(O por qué las t-shirt neonazis son las más vendidas en una democracia unipolar)

PORTADA

Al melodrama sin contexto que inunda los medios occidentales tradicionales (“Occidente Bueno, Putin Hitler”), debería suplantarlo un uso de la razón y un acercamiento de mucha mayor complejidad. Por tanto vamos a desmenuzar aquí lo que los medios hegemónicos en Occidente no le están diciendo. 

Por Salvador Gómez

Para avanzar en una comprensión de lo que implica la situación de Ucrania -que es probablemente el momento decisivo de cambio mundial de los últimos dos siglos-, recomendamos olvidar por el momento toda noción de que lo que ocurre en Ucrania es lo que le está diciendo su diario o canal de noticias reproductor de la propaganda de Estados Unidos. Hay fuentes alternativas a las que se puede recurrir para interpretarlo. La mayoría existen en la incensurable Telegram -razón por la cual, tarde o temprano, las fuerzas de la cancelación que vienen mandando hace rato en Occidente terminarán prohibiendo esa red por completo. En Brasil ya lo intentaron hacer, pero desistieron luego de dos días. No es tan fácil. Mientras eso no ocurra, es posible usar los canales de esa red -obviamente demonizados por los liberalcanceladores- para informarse.

La propaganda es obvia en toda guerra. De modo que uno debe intentar dispensarse de reproducir lo que dice Pravda o RT, y también lo que dicen las agencias de noticias occidentales, o el Guardian, CNN o el NYT, y desde luego también sus reproductores a veces involuntarios, que incluyen a toda la prensa local, o casi toda. 

1. Mundo unipolar o multipolar

¿En qué consiste el fondo de esta situación?

En principio, se trata de la posibilidad de una continuidad, o no, del Nuevo Orden Mundial instalado en el mundo luego del fin de la Guerra Fría. Ese nuevo orden ha tenido a las corporaciones globalizadas y sus intereses como definidoras de lo que ocurre, y al “estado profundo” de Estados Unidos y su complejo industrial militar como su garante armado.

Diversos analistas de todo el mundo han observado que la aceleración del despliegue unipolar de las condiciones de ese nuevo orden han llegado a un punto en el cual deben por fin a enfrentar una crisis mayor -de crecimiento o de finalización. Esa crisis se anticipó en el 2008, se estiró de modo antinatural con la farsa de la “pandemia” de Covid 19. Pero ya no es posible estirar más la situación, y se trata de que el mundo se haga cargo de decidir si seguirá o no organizándose en base a la guía de tal unipolaridad, que comanda el mundo desde 1990. El problema es que la unipolaridad con Washington en el centro no termine convirtiéndose en una nueva unipolaridad, pero ahora sino-rusa. Esto podría ocurrir si Estados Unidos no encuentran una salida a esta crisis que no sea un armaggedon nuclear.

Por lo tanto, si bien la sangre la ponen los que están en Ucrania enfrentando la invasión, lo que realmente se está enfrentando en Ucrania es aquella visión unipolar del mundo que emergió a partir de 1989 o 90, contra una versión más actual que busca un mundo multipolar, deliberadamente proclamada el 4 de febrero de 2022, oficialmente, por China y Rusia en conjunto

Desde luego, la propaganda occidental que, en su nivel más grueso, precisa deslegitimar cualquier “otro polo” para presentarse como el único hegemón posible, precisa pintar a los rusos de hoy como si fuesen soviéticos de hace 40 años. Eso es parte de la propaganda y no refleja la nueva complejidad del mundo. Apela a la memoria histórica de las atrocidades soviéticas. Igualar a la Rusia de hoy con aquello es hacer un esfuerzo denodado por crear un enemigo anacrónico. Rusia no es aquello ya, ni tampoco tiene los objetivos estratégicos que tuvo la URSS. Pero la propaganda occidental precisa mantener en el respirador artificial la inercia mental de la Guerra Fría, y eso es lo que intentará. No parece haber encontrado hasta ahora un truco mejor.

En esa misma lógica, los propagandistas occidentales precisan presentar a los chinos como lo que ya tampoco son. Lo mismo han hecho con países menos poderosos como Irán -pintándolo siempre como una autocracia medieval- al tiempo que, mientras les conviene, ignoran las autocracias más violentas, como Arabia Saudita, hoy oscilando en una posición compleja. Es posible que en cualquier momento los saudíes empiecen a ser pintados como tiranos patriarcales. Alguno argumentaría que siempre lo han sido, salvo que antes eran aliados incondicionales del petrodólar, a cambio de la protección militar norteamericana permanente a la Casa de Saud, que Nixon negoció hace cincuenta años.

Entonces, ¿quién puede describir y evaluar lo que va pasando en Ucrania? Habrá que navegar por instrumentos, orientándose por hechos históricos comprobados, y siguiendo las interpretaciones tentativas que nos parezca que mejor expliquen los hechos presentes.

2. Los sucesos de la historia reciente

Los sucesos históricos recientes son conocidos, aunque su interpretación varíe en un arco de 180 grados. En 1991 Ucrania se convierte en el espacio territorial que es hoy, que nunca había existido como tal en el pasado. Sí existe, desde hace muchos siglos, una conciencia de nación ucraniana, íntimamente entrelazada con la cultura rusa; pero no bajo este formato territorial. La Ucrania contemporánea es una república multicultural, con un porcentaje significativo aunque minoritario de la población que habla ruso. Tiene bolsones de población de origen húngaro, polaco, y otros, en su lado oeste. En la zona de Kiev se concentra el núcleo “ucraniano duro” aunque la ciudad en sí es políglota y usa el ruso también (el Presidente Volodimir Zelenski, por ejemplo, no habla bien ucraniano: su lengua materna es el ruso). Al este del Dnieper crece la población predominantemente rusa, que se estira hacia el sur. Crimea estaba y sigue estando habitada por una mayoría aplastante de rusos, y mayormente rusa es la zona sureste del Donbas, que incluye dos ciudades de importancia, Donestk y Luhansk. La bella ciudad costera de Mariupol, sobre el Mar de Azov, es también multicultural, ucraniana y rusa con un importante contingente de griegos, y es uno de los escenarios importantes estratégicamente, por estar asentado allí desde hace tiempo uno de los muchos batallones neonazis -el más icónico de todos ellos-, el Batallón Azov. 

