PORTADA

Por Rafael Bayce

En realidad, los protagonistas del programa televisivo al que nos referiremos, y lo que pasó allí, no nos importan tanto en sí mismos sino como síntomas de algunas tendencias negativas que despuntan, como infecciones pandémicas, en el periodismo mundial y nacional; y que despiertan la necesidad de evitar que hechos como ése abunden; porque le hacen mucho mal al periodismo, al nivel general de conocimiento de la gente, y a la convivencia social; los conducen a un estado de cambalache discepoliano, aun evitable.

En uno de los últimos programas domingueros de Canal 10, ‘Polémica en el Bar’, una de las periodistas del elenco fijo, Patricia Madrid, casi no intervino en las 2 horas de debate, durante las cuales casi ni miró a sus co-parroquianos guaranga y desatentamente concentrada en su celular, como si fuera un aburrido millenial más en una plaza. No obstante su contribución casi pasiva al programa, se permitió, cerca de la hora y media, encarar abrupta y agresivamente al invitado del día, el ingeniero agrónomo y diputado César Vega, del Partido Ecologista Radical Intransigente. Hasta ese momento había habido respetuosos comentarios de los otros periodistas parroquianos y un buen cruce de opiniones entre Vega y otro ingeniero agrónomo con formación e información sobre los temas del día, Lussich. Los atrevidos, maleducados e infundados conceptos de Madrid, vertidos desde su ignorancia sobre el tema y desde su ignorancia sobre cómo un neófito periodista anfitrión debe tratar a un diputado y profesional invitado para conversar sobre temas de su especialidad, constituyen un flagrante documento ilustrativo del empoderamiento que personas sin especialización ninguna pueden adquirir por el mero hecho de disfrutar impunemente de micrófonos, cámaras y tiempo preferencial en el mundo actual. Puede usted verlo, si no lo vio, directamente, en YouTube. Lo ocurrido en ese programa tiende a pasar por todo el mundo, sumándose los programas en que un mero periodista sin especialización ni preparación general para tenerla, destrata, interrumpe e increpa a especialistas destacados, presidentes, ministros, para poder cumplir con sus objetivos en la nota, y para poder mostrar poder y hacer sus mandados político-ideológicos (contratado, cooptado, convencido). Puede también usted chequear el programa Hard Talk de la BBC como otro caso de esa agresiva desubicación y usurpación de papeles que entre nosotros ejemplariza Patricia Madrid, aunque no es la única, desgraciadamente. Nos proponemos ampliar esta crítica a una fuerte tendencia del periodismo actual, que no debe ser más tolerada por sus damnificados y humillados.

QUÉ DIJO MADRID, POR QUÉ ES GRAVE Y NO DEBE OCURRIR

De nuevo, luego de ignorar a sus co-parroquianos durante 1h.25m. de las 2 horas del programa, concentrada en su celular, de una y sin anestesia encara a Vega y le dice, aclarando que es ‘con todo respeto’ (¿¡!?), que su actuación había sido una vergüenza; que era un irresponsable; que había atentado contra la salud pública con sus dichos; que su carácter de legislador, de parlamentario electo, era un error de la democracia; que con su desinformación anticientífica le había faltado el respeto al Parlamento, a la Academia y a la Udelar. Qué dulzura, ¿no? Le faltó agregar atentado contra la pachamama. Y sin argumentar nada en defensa de tan ofensivos improperios al aire. Un abogado sabría decirnos si esas palabras no configuran calumnia, injuria o difamación penales, y qué papel juega la Ley de Prensa para ello; yo, personalmente, ya llevé a Juzgado Civil a una Directora Nacional de Cultura del MEC por mucho menos, por ejemplo, hace unos 30 años. En el barrio quizás le hubieran espetado algo así como ‘Qué decís, m’hija! Quién sos? A quién le ganaste? Cerrá el o…!’

