ENSAYO

Por Fernando Andacht

Hace un tiempo publiqué aquí un texto sobre el papel fundamental que jugó en la pandemia, desde su mediático lanzamiento de marzo-abril 2020, la imaginada intimidad del público con los portadores de esas caras sonrientes y familiares que nos hablaban sin cesar y más que nunca desde los medios, en particular por televisión. La “relación para-social” (Horton y Wohl, 1956) es un simulacro de cercanía que producen los signos audiovisuales, para hacernos sentir que ese ser tan remoto que nos mira detrás de la pantalla es casi un amigo, y por eso encontramos natural pensar en ellos como Alejandra, el Piñe, Patricia, Julio o Sergio, para mencionar algunos de los personajes estables del programa que usaré como ilustración. Podría fácilmente usar cualquier otro programa, y encontraría el mismo efecto semiótico que estos dos investigadores describieron en los inicios de la televisión comercial norteamericana, pero que sigue siendo válido 50 años después, en cualquier comarca donde estén encendidas esas pantallas vociferantes:

“Cuanto más el personaje (performer) parece  ajustar su actuación a la supuesta reacción de la audiencia, más la audiencia tiende a realizar la respuesta anticipada. Este simulacro de ida y vuelta conversacional puede ser llamado interacción para-social.” (Horton y Wohl, 1956, p. 215)

En reconocimiento al enorme esfuerzo propagandístico-sanitario que estos simpáticos y parlanchines personajes han desplegado en los últimos años pandémicos propongo describir su rol mediático a favor de todo lo decretado por la poderosa cadena de mando OMS-MSP-COC (= Ciencia Oficial Covidiana) como el de un supositorio. Ese eficaz vehículo clínico se utiliza para introducir en el cuerpo elementos terapéuticos; en este caso en vez de ser liposolubles, nuestros entrañables y siempre sonrientes supositorios televisuales son íconosolubles, su efecto se basa en que se disuelven en imágenes palabrizadas, y llegan así veloces a la conciencia. Un supositorio alegre y desenvuelto, esa podría ser la caracterización del modus operandi de quienes antes de marzo de 2020 eran sólo presentadores con ínfulas de periodistas. Por lo familiar, por el gesto pícaro o adusto, por la soltura verbal y gestual ante cámaras y micrófonos cotidianos, cada uno de estos personajes/supositorios se comporta como una versión mejorada de ese habitualmente detestado e incómodo vehículo medicinal. Pero ellos se deslizan con más facilidad, de modo aún más lubricado, y no dejan la sensación intranquilizadora de haberse introducido un artefacto invasor en el cuerpo. En lugar de bajar la fiebre, tras su entrada, levantan la temperatura afectiva, y facilitan la creencia en lo que emite ese medio.

Entre los efectos habituales que produce la introducción del supositorio pandémico y mediático en el cuerpo figuran los siguientes: el temor crónico, la obediencia a todo lo que llegue de la cadena de mando glocal antes citada, y el más importante de todos, la supresión del deseo de preguntar nada que ensombrezca la todopoderosa luz médica que llega desde el máximo centro de poder internacional. Del mismo modo en que llamamos a nuestros supositorios por su nombre propio, muchos actuales gobernantes eligen usar ese signo de identidad, para conseguir la misma inauténtica y engañosa cercanía, cuyas consecuencias nefastas para el bienestar de la república Mazzucchelli describió en esta revista. 

Vale la pena detenernos en un reciente episodio televisual, para observar la infatigable tarea didáctico-sanitaria de nuestros serviciales supositorios atareados en el vivaz lanzamiento de otra campaña publicitaria de la cadena de mando que llega desde afuera del país. Se trata del ya habitual y estruendoso auspicio de quien nos trajo recientemente ese indiscutible éxito mundial del Sars-Cov-2.  En un estudio de la televisión local – seguramente replicado en muchos otros a lo largo y ancho del mundo – vamos a apreciar el comportamiento típico del supositorio sanitario-mediático. Lo que escribí en marzo de 2021 creo que continua siendo válido hoy:

“Nuestra realidad quedó encuadrada de modo inédito en la historia de los medios uruguayos por una relación para-social de altísima temperatura afectiva, que produjo cantidades iguales de miedo difuso al mundo exterior, a los otros, y también una considerable confianza en esos seres bidimensionales que saturaron con sus diagnósticos y pronósticos el tiempo televisual.”