Igual que Rusia, Ucrania sufrió desde 1990 un proceso de disolución interna, corrupción y saqueo por la alianza “oligarcas y políticos locales + oligarcas (corporaciones) y políticos occidentales” que sumió al país en un desastre económico. La depresión de los años 90 incluyó hiperinflación y una caída de la producción económica a menos de la mitad del PIB de la anterior RSS ucraniana. Los recursos naturales de Rusia y Ucrania fueron saqueados consistentemente durante los últimos 10 años del siglo XX, y la industria local desapareció en algunas ramas. El desempleo en Ucrania creció –9% al comenzar la guerra: su peor nivel desde 2000-. 

Era justamente alrededor del año 2000 que los indicadores macroeconómicos de Ucrania comenzaban a registrar un repunte -primer año en que creció el PIB-; la primera década del siglo vio una mejora de esos indicadores -y fue marcada por el escándalo electoral de 2004 al que luego nos referiremos-. Pero, pese a ello, la vida de vastos sectores de la población no registró una mejora sustancial, lo que llevó en 2010 a la elección de un político más distante de los intereses occidentales. Luego de 2014 las cosas en general han ido en caída para Ucrania, con un nuevo desastre económico y poblacional inducido por el conflicto interno permanente, un crecimiento de los radicalismos nacionalistas, etc. El resumen, el valor en dólares del ingreso final de un país anualmente dividido por su población (el llamado GNI per capita) es poco alentador para Ucrania, en comparación internacional. Solo Bolivia y Paraguay, y países centroamericanos y africanos además de India y las economías más debiles del sudeste asiático están peor. 

El nacionalismo ucraniano antirruso -que incluye hoy muy importantes bolsones de neonazis declarados– de larguísima data, pero ahora con pretextos y razones modernas, creció durante todo el siglo XXI, en un país en que se azuzó la semilla original de enfrentamiento a Rusia con dinero y propaganda pro-europea, la que circuló estimulada por la misma nueva clase de ciudadanos ucranianos de una elite nueva rica y mas europeizada desde los 90. La “revolución naranja” de 2004 fue expresión de esa zona europeizada, y fue, desde luego, también financiada y estimulada desde Occidente.

Coinciden en este núcleo “pro Europa” tanto los intereses genuinos de “occidentalizar Ucrania” de una parte de su población, como los intereses de “desestabilizar Rusia desde Ucrania” de la RAND Corporation y similares, coincidente con la visión de los estrategas neoconservadores que han dirigido casi sin interrupciones la política exterior norteamericana desde fines de los años ’90. Detrás, está la idea de que solo un mundo unipolar con control de las lógicas de Occidente (en su envase de “filantropía, democracia occidental y odio a la autocracia rusa”) es aceptable. Y para que ese mundo sea viable, es imprescindible quebrar esta nueva versión de una Rusia afirmada en sí misma. 

Ucrania siguió su camino, tuvo sus elecciones y sus cambios de gobierno. Durante los años 1994 a 2010 gobernaron presidentes y Primeros Ministros profundamente imbricados en la corrupción como la empresaria del gas Yulia Timoshenko (Primer Ministro en 2005 y 2007-2010) o el insumergible Leonid Kuchma (presidente desde 1994 a 2005). Pero en 2004 la vida política de Ucrania sufrió un sacudón. La elección que ganó Viktor Yanukovich ese año sufrió una intervención de Europa/USA (la “Revolución Naranja”, precisamente) y el Tribunal Supremo anuló, apoyado en esos disturbios y en acusaciones de fraude hechas desde Occidente en apoyo de “sus” políticos en Kiev, una elección tan legítima (o ilegítima) como todas las anteriores. E instaló luego, en una elección “vigilada por la comunidad internacional” un presidente pro-Europa, llamado Viktor Yushchenko, que era quien había perdido originalmente en las urnas.

3. La cuestión europea, la cuestión de Crimea, y la “revolución” del Maidan en 2014

Luego en 2010 ganó (de nuevo) Viktor Yanukovich, como candidato del llamado Partido de las Regiones, y estuvo cuatro años intentando encontrar un lugar para Ucrania que se acercase a Europa sin dejar atrás a la población justamente no privilegiada por la occidentalización de la élite, población frustrada con el desastre político y económico de los diez años anteriores “pro Europa”. Cuando, a fines de 2013, los negociadores europeos que estaban elaborando un tratado de libre comercio con Ucrania pensaban que estaba todo pronto para la firma, Rusia protestó. Si Ucrania firmaba ese tratado, los productos europeos invadirían Rusia sin arancel alguno, puesto que Rusia y Ucrania tenían su propio régimen de “arancel cero” desde hacía años. Para una industria rusa en vías de reconstrucción, esto era inaceptable. 

Otros factores estratégicos (como el descubrimiento de nuevos recursos naturales en Ucrania y las rutas de los gasoductos –paradójicamente, buena parte del gas que llega a Ucrania desde el oeste es también de origen ruso-, y de la nueva “Ruta de la Seda” planeada por China y que evadiría a Ucrania por considerarlo un problema potencial) se sumaban, además de la siempre presente necesidad de “desbordar y desestabilizar Rusia desde Ucrania” que venía siendo un norte proclamado abiertamente de la política exterior norteamericana durante todo el siglo veintiuno. 

Intentando frenar la alianza con Europa, los rusos ofrecieron pues condiciones ventajosas de acuerdo al Presidente Yanukovich. Éste declaró entonces que antes de firmar con Europa debía examinar detalles vitales del acuerdo preparado. Esto enfureció a los europeos. En un aparte de una postrera reunión, el 28 de noviembre de 2013, Merkel le dijo a Yanukovichesperaba más de esta reunión” y Yanukovich le responde “La situación económica en Ucrania es muy dura… y tenemos grandes dificultades con Moscú“. Y añadió: “Me gustaría que me escucharan. Llevo tres años y medio en condiciones muy desiguales con Rusia … uno a uno“.

A fines de noviembre comenzaron protestas pacíficas en la plaza Maidan. En esos días, las fuerzas de intervención (financiera y militar encubierta) de Estados Unidos aceleraron las protestas, estimuladas por ellos mismos: las ONG de George Soros fluían olas de dinero a los “luchadores por Occidente”; John McCain había viajado a entrevistarse y dar su bendición a los líderes neonazis, cuya alianza con los políticos occidentales se basó en un común odio a Rusia. Y Victoria Nuland, ideóloga neoconservadora y actual Subsecretaria de Estado, viajó a la plaza Maidan y repartió galletitas a los aborígenes, al tiempo que decidía y acomodaba a quien debería suceder a Yanukovich una vez que cayera el Presidente electo (su famoso “fuck the European Union” al embajador norteamericano en Ucrania, Geoffrey Pyatt, por teléfono). Su candidato, Arseniy Yatsenyuk, finalmente terminó como Primer Ministro un mes más tarde. Se publica la transcripción completa de esta llamada telefónica en este mismo número.