Primer problema grave. Un mero periodista de panel, sin la menor formación en los temas para los cuales hay un profesional y parlamentario especializado invitado, no debería, y menos diciendo que lo hace con todo respeto (lo que no es cierto), gritarle al profesional diputado invitado que fue una vergüenza, un irresponsable, un atentado a la salud pública, una desinformación anticientífica irrespetuosa del Parlamento, de la Academia y de la Udelar; y que su investidura como de parlamentario es un error de la democracia. Parece capaz de insultar y matar, pero con todo respeto, faltaba más.

Creo que es bastante obvio que no tiene la menor formación como para decir ninguna de esas cosas, pero, por las dudas, desarrollemos la crítica. Antes que nada, es simplemente una descortesía, malaeducación y falta de respeto a una persona invitada, y más aún a esa, sin siquiera prestarle atención cuando habló (ni casi a ningún otro, como se puede ver en el video) casi insultarlo sin decir por qué y sin tener la menor formación y mucho menos información que él, más allá de sus diferencias en méritos y jerarquías; porque Vega no es parte del panel ni se ofreció: fue invitado por su investidura política y por su versación en el tema, sobre el que sostiene fundadamente opiniones diferentes a las sostenidas y papagayescamente repetidas por neófitos como Madrid. No es recomendable ser invitado a nada en que la anfitriona sea Patricia Madrid; ¿recibirá así a sus invitados privados? Convengamos que ella es una participante paga para hacerlo y que sus invitados no, y que ellos les llenan de contenido sustantivo los programas. En realidad, los invitados a los programas periodísticos, salvo los políticos que precisan cartel, resultan ser explotados por sus anfitriones, que ganan sus remuneraciones anclados en los contenidos que los invitados aportan, éstos sí, los que saben del tema, gratis. Bueno, bien, admitamos que la presencia televisiva trae algunos cholulos beneficios para los invitados; ahora, si esa explotación viene acompañada por un destrato agraviante público sin base real en conocimientos sino solo en afirmaciones infundadas agresivamente vomitadas, entonces habría que pensarlo dos veces antes de aceptar invitaciones con anfitriones tan peligrosos. Como veremos más abajo, hay que pactar con antecedencia con la producción periodística las reglas del juego durante el programa para poder compensar los sesgos adversos que el formato, protagonistas y mecánica del programa plantean a quien sabe más que el panel, y puede divergir cultamente de las opiniones dominantes y neófitas.

Segundo problema grave. En general, los programas periodísticos tienen un formato, integración y mecánica por los cuales quienes más saben y opinan diversamente del tema central están en desventaja respecto de quienes saben menos y simplemente repiten lo oficial, aquello ya mediática y cotidianamente impuesto. 

Uno. Porque aunque se lo deje hablar al invitado, eso no es más que un falso pluralismo y permisividad tolerante, porque siempre la opinión contraria a la suya tendrá más tiempo ya que los panelistas no especializados son varios y suman mucho más tiempo que el invitado especializado solo, siendo generalmente adversos a las opiniones calificadas, como todo buen neófito. 

Dos. Porque lleva mucho más tiempo explicar y fundamentar algo distinto a lo oficial e impuesto, muy fácil de reiterar y ya sin necesidad de fundamentar. Ya participar de un programa en que hay varios neófitos que probablemente opinan más o menos lo mismo y adverso a lo que el especialista invitado solo dirá, es desaconsejable; porque se está, de hecho, en desventaja entre los participantes y respecto de la audiencia. Si hay varios no especialistas, el tema es conocido y los participantes tienen sus tiempos, será tarea hercúlea poder defender la nueva alternativa contra varios de hecho sumados, y con variables grados de agresividad para con el disidente invitado con esos escasos tiempos disponibles. El formato y mecánica de programas como esa polémica de bar condenan al invitado, si es disidente, a no tener tiempo de fundamentar su punto de vista; es un error ir, resulta contraproducente. Es casi imposible, con el poco tiempo disponible, contrarrestar el peso de la opinión ya creada y de la reiteración por casi todos los demás (aunque no fueran energúmenos como Madrid) de lo ya conocido e internalizado, que la audiencia probablemente conoce y de lo que le cuesta dudar, sobre todo si hay co-ignorantes que la hacen sentir sabia. En principio, es un contraproducente error asistir. Ir a uno de esos tinglados, siendo disidente de lo hegemónico es una especie de preparación para ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento, u objeto de una cámara de torturas de la Inquisición.

