POLÍTICA

Siempre me ha resultado de la mayor importancia, la capacidad de los diferentes partidos políticos para reclutar a sus cuadros. A sus cuadros en todas las dimensiones que se requieren para pasar de una organización política a un equipo de gobernantes.

Leonardo Martin

En este mes de setiembre el gobierno de la coalición multicolor empieza a transitar su séptimo mes a cargo de los destinos del país. Han pasado seis meses que parecieron seis siglos a la luz de la emergencia sanitaria provocada por el COVID-19 que se instaló en Uruguay tan solo unos días después de que Luis Lacalle Pou se hubiera colocado la banda presidencial.

Sobre las consecuencias y los alcances de esta pandemia, encontrarán los lectores de extramuros en esta edición una rica serie de enfoques que serán, sin duda, elementos indispensables para el debate en los próximos días. Así que dejo en sus manos ese análisis.

Setiembre será además el mes del presupuesto nacional, por tanto, uno de los momentos más importantes de cualquier gobierno. Aquel en donde se le presenta al Poder Legislativo y por tanto a la ciudadanía su plan integral para los próximos cinco años. El presupuesto es la traducción de las promesas de campaña llevadas a acciones, proyectos y normas que, junto con la asignación del gasto para llevarlas adelante, establece las prioridades del período y se propone cristalizar los cambios y continuidades que lo diferencien de sus antecesores.

En estos seis meses que pasaron y a pesar de las circunstancias especiales que mencionamos, el nuevo gobierno fue tomando sus posiciones, explorando los diferentes lugares del Estado, averiguando la situación de las diferentes reparticiones, elaborando los nuevos planes de acuerdo a sus proyectos y mandatos articulados con la realidad que se encuentran y con las restricciones que depara la situación económico financiera del país. Asimismo es un tiempo para armar equipos. Los equipos de jerarcas, colaboradores, técnicos y demás ciudadanos que ocuparán las diferentes responsabilidades del Estado y que intentarán concretar los sueños con los cuales las organizaciones partidarias a que pertenecen lograron convencer a la mayoría. Es el paso de la política a la gestión, del discurso a la realidad, del proyecto a la acción.

Y es en particular sobre este asunto que quería dejar algunas reflexiones en esta ocasión. Siempre me ha resultado de la mayor importancia, la capacidad de los diferentes partidos políticos para reclutar a sus cuadros. A sus cuadros en todas las dimensiones que se requieren para pasar de una organización política a un equipo de gobernantes.

En ese sentido, me ha causado cierta sorpresa ver la forma en que se ha ido conformando este gobierno, y por cierto seis meses después de asumir, sigue habiendo cargos importantes que aún están vacantes y en donde jerarcas del anterior gobierno aún ostentan esas posiciones, provocando una distorsión en la decisión ciudadana (un ejemplo de esto es lo que informara días atrás el Semanario Búsqueda  sobre la situación del Director del IMPO, Gonzalo Reboledo, que aún sigue en el puesto aunque haya sido designado en la Comisión Administradora del Río de la Plata como representante de la oposición en ese organismo).

Algunos ejemplos más para establecer mi punto de vista. La OPP finalmente quedó a cargo de los mismos técnicos y equipo (muchos de los cuales conozco y admiro, así como se de su capacidad y vocación de servicio al país) que enfrentaron la crisis de 2002 y luego diseñaron su salida. El economista Isaac Alfie aceptó el desafío, a su pesar, según trascendió en su momento y fue una ubicación que no contó dentro de la participación del Partido Colorado dentro de la nueva coalición. Es cierto que Alfie es un hombre de confianza de la titular del Ministerio de Economía y de probada trayectoria, pero no puedo dejar de notar que se tuvo que recurrir a los mismos protagonistas de dos décadas atrás.

En ANTEL, el Presidente Lacalle Pou, luego de un nombramiento fallido y de recorrer, seguramente, todas las opciones que se le pusieron sobre la mesa, recurrió nuevamente al ingeniero Gabriel Gurméndez, quien luego de 20 años vuelve a dirigir una de las mayores empresas públicas del país y nuevamente escapa a la cuota partidaria más allá de ser un hombre del Partido Colorado.

Estos son solo dos de los ejemplos más salientes de la tesis sobre la que pretendo reflexionar, pero hemos visto otros casos a lo largo de estos meses y seguimos, como ya mencioné, con lugares vacantes en un gobierno que ya lleva un tiempo prudencial.

Mi punto entonces, es que veo con preocupación la capacidad de los partidos para reclutar cuadros a sus tiendas. El gobierno inaugurado el pasado 1 de marzo lo hace integrado por 5 organizaciones partidarias y luego de 15 años de estar fuera del poder. Parece, por lo menos, preocupante que, más allá de los lugares más importantes y significativos que protagonizan los hombres y mujeres que rodearon íntimamente a los diferentes candidatos y líderes de esas organizaciones políticas, sea relativamente difícil encontrar un equipo lo suficientemente idóneo y renovado generacionalmente para conducir la gestión del Estado.

Los hay, y algunos comienzan a destacarse rápidamente, sobretodo a la luz de la crisis del Coronavirus, que ha sometido a una prueba de fuego a nuevos gobernantes en un desafío sin precedentes (empezando por el propio Presidente de la República), pero en una orquesta importan todos sus integrantes y lo ideal que casi ninguno desafine, por lo que es importante que todos conozcan la partitura.

Entiendo que llevar adelante un gobierno no es tarea fácil. Son seguramente más de 500 titulares directos de oficinas y reparticiones en diferentes funciones a nivel nacional y a nivel de la representación internacional del país. A eso hay que sumarle los equipos que acompañan a esos titulares, lo que lleva a que, probablemente, componer un gobierno nacional involucre a bastante más de 1.000 personas que tienen que sentir el compromiso de servicio público, tener algunos atributos que le permitan llevar adelante la tarea asignada y contar con la confianza de la organización partidaria a la que pertenecen.

