La pandemia ante el desastre del Frente de Todos
Un manual de cómo podría procederse si se quiere sacar de la política (y de circulación) a quienes instalaron localmente y se aprovecharon de la falsa “pandemia”
POLÍTICA
Por Salvador Gómez
Las elecciones PASO (primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) del 12 de setiembre último en Argentina son un ejemplo de cómo podría evolucionar la política interna de las naciones luego del corrupto, criminal y fraudulento manejo de la “pandemia” que ha hecho la mayoría de los gobiernos mundiales.
¿Cómo fue la gestión de la “pandemia” en Argentina? Pésima, desde luego, si uno se atiene a los números oficiales y cree en ellos. Pero si uno hace eso, uno estaría aceptando que esos números son reales, que la “pandemia” es real, y que las medidas sanitarias fueron un sensato intento de terminar con una supuesta amenaza grave.
Nada de eso, nunca, fue cierto, ni en Argentina ni en ninguna parte.
Es decir, lo pésimo no fue estrictamente “el manejo” de la pandemia, sino el uso, por parte del gobierno y de otros actores a todo nivel, del invento de que alguna vez haya existido una “pandemia” grave de coronavirus, para en base a este invento producir cambios cataclísimicos que aceleraron la destrucción de un sistema económico y social obsoleto.
En esta tarea, que es y ha sido la verdadera desde hace un año y medio en todo el globo, la Argentina de Alberto Fernández fue un fiel y obsecuente seguidor de la peor y más cruel cara de las políticas globales delineadas al respecto.
En estas elecciones de setiembre, la gente le ha cobrado bien clara esa cuenta a la ultracorrupta zona de liderazgo actual de la clase política argentina. Ahora bien, pensar que porque se consolide la presencia de la oposición en las elecciones legislativas de noviembre esta tendencia a la corrupción y el desastre se va a revertir, es probablemente ilusorio.
Pero al menos sería posible, si eso pasa, que los previsibles nuevos ganadores aprovechen la coyuntura para ejecutar una vendetta política en toda la línea, aprovechando la coyuntural debilidad de sus enemigos. Y si eso ocurre, se podría avanzar en la aclaración pública de en qué ha consistido, desde el primer día, este experimento falsamente pandémico. Si lo que está desarrollándose en Argentina se consolida, y ocurre también en otras naciones más importantes, hay esperanza de que a partir quizá de 2023 -luego de las elecciones generales- se pueda empezar a llevar ante la justicia a los criminales que están detrás de todo lo que está ocurriendo hace año y medio.
El famoso “manejo de la pandemia” y las cifras de los Fernández
El gobierno de Alberto Fernández adoptó las directivas y protocolos impuestos por la OMS. Éstos garantizaron varias cosas, que han sido denunciadas largamente desde el comienzo mismo en medios independientes y críticos, incluida esta revista.
Según esos protocolos, se empezó a aplicar el testeo masivo e indiscriminado en los servicios de salud de un test PCR fraudulento, corrido a niveles de Ct inaceptables, cuya tasa de falsos positivos llega comprobadamente al 97%.
Con esa medida fraudulenta, lo que se garantizó fue aumentar falsamente el nivel de “casos de Covid”. Se llamó “enfermo Covid” a cualquier persona con un PCR positivo, independientemente de que no presentase síntomas específicos, o que tuviese síntomas de gripe o resfriado común, o cualquier otra dolencia. Si tenía un PCR positivo, “tenía Covid”.
Al aumentar así los “casos”, lo que se logró fue destruir la trama de funcionamiento económico y social, pues cada “caso” implicó aislar a la persona y que esta perdiese su ritmo de trabajo y vinculación, además de generar un efecto en cascada que amplifica esto a sus “contactos” más o menos directos.
Además, se generó un aumento de ingresos para los empresarios y actores del sector salud que implementaron los tests y los demás aspectos de protocolo, facilitando la proverbial corrupción argentina, en este caso incrementada en ese sector y otros conexos debido a la declaraciones de “emergencia” que abren la puerta a compras, medidas y contratos excepcionales, tanto en provincias como en el gobierno federal.