Con el auspicio norteamericano, pues, se desató la serie de manifestaciones antigobierno, exigiendo el acuerdo con Europa que Yanukovich no firmaba. El primer problema serio ocurrió el 30 de noviembre, cuando Serhiy Lyovochkin, Jefe de Gabinete de estrecha conexión con el embajador norteamericano Pyatt y con Arseniy Yatsenyuk, líder de la oposición, dio a la policía la orden de reprimir a los manifestantes, con el pretexto de que en la madrugada se debía instalar un árbol de Navidad en la plaza casi desierta. El Presidente Yanukovich se desmarcó de esta orden y comenzó a declarar que estaba siendo traicionado desde dentro. Esta crisis interna del gobierno contribuyó a generar un espiral de violencia que continuaría entre acusaciones mutuas. Grupos de neonazis del Sector Derecho y similares participaron activamente de las manfiestaciones, actuando de modo cada vez más violento. Meses más tarde, misteriosos francotiradores mataron a 13 policías e hirieron a 40 más, y mataron a civiles manifestantes también, en dos momentos separados en el tiempo, alrededor del 20 de febrero. Por la dirección de los disparos y la interceptación de las comunicaciones de la policía gubernamental, que se muestra en esos audios confusa, sin saber de quién vienen esos disparos, parece estar claro que vinieron de dos grupos determinados de francotiradores ajenos al gobierno, uno ubicado en el Conservatorio, y otro en el Hotel Ucrania. Este documental de BBC de 2014 muestra un completo informe, y enseña que al menos uno de esos grupos de francotiradores era controlado por los manifestantes. En cuanto al otro, la investigación subsiguiente -ya a cargo de los golpistas- se ha desviado y no conduce a ninguna parte. El total de muertos en esos cuatro meses es de alrededor de un centenar.

Sin embargo, los detalles de como se orquestó todo aquello van quedando en el olvido. En los medios europeos, norteamericanos y globales, el  presidente legítimo electo y que ya llevaba cuatro años gobernando, pero que no los había satisfecho en su deseo, fue acusado de masacrar civiles. En medio de esa crisis, Yanukovich viajó a un acto político en Jarkov, y mientras estaba allá su casa presidencial (como si dijéramos, la Casa Blanca) fue ocupada por neonazis armados. Yanukovich se refugió en Crimea (aun ucraniana) y esperó una semana a que se pudiese negociar lo que fuese que querían los manifestantes. Cuando se hizo evidente que su retorno a Kiev sería su muerte, se asiló en Rusia. 

Esto, en todas las lenguas del mundo, se llama “golpe de Estado”. Los medios occidentales lo presentaron, sin embargo, como una revolución democrática.

Tal revolución democrática de 2014 instaló a un nuevo oligarca corrupto de repertorio, Petro Poroshenko, quien promovió como una de sus primeras medidas limitar el uso del habla rusa en todo el territorio. Hasta los europeos pensaron que era demasiado, y la medida quedó por el momento sin efecto -aunque luego se volvería sobre ella. 

Al sur, en el puerto de Odesa -de población predominantemente pro rusa también- en otro controvertido episodio decenas de manifestantes de oposición al gobierno de Kiev fueron quemados vivos cuando se refugiaron, en una sede sindical, de una patota neonazi disfrazada de hinchada de fútbol, el 2 de mayo de 2014. Enseguida, el gobierno ucraniano destinó a Mikhail Saakashvili, ex Presidente de Georgia, como gobernador de Odesa, luego de haberle concedido la ciudadanía ucraniana el día anterior. Saakashvili aun está requerido en su país natal de Georgia, acusado de numerosos crímenes.

4. Los negocios que Ucrania propicia

Debe mencionarse que Ucrania no ha sido solo el lugar favorito para la desestabilización de Rusia, sino que también es un coto de caza para corrupción, lavado y negocios tanto de ucranianos como de ciudadanos de Occidente. Durante el siglo que corre los negocios de los políticos y oligarcas occidentales en Ucrania ya eran escandalosos antes de las complicaciones políticas y militares de 2014. El período que vendría luego de ese año sólo aumentó ese escándalo. El ciudadano norteamericano Hunter Biden, por ejemplo, obtuvo un contrato de asesor jurídico con la empresa ucraniana Burisma por $50,000 dólares al mes. Cuando el Fiscal General de Ucrania quiso investigar ese y otros asuntos corruptos en la nueva Ucrania dominada por el gobierno títere de Occidente (después de 2014), los norteamericanos y europeos exigieron que se removiese a semejante fiscal, que metía la nariz donde no debía. Lo acusaron, paradójicamente, de “no investigar la corrupción en Ucrania”. Como el Presidente Poroshenko no lo removía, el padre de Hunter, Joe Biden, actual Presidente de Estados Unidos y en ese entonces Vicepresidente de Obama, llamó a Poroshenko y le explicó que si no removía a ese Fiscal, Estados Unidos no entregaría un préstamo de 1000 millones de dólares comprometido. El 29 de marzo de 2016 el Parlamento de Ucrania, obedientemente, votó la destitución. Aquí debajo Biden se congratula de esa hazaña justiciera, y lo cuenta en detalle, ante una amigable audiencia en el Council On  Foreign Relations.


eXtramuros ha resucitado y traducido un artículo de investigación fundamental sobre este asunto, y lo publica en este número.

5. Guerra civil

A todo esto, las zonas de rusos étnicos -apoyadas por Moscú- comenzaron con su propia “revolución democrática” intentando resistirse al golpe de Estado e irse de Ucrania, iniciando un movimiento separatista. Para ellos, la “revolución del Maidan” había sacado un presidente electo que esas zonas respaldaban. Kiev le sacó entonces la correa a los neonazis literales, adoradores del nazi y criminal de guerra Stepan Bandera, que se lanzaron a exterminar la población civil rusa en el sureste. Éstos lucharon, y se estableció un conflicto de escaramuzas continuas, de baja intensidad. Kiev se involucró luego con tropas militares y aviación. La guerra de baja intensidad sostenida durante ocho años entre el ejército + neonazis contra milicias del Donbass apoyadas por Rusia dejó, entre 2014 y 2022, 14.000 muertos, la mayoría civiles entre la población rusa étnica del sureste. Los ricos habían podido huir de allí, de modo que como siempre quienes sufrieron más son los pobres que no podían irse. Esos 14.000 (algunos dicen 16.000) muertos fueron raramente informados por los medios occidentales. 

