POIESIS / 28
Por Roberto Echavarren
Pocas veces hay en la poesía de Melisa Machado versos encabalgados. Cada verso tiene su propia fuerza y tiraje; juntos forman el bosque del poema, un ámbito donde estar, una atmósfera, pero cada uno es contundente, definitivo.
En este libro, la voz lírica habla con la “madre”, habla a la madre, y consigue que la madre le responda en el último poema del libro: “Será lo que estás buscando, niña”. La hija no es una, sino muchas, es una hija sin identidad: indaga, no la identidad (según reclama el cliché de las narraciones convencionales), sino aquella perplejidad que se plantea a partir de su condición erótica. Quedan, de la experiencia del eros, fragmentos transitables; queda el enigma, también los olores, y también las especies zoológicas de la contraparte amorosa: niño gato, niño osezno, niño que por una u otra razón, por una u otra impresión, deviene varios animales. Estas impresiones forman un tejido que llaman “tantra”; según la versión tántrica del budismo, el tejido de la transgresión erótica ritual, de la profanación, es el tejido de un sexo meditado, en una posición privilegiada, la de “estar sentada”. Es un tejido de intensidades corporales, canales de lubricación, gotas que caen del párpado y descienden como sudor por todo el cuerpo.
La voz lírica pregunta a la madre: ¿Qué es eso? Hay cortes y filos inquietantes; por allí asoma la trompa el marido gato. ¿Por qué me habrá elegido, madre? Pregunta la voz lírica, alarmada como en un poema de Marosa di Giorgio, mientras se complace en los derrames pringosos de un poema de Néstor Perlongher.
¿Madre, hembra? La madre es la hembra que la precede. La voz lírica pide a la madre que le enseñe qué es esa cosa, que le explique si esto ahora es aquello que se mentaba, si sucede ahora como le sucedió a la madre. La sucesión de la madre oráculo “responde” apenas con los propios actos de la hija: esto es tal vez aquello. Por último, la hija encuentra en sí misma la horma de su experiencia, en aquel lugar donde supone que estuvo un día la madre. Es como si dijera: seré una mujer, donde alguien una vez fue una mujer.
Pero el aprendizaje de la hija tiene un carácter retrospectivo. La experiencia de la hija revierte hacia la madre, le “enseña” a la madre, le muestra como anduvo el encuentro erótico, deja que la madre avizore desde el recinto aéreo donde se encuentra ahora, suspensa en su sonrisa y en su mudez.
En una obra literaria se desdoblan los polos de emisión y recepción del mensaje: la madre es la dedicataria, y aún la interlocutora, pero no la destinataria del discurso poético. El destinatario es el lector/lectora del poema. En la madre, la voz lírica encuentra una piedra de toque, un punto de rebote para orientar el discurso, Y convoca a la madre, le muestra lo que experimenta: ¿Será esto aquello que tú como mujer conocías?
El cuerpo erótico encendido deviene animales. Momento a momento, impresión a impresión, deviene muchos animales, y todos aparecen vivos y nítidos hasta culminar en un “tapir de terciopelo”. Pero no se alcanza el “hueso”, el “meollo”. El meollo de la atracción, de lo incendiado de acuerdo a la pertinencia de los hechos; por más que el eros traiga imágenes, impresiones, sigue siendo un misterio.
Un cuerpo es muchos cuerpos, por más que se ofrezca, por más que esté desnudo. Es muchas formas y olores. Ese cuerpo de atractivo misterioso habla de vez en cuando: es también un animal parlante, pero esto es lo de menos. Las palabras suenan extrañas, fuera de lugar y no explican nada. El acontecimiento principal es mudo, está en una intriga fuera de las palabras.
¿Qué es un hombre, ese bicho?
¿Lo sabe la madre? Cuanto más se acerca ese cuerpo extraño, mayor es la perplejidad. ¿Ese otro, el hombre mismo, sabe acaso el contenido de su misterio?
“¿Acaso no estaba siempre en su propia espalda y en vísperas de llegar hasta sí?”
Ese hombre es un desconocido para sí mismo. El misterio por detrás de sí, en su espalda, no es un ser, es una meta, un camino a recorrer hacia la meta, un devenir de estados transitorios. Y el hombre, “el niño gato”, también habla, dice palabras idiosincrásicas, incomprensibles, pertenecientes a un dialecto local de otro país fronterizo.
“¿Qué quería decir con eso, madre?” Son locuciones desacostumbradas. “De la lengua solo la extrañeza”, remarca Juana Inés de la Cruz en su poema mayor, El sueño.
Lengua extraña y cuerpo extraño. La lengua no aclara sino que redobla el misterio.