Pero encima de todo eso, se instaló también en Argentina el protocolo de certificados de defunción que indica que “todo fallecido con un test PCR positivo es un muerto por Covid-19”, independientemente de cualquier otra consideración. Se forzó a los enfermos ingresados por cualquier cosa a hospitales a someterse repetidamente a tests “hasta que diesen positivo”, de modo de poder incluirlos en las listas y cobrar las compensaciones previstas, por encima y por debajo de la mesa. Se dejó de atender toda clase de situaciones más urgentes, con el pretexto del “riesgo de contraer Covid para los trabajadores sanitarios”.
Efectivamente, durante esta falsa “pandemia”, en lugar de proteger a los enfermos, se protegió a los prestadores de salud -principales cómplices de toda la movida.
Se resistió además, por parte del gobierno federal y el establishment médico, el uso de terapias preventivas -las que, de todos modos, especialmente la ivermectina, fueron empleadas con éxito en algunos hospitales en Argentina gracias al esfuerzo de un grupo de médicos conscientes que se plantaron frente a estas medidas.
Se abandonó en buena medida la atención no solo de otras dolencias, sino también de aquellos pocos realmente infectados con el síndrome inflamatorio y cardiovascular provocado por la proteína espiga -hoy, después del experimento de la vacunación, sabemos que eso y no otra cosa es lo que, desde el día uno, se llamó “tener Covid”. A éstos se los abandonó en sus domicilios, bajo el pretexto de proteger al personal de salud, hasta que se agravasen lo suficiente como para ingresarlos y meterlos en el tubo de muerte de los respiradores con toda la parafernalia sedativa que acelera el proceso hacia el fallecimiento.
Los detalles macabros de esta industria de la muerte y las compensaciones al sector salud por haberse hecho cómplice de este intento de inflado y creación artificial de datos ha sido denunciado repetidamente. Mucha gente murió o vio perjudicada su salud por este quiebre en la atención.
Todo esto fue responsabilidad directa de las autoridades sanitarias a todo nivel, que aceptaron por acción u omisión los protocolos. El gobierno de Fernández, coaccionado desde el principio a acompañar o fenecer en el intento, acompañó -y con entusiasmo.
Un editorial de Luis Bruschtein, en el ultraoficialista diario Página 12, medio quejándose, medio amenazando, y medio intentando explicar y disculpar la derrota, incluye esta valoración, verdaderamente antológica: “Sin embargo, si se compara con el resto del mundo, Argentina está entre los países que logró mejor desempeño, incluso comparándola con Estados Unidos y Europa. O sea, hubo muchos votos contra los que mejor manejaron la pandemia.“
Cito esta frase porque ha sido la tónica del oficialismo durante toda la “pandemia”: mentir a cara de perro, con la esperanza de que casi nadie sabe ni siquiera dónde ir a verificar si los datos que se alegan son ciertos.
En el caso de Argentina, la afirmación de Bruschtein es verdaderamente delirante: no sólo Argentina y su gobierno no fueron “los que mejor manejaron la pandemia”: sigue siendo el tercer peor país del continente. En cuanto al mundo, en donde la última vez que miré había 223 naciones, Argentina bajo el Gran Timonel Fernández ocupa un espantoso onceavo lugar, siendo el 1 el peor. Argentina es el 11avo país del mundo entero con más “muertos Covid” por millón de habitantes.
Estados Unidos, por su parte, está en el lugar 20. En cuanto a “Europa”, todos los países principales de ese continente están mejor que Argentina, incluyendo los de desempeño horrible como Bélgica o Italia.
Es decir, la afirmación de Bruschtein es una mentira descarada. Es meramente una ilusión ideológica para consumo exclusivo de fanáticos sin capacidad de pensar o verificar información por sí mismos.
He aquí la “performance” real de la Argentina durante el año y medio de falsa “pandemia” que transcurre hasta ahora:


Con sus 2512 “muertos Covid” por millón de habitantes al 25 de setiembre 2021, Argentina es, como se ha adelantado, el tercer “peor” país de América, y el onceavo “peor” del mundo en su manejo de la falsa pandemia.
