ENSAYO
Por Diego Andrés Díaz
Desde que tengo memoria se viene vaticinando por un sinfín de comentaristas, intelectuales, políticos y pensadores de todo tipo, la caída final del capitalismo, precedida obviamente por los diagnósticos que señalan con suma alegría una supuesta evidencia de su crisis terminal. En general, es siempre el capitalismo el que está condenado a su desaparición -imitando las profecías milenaristas de la secta de los comunistas y las enseñanzas de Marx- aunque lo que se describe posteriormente no tenga mayor relación con el mismo, sino que en general se hace un gran paquete donde entran algunos aspectos de la modernidad cultural, el liberalismo, las prácticas Imperialistas de un estado, el siempre difuso occidente, o las acciones de gobierno de algún Estado que sea potencia y que no sea exageradamente socialista.
En todo ese combo de caracterizaciones de naturaleza diferente entre sí e incluso antagónicas a lo que es el capitalismo; es este el que suele cargar con el peso de las culpas y de su “inevitable desaparición”, acompañado de los típicos estigmas que lo han acompañado desde que despunto como una serie de valores y prácticas que retomaba algunas tradiciones históricas de occidente y le sumaba otras.
No deja de ser bastante cómico que los insistentes detractores de eso que llaman “capitalismo”, apelen a esta práctica también cuando profundizan y especifican en sus análisis: en general evitan calificar de capitalista a personas específicas, a seres de carne y hueso, y suelen machacar con abstracciones que, en la mayoría de los casos, apelan a sentimientos -envidia, resentimiento- y refieren a actores poco definibles, intangibles, lejanos y casi inalcanzable para el ciudadano común. El ejemplo del “capital financiero” o la “banca internacional” debe de ser uno de los más asiduamente elegidos como “bestia negra” del capitalismo, siendo que la banca es, con absoluta claridad, uno de los campos económicos más estatistas, intervenidos y regulados, a tal punto que la simbiosis “banca-estado” se ha transformado en un ámbito indiferenciado donde uno u otro logran profundizar su poder, riqueza y control gracias a la acción coordinada con el otro. La banca es ya parte sustancial de todo estado moderno, en un régimen de “estado ampliado” -término que utilizamos antes para referirnos a este tipo de agencias o instituciones que son parte sustancial de los estados modernos, como también lo son el complejo militar-industrial, o el mediático mainstream- pero es algo corriente que los comentaristas sobre el capitalismo apelen a utilizar este ejemplo como un ámbito “típico” del capitalismo. Nunca se refieren a una feria o -un productor menor- como ejemplo de capitalismo, cuando es un ámbito donde se manifiesta buena parte de las condiciones que perfilan su naturaleza.
El intercambio comercial, el comercio, los mercados, la propiedad son fenómenos que existen en todas las épocas que preceden al capitalismo. Es decir, estas instituciones humanas parecen ser consustanciales al ser humano. Pero el Capitalismo no cumple con esta característica. El capitalismo no es intuitivo, y nace bajo ciertas circunstancias culturales y materiales, en una época determinada y en un lugar determinado.
Basado en sólidos derechos de propiedad privada y la necesaria existencia de un sistema de precios resultado de un mercado libre, como información indispensable para la reasignación constante de recursos para la producción de bienes y servicios, uno de los factores centrales del capitalismo es el notorio predominio como valor social de la “preferencia temporal baja”, resultado de un acto consciente de ahorro, de auto control, auto represión, de no consumo -factor central en el capitalismo, a diferencia de lo que suele pregonarse en cuanto foro se aborde sobre el tema- propio de las sociedades culturalmente cristianas de la Europa medieval y temprano-moderna, como atestigua la producción literaria de los llamados “escolásticos tardíos” y la escuela aristotélica-tomista y sus ideas con respecto a la naturaleza de la acción humana, el valor subjetivo, y de la economía en general.
Como bien señala Miguel Anxo Bastos, el capitalismo es mayormente una serie de valores que constituyen una herramienta mental. Y uno de los que tiene un papel central es el de la preferencia temporal baja. El ascetismo de los primeros capitalistas atestigua la naturaleza de esta práctica basada en valores de frugalidad en la vida.
Preferencia temporal baja y Capitalismo
Todas las personas tenemos diferentes preferencias temporales, que son evidentemente relativas, y que pueden ser categorizadas como preferencia temporal alta, a aquellas que están orientadas a la inmediatez y el presente, y ante cualquier opción (sea este referida a una decisión económica, social, cultural) la tendencia es a la preferencia lo más instantánea que las circunstancias lo permitan. Esta práctica deriva de una serie de valoraciones influenciadas por las ideas sociales predominantes, y se manifiesta por la tendencia a la satisfacción inmediata de las necesidades subjetivas de los individuos. En cambio, la preferencia temporal baja es cuando los individuos o comunidades tienen una tendencia a postergar sus impulsos a satisfacer necesidades instantáneas y postergan este impulso basado en la idea de que esta postergación los beneficiará. Las personas que tienden a una postergación de
su impulso a satisfacer sus deseos y se incline mayormente para ahorrar, tienen una orientación hacia el futuro.
