitter -de los que publicamos varias antes aquí, aquí, aquí y aquí– muestra como el Stanford Virality Project coordinaba la censura en Twitter de todo lo que se opusiese al discurso de la ortodoxia. Por ejemplo:


“Emails del FBI, Department of Homeland Security y otras agencias llegaban a menudo con hojas de cálculo con cientos y cientos de nombres de cuentas que hacía falta revisar. A menudo, esas cuentas serían borradas poco después” (en la imagen aparece parte de esos mensajes, uno de ellos cita “207 tuits que violan los términos”. 

 También tenemos la imposición de una narrativa única respecto de la situación en Ucrania, con la orden de hacer desaparecer canales enteros de YouTube como el del ciudadano ucraniano -hoy residente en Rusia- Evgueni Prigoshin, por expresar “narrativas antiucranianas”.

Efectivamente, los dos canales de Prigoshin que tenían centenares de miles de seguidores fueron eliminados totalmente enseguida.

Como último ejemplo, este mensaje que viene del Stanford Virality Project a Twitter.

Traduzco solo el último párrafo, que es mi favorito. El superior gobierno le dice a la compañía privada Twitter que tiene que eliminar:

* “Contenido verdadero que pueda provocar dudas sobre si vacunarse o no.
* Posteos virales de individuos que expresen dudas sobre la vacunación, o
historias de efectos secundarios verdaderos. Este contenido no es claramente desinformación o información engañosa, pero puede ser mala información (exagerada o que confunde). También en esta categoría se incluyen posteos verdaderos que podrían generar dudas sobre las vacunas, tales como la información relativa a países que prohibieron determinadas vacunas

 Los ejemplos pueden multiplicarse, pero el mecanismo es claro.

Ahora vemos, además. que el sistema lejos de avergonzarse por su actuación, está absolutamente comprometido con ella, y dispuesto a redoblar la apuesta.  En la comparecencia parlamentaria de dos de los periodistas responsables del desenmascaramiento del programa de censura –Matt Taibbi y Michael Schellenberger– algunos diputados que representan lo más autoritario del sistema que se va instalando en EEUU los destratan, los llaman “pseudo periodistas”, y defienden abiertamente la censura “para proteger a la población”.

La “diputada” Stacey Plaskett (D) se sentó en el Comité Judicial de la Cámara de Representantes (en realidad ni siquiera es diputada: ocupa un puesto de delegada por Islas Vírgenes, sin derecho a voto) para amenazar a los periodistas. Invirtiéndolo todo, dijo que, por haber divulgado la verdad sobre cómo el poder norteamericano amordaza a la prensa, Taibbi y Schellenberger eran “un peligro directo para las personas que se les oponen“.

El mundo al revés. Los censuradores autoritarios son los supuestos “amenazados”, y el periodista independiente (el realmente amenazado por Plaskett) es la amenaza. 

Por su parte, el diputado Collin Allred (D) le dice luego a Taibbi -a quien le impide intervenir- que él (y todos) debe entender que no hay ninguna cosa coordinada, sino simplemente las benévolas agencias de seguridad intentando “asegurarse que el discurso online no lastime a la gente ni erosione nuestra democracia“.

Para completar el show, a Matt Taibbi, un periodista con décadas de trayectoria al más alto nivel, y que obtuvo más de una vez los más prestigiosos premios a la labor periodística que se otorgan en los Estados Unidos, Plaskett le falta el respeto diciendo que era un “así llamado periodista” (“so called journalist”). Taibbi intentó contestarle, mientras la maleducada simplemente no lo escucha y habla con cara de importante con una asistenta:


Esta defensa de un control centralizado de lo que se puede opinar y publicar en redes sociales, más el control monopólico de la palabra y la opinión en los grandes medios a partir de su financiación por parte de los mismos agentes, más la continua alimentación via educación, empresa y medios, de una agenda divisiva en base a la abundante financiación de los conocidos ‘filántropos’, hace el resto.

En busca de la legitimidad perdida

Una encuesta reciente de la empresa Edelman muestra cuál es el estado de la legitimidad de los medios tradicionales, o “mainstream media” norteamericanos, entre los años 2012 y 2021:

Una actualización posterior a las elecciones de medio término mostraba que la confianza en 2022 estaba en 39%…

En un mundo donde opinar distinto que ese núcleo de poder de Occidente está crecientemente prohibido, la prensa -que está en postura defensiva terminal- sufre una terrible crisis de credibilidad. Entonces, intenta encontrar alguna forma de legitimidad nueva, que una masa suficientemente idiotizada por la falta de educación y la ausencia de conciencia histórica pueda considerar aceptable. Y cree encontrarla en los ‘verificadores de datos’, que podrían definirse en una frase como el desembarco final del cientifismo en la comunicación. 