Lanzamiento del planeta de los simios virales en un telecafé

En su edición del 7 de agosto de 2022, la simulación escenográfica de Polémica en el Bar (Canal 10) recibió a dos personajes del mundo sanitario y a uno del universo de las identidades al borde de un ataque de nervios. Las representantes del sanitarismo son dos mujeres, una ya forma parte de la micro-farándula local, y por eso la producción se permitió bromear en el cartel con que la presentó: “Volvió la diva de los tapabocas”.

Se trata de “Alejandra”; la Dra. Alejandra Rey es la médica estable de ese canal. Para llegar a ser un buen supositorio, es clave ser inmediatamente reconocible, y el indicio confiable de haberlo logrado es ser llamada por su nombre de pila, tal como lo harán sus contertulios ese día. La otra visitante es una psicóloga de cuya intervención no me ocuparé aquí. Y el vocero de las voces vulnerables es un activista del colectivo antes llamado gay, hoy descrito con una sigla impronunciable y creciente. Muy bien ganado tiene este nuevo integrante su carácter de supositorio mediático en razón del pasado televisivo de Fernando Frontán, en programas similares a éste. La mitad del programa es protagonizada por “la diva de los tapabocas” y por el resto del elenco, con una actuación destacada del activista LGTBQ.

Interesa destacar que tras el mensaje de afecto teñido de cautela del presentador obviamente “el Piñe” así nombrado es un personaje muy reconocible– Alejandra procura calmarlo al decirle que vino a dar “tranquilidad”, aunque su intervención, como eficaz supositorio mediático, produce justamente el sentimiento opuesto. O al menos es lo que ella busca denodadamente, según veremos. Así intenta introducir la calma-que-alarma en el cuerpo Alejandra:

“Digo tranquilidad, pero es transmitir la información clara, no es que no estemos atentos! ¡Es normal después de la pandemia que vivimos, que escuchamos (viruela del mono) y todas la alarmas se nos prenden! ¡Aquello lo veíamos como muy lejano, es de China! ¡Y llegó, y esto también! ¡Lo que quiero transmitir es que no es lo mismo que Covid, es algo totalmente diferente! ¡Es un virus en el cual (sic) no es tan contagioso! El Covid sabemos que por un contacto aunque sea de minutos uno se puede contagiar, acá lo que se necesita es de un contacto estrecho, y cuando hablamos de un contacto estrecho es de dos, tres horas, que tiene que haber un contacto entre dos personas.”

Su primera intervención sirve para una futura entrada en Wikipedia del término que propongo aquí, a saber, supositorio mediático. Alejandra tiene una forma alarmista de sembrar la calma en la audiencia del show de charla que tantas veces ella ha frecuentado en el pasado pandémico. Sus signos son una mezcla de obviedad – sería difícil imaginar un contacto sin dos personas o más – y de ansiedad latente y disparada. Antes se penalizó y prohibió el abrazo y el beso, ahora le tocó el turno al “contacto”, que, a medida que avance la acción de éste y de otros supositorios presentes en el telecafé, veremos que abarca mucho más de lo que parece. Se vuelve a condenar a la humanidad al miedo constante, al aislamiento crónico, y a la desconfianza en el prójimo. 

Tras aportar algunos datos memorizados sobre el número total de enfermos del virus simiesco en todo el mundo, y de los que han muerto del nuevo mal así publicitado, la médica celebra lo que se está aprendiendo – ella vuelve explícito lo que es su real función y también la de sus colegas en la tele: la introducción didáctica del temor irrestricto. Llega entonces, en perfecta sincronía la intervención del supositorio nativo del lugar. La periodista Patricia anuncia con orgullo que ya llegan vacunas gracias a la providencial actuación del MSP. Armada con este dato tan importante, ella le pregunta a Alejandra si esa vacuna “¿es para minimizar los contagios o es preventiva?”. Desde este momento, y durante una hora, se dará por sentado de modo unánime que el final feliz de la nueva invasión viral será la vacuna correspondiente. Hay una elegante continuidad entre el guión pandémico covidiano y el nuevo enemigo decretado por los mismos auspiciadores.

