ENSAYO

Por Lucas Benze 

FIFA ha sido y es una organización privada, que toma decisiones en base a dinero y poder. Nadie ha dudado de eso nunca, ni siquiera en sus tiempos supuestamente puros de Jules Rimet. El fútbol, en general, está siempre preso de la ilusión popular de que se trata de una especie de “juego de todos” donde el dinero no debería tener nada que decir, pero el dinero del fútbol siempre ha sido opaco, desde que se empezó a cobrar la entrada a las canchas, y un puñado de dirigentes comprendió que la administración de ese dinero podría hacerlos muy ricos a ellos, y hacerlos conocidos, dándoles poder en otras áreas de la sociedad. Los clubes de fútbol, desde entonces, son estructuras jurídicas “sin fines de lucro” que sirven de pantalla al lucro de todos los que juegan y hacen el fútbol. Es decir, son una billonaria industria, bajo la apariencia de una inocente organización en pro del deporte y esparcimiento.

¿Qué parte es la que no se sabía de todo esto? Sin embargo, los reyes del negocio global, los anglosajones, repentinamente se conduelen de que las cosas sean así, y deciden presentar todo al mundo bajo la noción de que si los negocios FIFA no hacen fluir el dinero y la propaganda a favor de los anglosajones, entonces dejan de ser negocios, y deben ser vistos como delitos. 

En cuatro episodios de una hora cada uno, la serie es una exhibición de la ideología de excepcionalismo anglosajón en acción, en su versión más cruda. Según esa ideología, Inglaterra y los Estados Unidos son distintos y superiores a todos, y por tanto tienen derecho a jugar roles únicos en el mundo, y a sermonear a los demás 24/7. Como consecuencia, la serie se organiza para organizar su visión propagandística acerca de supuestamente cuánto menos corruptos son los anglosajones que firman el film, respecto de la dirigencia de FIFA y del resto del mundo. Y cuánto mejor sería que un mundial hubiese sido organizado por Inglaterra -para someter al mundo entero durante un mes a una sobredosis insoportable de ideología LGBTQ+-, y no por Qatar. ¿Por qué? Pues claro, porque Qatar es un país islámico que organiza su propia sociedad según sus propias normas, creencias y tradiciones -cosa que para la visión anglosajona, aun parece ser una transgresión inaudita.

La serie está apoyada en el discurso ya divulgado por medios oficialistas como CNN, o The Guardian. Los oficiales neoyorquinos Loretta Lynch (Fiscal General) y James Comer (Director del FBI), y los poderes de la política y la economía que se perdieron la oportunidad propagandística y financiera de su vida al no poder organizar los mundiales de fútbol en los últimos años, aparecen “haciendo justicia” en un esfuerzo denodado por fortalecer la democracia y “exorcizar la corrupción”.

En realidad, lo que están haciendo es cobrarse una venganza calculada en el tiempo, y aparecer descargando todo su arsenal de propaganda etnocéntrica justo cuando el mundial de Qatar llama de nuevo en todo el mundo la atención sobre el gran deporte -y sobre FIFA. El objetivo de la serie es, pues, inventar argumentos para vengarse del supuesto pecado FIFA de no haberle dado a Inglaterra y Estados Unidos la organización de las copas de 2018 y 2022, y en cambio habérselas dado a “autocracias” como la de Qatar, y la de Rusia. 

“Estadios bañados de sangre”

El problema es que en cuatro horas de propaganda y venta de superioridad moral, los guionistas resultan incapaces de aparecer con cualquier acusación concreta contra Qatar, salvo sugerir -atribuyéndoselo a terceros, en una acusación enorme no verificada, y por tanto, un acto de enchastre inaudito- que murieron 6.500 trabajadores en la construcción de los estadios.

Esta es simplemente una acusación fabricada, en el marco de una campaña de reivindicación de la ITUC (INTERNATIONAL TRADE UNION CONFEDERATION) en 2013. Se trata de una de las organizaciones gremiales globales. El reporte original que pone a Qatar en la picota empieza diciendo que Qatar es “un país sin conciencia”, y denuncia condiciones laborales inaceptables para la organización. Luego hace unos cálculos que arrojan la suma antes mencionada. El informe considera la condición de los trabajadores inmigrantes -prácticamente todos lo son en Qatar- y contabiliza los fallecidos en determinado período. La idea fundamental es que desde el 2010 a 2022, cuando Qatar llevó adelante la construcción de los estadios para el Mundial, esta ha sido la tarea de construcción prácticamente única en el país, lo que permite luego atribuir todos esos fallecidos al fútbol, por extensión a las autoridades qataríes, y luego por segunda extensión a las autoridades de FIFA en Zurich.  

En realidad, todo esto ya fue demostrado exagerado hace mucho, cuando la cifra alegada era de 1200. Aquí por ejemplo, un viejo informe de la BBC -cuando en 2015 aun funcionaba en base a periodismo profesional-, que en sus párrafos fundamentales explica: “Pero es difícil argumentar que si no hubiera habido Mundial en Qatar no habría habido construcción. La economía de Qatar se triplicó entre 2005 y 2009, y el boom de la construcción ya estaba en marcha antes de que al país se le concediera la Copa del Mundo de 2022. Culpar al fútbol de todas las muertes en la construcción en el país es sin duda una exageración. Pero, además, el Gobierno indio [India es el país que aporta más trabajadores inmigrantes] dice en un comunicado de prensa: “Teniendo en cuenta el gran tamaño de nuestra comunidad, el número de muertes es totalmente normal“. Los funcionarios señalan que hay cerca de medio millón de trabajadores indios en Qatar y unas 250 muertes al año, lo que, en su opinión, no es motivo de preocupación. De hecho, los datos del gobierno indio sugieren que en la India se esperaría que una proporción mucho mayor muriera cada año: no 250, sino 1.000 en cualquier grupo de 500.000 hombres de 25 a 30 años. Incluso en el Reino Unido, una media de 300 por cada medio millón de hombres de este grupo de edad mueren cada año.