En los primeros tiempos de esta etapa bélica, aun en febrero de 2014, Crimea estaba desde hacía tiempo alquilada a Ucrania por los rusos, que tenían allí una base naval clave (la flota del Mar Negro ruso tiene en Sebastopol su base). La población era mayoritariamente rusa, como se ha dicho antes, y había tropas rusas estacionadas regularmente allí. Ante la situación del Donbas, el Parlamento de Crimea propicia a velocidad de vértigo un referéndum para discutir la cuestión de si se iba a seguir dependiendo de Kiev (lo que daba a Kiev el derecho a intervenir allí también contra los ruso-ucranianos residentes) o si se iban a independizar. Los neonazis intentaron impedir la realización del plebiscito. Los rusos usaron parte de sus tropas ya en Crimea, las que intervinieron para proteger los lugares de votación. Occidente interpretó “proteger los lugares de votación el día de la elección” como “obligar a los votantes a votar la anexión a Rusia”, y escribió un artículo de fantasía en Wikipedia en donde se omiten casi todos los detalles relevantes, y se presenta el fenómeno como una “invasión” sin participación de la población. El resultado del plebiscito fue abrumadoramente “anexarse a Rusia”, entre gruesas acusaciones de fraude divulgadas por autoridades de Kiev de cuyo detalle este reporte ofrece un buen resumen.

Rusia aceptó y reconoció formalmente el resultado el 18 de marzo de 2014. Así es como, sin luchar, Rusia recuperó Crimea -que Nikita Kruschev, un ucraniano, le había cedido a la RSS de Ucrania. Leonid Brezhnev era otro ucraniano que llegó al tope del mando en la época soviética.

6. Por qué ahora Rusia interviene

Sobre ese trasfondo lamentable de guerra civil e intervención extranjera, es que ocurre lo que para mucha gente “recién empezó” con la invasión “inexplicable” de Putin. 

Los rusos dicen tener una razón de por qué la invasión ocurrió precisamente ahora. El Ministerio de Defensa ruso dice haber obtenido inteligencia de que finalmente Kiev iba a ocupar militarmente el Donbas, y haberse adelantado -alegan haber obtenido este documento, cuyo contenido, según la misma fuente, es el siguiente:

  • Es una orden secreta del coronel general Balan, comandante de la Guardia Nacional de Ucrania, fechada el 22 de enero de 2022.
  • El documento está dirigido a los jefes de las administraciones territoriales del norte, de Kiev, del sur, de Odesa y del oeste, de la Guardia Nacional de Ucrania.
  • La orden detalla el plan de preparación de uno de los grupos de ataque para acciones ofensivas en la llamada zona de “operación de fuerzas conjuntas” en Donbass.
  • Los nacionalistas tienen instrucciones de completar todas las medidas de entrenamiento de combate antes del 28 de febrero. Para que en marzo de 2022 puedan empezar a realizar tareas de combate como parte de la “operación de fuerzas conjuntas” ucraniana en Donbass.

Por otro lado, el Ministerio de Defensa ruso está (respaldado abiertamente por China) exhibiendo documentos obtenidos luego de invadir que, de ser auténticos, serían gravísimos, sobre la existencia de laboratorios que producen armas biológicas en Ucrania a kilómetros de las fronteras con Rusia -y alegan que no podían seguirlo permitiendo; Putin ha dicho que los rusos se cansaron de esperar que Occidente cumpliese con sus promesas de “no expandirse hacia el Este”; Putin pregunta periódicamente, desde 2007, por qué, si ya no existe el Pacto de Varsovia desde 1992, existe aun la OTAN, y contra qué enemigo, exactamente, existió durante los últimos 30 años, siendo que Rusia no ha invadido a nadie en Europa sino, al contrario, ha visto como una tras otra las ex naciones de su esfera de influencia al Oeste de Moscú pasaban a la esfera euronorteamericana. También Rusia vio cómo sus aliados en Europa -Serbia es el caso más dramático- o fuera de ella (Libia, Irak, Siria…) eran bombardeados, incluyendo sus ciudades. Y vio como Biden se vanagloriaba, en sus tiempos de burócrata de segundo plano, de haber impulsado esos bombardeos de civiles -por ejemplo, el de Belgrado. A consecuencia, recuerda un informe de The Intercept: “el 24 de marzo de 1999, haciendo caso omiso de la oposición de la ONU y de un número considerable de legisladores estadounidenses, Estados Unidos inició lo que se convertiría en una campaña de bombardeos de la OTAN de 78 días contra Serbia y Montenegro, en la que se atacaron regularmente objetivos civiles, se mató a 16 trabajadores de los medios de comunicación cuando se bombardeó un canal de televisión y se utilizaron bombas de racimo prohibidas internacionalmente, incluso en un mercado abarrotado, en ataques que mataron a entre 90 y 150 civiles. Estados Unidos también bombardeó la embajada china en Belgrado, matando a tres periodistas. Mientras las bombas empezaban a caer, Biden dijo que la guerra era importante para dejar clara “nuestra capacidad de asegurar nuestros intereses en cualquier parte del mundo”. Al menos 450 civiles murieron en los ataques aéreos, aunque las estimaciones serbias sitúan la cifra mucho más alta. Para Biden, los bombardeos no fueron suficientes. “He estado diciendo que deberíamos entrar en el… en el terreno; deberíamos anunciar que va a haber bajas estadounidenses. Deberíamos ir a Belgrado y hacer una ocupación de ese país al estilo japonés-alemán”, dijo Biden en la NBC durante el bombardeo. “Es lo único que finalmente funcionará”.

Rusia -sigue alegando Putin- esperó ocho años que el gobierno de Ucrania y sus neonazis, incorporados luego oficialmente a la Guardia Nacional, dejasen de asesinar rusos en el Donbas. Rusia -alega Putin- no puede aceptar que Ucrania ingrese a la OTAN, ni mucho menos esperar que eso se presente como un hecho consumado. Porque, ha explicado, si Ucrania ingresa, y si la OTAN pone sus bases de misiles nucleares en territorio de Ucrania, estos misiles estarían a tres minutos de vuelo de Moscú o San Petersburgo, lo que equivale a “ponerle un revólver en la sien” a Rusia. Y entrando Ucrania en la OTAN se gatilla el Artículo 5, que obliga a los miembros de la Alianza a intervenir ante un conflicto de Ucrania con, por ejemplo, Rusia. Y un conflicto en esas condiciones significaría eventualmente una guerra nuclear generalizada. Rusia, dice Putin, no va a permitir que eso ocurra.