Nos vamos acercando al momento en que la acción clínica y aceitada de los supositorios llega a su apogeo. Alejandra, la galena más televisual, cita con orgullo y acento incierto la prestigiosa publicación científica The New England Journal of Medicine,para comunicar que la de los simios “es una enfermedad que se está manifestando entre los hombres” No le alcanza lo que dijo y decide repetir: “La gran mayoría son hombres que se autodefinen como homosexuales u hombres que tienen relaciones sexuales con hombres.” Era el pie – como se le llama en el teatro al signo que marca la entrada a escena de otro personaje – para que llegase al intercambio el militante de la minoría sexual. 

Ni corto ni perezoso, el programa había  incluido un antídoto para amortiguar el previsible impacto de esa clase de información. Por tal motivo, la producción trajo a su conversada reunión a un activista gay, a Fernando Frontán.  El visitante hace un poco de historia y señala la curiosa coincidencia de fechas,  la del primer caso HIV sida, el 29 de julio de 1983, y el de la viruela del mono, el 29 de julio de 2022. A partir de ese paralelismo casual, se lanza Fernando en su apasionada cruzada identitaria con el vigor de un supositorio aprobado por la comunidad científico-mediática:

 “¡La primer paradoja que veo y no podemos pasar (por alto) todo lo que pasamos de identificar un grupo poblacional! ¡De hecho, esto es parte del estigma! ¡Nos podríamos ahorrar bastante, si consideramos cómo el estigma se fue alimentando!” 

Mientras que la simpática galena Ale – me permito abreviar aún más su nombre, para representar la naturalidad con la que este supositorio se desempeña en ese medio – expresa alegría y optimismo en su siembra del temor viral – el militante da rienda suelta a su indignación y a su furia creciente por lo que él considera un nuevo y humillante ataque contra los homosexuales. Con gestos airados, con frustración y rabia dirigidas al

discurso de Ale, él propone que no se identifique al grupo gay como portador del mal, sino “a las conductas de riesgo”. Interesante que ese deslinde o aclaración no ocurrió nunca en ese ámbito, cuando se organizó la feroz persecución mediática en contra de una mujer empresaria, cuyo aspecto no era nada mesocrático. Durante ese muy extenso vía crucis, este cafetín televisual no pensó en convocar a algún sociólogo o a un psicólogo para explicar e intentar desarmar esa embestida contra un ser humano que sufrió injusto ostracismo completo, burla y escarnio, durante más de un año. Supongo que se trata del trato diferencial del wokismo local, de esa ideología de nuestro tiempo, que es analizada con acierto por uno de los colaboradores de esta revista. Uno podría concluir que todos los marginales son iguales, pero que algunos son más iguales que otros, con perdón de don G. Orwell, un escritor de vigencia cada día mayor, en tiempo pandémicos y pos-pandémicos. 

El intercambio que sigue evoca levemente una re-edición de aquel entretenimiento atlético-divertido de mis inicios en el consumo de la tele, hablo de Titanes en el Ring. Ya que debate verdadero allí no hay – nadie menciona y menos aún pone en cuestión la información alternativa sobre los aciertos y fracasos de la OMS, sobre los efectos adversos de la vacunación Covid-19, sobre el exceso de muertes, etc. – al menos vemos un espectáculo de lucha verbal y gestual de estos Titanes en el Bar. Comienza el contra-ataque de Alejandra, quien curiosamente, para borrar toda impresión de homofobia tras la intervención del antagonista a su discurso sanitario, exclama: “¡No! ¡Lo están diciendo las publicaciones!” Eso es curioso, digo, porque la doctora apenas citó una revista, pero ahora resulta que son muchas, sin que haya mencionado ninguna otra. Ni corto ni menos ágil en su rol de supositorio televisual, el militante le espeta a Alejandra: “¿Vos no pensás que el estigma no atraviesa la medicina?” Y llega en buena hora el supositorio más potente de ese estudio televisivo, el que adhiere con más devoción a esa cadena de mando internacional. Patricia afirma con gallarda seguridad que ese ha sido el dictamen de la OMS. ¿Qué más se puede decir, cuando de tan elevada esfera nos ha llegado ese dictamen inapelable? Vuelve al ring Alejandra, para asignarse a si misma la samaritana misión de cuidar a este grupo minoritario, y no demonizarlo. Ella sólo está ahí para demonizar todos los contactos estrechos o no tanto.  