Los críticos del informe observan, además, que entre los fallecidos se contabiliza no solo a los trabajadores muertos en tareas de construcción en sí mismas, sino a cualquier trabajador muerto en cualquier circunstancia, incluyendo infartos o accidentes de tránsito. 

Evidentemente, toda muerte debe ser lamentada. Pero tomar un número estadísticamente normal -o menor al normal- de fallecimientos en una población, y maquillarlo de modo de presentarlo al mundo como poco menos que un genocidio deliberado, es algo que solo una propaganda muy malintencionada puede hacer.

Los reportes sobre la “sangre” en los estadios de Qatar fueron elaborados bajo responsabilidad de Tim Noonan, el Director de Campañas de Comunicación de la ITUC, quien es además el Director del Centre for Sport and Human Rights. Esta organización está financiada por la usual mezcla de grandes corporaciones, gobiernos (el de EEUU, Reino Unido, Alemania, Holanda, Suiza, Eslovenia, además de México como decorativo y solitario representante “no central”), además de fundaciones dependientes de la Open Society Foundation como la OAK Foundation. Como siempre, el mismo dinero y los mismos intereses detrás de este discurso global etnocéntrico. Las acusaciones fuera de control son decoradas, en este documental Netflix, con la exhibición de un féretro y algunas escenas de los barrios pobres de Nueva Delhi -llamando a la conmiseración calculada de la audiencia. Eso es todo lo que tiene la serie, aparentemente, contra Qatar, junto a la “acusación” (que lanzada desde el mundo corporativo anglosajón aúlla hipocresía) de que a cambio del voto para el mundial 2022 en FIFA, desde entonces Qatar Airlines vuela más a Brasil o Argentina, por ejemplo. Aparte de eso, nada, salvo acusar a Qatar de “ser muy ricos” -cosa que, sabemos, no le pasa a Londres o a New York. 

Y Putin, desde luego, es Hitler

Sobre Rusia, ni siquiera eso. Sobre Rusia los guionistas no han logrado, en cuatro horas, encontrar una sola acusación concreta para hacer, o ni siquiera para insinuar como en el caso de Qatar. La serie evita casi toda exhibición de imágenes del mundial de 2018, que lo único que lograrían hacer es probablemente llamar a la admiración ante la belleza de Rusia y sus estadios. Por tanto, lo que se les ocurre es mostrar a Putin en actividades totalmente normales de su cargo, y poner en el audio la palabra “dictadura” cada vez que Putin aparece, y comparar el mundial de Rusia de 2018 -probablemente uno de los más limpios y bien organizados de la historia- como siendo lo mismo que el mundial de Argentina 1978 -celebrado bajo una dictadura sangrienta con miles de desaparecidos- y los juegos olímpicos de 1936 bajo Hitler. ¿Cuáles son, exactamente, las semejanzas?

La serie relata, en fin, una venganza hecha profesionalmente, pues eso fue la acción de la Interpol en Ginebra en mayo 27 de 2015. Y en base a muchas escenas que presentan a la gente de Blatter como criminales, fundamenta el resto de su discurso.

Desde luego, que FIFA no le haya concedido a los piratas históricos su mundial tiene que ver con el hecho de que dentro de la estructura dirigencial de FIFA, Inglaterra tiene relativamente poco poder. En efecto, los ingleses fueron oportunamente radiados de la dirección del fútbol hace tiempo, para darle espacio en él a un mundo que ya no quiere ser manipulado también en el deporte. Fue después de la estafa ecuménica conocida por “Mundial FIFA de Inglaterra 1966” que, correctamente, Joao Havelange al tomar el poder decidió apoyarse en una estructura global de muchos países, comenzar a dejar que fluyese algo del dinero del fútbol a todas partes, y a cambio aceptó también vender la moralina de “One World” y “diversidad” que la FIFA-CocaCola propuso. Pero los ingleses no soportan que otro venda moralina. Quieren tener la exclusividad.
No hace falta remontarse a la piratería del XVII o al colonialismo criminal del XIX en India, China o África. Recuérdese algo más cercano: a Stanley Rous, Presidente de FIFA -presentado en la serie como “un respetado administrador”-, y cómo misteriosamente logró que todos los arbitrajes clave del Mundial 1966 le entregasen el título a Inglaterra. El mismo Rous que hizo hace algunas décadas declaraciones racistas respecto de África, compartiendo todos los presupuestos de inferioridad moral y civilizatoria que ahora, con más retórica y capacidad insidiosa, el narrador principal de la serie, el periodista David Conn, del Guardian, repite. 

La serie es parte de la máquina de propaganda de Occidente en tiempos de guerra. Va dirigida a un público poco informado que, quizá, aun crea en las mentiras de que los estadios qataríes están construidos sobre “sangre de inocentes”. Ahora los anglosajones usan abiertamente el fútbol como parte de su cruzada -que obviamente, está en crisis, porque las armas que usa son cada vez más groseramente falsas. Falta que las redes sociales comiencen a censurar las buenas noticias respecto del Mundial de Qatar. Quizá todavía haya tiempo para que lo veamos. 

En la imagen, David Conn, periodista del Guardian y autor de The Fall of the House of Fifa