Los artistas más veteranos siempre nos sugerían visitar los museos, porque “la experiencia de enfrentarse a una pintura original no tiene punto de comparación con la reproducción impresa en un libro”. (Oscar Larroca)
Duchamp enseña que para que “alguna cosa” sea arte, debe producir en el observador un “eco estético” y define este “eco” como algo parecido pero diferente a lo que perecibe un creyente cuando reza o a la vibración interna que el ser humano siente cuando está en presencia de otra persona con quién piensa tener afinidades (por algo en el lenguaje popular se dice tener buena o mala “onda”). (Jorge Helft)
La respuesta de Zhou Enlai cuando le preguntaron qué pensaba de los efectos de la Ilustración y respondió “aun es muy pronto para juzgar”, no fue un chiste: fue la correcta observación de que doscientos cincuenta años pueden no ser regla en historia, sino excepción. (Aldo Mazzucchelli)
ENSAYO
Por Santiago Tavella
La participación como columnista en eXtramuros ha tenido en mi un efecto de reencuentro con un conjunto de artículos de diversos autores, de orientaciones divergentes o convergentes pero de los que, por su profundidad, inevitablemente voy sacando elementos valiosos que me interesa incorporar en mi conocimiento y mi producción.
A raíz de la “pandemia” han surgido un número importante de sucedáneos de la contemplación estética de primera mano, sobre todo en las artes visuales y la música. En los artículos de Larroca y Helft quedan bien planteados varios argumentos a favor de lo insustituible de dicha contemplación directa, con los que concuerdo plenamente.
De todas formas, ante este hecho pienso en el rol que han tenido las ilustraciones de los libros de arte, los programas de TV, vistas de obra en la pantalla de mi computadora, música escuchada en sistemas cada vez más sofisticados. Y si bien no invierten en absoluto la jerarquía planteada de lo directo, tienen un efecto en mi que no puedo calificar de negativo.
Desde chico estuve acostumbrado a visitar nuestros museos y escuchar música en vivo, y ver artes escénicas, pero también a ver libros de arte (digo ver porque mucho libro que había en casa estaba en francés y recién a los 12 años comencé a tener algún rudimento de dicho idioma), y escuchar muchos discos.
No puedo decir que estos actos no tuvieran en mi ningún efecto, por lo que voy a enumerar una serie de situaciones que considero positivas en mi formación artística.
La pintura, si bien pierde la escala, textura y exactitud de los colores, puede en muchos casos mantener la relación entre los colores de una manera correcta, por lo que la reproducción puede funcionar como un eco del eco estético. O sea, veo la exposición de Paul Klee en el MNAV en 1970 que sin duda me provocó un indudable eco estético, y después, viendo el catálogo revivo ese eco, seguramente asordinado, que no deja de resultar enriquecedor, porque permite seguir reflexionando sobre las obras a lo largo del tiempo -ese elemento que Helft señalaba como imprescindible en la apreciación de la obra. Esa apreciación no se remite solo al momento en el que estamos en presencia de la misma, ni al momento en el que vemos una reproducción de ella, sino que se trata de un proceso continuo a lo largo de nuestra vida, sobre todo con las obras que nos resultan más significativas.
En el sentido inverso, en mi consumo de imágenes de libros de arte en mi adolescencia hubo una buena cantidad de obras que me impactaron, que no pude ver en exposiciones locales, y que vi recién en un viaje a Europa en 1982. Específicamente Matisse me resultaba muy relevante, había visto muchas obras suyas en reproducción, y era tema de conversación tanto con mi padre como en el taller de Miguel Ángel Pareja, al que comencé a concurrir en 1974. Todas estas conversaciones siempre venían de la mano de la observación de algo que estaba en algún libro, por lo que funcionaron como una preparación, un pre eco, al producido por las obras vistas en directo en ese viaje, más que relevante en mi formación.
A lo que voy con esto es que la preparación para la obra no está de más, si bien el descubrimiento por primera vez de algo original puede ser algo de características muy singulares.
Otro ejemplo, esta vez en el campo de la música popular. En 1991 Caetano Veloso lanza su disco Circuladô, que más allá de ser una de sus mejores obras, tuvo un recorrido en mi apreciación del mismo de alguna manera especial. Al año lanza el disco Circuladô Vivo, fantástico también, y circula en nuestra barra de amigos un video en VHS de ese show, o sea que ya me sabía de memoria de que venía la cosa cuando se anuncia que el artista se presentaría en el Teatro Solís con ese espectáculo. Se había presentado una vez antes, que muy a mi pesar me perdí, pero esta vez sí pude verlo en inmejorables condiciones, y la presentación fue apabullante. A esa altura de mi vida la coincidencia de la presentación de un artista en nuestro medio en tal concordancia con la obra que a uno le interesaba era poco común. Muchas veces venía alguien que ya había dejado de interesarnos, y el balance entre música escuchada en vivo y música escuchada en grabaciones iba más para el lado de lo segundo, salvo con lo producido en nuestro país, de lo que siempre estuve bastante al día.
Para no extenderme más y a modo de resumen creo que en la buena apreciación de los fenómenos artísticos cuentan varios elementos, el más importante sin dudas es la obra en si, visual, musical, dramática, etc. Pero todos los elementos surgidos en la reciente era de la reproductibilidad técnica de la obra de arte son herramientas que, bien utilizadas, nos pueden ayudar, dar tiempo y preparación para objetivo último, muchas veces imposible por barreras físicas (vidrios de seguridad) y sociales (cantidades de gente que dificultan la contemplación en buenas condiciones).
Para una próxima columna dejo planteado el tema de la obra creada específicamente como un no-original, repetible desde el vamos, ya sea en su existencia física como performática.