Tres. Además, la mínima continuidad que permitiría un diálogo con alguna chance para el invitado de articular su punto de vista (para bien de la formación de la teleaudiencia), se ve cortado por publicidad en cortes, o enunciados dentro del programa mismo por los panelistas, y también por intervenciones humorísticas que interrumpen y cortan el hilo dialéctico iniciado; nuevo modo por el cual el formato es adverso al que expone algo más nuevo y más difícil de defender; todo tiende a facilitar la reproducción de la opinión hegemónica, y a dificultar la expresión accesible y suficiente de la opinión alternativa. 

Recordemos que el original argentino del programa era un debate humorístico en que no se pretendía decidir sobre ningún tema. Eso es adoptado pero adaptado en el Uruguay a ser una instancia más de imposición de puntos de vista político-ideológicos y de propaganda comercial, que no era así en el original argentino así modificado para mal. 

Los periodistas, paulatinamente, se van transformando más que nada en operadores comerciales y político-ideológicos, con la coartada de hacer periodismo informativo objetivo, neutral y plural permisivo, lo que no resulta para nada de la selección de los participantes ni del formato y mecánica del programa; una nueva razón por la cual no se debe ir a esos espacios como parte de una estrategia de defensa de un punto de vista nuevo, alternativo y opuesto al hegemónico.

Salvo, quizás, pactando con mucha antecedencia con la producción periodística del programa cómo superar en el decurso del programa, esos obstáculos y dificultades para mantener una posición alternativa a la oficial y/o popularmente internalizada, que será probablemente defendida por la mayoría de los panelistas contratados anfitriones. El punto de vista oficial hegemónico domina en parte por su simpleza, fácil de entender y reproducir por cualquiera, aunque no sepa ni esté formado para el tema. En cambio una informada y culta divergencia de esa simpleza dominante impuesta necesita mucho más tiempo y condiciones para expresarse, para no queda como ejecutado por un pelotón de fusilamiento, en el caso de Vega, ni siquiera por un pelotón, sino más bien por un descontrolado francotirador.

EL INCONTINENTE VÓMITO DE ACUSACIONES A VEGA

En primer lugar, y fuera del incontinente e irrespetuoso vómito de acusaciones casi insultantes sin explicación, tengamos en cuenta que no oyó a Vega, ni a ningún otro parroquiano, ‘millenialmente’ absorta en su celular; está claro que ya tenía preparado el exabrupto, dijera lo que dijera Vega. Pero veamos una a una las principales acusaciones por orden de aparición en el discurso de Madrid.

‘Que la performance de Vega fue una vergüenza’. A nadie más debe haberlo parecido eso, ni ella lo explicó, pero hagamos el esfuerzo de entenderlo a partir de los improperios siguientes, que siguieron:

‘Que es un irresponsable’. Tampoco explica por qué, aunque podríamos inferirlo del siguiente agresivo calificativo: atacante de la salud pública.

‘Que es un atacante de la salud pública’. Vega, como tantos otros que hemos enfrentado el discurso y narrativa hegemónicos de la pandemia, ha creído y sigue creyendo que está defendiendo la salud pública criticando todo el proceso de establecimiento de la pandemia, la selección de los medios para enfrentarla, y, más recientemente, la eficacia y seguridad de las vacunas. Considera, fundada y contrariamente a lo que repite Madrid, que la salud pública ha sido mal defendida, por irresponsables económica y políticamente voraces y rapaces. De modo que no sería ninguna vergüenza perseguir, responsablemente, una mejor salud pública que la resultante de todo el manejo oficial de la pandemia. 