Los realistas en política internacional en, por ejemplo, Estados Unidos, han observado o comentado argumentos similares a los que emplea Putin. Académicos norteamericanos de renombre como John Mearsheimer (Universidad de Chicago), y políticos de mirada larga, como Henry Kissinger, avisaron hace años: La política de acoso a los rusos que los neocon alumnos de Leo Strauss -la gente del National Endowment for Democracy y del Council on Foreign Relations y del RAND– implementaron y fogonean en Ucrania con sus intervenciones y sus cambios de régimen es algo así como una locura, la que solo puede concluir en una derrota euronorteamericana, o en una guerra nuclear. Ucrania no es de interés estratégico alguno para Estados Unidos, pero sí que lo es para Rusia. Proseguir por ese camino es llamar a un conflicto muy peligroso. Es un hecho que las naciones tienen intereses a los que no pueden razonablemente renunciar, y si una nación con armas nucleares es acorralada sistemáticamente durante veinte años, uno debe preguntarse qué se busca exactamente. 

Para el “por qué ahora” de la intervención militar habría algunos indicios extra. Rusia no es en 2022 la que era en 2007 o en 2014. Su economía creció y se preparó para las sanciones -puesto que viene siendo sancionada desde 2014 por la anexión de Crimea. Afianzó y declaró al mundo su acuerdo estratégico con China. Su capacidad militar se multiplicó -ahora tiene misiles hipersónicos que también China ha adquirido de los rusos, pero que Estados Unidos no tiene.

7. Lo que realmente está ocurriendo en el campo

Algunos analistas occidentales insisten en que lo que ven en la intervención de Ucrania es una mezcla de material militar viejo y otro muy nuevo, pero los rusos y otros analistas insisten en que no precisan desplegar mucho más para cumplir lo que llaman una operación de “desarme y desnazificación” de Ucrania. En otras palabras, los rusos ven esto más como una operación policial internacional, y no piensan arrasar el país y hacerlo desaparecer: lo que dicen que quieren es atrapar sus fuerzas armadas y sus milicias extremistas, dejando al territorio lo más entero posible, y asegurarse de que Ucrania permanecerá en un estatus neutral y sin ninguna de las dos cosas -ni ejército ni nazis- por mucho tiempo. Esto explicaría la “lentitud” con la que algunos analistas en occidente creen que ha progresado la operación. Explica también una cantidad relativamente menor de bajas -las Naciones Unidas, aunque dicen que debería haber más, han podido comprobar hasta el momento alrededor de 1000 muertos por el conflicto, luego de un mes. Este número, desde luego, no puede ser correcto. Oficialmente, el Ministerio de Defensa ruso dijo el viernes 25 de marzo, respecto de sus propias bajas, que luego de un mes “1.351 militares [rusos] han muerto y 3.825 han resultado heridos. Al mismo tiempo reportan que “las pérdidas de las tropas ucranianas ascendieron a cerca de 30 mil personas, incluyendo más de 14 mil no retornados y cerca de 16 mil heridos con posibilidad de recuperación“.

Los rusos y observadores en Ucrania, y otros expertos militares en Occidente, insisten: el ejército ucraniano ya no existe como tal. Lo que sigue operando es una resistencia concentrada en ciudades y pueblos, fundamentalmente en tres núcleos: Kramatorsk; Mariupol; Kiev. Lo que queda del ejército ucraniano y, sobre todo, de los batallones paramilitares ultranacionalistas, está encerrado por el ejército ruso en esas tres ciudades. Los rusos hasta ahora no han tomado esas ciudades, porque en ellas hay mucha población civil, que los resistentes usan como escudos humanos. Por tanto, someten a asedio a las ciudades, y confían en que ello irá acabando con esa resistencia. Quienes esto afirman -diversos testimonios en este sitio de un ciudadano suizo de madre rusa viviendo en Miami, que está haciendo un buen trabajo de traducción de las fuentes rusas- dicen que la prueba de que los rusos no han ido por la infraestructura civil en ningún lado sería que en las grandes ciudades y en todo el país aun funcionan -al 23 de marzo- la energía eléctrica, el agua y el alcantarillado. En toda Ucrania existe una internet funcional. Las comunicaciones militares ucranianas sí se habrían interceptado desde las primeras horas de la invasión por parte de los rusos, pero a partir de allí el movimiento se dio en un frente muy ancho, asegurando lugares estratégicos, atacando los objetivos militares, y usando el asedio como forma de debilitar a los contingentes ucranianos aun en condiciones de luchar. No obstante, imágenes satelitales muestran algunos complejos habitacionales incendiados, por ejemplo en Mariupol. Los rusos también atacaron un shopping center abandonado en los suburbios de Kiev, alegando que allí se había instalado un centro de organización y distribución de armamento. Todos los días los partes oficiales rusos reportan listas de objetivos militares eliminados.

Ante la invasión, el gobierno de Ucrania repartió desde el comienzo mismo armas a la población civil, una parte de las cuales inevitablemente terminó vendida en manos de gangsters y facciones violentas, que están además ajustando cuentas entre sí, o saqueando a quien quieran. Y luego está el contencioso de los corredores humanitarios.

Tanto rusos como ucranianos acusan a la otra parte de frustrar los corredores humanitarios que se han montado repetidamente para permitir la salida de los civiles de las ciudades sitiadas por los rusos. Las acusaciones cruzadas no cesan. De un lado se argumenta que lo que le sirve a los rusos es que el conflicto termine cuanto antes, con la menor pérdida de civiles, puesto que cada vida de civiles es una pérdida no solo de esa vida, sino una pérdida en materia de relaciones públicas. A los ucranianos, en desventaja y -aparentemente- perdiendo la guerra en el nivel militar -no así en el de las relaciones públicas- les convendría que los corredores humanitarios no funcionen, pues por ellos escaparían los civiles que los protegen a ellos sirviendo de escudos humanos, y además se escapan desertores que ven la situación como desesperante si caen en manos de los rusos. Numerosos testimonios de gente escapada, por ejemplo, de Mariupol (ver el resumen del chileno Gonzalo Lira, viviendo actualmente en Jarkov) insisten enfáticamente que son los ucranianos, especialmente sus paramilitares neonazis, quienes están atacando a la población civil ucraniana para impedirle salir de las ciudades. Sin estos escudos humanos, la guerra terminaría enseguida, argumentan. La visión occidental presenta la situación exactamente al revés.