En síntesis, la preferencia temporal alta nos indica que un individuo valora más los bienes presentes en relación con los bienes, servicios y decisiones futuros, mientras que una preferencia temporal baja nos dice que se valoran más los bienes, servicios y decisiones futuros en relación con los bienes presentes, y por tanto prefiere prescindir de cosas en el presente por una mayor satisfacción futura. Este mecanismo es parte sustancial en el nacimiento del capitalismo, ya que precipitará el desarrollo del ahorro y la inversión de ese ahorro de forma productiva. Pero esta tendencia social -vida ordenada, ahorro, postergación y represión del consumo- es resultado necesariamente de un ambiente cultural especifico, basado en una serie de valores que operan en un ámbito material determinado, ya que hasta que no existió un nivel de proyección de expectativas a futuro sobre la propia existencia, los incentivos para el ahorro y la planificación del futuro eran escasos.
Dos ejemplos de preferencia temporal: su impacto en la enseñanza y en las sociedades inflacionarias
El mito -entendido como fuerza movilizadora- de la educación como fuerza redentora y plataforma de superación personal es, en sí, una de las expresiones más elocuentes de la concepción llamada “burguesa”, pero que es en sí una manifestación de la mentalidad capitalista en sus aspectos sociales, y más específicamente, de la adopción generalizada de la preferencia temporal baja.
El rol de la educación representa un caso del prototipo idealizado de las clases medias modernas para lograr uno de los factores claves de la sociedad capitalista de clases -el ascensor social- proveyendo con la educación no solo de los aspectos técnicos y materiales para su elevación, sino los simbólicos y de prestigio alternativo frente a las clases altas; y representa un buen ejemplo de la adopción de la preferencia temporal baja.
El enviar a los hijos a estudiar, intentar postergar placeres y diversiones “para disfrutar más y mejor después”, esa apelación a la postergación, el ahorro, que se manifiesta en la educación y en tantos ámbitos, no es otra cosa que la preferencia temporal típica del capitalismo, es decir, a la privación presente para el ahorro y la acumulación. Es la idea de privarte de disfrutar para hacerlo mejor y duradero en el futuro, solo que manifestado en el ámbito educativo.
Así, las legiones de urbanitas que envían a sus hijos a educarse y tener como responsabilidad absoluta y central la dedicación a su formación, o que invierte en los ámbitos privados, o en el exterior, que insisten en la educación como motor social, como forma de postergación de los obvios empujes hacia el disfrute instantáneo, hacia un “carpe diem” que se considera prematuro para la consolidación de un desarrollo duradero, son manifestaciones de esa mentalidad.
La naturaleza de la preferencia temporal dominante como valor y cultura en una sociedad tienen impactos en cada uno de sus ámbitos, y es fundamental comprender como articula y moldea el “espíritu de época” y proyecta a mediano y largo plazo, una idiosincrasia. Su influencia es tan relevante que no escapa de ella su impacto en el sistema de clases -el politólogo estadounidense Edward Banfield hace hincapié en este análisis- o en las practicas gubernamentales, los ciclos electorales y los incentivos que los políticos tienen para aplicar políticas de preferencia temporal baja en ciclos electorales cortos y breves. En este sentido, otro ejemplo contundente sobre el impacto de la preferencia temporal alta en una sociedad que no necesariamente lo tiene como valor dominante se registra en los ejemplos históricos de ciclos inflacionarios o más aun, en los hiperinflacionarios.
Los ciclos inflacionarios e hiperinflacionarios suelen tener consecuencias económicas devastadoras en las sociedades que lo sufren, resultado de la destrucción de su moneda y con ello, de todo sistema de precios, del ahorro, y de la planificación económica a mediano plazo. Así, esta característica económica empieza a permear en la práctica social, y el abandono lento de cualquier medida de ahorro monetario -porque el dinero devaluado “quema” en las manos y precipita el consumo instantáneo como método de protegerse del espiral devaluatorio- empuja hacia prácticas sociales inmediatistas, al abandono de la proyección y planificación personal y familiar, el abandono personal a todo nivel y un ambiente de “fin de los tiempos” donde las actitudes hedonistas ocupan el centro del humor social.
La preferencia temporal baja representa una de las manifestaciones más notorias de una mentalidad que surgió en nuestra civilización con mayor fortaleza que en otras, y llegó a ser un pilar central en la idiosincrasia de generaciones, hecho evidente en la característica ahorrativa de nuestros antepasados. A diferencia de lo que se propagandea con insistencia, el Capitalismo se basa en el ahorro -y no en el consumo- y requiere de una conducta de postergación del consumo que está sustentada en un conjunto de ideas y valores determinados.