En efecto, los fact checkers han sido presentados al público desde hace unos pocos años como “expertos” que, usando de un supuesto saber especializado, pueden determinar qué información es “falsa” o “desinforma” o “confunde”, y cuál no. Y de ese modo se presentan como la autoridad capaz de proteger a las masas de su propia ignorancia. 

Normalmente uno entendería que alguien pueda ser experto en determinado campo de la ingeniería, la medicina o la historia. Pero “fact checkers” que están compuestos mayormente de muchachos de entre veinte y treinta y cinco años con títulos en ‘comunicación’ o ‘ideología de género’, no son expertos en absolutamente nada, más que en una constante pesadilla divisiva que les tortura el lenguaje y el cuerpo. 

¿En qué consistirá entonces, exactamente, esa “experticia”? (la palabreja es abominable de por sí). Consiste en dos cosas. En lo práctico, en que los factchequers consultarían, ante cada noticia, a la “Ciencia”, la que como sabemos es la única que tiene autoridad hoy para decir lo que es real, lo que existe, y lo que es aceptable. Escribo Ciencia con mayúsculas a propósito: lo que los fuckcheckers consultan es invariablemente al establishment de organizaciones que están financiadas por los mismos que financian a los fuckchequers. A través de ellos, el sistema se controla a sí mismo y deja fuera cualquier disidencia, porque la Ciencia y las corporaciones y el gran dinero son, hoy, exactamente lo mismo.

En lo teórico, consiste en inventar un nuevo espacio virtual de virtud, en donde se sientan estos censores del presente, cuya única diferencia con los censores de tiempos más teológicos es que aquellos podían leer y escribir tratados que le procuraban cierta justificación metafísica a sus tropelías, mientras que estos solo pueden balbucear idioteces por mensaje de texto. Expertos en absolutamente nada: cierran y abren las puertas de la expresión ajena según la ideología de quien les paga. Y esa ideología es siempre la misma.

Nuestras sociedades piensan cada vez peor

Por tanto, no hay en el núcleo actual de Occidente espacio alguno para la crítica, el desafío, la mejora. Cualquier locura -como pensar que se podía aislar a Rusia a fuerza de sanciones y cambiar su régimen de gobierno, el cual ese sí es absolutamente legítimo porque es el que se dan los rusos– puede llevarse a cabo, porque nadie, con poder o sin él, es capaz de alzar una voz sensata de crítica y permanecer al aire más de cinco minutos, hasta que le bajen el posteo, el blog, o su entrevista o pieza sea sepultada bajo veinticinco páginas previas en las búsquedas de Google.

Mientras tanto, los “liberales” de los partidos tradicionales locales siguen sin enterarse de nada, o están de acuerdo. Los antiliberales (que tampoco se enteran), si llegan a saber se encogen de hombros, porque como nos enseñaron cuando intentaron hacer aprobar una Ley de Medios local que incluía la figura de un comité supervisor de los contenidos a emitir, para ellos la limitación de todos los que piensen cosas raras es lo correcto. 

Puntualmente, los columnistas del sistema, que tampoco se enteran de nada, o hacen como que no, siguen escribiendo sus cositas educaditas pero que parecen críticas en Búsqueda o El País. La única censura que existe para ellos es la que (injustamente, claro) le cayó a Arotxa, o cuando un editor de El Observador le baja una nota a un periodista -lo que, de paso, técnicamente nunca fue censura: los editores y directores de medios siempre eligieron qué publicar y qué no. 

Finalmente, los que interpretan este nuevo tipo de ideología autoritaria en clave transhumanista y cool, como el “futuro tecnológico” que se les vendió y al que creen que tienen derecho, teorizan en La Diaria sobre lo sano y natural que es censurar el “discurso de odio”, y pretenden que un generación entera tome eso como un estándar aceptable. 

Los archivos de Twitter muestran que todo esto es un edificio construido sobre el miedo y la represión. Y como hemos dicho muchas veces, el sistema occidental, que se sabe en retirada, está por el momento asegurándose de someter a sus propios ciudadanos en el “Primer Mundo”, puesto que ya tiene claro que el resto se le fue de las manos. El mecanismo que está usando para suicidar su tradición de libertad y consolidar un poder dictatorial en manos de una elite muy pequeña es el caos, la autodestrucción militar, la mentira en gran escala, la demolición del sistema financiero y monetario, la transformación de la ciencia en religión legitimadora, y el uso de la tecnología con fines de control de lo que quede en pie.

Al consolidarse un orden mundial multipolar, países pequeños y periféricos pueden apostar a quedar, dentro de unos años, fuera del orden autoritario que se monta al mismo tiempo, a toda velocidad, en los países anglosajones y algunos europeos, y ganar con ello un mayor margen de maniobra para comerciar y decidir con algo más de libertad sobre su propia educación y la administración de sus recursos. 

Es bueno que ocurra, y no queda otra cosa que celebrarlo, y mirar con atención como está ocurriendo ya delante de nuestros ojos.