En América, el gobierno “de izquierdas” de los Fernández está casi tan mal como el gobierno “de derechas” de Bolsonaro, y mucho peor que el gobierno “de derechas” de Lacalle, pese a la insistencia de que el tratamiento de la pandemia y el “cuidado de la gente” está garantido cuando los líderes son de izquierda. Obviamente, es la misma burocracia médica y la misma Big Pharma y los mismos políticos locales de todos los partidos los que implementaron esta falsa “pandemia”, y se aprovecharon de ella. Eso es relativamente independiente del color político de los gobernantes, pues corre por otro carril, ante el cual a menudo los gobiernos no tienen otra alternativa viable que someterse.
Ya sabemos que estas cifras son falsas, pues los muertos reales por el síndrome de la proteína espiga son una fracción muy pequeña de ese total. Pero lo son en todos lados que adoptaron protocolos similares, de modo que es posible, aunque sea vagamente debido a la heterogeneidad de las aplicaciones locales, compararlas.
Esto debe traducirse así: Argentina y su gobierno han estado entre los más obedientes aplicadores de la receta global de destrucción del sector privado y la clase media, con el fin de aumentar la dependencia de la población respecto del poder burocrático y la entrega de toda independencia nacional. Los políticos en general, pero muy en particular los del estilo de los del Frente de Todos, siempre intentan explicarle a la población que la entrega de su libertad individual es el precio a pagar para asegurarse un bienestar mínimo. Desde luego, esto no es cierto. Lo que significa en realidad es que se los intenta comprar con regalitos, subsidios, canastas y promesas de futuro, para que acepten participar del pacto que esos burócratas han hecho con burócratas y administradores financieros y tecnológicos globales más poderosos, de modo de quedar ellos -los politicuelos locales- como empleados de los primeros, a costa de la gente.
En Argentina, ese paso de la destrucción de la trama social y de la red de defensa de la gente y la clase media, sobre todo, que es la existencia de un sector privado pujante, se cumplió y avanzó durante la falsa pandemia. Gracias al servil acatamiento de las medidas por parte del gobierno de Fernandez y de Cristina Kirchner, la imposición de cierres estrictos, mascarillas, la destrucción de la vida cultural, religiosa y social en general, y el desparramo de miedo y dependencia incrementados por el aparato de propaganda de este tipo de gobiernos, la población ha visto destruida en buena medida su capacidad de emprender, se ha comido en muchos casos sus ahorros, y ha perdido empresas chicas y medianas que quizá había llevado generaciones construir.
Hay muchos convencidos por el discurso oficial pandémico que aun creen que no ha pasado nada con la economía. O que, amañando algunos indicadores parciales -“crecimiento de la industria” es uno de los favoritos para Argentina- intentan negar lo obvio, que es que se viene una crisis financiera global, y el consiguiente ajuste local, donde se empezará a ver el costo en bienestar que la “pandemia” ha tenido, independientemente de su costo en desvío de atención y muerte directa.
A cambio de haberse sometido a estos protocolos globales, lo que se obtuvo en la Argentina -además de las ganancias de los intermediarios por participar de esta agresión masiva contra la gente indefensa- fue que uno de los dos gigantes de América del Sur tuviese los números que garantizasen poder seguir metiendo el verso del miedo en la gente, y mantener girando los dos aspectos maestros del obvio plan, denunciado ya hace mucho: fundir sectores enteros de la economía aumentando así la doble articulación de la dependencia: dependencia interna de la gente al Estado argentino, y externa del Estado argentino hacia los poderes globales; virtualizar la vida y el trabajo aumentando así los mecanismos de control social y bajando costos, concentrando la propiedad y sectores enteros de la economía en manos de grandes actores globales, y paralizar todo movimiento social de resistencia real a esta revolución de criminales.
El efecto salutífero de las elecciones
Apenas los Fernández tuvieron la certeza, mediciones mediante, que perderían feo las PASO, y como a veces ocurre ante situaciones personales y sociales de gran estrés, los Fernández lograron producir un milagro. Preparando las movidas formales a hacer luego de la derrota, se manipularon aun más los datos. Esta es la única explicación de los siguientes dos gráficos:


Como el lector puede ver, la “evolución” de los “casos activos” de Coronavirus en la Argentina tiene un salto espectacular de mejora, que ocurre exactamente entre la noche del 8 de setiembre y la noche del 9 de setiembre últimos. Justo tres días antes de las elecciones, los “casos activos” Covid descienden de unos 190.000 a unos 44.000. En una noche.