Veo aquí un desafío muy importante de nuestro sistema político, tan caracterizado históricamente por su robustez, su prestigio y su capacidad para reclutar a las élites sociales para su concurso, sea en el ejercicio de la oposición o del gobierno.

En particular, las últimas dos décadas, es decir lo que va del siglo XXI, es donde planteo estas dificultades crecientes de los partidos para contar con los “mejores” o incluso con los suficientes para encarar la tarea de llevar adelante un proyecto político sólido, moderno, renovado y que asegure la continuidad y la fortaleza de las organizaciones políticas primero, para que estas puedan llevar adelante la gestión de los diferentes intereses públicos.

Hay por lo menos dos dimensiones que les quiero dejar planteadas a los lectores de extramuros para reflexionar sobre este asunto.

La primera es cuantitativa. La cantidad de nacimientos en Uruguay ha venido disminuyendo dramáticamente en los últimos 25 años llegando en 2019 a un mínimo histórico de alrededor de 37.500, más de un 30% menos que hace 20 años.

Además, la mitad de esos niños nacen en contextos socio económicos más o menos críticos que en conjunto con la incapacidad creciente en el tiempo del sistema educativo de darles oportunidades de formación adecuados, no logran salir de las circunstancias en que nacen, reproduciendo un espiral de pobreza y exclusión social. La consecuencia: el país del continente con menor egreso de enseñanza media y el segundo menor índice de egreso universitario (luego de Honduras).

A eso hay que agregar que desde el censo de 1963 en adelante se da en nuestro país un proceso de emigración muy importante que deriva en un saldo migratorio negativo permanente cuyo último empujón significativo fue, naturalmente, la crisis del 2002, pero que luego de esta y a pesar del período de bonanza que le siguió, esta emigración ha continuado incesante todos estos años.

Puede intuirse además, solo por recopilar las diferentes historias familiares, que la emigración en tiempos de bienestar económico responde a motivaciones particulares y que quienes se van son los más formados para buscar oportunidades de crecimiento y realización.

Haciendo números entonces, es fácil concluir que existe una dificultad cuantitativa de reclutamiento que termina repercutiendo en la cantidad de cuadros a los que los partidos políticos pueden acceden por ser un “mercado” cada vez más reducido.

La segunda es cualitativa. A lo largo de las dos últimas décadas la confianza en la democracia como conjunto de valores comunes para la organización política, económica y social, así como la valoración de los partidos políticos como agentes de esos valores ha venido disminuyendo sistemáticamente. Según Latinobarómetro, la preferencia de los uruguayos por la democracia y la confianza en los partidos ha pasado en este tiempo de más del 80% entre 1985 y los 2000 para estar debajo del 60% según los últimos datos. Sigue siendo la más alta del continente, pero eso no es o no debería ser consuelo si miramos los deficientes sistemas políticos de la región.

Esta perdida de prestigio de las organizaciones partidarias afirmo que influye decididamente en la capacidad de reclutar de dichas instituciones y ese es un desafío mayor, no solo de los partidos, sino de la sociedad.

Los partidos políticos son organizaciones que convocan a obtener poder para desempeñar responsabilidades públicas y así defender determinado conjunto de ideas y valores que deben transmitir la convicción de que tendrán como resultado el bien común. Si esos pilares se debilitan, el atractivo para pertenecer a esos conjuntos sociales pierde peso y se preferirá entonces, otro tipo de lugares en las organizaciones sociales o la prioridad de hacer una carrera profesional privada que tenga influencia desde otro lugar.

Históricamente la democracia uruguaya ha tenido como centro de gravedad a los partidos políticos, siendo estos los más estables y permanentes del mundo. También el Frente Amplio, que nace en 1971 pero dadas las circunstancias políticas del país se consolida a la salida de la dictadura como alternativa de gobierno para ejercerlo en los últimos 3 lustros, privilegió a la organización y su estabilidad para seguir articulando de forma relativamente madura, con las reglas de la vieja “partidocracia” uruguaya.

Vemos con cierta angustia la paulatina pérdida de esa centralidad a partir de, entre otras cosas, esta dificultad que he pretendido señalar en la capacidad de reclutamiento que sufren los partidos en la actualidad. Los partidos políticos uruguayos han venido perdiendo fuerza y capacidad para reclutar en las fuentes en que históricamente lo hicieron. Asimismo, la sociedad uruguaya padece un deterioro de sus élites en términos cuantitativos que agrava el proceso anterior. Pero me referiré a esto en otra entrega, de forma de no abusar de la atención de los lectores.

Digo si, que esto da marco, además, para que ingresen al sistema político nuevos actores (como ha ocurrido con Cabildo Abierto en estas últimas elecciones nacionales) que, de la noche a la mañana pasó de ser un movimiento político sin una institucionalidad clara y sin un proceso de incorporación y formación de dirigentes políticos y cuadros técnicos, a tener que desempeñar responsabilidades de gobierno que sus integrantes no son capaces de atender. Su volumen electoral no va de la mano con la cantidad y calidad de sus cuadros políticos de primer nivel.

Esto no es nuevo y viene ocurriendo de manera mucho más acelerada en otras democracias cuya clase política sufre un deterioro evidente y hasta por momentos desintegrador. Pero en la “penillanura suavemente ondulada” todo es menos estruendoso, por lo que nos obliga a redoblar la atención ante estos procesos que, de profundizarse, serán verdaderamente peligrosos.