Pero nada de esto se lo dejaron decir a Vega (quizás adrede), con interrupciones constantes, cortes publicitarios, anuncios recitados por algunos parroquianos, y dos muy buenas intervenciones humorísticas de Carballo, pero que no contribuyeron para nada a la continuidad del debate cuando éste empezaba a adquirir un mínimo de continuidad y racionalidad. No hay esperanza de llegar a nada con ese formato. Los parroquianos anfitriones, como Madrid, a diferencia de Vega, saben bien que no se puede debatir nada seriamente; que lo único que se puede hacer es vomitar algo rápido y hacer olas que repercutan en el más ordinario rating de base bélica: eso hizo Madrid, frecuente parroquiana del programa.

‘Que Vega habría contribuido, con su desinformación anticientífica, a desprestigiar al Parlamento, a la Academia y a la Udelar’. Afirmación inverificable si las hay. Y paranoicamente grandilocuente. Quién es para abrogarse la defensa del Parlamento, la Academia y la Udelar, absolutamente fuera de su alcance cognitivo. Nadie más lo ha dicho, ni se le dejó a Vega ofrecer su información científica; a priori y sin oírlo, se lo insulta de desinformante y anticientífico; por supuesto, Vega tenía, y no pudo exponer, mucha información que podría hacer temblar la cientificidad y el carácter realmente informativo y científico de todo lo que la prensa repite sin entender y sin poder entender lo que se cuestiona de lo impuesto. Lo que podía presentar Vega era contrahegemónico y fue descalificado a priori por medio de cultura de cancelación, típicamente dogmática y autoritaria. Concedamos que Vega, en dos oportunidades, ante adecuadas preguntas de Lussich, desperdició el tiempo y la oportunidad de proporcionar argumentos y datos en apoyo de su contra-opinión; pero eso no altera la gravedad de lo dicho por Madrid, que, además, descerrajó sus disparos antes de que Vega hubiera tenido oportunidad de decir nada: una cancelación a priori, grave, de un especialista invitado.

Pero quizás lo más creativo de las acusaciones de Madrid fue la que calificó a la elección de Vega, diputado gracias a la votación nacional lograda, como un ‘error de la democracia’, afirmación hiper-irrespetuosa de los miles de votos cosechados por Vega amén de con Vega mismo. Parecería que para Madrid solo hay democracia cuando los electos opinan lo que ella cree; y que las de los otros son errores; realmente, no parece entender nada de la importancia de las minorías y de los disensos para diferenciar a las democracias de los tota o autoritarismos, que parecen más próximos que la democracia a la personalidad e ideología política de Madrid.

Exabruptos como los de Madrid pegan dos veces porque pegan primero, porque una persona formada y que sabe de lo que habla, acostumbrada en su vida profesional y parlamentaria a interactuar en términos civilizados y racionales, queda atónito y sin respuesta inmediata cuando oye los improperios irracionales, irrespetuosos y neófitos que le fueron dirigidos; tampoco tiene generalmente la experiencia comunicacional como para enfrentar esas instancias neo-salvajes cargadas de ideología política mandatada o financiada, y protegida por una estructura de producción que le permite, tolera y deja impunes esos exabruptos. Profesionales y políticos deberían hacer un frente común y oponerse a participar en esas condiciones, pactar condiciones respetables, negarse a continuar si son ofendidos por gente de esa calaña, y denunciar en el momento si se sufren esos ataques; eventualmente contemplando medidas judiciales como víctimas; porque las teleaudiencias deben poder calibrar lo absurdo de lo que están presenciando, y la absoluta carencia de propiedad de quien ofende para hacerlo en ese tema del que sabe muy poco y menos que el ofendido. No necesariamente con el lenguaje de barrio aludido más arriba en este texto, pero sí con la dureza que la situación exige, alertando a la televidencia del atropello que están presenciando, más allá de la diversión que cualquier manifestación pública radical provoque.

Pero vayamos a lo más grave de las implicancias de lo dicho por Madrid, que van mucho más allá del incidente referido, y que se extiende pandémicamente a un cambalache global.

