ENSAYO
Por Agustina Bullrich
Primer acto: verano de 2018
Una callecita empedrada en Sintra, un pueblo a unos 25 kilómetros al oeste de Lisboa. No hay carteles publicitarios ni demasiados turistas y, cuando los pocos que se pasean por la calle salen de cuadro, es como si una viajara en el tiempo. O más bien, como si la calle transportara otro tiempo dentro suyo y lo dejara frente a nosotros, como una ola que al alcanzar la orilla deposita en ella algas y caracoles. Es una calle en pendiente y, al llegar al final de la cuesta, hay un pequeño café que es también productor de mermeladas. Camino cuesta arriba, registrando cada forma, cada color. Al llegar al café miro durante unos segundos la fachada que, aunque remodelada, conserva la personalidad del siglo XIX en que fue construida. Del lado de adentro el techo es muy bajo y está hecho de mosaicos. Empiezo a pasear la mirada por la amplia oferta de mermeladas artesanales desplegadas en los estantes y, justo cuando estiro la mano hacia una de higo, una música aparece en escena y me arranca de este pueblo y de este tiempo. Reconozco enseguida la voz que sale de la radio.
Segundo acto: verano de 2020
What’s up, New York? When you’re riding a train or bus, wear a mask. Show your fellow riders respect. And, it’s the law. Do the right thing. It’s up to us, New York.
El subte neoyorquino tiene una nueva banda sonora. Hace doce años que vivo en esta ciudad y, hasta hace poco, los audios que se repiten constantemente en andenes y vagones apuntaban a mantenerte alerta contra posibles atentados terroristas. El famoso if you see something, say something. Y que cuides tus pertenencias. Ahora esos audios ya no aparecen, como si las distopías se cancelaran entre ellas, solo una a la vez, muchas gracias. Pero si ya no se considera necesario ese otro audio para mantenernos alerta sobre los potenciales terroristas que habitan entre nosotros, ¿lo fue acaso alguna vez? ¿Y es necesario ahora este otro?
En diciembre de 2015, el filósofo Giorgio Agamben escribía un breve ensayo para el periódico francés Le Monde en el que desarrollaba el modo en que la figura del “Estado de Emergencia” se inscribía en un proceso de conversión de las democracias occidentales en “Estados de seguridad”. El texto de Agamben —“Del Estado de Derecho al Estado de Seguridad” – escrito a un mes de los atentados de París, se enfocaba en el concepto de la “guerra contra el terrorismo” que circulaba por aquel entonces en Francia importado de los Estados Unidos que, como es sabido, inauguró dicho concepto y dicha guerra tras los atentados del 9/11. El argumento central de Agamben apuntaba al modo en que dicha “guerra contra el terrorismo” habilitaba a su paso una avanzada contra las libertades individuales. Escribía el filósofo:
“Mantenimiento de un estado de miedo generalizado, despolitización de los ciudadanos, renuncia a toda certeza del derecho: éstas son tres características del Estado de seguridad, que son suficientes para inquietar a las mentes. Pues esto significa, por un lado, que el Estado de seguridad en el que estamos deslizándonos hace lo contrario de lo que promete, puesto que —si seguridad quiere decir ausencia de cuidado (sine cura) – mantiene, en cambio, el miedo y el terror. El Estado de seguridad es, por otro lado, un Estado policíaco, ya que el eclipse del poder judicial generaliza el margen discrecional de la policía, la cual, en un estado de emergencia devenido normal, actúa cada vez más como soberano.”
El “otro” era antes un potencial terrorista, el “otro” es ahora el potencial portador de un virus mortal. Sale de escena un enemigo y entra otro –aunque sea por un instante, hasta que podamos lidiar con los dos– cambia el personaje pero la estructura de la narración se mantiene: es necesario tener miedo, es necesario desconfiar. El otro es siempre un peligro, debemos mantener la alerta y estar preparados para denunciar a cualquiera que nos resulte sospechoso. El virus SARS-CoV-2 (o más bien su utilización) como la versión remasterizada y mejorada del estado securitario que comienza a establecer sus bases después del 9/11.
