ENSAYO
Por Diego Andrés Díaz
Se conoce como Rebelocracia en ciertos ámbitos académicos, al orden social establecido por “actores armados no estatales” en algunas comunidades de Colombia durante buena parte del siglo XX. Más allá de esta relación entre este concepto y la Historia de ese país, el término es lo bastante atractivo para ser usado en otros menesteres, y se podría definir de la misma forma a una praxis metapolítica que viene desarrollándose en Occidente desde hace varias décadas, pero que el consenso democrático y la hegemonía de ciertas ideas ha transformado de forma determinante: puede considerarse como rebelócrata al individuo nucleado en colectivos que a través de una praxis jacobina y un discurso radical de victimismo y represión, agita enemigos imaginarios -casi siempre sin existencia ontológica real o extremadamente difusos- y empuja a las sociedades donde se manifiesta, a crear un ambiente de caos donde proponer finalmente, mayor intervención estatal, mayor control, y por sobre todas las cosas, proponerse en última instancia como funcionario, especialmente legitimado con los infaltables sellos de “superioridad moral” típicas del identitarismo político progresista de principios de siglo XXI.
En estos últimos días hemos visto emerger algunas expresiones de este modelo de acción política en nuestro país, modelo que se diferencia en varios aspectos de la tradicional movilización como acción política, porque su expresión colectiva tiene algunas características específicas, y suelen aparecer además protagonistas que a los pocos años terminan engrosando alguna repartición estatal. Tanto en la movilización tradicional como en la “Rebelocracia”, la cuestión mítica -entendida en el sentido que refiere Eliade, es decir, como expresión de simbolismo arquetípico transhistórico, una forma de ser en el mundo- se manifiesta con la realización de una serie de rituales iniciáticos -como pueden ser ocupaciones, piquetes, marchas- que se caracterizan por no representar, como resultaron en otras etapas de la modernidad, un peligro real para sus manifestantes, en alguna dimensión: se desarrolla una farsa de rebelión cuidada, de lucha con enemigos de fantasía, de represión “imaginada”. La protesta en y por “espacios seguros” como “berrinche político” consagrado como verdadero espíritu de época, sin consecuencias, arropado en un colchón de condescendencia y emotivas muestras de admiración. Una admiración sacerdotal.
La transgresión ha tomado el puesto de mando de la construcción social, hace rato. Y no necesariamente supone un proceso cíclico de “cambio generacional” donde, una generación arrasa una parte del status quo que le precedió aireando la habitación. La naturaleza de esta situación presenta perfiles más mórbidos y artificiales, ya que en sí lo que se ha construido es un enorme consenso imaginado, donde abatir en un constante loop los cadáveres de un “antiguo régimen” absolutamente inexistente es el mecanismo de manifestar de forma externa una transgresión actuada que se transforma no solo en status quo, sino en norma obligada. Nada de lo que es hegemónico en las sociedades occidentales modernas es cuestionado en absoluto, sino que se agita el peligro de cucos inexistentes -la represión de “vieja escuela”, la dictadura del tipo siglo XX, el “capitalismo”- mientras se ensalzan todas y cada una de las soluciones, instituciones y propuestas que el poder “hegemónico” actual viene apuntalando como “el futuro”. Para las expresiones de transgresión juvenil y su tradición, esto es, evidentemente, una doble bofetada. Venimos de un ciclo donde fueron avasallados los derechos individuales, y no existió el más mínimo reclamo. Quizás sea porque los que canalizan políticamente las fuerzas de la Rebelocracia se mostraron como los más fieles defensores del cuarentenismo, la renta básica y la ortodoxia Covid. Increíble pero real.
Así, el rebelócrata solo tiene para ofrecer una “performance”, una simulación, un ritual triste de iniciación progresista cuidado, protegido y televisado, donde la subversión pide una vida subvencionada, la revolución sin violencia ni contrarrevolucionarios un cargo público, o por lo menos, likes en su tik tok.