8. ¿Es posible negociar en estas condiciones?

Al mismo tiempo, se negocia. Pero la situación es inmensamente peligrosa, y perversa, porque los involucrados no pueden negociar abiertamente entre sí, lo que deja toda la escena a merced de cualquier operación de desinformación, o incluso a merced de malentendidos. En Ucrania se enfrenta una fuerza mezclada de ucranianos y mercenarios que no es capaz de negociar por sí misma con su enemigo, Rusia, porque está obviamente teledirigida por los Estados Unidos, que juega en este conflicto cuestiones de largo alcance, y cuya estrategia a esta hora no luce en buena situación. Por el momento, lo deseable para Washington es que el conflicto se perpetúe, y darse tiempo así para su batalla estratégica. 

Por tanto, cuando se sienta la gente de Zelenski a negociar con la gente de Putin, de hecho está sentada la gente de Putin frente a personas que, si al fin acuerdan algo que Estados Unidos no quiera que pase, eso hará probablemente que lo acordado no se cumpla. En un caso extremo, incluso podría ocurrir que Zelenski sea entregado a la muerte, y lo sustituyan por cualquier otro dispuesto a seguir la lucha. Hay reportes insistentes de que Zelenski hace mucho que ha abandonado Ucrania. Algún video propagandístico lo muestran en ubicaciones supuestas (un hospital, o un encuentro con líderes europeos supuestamente en Kiev) que han sido observadas como imposibles. En un caso los tomacorrientes no corresponden a los usados en Ucrania -pero sí a los usados en Polonia, o en Israel; en otro, un viaje de líderes de primer nivel a un Kiev sitiado por los rusos sería insensato. Es posible también que Washington impulse la creación de un “gobierno en el exilio” que, contando con toda la legitimidad de Occidente, estabilice el conflicto por tiempo indeterminado.

Mientras los ucranianos luchan por su territorio, Washington hace propaganda, manda armas y mercenarios, y estos últimos son asesinados con aparente facilidad por un ejército ruso que los espera atento; la semana anterior fueron 180 mercenarios muertos en un ataque de precisión a un centro de entrenamiento en Yavoriv, al oeste de Lvov; la noche del 23 fueron 100 mercenarios muertos más, en un campo de entrenamiento en Ovruch, al norte de la región de Zhytomir. Rusia ha dejado oficialmente claro que no considera a los mercenarios como beligerantes, y que si son capturados serán interrogados, y fusilados. 

Pese a esta complicada situación, Washington sigue esperando que un alargamiento indefinido del conflicto empantane a los rusos, una perspectiva por cierto muy posible en caso que los rusos quisieran establecerse como fuerza de ocupación en Ucrania.

9. Una guerra jugada a las sanciones

Como han proclamado desde el principio, los Estados Unidos no están dispuestos a intervenir militarmente. Es evidente que, como están planteadas las cosas, una intervención directa -decretar por ejemplo un espacio aéreo prohibido sobre Ucrania con vigilancia norteamericana o de OTAN- significaría un enfrentamiento militar directo con Rusia, y de ahí a una escalada nuclear hay un botón de distancia. Sin embargo, al mismo tiempo que dice que no intervendrá, Washington azuza a sus aliados europeos a involucrarse más y más en el conflicto. De todos ellos, Polonia ha sido el más receptivo, y no sólo ha respondido a la sugerencia norteamericana de enviar aviones de ayuda a los ucranianos -que al fin no concretó-, sino que el 24 de marzo ha llamado a un corte total de toda relación comercial de la UE con Rusia. Esto, sin embargo, implicaría dejar de recibir gas; los polacos aun no explicaron cómo se sobreviviría. El consejero delegado del Deutsche Bank, Christian Sewing, sin embargo, ha instado a las autoridades europeas a tomarse su tiempo a la hora de intensificar las sanciones contra Rusia por el enfrentamiento militar en Ucrania, afirmando que las medidas pueden tener un impacto negativo también en el bloque. “Debemos dejar primero que las sanciones anunciadas surtan efecto”, dijo Sewing, en una entrevista con Welt am Sonntag, añadiendo que las sanciones han causado un enorme daño a la economía rusa. “Sin embargo, estas sanciones también tienen un impacto negativo sobre nosotros, y debemos sufrirlas“, dijo el jefe de la mayor institución financiera de Alemania, añadiendo que los Estados deberían pensar “una y otra vez” antes de introducir sanciones más duras.

En todo caso Estados Unidos, como viene haciendo desde hace muchos años con diversos países que no le obedecen, se ha concentrado en una batería de sanciones económicas sin precedentes.

Pero las sanciones económicas son un arma de doble filo. Los rusos sin duda están siendo seriamente dañados en el corto plazo por las sanciones. Sin embargo, no habían respondido aun más que con medidas superficiales, como cortar temporalmente Facebook en Rusia. No han cortado sus ventas de gas a sus supuestos enemigos declarados en Europa, los que, por el momento, dependen sí o sí de la energía rusa para funcionar. Debido a las sanciones y a la negativa de los otros grandes productores de obedecer a Estados Unidos y extraer más crudo para bajar los precios, el valor del barril de petróleo o del metro cúbico de gas se disparó. Los precios de la gasolina y el diesel en la costa oeste norteamericana, donde los precios de esos productos son tradicionalmente más caros, llegaron a casi 6 dólares (5.88) el galón en promedio.

No hay perspectivas de que estos productos puedan bajar a corto plazo, lo cual beneficia a todos los productores de crudo, incluidas las compañías de los Estados Unidos, pero también de Rusia. Ello a expensas de la economía familiar, la industria, y la vida de la gente en todo el mundo.

Los rusos, además, parecen contar en Oriente con un apreciable mercado alternativo, que no los ha sancionado ni se ha apartado de ellos. China, India, Irán, Emiratos, Arabia Saudita, no han seguido las órdenes de Washington. Los demás países de Asia y África con la excepción de Corea del Sur y Japón están más que dispuestos a comerciar con Rusia. Ya lo están haciendo en monedas distintas al dólar, y en sistemas internacionales de control de transacciones distintos del SWIFT, que se consolidan y pueden crecer. Ello, de hecho, es un ejemplo de un patrón repetido: las sanciones perjudican el corto plazo, pero brindan una posibilidad nueva de independencia a un plazo mayor. Y esta independencia a un plazo mayor es, precisamente, lo que se entiende por “un mundo multipolar”. El sitio financiero norteamericano Bloomberg ha advertido hace días ya a Washington que remover a Rusia del sistema SWIFT era una mala idea.