Tercer acto: verano de 2021
En el libro de ensayos Los monocultivos de la mente, la física y activista ecofeminista Vandana Shiva establece una correlación entre el proceso de uniformización de los cultivos de la tierra con la consecuente pérdida de biodiversidad en los ecosistemas, y la uniformización de las culturas con la consecuente pérdida de diversidad cultural y de pensamiento. Este proceso, que se acelera con la versión globalizada del capitalismo en las últimas décadas del siglo XX, va de la mano, dice Shiva, de la imposición de un modo de ver el mundo, el de la ciencia occidental moderna del hombre blanco, al resto del planeta. Ese modelo científico, inextricablemente ligado al modelo
capitalista, se nos presenta así como el único modelo válido. Los sistemas de conocimiento locales que no cuajan dentro de aquel sistema dominante son etiquetados de “primitivos”, “no científicos” y automáticamente desechados por quienes detentan el poder de establecer qué merece el título de ciencia y qué no. Lo que nos recuerda Shiva es que solemos ver el sistema de conocimiento occidental como universal cuando, en realidad, se trata de un sistema local —con base en una cultura, género y clase particular – que se ha impuesto sobre los otros sistemas a los que considera inferiores: “Viniendo de una cultura colonizadora, los sistemas de conocimiento modernos son ellos mismos colonizadores”.
El texto de Shiva es de 1993 pero no cuesta demasiado percibir cómo, en los años que siguen a la publicación de este libro, los procesos a los que se refiere la autora fueron profundizándose hasta alcanzar en la actualidad su máxima expresión. Durante la crisis sanitaria provocada por el SARS-CoV-2, la narrativa mainstream se construyó sobre una voluntad clara de ignorar las variadas formas de fortalecer el sistema inmunológico para que el virus no entre a nuestro organismo o para que, en caso de entrar, pase de largo sin dañarnos como pasan tantos de los otros 380 billones de virus que habitan nuestros cuerpos y que forman parte del así llamado viroma humano. Otro de los pilares de esta narrativa consistió en ignorar la existencia de tratamientos tempranos poco costosos. Así, las vacunas se presentaron como la única solución-salvación posible. Este es un punto central que desarrolla Shiva en su libro: el modo en que el modelo científico occidental dominante siembra un monocultivo de la mente al hacer desaparecer el espacio para las alternativas locales, y promueve así el síndrome “TINA” (there is no alternative/no hay alternativa). Lo que se presenta, dentro de este modelo, como “la única solución posible” suele coincidir con “la única solución patentable” o “la solución que ofrece considerables ganancias”.
La imposición de la uniformidad a escala global pareciera ser el sueño totalitario hecho realidad. Escribía Hannah Arendt en 1951: “El totalitarismo, cuando ha alcanzado el poder, impone la uniformidad total entre los hombres y reduce la singularidad a la mínima expresión, al hecho de pertenecer a la especie humana” (Los orígenes del totalitarismo). El camino acelerado hacia la uniformización es también claramente observable en el lenguaje. En el mundo orwelliano en el que vivimos el lenguaje se reduce cada vez más, acompañando así la reducción, o imposibilidad ya, del pensamiento. Hay solo dos formas de ver el mundo. Pro o anti. La función de esa “o” es crucial. Cualquiera que, basándose en la evidencia disponible, cuestione la seguridad y/o eficacia de la vacuna contra el COVID-19, o bien cualquiera que sin cuestionar nada decida que ese no es el camino de salud que elige tomar, se convierte como por acto de magia en el personaje caricaturesco del anti-vacunas. Pensar o elegir otra cosa es ser anti, y no solo anti aquello que no se elige, anti todo. Así, tan pobre y grotesco es el newspeak en el que nos movemos por estos días. Un lenguaje dicotómico, sin matices, sin precisión. Un lenguaje reducido al máximo, al servicio del poder.
¿Cómo, entonces, dar batalla retórica? ¿Cómo plantear una toma de posición en un escenario mediático y público que no deja un milímetro de espacio para el disenso? Sobre este punto reflexionaba Gilles Deleuze en una entrevista del año 1988 para Magazine littéraire. Decía en ese entonces el filósofo que “hoy no alcanza con tomar posición. Haría falta un mínimo de control sobre los medios de expresión. Sino, nos encontramos rápidamente en la televisión en tren de responder a preguntas idiotas.” Pero la posibilidad de participar en la producción de las emisiones le resultaba también problemática ya que “nosotros no somos los clientes de la televisión, los verdaderos clientes son los anunciantes, los famosos liberales”. Se trataba más bien, seguía Deleuze, de descubrir nuevos modos de comunicación:
“Creo que a la filosofía no le falta ni público ni propagación, pero es como un estado clandestino del pensamiento, un estado nómade. La única comunicación que podríamos desear, como perfectamente adaptada al mundo moderno, es el modelo de Adorno, la botella en el mar, o el modelo nietzscheano, la flecha lanzada por un pensador y recogida por otro.”
En los días de la Narrativa Única, internet y las redes sociales funcionan como un campo abierto que ofrece, para quien esté con ganas de recibirlas y pasarlas, multitud de flechas y botellas.
Epílogo
La voz de Maluma sale de la radio. Estoy aquí pero podría estar allí, allá, en cualquier parte. El sueño es liso, monocromático, infernalmente uniforme.