Estos actos no son nuevos, claro está, y están relacionados con la naturaleza de los rituales y su condición de repetición de actos arquetípicos, modelos a imitar, y cargados de sentido. Solo que el progresismo “Cordón sur” promueve una ritualidad
sin riesgo, consensual, donde te dejen jugar un rato al rebelde sin ninguno de los costos de rebelarse frente a algo tangible, salvo volver a “asesinar” a través de insufladas arengas a “viejos enemigos” ya más que muertos. Y todo esto en el mejor de los casos, porque ahondando mínimamente en la escena, se puede advertir que todo deriva en la consagración y reivindicación de los dioses del momento, entre los que están el identitarismo político, el nihilismo, y la estatolatría más abyecta, esa que pide de rodillas que los gobiernos y estados le garanticen un “vida burguesa”.
Las liturgias suelen ser siempre renovaciones del tiempo mitológico donde se afirman fuertemente los lazos de identidad de los individuos, de forma inconmensurablemente más sólida que cualquier proceso racional e intelectual, operan en el campo mítico y construyen ethos. Esta característica se manifiesta en estos actos que operan con respecto a la realidad e identidad de los humanos. La trascendencia de los arquetipos regenerados por los rituales -aunque sean “ocupaciones”- es dramáticamente superior como lazo que cualquier acto intelectual de asociación, o un marco institucional, o la ley. Los arquetipos construyen las identidades -aunque sean políticas- y sus rituales de retorno/iniciación.
Como resultado de estos rituales, los individuos de un grupo unen lazos y construyen vivencialmente una forma de ser, pensar y actuar. Es una forma de “estar en el mundo”. Su partidarismo se manifiesta indeleble con el tiempo, mediado por estas experiencias rituales. Cuando sostengo que una “hegemonía cultural” es vivencial, me refiero a este tipo de expresiones. No es el resultado de un proceso intelectual de adoctrinamiento, ni de ideologización, ni intelectualismo; es el carácter vivencial de las prácticas pre racionales y los ambientes cotidianos.

Es por esto que en general, son los espíritus moldeados bajo el mazo y la fragua de la praxis política del siglo XX que advierten la absoluta contradicción de este culto a la “institucionalización de la rebeldía”, empapado esto por la globalmente visible ola woke, cargada de identitarismo militante, deseosa de “espacios seguros” y financiación para arrojarle al mundo y los “indeseables” -esos a los que se refirió Hillary Clinton en plena campaña electoral, esa gente detestable que no abandona sus costumbres y se enoja de pagar la fiesta sin participar en ella- toda su autoproclamada superioridad moral, sus acusaciones, sus impugnaciones.
La “Rebelocracia” engrosa en occidente la lista de puestas en escena sin costo donde un grupo reivindica ser víctima de la opresión de algo que no tiene mayor existencia real, a partir de manifestar de forma vociferante un fantasma que opera necesariamente en el campo de la retórica, así el supuesto opresor jamás se manifiesta a hacer su parte de esta película barata. Y por arte de magia -y de ser un caradura en una sociedad anestesiada- el “rebelócrata” puede, sin el más mínimo rubor, luchar con monstruos imaginarios y, al siguiente acto, exigir a los cuatro vientos un puesto en la administración pública.
Rebelócratas, medios tradicionales de comunicación, organismos internacionales de promoción de la cultura “Woke” -novedad “juguete” de la nueva izquierda que ha perdido en el camino las causas originales de su lucha y cierta “sana” desconfianza en el poder centralizado- partidos políticos como agencias de colocación de militantes, movimientos identitarios, religiones sin Dios dedicadas a la expiación de pecados ecológicos, socialdemócratas biodegradables, centralistas políticos, y un larguísimo etcétera, parecen ser un bloque sólido y la manifestación de un poder inconmovible. Pero creo que lo que tienen es miedo. Miedo de perder el control. Esta bien que teman.
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