Esta situación, inédita en esta escala a nivel histórico, ha tenido hasta ahora dos picos destacados. El primero, totalmente inesperado para los rusos, ocurrió cuando los norteamericanos anunciaron que las reservas rusas depositadas en la Fed norteamericana -300 mil millones de dólares: más o menos la mitad del total oficialmente declarado de las reservas del país euroasiático- habían sido congeladas. Es decir, los Estados Unidos se acaban de confiscar, bajo pretexto de la invasión a Ucrania, dinero que pertenecía legalmente a Rusia. Esto ha sido desmentido al cerrar esta nota por el Banco de Rusia. No podemos confirmar una u otra versión. De ser cierta la confiscación, no tiene precedentes a esta escala -ya fue confiscado el oro de Afghanistán y de Venezuela, pero son cantidades pequeñas en comparación. Ni en la Segunda Guerra Mundial los aliados se robaron los fondos de los nazis que estaban en bancos de Inglaterra o Estados Unidos. 

El otro momento culminante hasta ahora es una movida rusa: Vladimir Putin ha dado, el día 23 de marzo, la orden de que el gas que se vende por parte de Rusia a Europa sólo pueda pagarse en rublos. “El Occidente colectivo, al congelar las reservas rusas, declaró un impago a Rusia, y trazó una línea respecto de la fiabilidad de sus divisas”, declaró. La medida se explica, en principio, porque una economía que ya no puede gastar euros ni dólares, no precisa más esas monedas. Los europeos se han mostrado “confundidos”. Pero el mensaje no puede ser más simple: o me pagas en rublos, o no hay más gas para ti. La medida tomará un tiempo en implementarse. Si no pasa nada más, y dado que Europa depende de las importaciones de gas ruso -es un 40% de su consumo de energía en promedio, y en buena medida por ahora no se puede sustituir- deberá pagar en rublos. Esto, si sigue adelante, podría fortalecer la moneda rusa, que se convertiría en una especie de gasorrublo, o moneda de reserva con respaldo en un commodity fundamental como el gas natural -parecido a como el dólar se hizo petrodólar y creció, al estar respaldado en el commodity fundamental del petróleo saudí, desde inicios de los setenta. 

10. ¿Cuáles son las posibles salidas?

La pregunta fundamental es cómo, exactamente, sigue esto, si Rusia no se tira al piso y se declara muerto en un plazo de semanas por las sanciones -algo que muy difícilmente ocurra. La “lentitud de la campaña militar” que los medios de propaganda occidentales están exhibiendo como prueba de una supuesta derrota rusa, no ha sido confirmada por fuentes directas en el terreno. Al contrario, estas tienden a confirmar que Rusia ya consiguió buena parte de sus objetivos, militarmente hablando, y que los plazos tienen que ver con la negativa rusa a entrar a las ciudades reduciéndolas primero a escombros. 

En todo caso, y sea cual sea la realidad, el de la “lentitud” es solo es un argumento que pueda funcionar mientras se vaya viendo, en un plazo muy corto y en ausencia de una escalada militar occidental, si las sanciones económicas derriban al oso ruso, que es pintado en la propaganda como el viejo oso soviético. Es decir: la verdadera guerra no es tanto como se resuelve el problema en Ucrania, sino si Rusia se debilita y cae por la situación, o si se consolida un bloque alternativo al occidental. Esa resolución es la decisiva para el futuro, pues probablemente los rusos puedan seguir viviendo y creciendo, aun con una campaña más o menos lenta en Ucrania. En cambio, las opciones decisivas para Washington, si no funcionan las sanciones, son sombrías: todas ellas tienen que ver con escalar la violencia.

En resumen, el panorama estratégico para Estados Unidos se abre en dos posibilidades contrapuestas.

Si los planes de Estados Unidos se cumplen, lo que ocurriría es que Rusia sería aislada totalmente del mundo -se volverá una Corea del Norte mucho más grande-, y su crisis interna generaría un cambio de mando, la caída de Vladimir Putin y la instalación de un gobierno amigo de los EEUU. Esto significaría la apertura de los gigantescos recursos minerales, energéticos y de alimentos de Rusia a las corporaciones occidentales. Se consolidaría un Orden Mundial unipolar dirigido por las corporaciones y organismos burocráticos que responden a los “filántropos”, es decir, a los oligarcas de Occidente, como el FMI, y todo el entramado de las Naciones Unidas, incluyendo la OMS, o la UNESCO, además de organizaciones jurídicas internacionales que se han vuelto mayormente “de fachada” del poder occidental. Este escenario sería la consolidación definitiva, o por mucho tiempo, de un orden mundial unipolar, con China sin aliados importantes, y sometido finalmente a la hegemonía norteamericana.

Pero existe también otro escenario, que escasos medios occidentales reportan. Una serie de preguntas pueden ayudar a orientarse hacia él. ¿Qué ocurre si los rusos no son derrotados por las sanciones? ¿Qué ocurre si, como ha anunciado que está considerando, Arabia Saudita finalmente se decide y comienza a tomar yuans por petróleo, en lugar de dólares? ¿Qué ocurre si los europeos comienzan a pagar el gas en rublos, en lugar de otras monedas? ¿Qué ocurre si Rusia no se autodestruye por su invasión, sino que simplemente la instala como un hecho más, y sigue adelante la multipolarización del mundo, con un crecimiento de un área de comercio alternativa, inmensa ahora, fuera completamente del control de Estados Unidos? ¿Qué ocurre si Rusia y esos tres aliados -Ucrania pronto podría ser simplemente un país controlado por Rusia- deciden cobrar sus exportaciones de alimentos en, por ejemplo, rublos? ¿Podría el rublo convertirse en una moneda global de reserva? ¿Qué ocurre si el dólar es crecientemente visto como una moneda política, es decir, peligrosa para ahorrar en ella -pues si no me gusta tu cara política, o tu cara sin más, confisco tus ahorros en dólares depositados en la Fed, o en Londres? ¿Y qué ocurre si, una mañana cualquiera, China se desayuna a Taiwan?

Ese momento podría llegar pronto, y sería muy mal momento para Estados Unidos y Europa. Ambos enfrentan una inflación galopante que viene de mucho antes que la invasión rusa -la invasión sirve para que los políticos culpen a Rusia de ella-, y unos precios y unas condiciones de vida más oscuras y sacrificadas de lo esperado. Macron ya anunció racionamientos probables de alimentos para Francia al llegar el otoño que viene, lo que significa condiciones a las que la población de Occidente ya no está acostumbrada, pero muchos rusos sí. 