Por un instante, el hoy poderoso grupo de poder representado por las siglas impronunciables – LGTBQ, en constante aumento – parece estar a punto de pasar de la condición de protegido por los poderes del mundo a perdedor, en esa pugna por el buen auspicio social y cultural. Y es en ese instante, que vuelve a entrar en acción el supositorio de efecto más potente, en el bar de pacotilla. Patricia defiende con ánimo y energía “la advertencia internacional”. Su palabra revela inequívocamente que ella está ahí para eso. Hasta nuevo aviso de la gerencia mundial sanitaria, ni Patricia ni ninguno de sus colegas dirá jamás algo que se aparte en absoluto de los dictámenes globales. La regla de la unanimidad servil mediática debe ser respetada cueste lo que cueste, y duela a quien duela. Empezamos a ver y a comprender que, en este universo de los medios, lo global mata grupo marginal, aún si hasta ahora había sido fuertemente apoyado. Parece que asistiéramos a un pequeño golpe de Estado o de timón político. Sin embargo, lo fundamental es entender y atender de dónde proviene la autoridad última, quien formula el veredicto final: viene desde el afuera distante, y los de adentro lo tienen que aceptar sin protestar. 

Tras ese clima de enfrentamiento, llega el esperado juicio/veredicto de Patricia, quien menciona con admiración indisimulada todas las fuentes de la Ciencia Oficial Covidiana, y remata su solemne enumeración con el nombre propio y luego el apellido del supositorio médico de ese programa: 

“La gran mayoría de las comunicaciones científicas van en el mismo sentido en que va Alejandra. O sea la Organización Mundial de la Salud, el Ministerio de Salud Pública aquí en Uruguay, la Cátedra de Infectología, a nivel de la Facultad de Medicina, el ministro Salinas, y la Dra. Rey.” 

De nuevo, como escribe J. L. Borges en un cuento tan breve como magistral (“La Trama”), el discurso que ahora cité hay que verlo, oírlo y no apenas leerlo. Mientras va introduciendo cada objeto de veneración nombrado, la gestualidad de Patricia es precisamente la de quien introduce algo en un envase, en este caso el cuerpo humano que recibe complaciente la descarga semiótica y afectiva de este supositorio. Ella siente luego la necesidad de agregar algunas palabras que dejan aún más en evidencia el modo en que actúa un supositorio mediático en nuestra era de política pandémica: “¡Es medio complicado pedir perdón cuando la advertencia es la que es!”

Patricia acaba de mencionar lo que se encuentra en el corazón de las tinieblas: si se nos advierte sobre un nuevo peligro sanitario desde las alturas, sólo cabe bajar la cabeza y obedecer. Viene a la mente un episodio célebre de esta clase de sometimiento absoluto. En un texto del Antiguo Testamento, se nos cuenta el que Jehová le ordena a Abraham que mate a Isaac, su amado primogénito. Aquel se limita a responderle: “Hinne-ni”, aquí estoy, lo que significa algo similar a ‘me entrego a lo que Ud. mande mi Señor’. Y ya sabemos cómo sigue ese relato de un casi-filicidio. En pocas instancias, queda tan clara la misión de un supositorio pandémico-mediático como en este programa de auspicio de la viruela del mono: para la Nueva Cruzada Salvadora de la OMS es vital contar con muchos colaboradores que sean incondicionales y que estén rodeados del aura de la seductora relación para-social, como es el caso de casi todos los allí presentes. 

Quiero terminar esta visita al bar simulado, con la intervención de un supositoriolight, un participante que también juega o actúa como un prudente o sabio de la tele, como  ese “agente que llaman el phronimos (que) es uno que estudia bastante cada pregunta sobre su propio bien, y él es alguien a quien le confiarían tales preguntas”, según lo describe Aristóteles en la Ética a Nicómaco (VI 7, 1141a26-28). Viene un nuevo embate del militante invitado en defensa de la minoría sexual, quien les recuerda a los allí reunidos cómo en un pasado no tan remoto, “dentro de la ignorancia y de la solapada estigmatización, que está también en la ciencia, se llegó a admitir lo de la ‘peste rosa’. ¡Yo esto ya lo viví, el mundo lo vivió y el estigma lo seguimos padeciendo!” Esa es la señal, para que el deportivo tertuliano Julio, porque de él se trata, se decida a intervenir. Él le dice con aire de perplejidad al activista que si hubiera un virus que  sólo afectase a mujeres embarazadas, este grupo lejos de sentirse discriminado, estaría muy contento de saberlo, porque podría tomar medidas al respecto. Con esa sola intervención, Julio merece el reconocimiento pleno de actuar cabalmente como un supositorio en ese medio. Imagino en muchos hogares de televidentes, al otro lado de la pantalla una multitud de cabezas gesticulando con energía en completo acuerdo con el supositorio que acaba de ingresar en su organismo. 