LOS 4 ATENTADOS MÁS GRAVES DE LA PRENSA, EJEMPLO DE MADRID

Uno. Traiciona la especificidad del sano e importante rol que un periodismo objetivo, neutral, respetuoso, puede cumplir en la sociedad. Los periodistas no tienen, en general, formación general como para tenerla especial en profundidad. Pero podrían tener una tarea de inmensa y creciente importancia en la sociedad contemporánea. La de mediar entre los hechos nuevos ocurrentes y la avidez y necesidad de la gente por conocerlos; también la misma mediación entre nuevas ideas y descubrimientos, y la curiosidad e interés de la gente. En un mundo en que las novedades abundan y el interés por ellas también, es muy importante que haya profesionales de esas mediaciones, que dediquen a esa diversidad de temas el tiempo que algunos le dedican a cada uno de ellos, pero que no pueden abarcar en su totalidad. Para ello los periodistas deben sacrificar la profundidad de su conocimiento en una variedad de temas, pero sí deben tener la información mínima sobre todos ellos como para poder mediar con eficacia entre los nuevos hechos, las nuevas ideas y los nuevos personajes, y la gente; esa mediación entre la novedad creciente que se ofrece y la demanda por ella debería ser la importantísima función social del periodismo en el mundo de hoy. Una mediación en sustancia desinteresada y neutral. Pero como son sedientos de estatus, poder e ingresos, no toleran ser segundos en conocimiento y sabiduría respecto de los que saben en profundidad de cada tema; no aceptan las funciones y roles específicos que los harían importantes y positivamente útiles. Pero, en la medida en que el desarrollo del periodismo mostró que su mediación con la gente era comunicacionalmente muy eficaz, esa mediación fue cooptada para publicitar y propagandear bienes y servicios: los mediadores sustantivos devienen publicitarios y propagandistas comerciales. Inmediatamente, los políticos perciben la misma utilidad que los comerciantes, y cooptan, contratan o someten editorialmente a los periodistas, que ahora devienen operadores político-ideológicos. Ya, al día de hoy, son operadores comerciales y político-ideológicos, mucho más que mediadores desinteresados y neutrales, como lo marcaba la utopía y la idealidad periodísticas iniciales, ya hundidas en la niebla del pasado, como puede verse en la totalidad de la programación periodística disponible. Madrid es un claro ejemplo de periodista que ya no es más un mediador entre hechos/ideas nuevos y la demanda de la gente; es un vehículo comercial y político-ideológico, que persigue lucro personal de esos modos, pero fingiendo ser la mediadora que no es ya. Pero no solo sucede con Madrid, un mero caso demostrativo o sugerente de una tendencia bien mayor; el periodismo es cada vez más un vehículo de operadores comerciales y político-ideológicos; un ejemplo siniestro es lo que la prensa hizo (no gratis, claro) como operador comercial del lobby de la pandemia y de las vacunas; otro ejemplo siniestro es el papel de operadores político-ideológicos que los principales medios de comunicación occidentales asumieron para convertir el conflicto Ucrania-Rusia en un maniqueo melodrama de ángeles (Ucrania-Zelenski) y demonios (Rusia-Putin) infantil, infantilizado e infantilizante (tengo pocas dudas sobre lo que dirá Madrid sobre esto, sabiendo lo que sabe y dice sobre la pandemia).

Dos. Usurpa el papel de formador de opinión que los especialistas deberían tener para mejor satisfacción de las audiencias ávidas por más y mejor conocimiento sobre el mundo. 

Para cumplir su papel de operador político deben abandonar su papel y funciones de mediador desinteresado y neutral; pero sin decirlo, porque la eficacia de sus mensajes radica bastante en que la gente aun crea que atiende a un periodista a la antigua, mediador entre ofertas y demandas, que ahora se transforma en la oferta misma. Para operar político-ideológicamente deben hacerle creer a las audiencias, televidencias en el caso, que ‘saben’ del tema sobre el que ya no median sino influyen. Su experiencia comunicacional, y los formatos y características de los programas, contribuyen a ese papel de operadores, auxiliados en esto por las producciones periodísticas y las líneas editoriales, que les marcan la cancha y los protegen en su carácter de usurpadores del papel de los especialistas en las programaciones. A partir del momento en que se los periodistas se convierten de mediadores en operadores parciales, los especialistas en los temas entran en dos categorías básicas: a) los alineables en la opción político-ideológica a nutrir, al que se le preguntan cosas fáciles, se ‘les levantan centros a medida para cabecear’, se les alcahuetea y aplaude; b) los adversarios, a los que se los aprieta con preguntas difíciles, se les hacen observaciones críticas, que se suman; se los interrumpe con cortes publicitarios y todo obstáculo que impida que presente sus datos y desarrolle sus argumentos, como le pasó a Vega y a cualquiera que llene ese espacio comunicacional. 