Estimado lector: ninguna vacuna, ningún tratamiento, ninguna hazaña médica ocurre así. Eso es un político toqueteando un indicador.
Confirmando la maniobra, esta última semana el gobierno oficializó su golpe de timón salutífero, decretó el fin de la pandemia (cuyo fundamento está en la manipulación abierta de los datos, sin prolijidad ni cuidado alguno, efectuada quince días antes): ya no es necesario nada, porque ya no hay riesgo. Así informaba Ámbito antes de ayer las medidas lideradas por el flamante burócrata en funciones de Jefe de Gabinete, Juan Manzur, y la Ministra de Salud, Carla Vizzotti:
“A partir de este momento por instrucción del Presidente y del jefe de Gabinete de ministros, los ministerios de Salud, Turismo y Deporte, Interior, Seguridad y Cancillería, junto con las 24 jurisdicciones y los expertos, trabajaremos junto con Legal y Técnica para, a través de una Decisión Administrativa (DA) en los próximos días y con la renovación del DNU y la DA de fronteras hasta el 1° de octubre, avanzar en esta línea”, señaló Presidencia en un comunicado donde detalló las medidas.
Entre las principales novedades ya no será obligatorio el uso de tapabocas al aire libre, se incrementan los aforos en boliches y comercios gastronómicos, y se habilitan las reuniones sociales sin límite de personas.
En cuanto al uso del tapabocas, seguirá siendo obligatorio en comercios, transporte público, lugares cerrados de concurrencia masiva, y lugares de trabajo.
En lo que respecta al fútbol, Vizzotti sostuvo que “se habilitan a partir del 1 de octubre los partidos de fútbol hasta el 50 por ciento de aforo”. “El trabajo ahora, como se hizo en el piloto con Argentina-Bolivia, será reunirnos con Seguridad, Deportes, AFA y Liga Profesional en una mesa conjunta para definir los detalles”, añadió.
Además, quedó habilitada al 100% la presencialidad en actividades económicas, industriales, comerciales, de servicios, religiosas, culturales, deportivas, recreativas y sociales en lugares cerrados manteniendo las medidas de prevención, tapaboca, distancia y ventilación.
Quedaron habilitados también los viajes de egresados y de jubilados; y las actividades en salones de fiesta. En tanto que hay novedades para el turismo interior y exterior”.
No deja de ser maravilloso el efecto que, sobre la salud de la población, tiene la democracia electorera. Lo que hasta ayer era un flagelo terrible que paralizaba la vida, debido a la llegada inexorable de las “nuevas cepas” y la inutilidad absoluta de las vacunas -salvo para matar a un porcentaje de quienes se las ponen-, es ahora una situación superada. Se superó en la noche del 8 al 9 de setiembre. Ahora el oficialismo ha logrado, al fin, vencer la pandemia. Le bastó con lo mismo que le había bastado para crearla: ordenar que cambiasen los conteos, terminasen con los tests a 40 CT y dejasen de estimular a los corruptos en el sistema de salud a bailar el baile macabro de la “pandemia”. “Se terminó, porque arriesgamos perder el poder”.
Si en noviembre se confirma la debacle de los Fernández y sus seguidores, se abre una puerta para que sus enemigos políticos puedan, por fin, cobrarles las cuentas que deben, y erradicar a estos criminales corruptos del sistema político, y de la sociedad -además de abrir juicio a los muchos médicos y empresarios de la salud que fueron los principales operadores de este genocidio lento, sistemático y planificado. Si esto ocurriese aunque sea en alguna medida, será bueno no olvidar que todo esto ocurrió porque es el sistema mismo bajo el cual vivimos el que tiene una enfermedad terminal. Pues nadie puede planificar y llevar adelante el suicidio masivo de todo un sistema y sectores enteros de población, si estos no hubiesen aceptado que sus días hacia el futuro ya no tenían sentido.