Con esa intervención de aparente y ausente sentido común, hemos retrocedido casi tres décadas. Nos encontramos de nuevo en ese mismo Canal 10, donde el 29 de junio de 1993, el phronimos profesional de su informativo central, Ángel María Luna, le dedicó un editorial a la cobertura mínima de la primer marcha de orgullo gay, del día anterior en ese canal. Uno de los argumentos centrales que este ceñudo señor de saco, corbata y gestos muy severos y cortantes utilizó para oponerse a la iniciativa de esa demostración ciudadana, pues dijo que había otras cosas de las cuales enorgullecerse, fue el siguiente planteo: “Nos parece absurdo que alguien pretenda discriminar o se sienta discriminado por esas razones.” (Andacht, 1996, p. 46). Dejemos por un instante, aunque no sea fácil, el siempre agitado mar de la sexualidad. Tomemos, por ejemplo, el caso de los neo-estigmatizados por ser disidentes del tratamiento de la pandemia actual. No concibo algo más incomprensible por su falta de racionalidad básica que afirmar con total seriedad, como lo hizo ese editorialista, que es algo absurdo que se sientan discriminados quienes son acusados y denunciados sin cesar desde los medios de comunicación por los supositorios de guardia como  seres ‘negacionistas, terra/virus-planistas, y antivacunas”. 

Por supuesto que es absurdo discriminar a quien de esa manera ejerce su libertad crítica, para reflexionar y pensar algo diferente al credo covidiano, político y mediático, a la Ortodoxia Covid. Pero, sólo un supositorio ligero como Julio podría equiparar al grupo de mujeres encinta con los homosexuales representados en los medios de comunicación como difusores de una nueva amenaza biológica mundial. No es posible ni siquiera plausible equiparar el absurdo o lo arbitrario de una actitud – la del que discrimina – con la otra, la del efectivamente discriminado. Interesa mencionar que aquel personaje del informativo Subrayado, su ideólogo profesional, anunció su intervención, ese lejano día del invierno de1993 con las siguientes palabras: “Creemos que se impone un instante de reflexión sensata” (Andacht, 1996, p. 26). A través de los años, en el mismo canal de televisión don Ángel María y don Julio de 2022 se funden en un abrazo fraterno e irracional. 

Culmina aquí mi breve recorrido por el triste ecosistema de los supositorios mediáticos, de estos agentes desinformativos siempre entusiastas en recibir y acoger de brazos abiertos y ya descubiertos, imagino, la próxima invasión sanitaria y su correspondiente y casi milagrosa salvación vacunal. No importa cuántas personas de su audiencia crean total o parcialmente su discurso, lo relevante es que, en su condición de supositorios a la orden, ellos no dejan de difundir miedo e irracionalidad, de disminuir la razonabilidad y la capacidad cuestionadora de la población en todo momento. El peculiar diseño del supositorio mediático lo hace menos agresivo o incómodo que el supositorio tradicional: el rostro familiar al que se adosa el nombre de pila hacen que su ingreso reiterado al cuerpo del público destinatario resulte menos incómodo. De modo casi insensible penetra todo el tiempo esta batería de supositorios, que procede a anular gradualmente la resistencia del receptor a cualquier información político-sanitaria por absurda o discriminatoria que sea. También producen una notable insensibilidad radical en la audiencia con respecto a todo lo que ellos no informan jamás sobre los puntos oscuros e incluso siniestros de las políticas sanitarias aplicadas desde 2020. 


Referencias

Andacht, F. (1996). Paisaje de pasiones: pequeño tratado sobre las pasiones en Mesocracia. Montevideo: Fin de Siglo. 

Horton, D. y Wohl, R.R  (1956). Mass Communication and Para-Social Interaction: Observations on Intimacy at a Distance. Psychiatry 19 (3), 215- 229.