Si original e idealmente el periodista era un mediador, vehículo para la comprensión por la gente de lo sostenido por los especialistas, en la medida en que éstos pueden no nutrir el punto de vista elegido por el programa, y aparentando apertura y pluralismo, se convoca a especialistas de tiendas contrarias, pero no para que digan lo que quieren sino para ser criticados, obstaculizados y hasta ridiculizados por los periodistas. Le pasó a Vega: había un elenco básicamente neutral, algún objetador liviano, un especialista opuesto (pero muy articulado y respetuoso, Lussich) y una energúmena que insultaría y descalificaría a Vega, protagonista central de la farsa polémica. Como vimos, el formato, parroquianos y desarrollo del programa obstruiría al especialista adversario, toro toreado hasta que el encargado le clava las banderillas y lo descalifica y humilla frente a la televidencia: limpia operación político-ideológica disfrazada de pluralismo que le da aparentemente gallarda chance al adversario de decir lo suyo. Bullshit. 

Tres. Perjudica así el nivel informativo y formativo de la gente, intentando que su ignorancia, o su muy limitado conocimiento sobre la realidad, pase ante las audiencias como non plus ultra de la sabiduría sobre algo. Aprovechando su lugar y tradición en el programa, el torero rematador del toro prepara su insulto, sin necesidad de oír a su víctima, porque no precisa dar ningún dato ni argumento, ya que será un aluvional vómito de improperios, que sorprende a la víctima, normalmente acostumbrado a discursos racionales con hechos y argumentos, especialmente en instancias públicas. En esos programas para operadores político-ideológicos disfrazados de periodistas, hay impune licencia de matar, inescrupulosa, que no respeta especialistas, jerarquías legítimas ni invitados, ausente toda ética ciudadana y periodística.

Lo más perjudicado con ese nuevo periodismo cooptado es el nivel de comprensión pública de los temas, que en parte se divierte con exabruptos como los de Madrid o con peleas en general; pero hay una audiencia calificada que rechaza lo que pasó, que no se ventiló mucho porque la operación político-ideológica incluía pintar a la intervención de Madrid como aprobada, con likes en las redes sociales. La confrontación entre especialistas es sustituida, para la formación de la gente, por periodistas cuya publicidad político-ideológica los lleva a intentar la sustitución de los especialistas por periodistas que, claro, tienen muy poca información sobre los temas, aunque mucho más que las audiencias comunes, pero mucho menos que los especialistas. De modo que no les resulta difícil a los periodistas engañar a las audiencias fingiéndose conocedores capaces de enfrentar especialistas, y hasta de tener más razones que ellos. Obturando a los especialistas, impidiéndoles así manifestar su superioridad, los periodistas mantienen y cultivan su lucrativo papel de operadores político-ideológicos, que explotan su nueva actividad con formatos, brevedad de intervenciones, cortes permanentes, que no permiten que los especialistas muestren cuánto más que los periodistas saben. La brevedad periodística es una protección de la ignorancia relativa; en unos pocos twits o minutos los que saben mucho están en desventaja respecto de los que saben menos, porque éstos no necesitan ni espacio ni tiempo para repetir sus simplezas fáciles de entender y repetir. Dar poco tiempo, interrumpir, criticar, hostilizar, convierten a una aparentemente pluralista invitación en una ejecución mediática a cargo de algún anfitrión, convergente con una publicidad político-ideológica. Con esa magia de sustitución de especialistas por periodistas, gato por liebre, el nivel de información de la discusión pública desciende, sin que el mismo público llegue siquiera a darse cuenta de la rebaja en la información que sufren, ya que no llegan siquiera a calibrar la distancia que hay entre lo que imponen los periodistas como operadores comerciales y político-ideológicos, y lo que podrían comunicar los especialistas si se les diera lugar para hacer conocer sus conocimientos. Quiero exceptuar a los periodistas especializados y al periodismo de investigación que no es una pre-extorsión o pre-soborno, que los hay y muy valiosos, más próximos a la academia.