Fragmentos de Madre, de Melisa Machado Caminé en los ojos de los hombres dormí con sus gemelos: con el de pies de hielo con el de tendones secos. Estuve con el de los huecos tibios, con el de pupilas dulces. Y con el de lomo y rabo. Le di placer al vanidoso, le ofrecí verborragia al puro. Dormí con el niño hambriento, silbé sobre su corazón perdido. Intercambié dátiles con el muerto, mastiqué almendras con el vivo. Olí la podrida humanidad, la delicada y justa hipocresía: furia y pompa en los ojos ciegos. Así me bebí los años, madre, y era joven pero no sabía. Suprema trituradora de palabras criatura sin amparo devoradora locuaz animal sin dueño, así me llamaban, madre. Y yo inserta en la obscena lucidez, en la trama trágica y absurda de los días, tierna y verborrágica, despiadada, inocente, qué creías? Cruel en el puro devenir, grotesca y desbordada, verduga de la náusea, inserta en el puro placer que degrada y enaltece perseguidora de la risa, ésa que sabe que ni la carne ni el espíritu liberan. Sin clímax ni anticlímax. La indómita para ser nadie, nada, madre. El niño gato tiene la mirada triste, madre. Si lo ves bien no hay mucha luz en sus ojos. El morro siempre húmedo y da cabezazos. Busca como quien no busca, empujando el hocico contra el filo. Tiene olor a hombre, a bicho, a animalillo. Siendo jirafa o hipopótamo es ardiente y languidece. “Dos arepas para usted”, dice. Entonces olfatea carne y osamenta, anda desnudo por la casa, se estira al sol como lagarto y los vecinos comentan. “Este es mi cuerpo”, dice. Y me lo ofrece. A quién remite ese “mi”? Y si ese “mi” denota propiedad, de qué naturaleza es? Adoro su cuerpo, madre. Tanto como a los ojos de los animales, esa pregunta silenciosa, esa respuesta muerta. Me atraganto en ese abismo, madre en sus ojos de cerdo, de caballo, de gato adormilado. No puedo acercarme al meollo, a lo blanco brillante de su hueso. Su padre y su madre son secretos y cuando pregunto por ellos se me llena la boca de tierra. Te digo que me atraganto, madre con su plumereo de espuma, con su ajorca de sangre, con sus blonduras y su desove, con ese tapir de terciopelo. El polvo también tiene razones. Y su hospitalidad. (No diré nada sobre lo que queda por decir). Que mi lámpara de aceite pueda arder más de una noche. Porque las cosas que imagino no existen hasta que las enciendo. De “Madre”, Melisa Machado, editado en formato Kindle y en papel, en enero de 2021, por la plataforma de Amazon.
Melisa Machado nació en Durazno, Uruguay, en 1966. Vive en Montevideo desde 1978. Es poeta, periodista, terapeuta y ex docente universitaria.
Desde 1994 hasta la fecha ha publicado los libros de poesía: Ritual de las Primicias, (Ed. Imaginarias, Montevideo, 1994), El lodo de la estirpe, (Artefato, Mvd, 2005), Rituales, (Mvd. Ed. Estuario, 2011), El canto rojo, (Ed. Sediento, México, 2013), traducido y publicado en Suecia bajo el título Den Röda Sangen (Ed. Ellerström, Estocolmo, 2013) y en Estados Unidos como The red song (Ed. Action Books, 2018). En 2019 publicó India, Ed. dios Dorado, Montevideo, también publicado en formato digital y en papel por la plataforma editorial de Amazon al igual que Madre, publicado en 2021.
Desde 1994 ha recibido varios premios en los concursos literarias del MEC y de la IMM de Montevideo, Uruguay. Entre ellos el Premio Nacional en 2019 por su libro Madre, en la categoría poesía inédita.
En 2009, el MEC le otorgó la beca CUNY (beca del Consulado Uruguayo en Nueva York y del City College de N.Y.). En 2012, le fue otorgada la beca Fefca, (Beca de Fomento a la Creación Artística del MEC), premio a la trayectoria nacional e internacional en reconocimiento a su trabajo como poeta durante 10 años. En 2020, obtuvo la beca FEFCA para formadores.
Ha participado en festivales internacionales de poesía en Uruguay, Nicaragua, México, Colombia y el Reino Unido.
Escribió y escribe como periodista en revistas y suplementos culturales de su país.
Fue editora en varios medios de prensa.
Poemas y cuentos suyos han sido incluidos en las antologías Mujeres de Mucha Monta (Arca, Montevideo, 1992), La Abadía de los Pensamientos y otros poemas (Arca, 1993), El Amplio Jardín (Embajada de Colombia, 2005), “Nada es igual después de la poesía: Cincuenta poetas uruguayos del medio siglo, 1955-2005” (Archivo General de la Nación, 2005), 22 mujeres, (Ed. Irrupciones, 2012), Confiado a un amplio aire/Trusting on the Wide Air, (Ed. Yaugurú y Ink.Lavender, 2019) entre otras.
Integró Auca (Asociación Uruguaya de Críticos de Arte).
Es ex docente de Redacción Creativa de la Universidad Ort y docente tallerista de escritura a nivel privado.
Cursó estudios de Psicología en Udelar y Ucudal, y de Letras, en la Facultad de Humanidades y Ciencias.