11. La ilusión de una China que se da vuelta

Para que este momento llegue, solo un factor alcanza: que China demuestre que su alianza con Rusia es firme, y está consolidada, y actúe en consecuencia. 

Y el problema es que China ya lo está haciendo.

El asunto chino es pues, obviamente, muy importante. Y en ese asunto, no se puede subestimar la trascendencia del acercamiento sino-ruso de los últimos veinticinco años. La desinformación que campea en Occidente hace creer que China está viendo qué hacer en el conflicto. Eso es inexacto. China, luego de resolver las disputas fronterizas que casi la llevan a una guerra nuclear con Rusia en los años setenta, viene, hace veinticinco años, construyendo y cultivando una relación estrecha con Moscú. No solo comercial: la tecnología militar rusa es más avanzada que la China, y China se beneficia de ella. El mercado chino es decisivo para Rusia, y Rusia se beneficia de ello. Las relaciones han ido creciendo al nivel cultural también. Y esto ocurrió, sobre todo, por deseo de China. La causa fundamental es que estratégicamente China no produce todo lo que precisa, y es un gran tomador de materias primas y alimentos. Y Rusia tiene, además de la frontera más larga del mundo con China, una riqueza inigualada de materias primas -minerales de toda clase y energía, especialmente- y de comida. Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Uzbekistan controlan además, entre los cuatro, un porcentaje muy apreciable de la producción mundial de trigo, cuyo destino principal es Europa.

China y Rusia han declarado por escrito tener una alianza sólida. Más aun: han declarado por escrito que se apoyan mutuamente en la cuestión de Taiwan, y la de Ucrania. Lo dijeron así:

  • La parte rusa reafirma su apoyo al principio de una sola China, confirma que Taiwán es una parte inalienable de China y se opone a cualquier forma de independencia de Taiwán
  • “Las partes consideran que ciertos Estados, alianzas y coaliciones militares y políticas tratan de obtener, directa o indirectamente, ventajas militares unilaterales en detrimento de la seguridad de otros, incluso empleando prácticas de competencia desleal, intensifican la rivalidad geopolítica, alimentan el antagonismo y la confrontación y socavan gravemente el orden de seguridad internacional y la estabilidad estratégica mundial. Las partes se oponen a una nueva ampliación de la OTAN y hacen un llamamiento a la Alianza del Atlántico Norte para que abandone sus planteamientos ideologizados de la guerra fría, respete la soberanía, la seguridad y los intereses de otros países, la diversidad de sus antecedentes civilizacionales, culturales e históricos, y ejerza una actitud justa y objetiva hacia el desarrollo pacífico de otros Estados.”

Ambos fragmentos se incluyen en la declaración conjunta emitida por Beijing y Moscú el 4 de febrero último.

Y luego de que la invasión de Ucrania ya estaba consumada, Wang Yi, Ministro del Exterior de China, declaró por ejemplo el 7 de marzo que su alianza con Moscú es “ilimitada” y “sólida como una roca“, al tiempo que aumentó sus exportaciones a Moscú. Si esta situación llega a consolidarse, crecer y hacerse inocultable para el mundo entero -y ya lo es para un observador atento-, ¿qué va a hacer Estados Unidos? ¿Sancionar a China? ¿Eliminarla del mercado y la comunidad internacional, como intenta hacer con Rusia, por el momento sin mayor éxito? ¿Obligar a una guerra nuclear de destrucción mutua que arrasaría con buena parte del hemisferio norte, por lo menos?

Biden tuvo una tensa y poco fructífera conversación con Xi Jinping el viernes pasado (18 de marzo), en donde Biden intentó atraer a los chinos para que depongan su apoyo a Rusia. El Secretario de Estado Anthony Blinken explicó a los medios, anticipando la conversación, que Biden utilizaría la llamada para “dejar claro que China asumirá la responsabilidad de cualquier acción que tome para apoyar la agresión de Rusia“, y que habría “costos” para tales acciones. Según un reporte oficial de la Casa Blanca, la charla informó a Xi Jinping de la posición de Estados Unidos respecto de Ucrania, “describió las implicaciones y consecuencias si China proporciona apoyo material a Rusia”, y reafirmó que Estados Unidos sigue apoyando un Taiwan independiente de China.

Acto seguido, y solo dos días después de hablar, los norteamericanos sancionan a oficiales del gobierno chino con el pretexto de la represión a la minoría uygur en el oeste chino. Esta actitud es, para los analistas que he logrado leer o escuchar en las últimas horas, francamente incomprensible. ¿Qué piensa Washington? ¿Que va a presionar a los chinos con sanciones económicas para que dejen su alianza estratégica con Moscú y se alíen con unos Estados Unidos que solo son realmente fuertes, hoy, militarmente? Estados Unidos es una nación mayormente desindustrializada, que ya no produce ni fabrica mucho de lo que precisa, y que -a juicio de muchos- exhibe una decadencia cultural y política notable. ¿Qué hará China si Estados Unidos intenta acorralarla? ¿Qué tal dejar de enviarle productos a USA, trabajar rápidamente para fortalecer el yuan a nivel internacional, y abandonar toda inversión en instrumentos norteamericanos? ¿Cuánto tiempo puede resistir un gobierno estadounidense, con un dólar cuyo estatus global se debilita, si China decide realmente sancionarlo a él?

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En fin, el problema, como planteábamos al principio, es que cualquier mundo multipolar precisa de un polo occidental fuerte y sano. Caso contrario, se estaría pasando a una nueva unipolaridad, ahora rusochina, lo que seguramente no sean buenas noticias para nadie. Pero ¿cómo mantener la multipolaridad si Washington está tomado por una dirigencia que está arrastrando al mundo Occidental a una posición extrema? ¿Cómo es posible que la sensibilidad e ignorancia masiva de un Occidente “neoconizado” haya caído tan abajo como para que remeras con símbolos neonazis sean tan apetecibles para la gente?

El escenario global hoy así planteado es inmensamente peligroso. La desesperación de una unipolaridad occidental decadente puede costarle al mundo una guerra nuclear, en base a la única fortaleza real que la elite estadounidense aun controla: su armamento. Siglos de civilización se irían en cenizas, en un hemisferio norte que acumuló ese legado con el trabajo conjunto de, entre otros, europeos y rusos.