Cuatro. Una última gravedad del exabrupto consiste en que cree, ignorantemente, que con esos deslenguados e incontinentes epítetos está defendiendo una posición cientificista que los supuestos especialistas adversarios mancillarían con sus posicionamientos. Nada más ignorante que creer que eso que supuestamente defiende es ´ciencia’, y defendible por medio de esos instrumentos comunicacionales; y que lo sostenido por sus adversarios político-ideológicos no lo es.

La ciencia se diferencia de otros conocimientos y normativas porque secundariza el dogmatismo y la inmovilidad de los conocimientos sustantivos adquiridos en cada espaciotiempo histórico. Si lo más creído y sostenido fuera intocable y sacramente protegido de cuestionamientos, la ciencia actual no diferiría de las pretéritas. Seguiríamos arrojando vírgenes a los cráteres para enfriar la ira de los espíritus en la profundidad de los volcanes, porque eso ‘fue’ ciencia en una época. Nada más anticientífico que negar la discusión, por gente calificada, de conclusiones provisorias aunque válidas hoy. La dogmatización, eternización e inquisición desatadas contra quienes duden o intenten superar esas convicciones provisionales no es propia de la ciencia sino de la religión o de convicciones ideológicas para-religiosas como las políticas y filosófico-políticas que han ido sustituyendo parcialmente a las religiones. La neófita, -como todo lo suyo-, idea de ciencia que manifestó Madrid en la otra breve intervención que rescató su cara del celular, es de un grave primitivismo filosófico respecto de lo que es ‘ciencia’, aun peor que su dogmatismo furibundo respecto de la pandemia. Tienen en común una irrespetuosidad, una desubicación, un narcisismo agrandado, una ignorancia respecto a sus atacados, y un autoritarismo fanático temibles, que deberían merecer una llamada de atención al menos de la producción periodística, salvo que esa desmesura fuera una carta importante en la batalla ideológica. Sin formación científica alguna, llama de anticientíficos a científicos profesionales que están largamente a su frente en esos campos; ella es profundamente anticientífica. De nuevo, no hay que permitírselo, hay que denunciarla al aire, ante cámaras; que la televidencia no quede con la inconducente y equivocada impresión de que ‘gana’ los debates simplemente golpeando la mesa; hay que pararle el carro de varios modos.

Lo que mantiene una tenue esperanza es que ella ha demostrado que puede hacer otras cosas, como periodista de investigación. De modo que no solo es necesario pararle ese carro, pactar con anticipación las reglas del juego para intervenir en esos tinglados, y tener prontas las medidas legales y judiciales que pudieran caber por lo que de difamación, injurias y calumnias pudiera haber en los exabruptos. También hay que sugerirle que puede hacer otras cosas más valiosas y valorables; cosas que ya ha hecho y que le han ganado lugares que ahora está desperdiciando y mancillando.

El incidente televisivo referido no es más que un ejemplo local de una tendencia muy peligrosa en el periodismo mundial, una pandemia comunicacional que convierte a las instancias periodísticas de formación de la opinión pública en un cambalache donde no se distinguen los que saben más de los que saben menos, con el resultado de un fraude al conocimiento público. Y que sustituyen a mediadores entre hechos/ideas y público por un conjunto de operadores comerciales y político-ideológicos de obscena parcialidad, como lo ilustra el programa analizado.

Porque así el periodismo infecta pandémicamente la opinión pública, en el Uruguay y en el mundo; y la vidriera pública se vuelve un cambalache discepoliano: “revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseaos….todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor….qué falta de respeto, qué atropello a la razón…igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida”. Amén.