ENSAYO

Si una palabra puede definir a los discursos y a las políticas públicas nacionales e internacionales respecto al coronavirus, esa palabra es “inconsistencia”.

Por Hoenir Sarthou
Abril 13, 2020

Inconsistencia de los datos supuestamente científicos. Las vías de infeccion y la capacidad de contagio, la tasa de mortalidad,el número real de muertes, las previsiones de expansión de la enfermedad y las medidas de prevención han sido imprecisas y cambiantes, y fueron difundidas e impuestas en el mundo sin conocer datos esenciales, como qué origen tiene realmente el virus, ni cómo evoluciona, ni cuál es el universo de infectados a partir del cual se calcula su grado de contagio y de mortalidad.
Lo que sí ha habido es un abrumador bombardeo mediático en base a esa información absolutamente incierta. La OMS, financiada por la industria química, y una nube de reales o supuestos expertos manejaron con pomposa solemnidad pronósticos que no se cumplieron. En base a esos pronósticos, y a una información descaradamente manipulada, se elaboraron políticas públicas que impusieron el miedo, la paralización del mundo, el encierro de sus habitantes y la más asombrosa y global renuncia o violación de los derechos y libertades individuales de que se tenga memoria.
A casi tres meses del surgimiento de la alarma mundial, y a un mes de la declaraciòn de emergencia sanitaria en Uruguay, ¿qué tenemos en realidad?
En el mundo, unas cifras de muertos que no alcanzan todavía a las de cualquier epidemia fuerte de gripe común. En Uruguay, menos de una decena de muertes, todas de personas con una o más enfermedades graves preexistentes.
Este punto merece una aclaracion especial. Porque cada vez existen más indicios de que los números de muertes por coronavirus, por ejemplo en España y en Italia, están “inflados” por casos de muerte, por otras causas, de personas que dieron positivo al test de coronavirus. O sea, muertes con coronavirus, pero no por coronavirus.
Con ese penoso material se han impuesto en el mundo el miedo, el aislamiento, una paralización económica que traerá muertes y miserias inauditas, y la restricción de las libertades y derechos fundamentales.
En Uruguay, la inconsistencia es tal que se habla de levantar parcialmente algunas medidas al tiempo que se anuncia que en mayo sería “el pico” de la enfermedad.
Pero el objeto de estas líneas no es discutir la epidemia, ni tampoco los protocolos adoptados ante ella.
Hay tres cosas que me parece relevante señalar, sin las cuales nada de esto habría sido posible.

REALIDAD DISEÑADA:
Lo primero a tener presente es que vivimos en una suerte de matrix, en la que es posible imponernos una realidad diseñada. Los medios de comunicación y las redes sociales (manipulables por medio de algoritmos y de trolls ) tienen el poder de recortar y rediseñar la versión del mundo que recibimos, incluso, big data mediante, la que recibe cada uno de nosotros.
Así, es posible ocultar hechos importantísimo y convertir en asunto de debate público a la frivolidad más insignificante. Ni siquiera es necesario mentir. Basta con dar mayor, menor o ninguna exposición a un hecho para que tenga existencia o inexistencia.
Las circunstancias de encierro potencian esa posibilidad hasta el paroxismo. Dentro de nuestras casas, con poco contacto humano directo, sin trabajar ni andar por la calle, la realidad es lo que nos cuentan las tres o cuatro agencias de noticias y las versiones de lo mismo que circulan en las redes sociales.


LA DICTADURA BUROCRÀTICO SANITARIA
¿Se han preguntado quién está gobernando al mundo? ¿Quién dispuso que la actividad se detuviera, que nos encerráramos en nuestras casas, que no estuviéramos a menos de metro y medio de otra persona y que incumplir esas restricciones fuera un delito en muchos lugares del mundo, o, como en nuestro país, fuera visto y tratado como un delito por quienes, encerrados en sus casas, se sienten héroes de la humanidad.
¿Quién dispuso esas medidas?
Por cierto, no fueron los parlamentos, ni plebiscitos, ni el sistema institucional o político. No hubo leyes, ni debates, ni decisiones judiciales. Las restricciones provienen de “recomendaciones” de la OMS, que son aplicadas por los gobiernos por decreto o por la mera vía de los hechos.
Casi no hay objeciones a esas medidas. Se confirma que el miedo es el mayor legitimador de los autoritarismos.

UNA VIRTUD EN DESUSO
Históricamente, la valentía fue una virtud apreciada. De hecho, en situaciones críticas, su valor aumentaba exponencialmente. Las catástrofes, guerras, hambrunas, terremotos, naufragios, hacían de la valentía un valor imprescindible. ¿De qué modo habrían sobrevivido las colectividades humanas sin exaltar un cierto desprecio por la propia vida individual en aras de la supervivencia, la libertad, el honor o el bienestar colectivos?
Pues, bien, ese valor ha caído en desuso ante el coronavirus. El héroe del momento es un sujeto que se encierra, se cubre con tapabocas y guantes, rehúye todo contacto humano, se lava obsesivamente las manos, huele a alcohol en gel y teme y ataca ferozmente a quien haga algo distinto.
Ya sé, me dirán que así se protege la salud de todos. Es dudoso. Porque, si uno cree que desarrollar inmunidad es el camino, la cuarentena sólo prolonga el proceso, con su cortejo de miedo, angustia, desocupación, pobreza y futuras miserias.
Aclaro que, por mi edad, soy prácticamente población de riesgo. De modo que lo que voy a decir podría exponerme más que a gente más joven. Por eso mismo quiero decirlo.
¿A qué precio protegemos nuestra supuesta salud?
Por cuidarnos, renunciamos a la libertad ambulatoria, a la libertad de expresarnos y de actuar sin temor a la censura social, a ver a nuestras familias y amigos, a acompañar a nuestros parientes enfermos, a la vida pública, a andar por la calle, a los espectáculos, a la naturaleza.
Ni siquiera sabemos por cuánto tiempo podría extenderse esta forma de vida, si se la puede llamar vida. Porque se aspira a contar con vacunas (enormes sumas van a la industria farmacéutica para eso) y ya Bill Gates, convertido en poderoso inversor de la industria química y financiador de la OMS, nos ha dicho que la vacuna puede demorar al menos 18 meses y que existe la posibilidad de nuevos virus.
¿Cómo llegamos a esta apología del miedo y del autocuidado? ¿Cuánto durará? ¿Hacia dónde nos llevará? ¿Cuántas cosas habremos perdido cuando se levanten totalmente las restricciones, si es que se levantan? ¿Qué seguridad tenemos de que, con este antecedente, nuevas enfermedades no nos condenen a la prisión, a la manipulación y al autoritarismo permanentes? El fantasma orwelliano de “1984” nos ronda.
Si algo ha dejado claro el coronavirus es que somos vulnerables. Basta la amenaza de una enfermedad para que renunciemos a todo, a nuestra libertad, a nuestros derechos, a nuestras garantías, a nuestros trabajos, al contacto y la solidaridad con los que nos rodean. Y no olvidemos que, penosamente, el mundo está lleno de laboratorios empresariales y militares que investigan y experimentan con virus y bacterias.
Lo dicho: somos demasiado vulnerables.
Deliberadamente o no, el virus y las políticas ante el virus han sido una verdadera experiencia de control social. Ahora todos sabemos lo que puede ocurrir cuando el miedo a algo desconocido se une al machaque mediático y a medidas autoritarias. Por así decirlo, nos han -o nos hemos- “medido el aceite”.
¿Y si una cuota de razonable valentía, aunque tuviera costos, fuera lo único que nos permitiera seguir llamando “vida” a nuestras vidas?