ENSAYO

Por Aldo Mazzucchelli

El concepto es simple. De hecho, es tan simple que no se me había ocurrido pese a que lo tenemos ante los ojos hace mucho tiempo.

Primero, los políticos fueron perdiendo capacidad de acción real como tales. La idea de pensar en leyes para mejorar las condiciones de una sociedad teniendo a la vista cosas como objetivos racionales, generación de mayores oportunidades, o cosas semejantes, no tienen sentido cuando el sistema mismo se dedica exclusivamente a servir de filtro justificador de la política del dinero y las corporaciones globales. La idea de “política nacional” en temas como la estrategia productiva es una broma hace mucho tiempo. Se hará siempre aquello que conviene a quienes estén dispuestos a invertir, y que al mismo tiempo sirva o pueda ser presentado por los políticos de alguna forma potable.

Por tanto, la única función real de los políticos pasó a ser la de representar los intereses particulares como si tuviesen alguna relación con algún tipo de beneficio para los votantes.

Hasta aquí, estábamos en la política hecha marketing. Se contrataban agencias de marketing y encuestadores para sondear la opinión, y se actuaba en consecuencia. El modo de vender los intereses particulares era el que estos instrumentos dictasen en cada caso, realizados por creativos y propagandistas, incluyendo desde luego a los propios militantes y público en general cuando reproducían y enriquecían voluntariamente los supuestos ideológicos con los que se los había hecho identificarse.

Aquella era ya pasó. Pese a que mucha gente todavía piensa que el sistema “le está vendiendo algo”, la realidad es que ya no lo necesita, porque las sociedades en Occidente han mutado a un estado distinto, en el cual la racionalidad del juego político moderno ya no tiene lugar.

¿Cuál es el cambio? Ahora no hace falta venderle nada al votante para mantener su voto. Eso implicaría racionalidad, si bien filtrada por el marketing, y esa racionalidad implicaría además una fe del votante en que al menos algunas partes del sistema son aun confiables, se le dice la verdad, y tiene sentido alguna opción por encima de otras. Pero el votante ya ha aprendido de múltiples formas que la racionalidad del contrato democrático moderno es una gran mentira. Por tanto, hacía falta buscar otras alternativas.

A partir del 9/11, sobre todo, esa alternativa se fue encontrando y conformando a toda velocidad. La aparición de las redes sociales le sirvió, a partir de 2005, de espacio de ensayo/error, midiendo cuál sería la participación del populacho que “opina” todo el tiempo sobre todo. En unos diez años el sistema estaba maduro. El sistema político, hoy por hoy, se ha adaptado para colaborar en la generación y alimentación constante de ficciones aterrorizadoras. Narrativas más o menos “góticas”. La política de marketing deja su lugar a la literatura de terror.

El objeto de este nuevo pangénero de la política es, en lugar de promover una ideología, hacer crecer un estado de ánimo generalizado que tenga como nota central el miedo. La nueva dualidad así creada es: “sistema, o miedo”. Sea lo que sea que el sistema te exija, lo otro es peor. Por tanto, se achica el ciudadano a un horizonte defensivo, donde el Estado es su principal ayuda. Síndrome de Estocolmo masivo. Se terminará votando al político que más consuelo al miedo dé… El que parezca más familiar y cercano -mentira infantilizante. Ya se ha eliminado el “usted” del trato cívico a los políticos, que se confunden con mediáticos y famosos: al final, todos están en las pantallitas.

El miedo es una emoción básica, como tal capaz de expresarse y transformarse en un sinfín de expresiones más abstractas. Desde la sensación de carencia y la envidia ante el que parece tener lo que supuestamente nos falta, a la competencia desleal, los celos, la ira y la violencia desatada, todas esas manifestaciones están ligadas al miedo como motor básico. Pero también lo están la negación paralizante, y las reacciones desmedidas tendientes a obtener una sensación de seguridad. El miedo genera estrés e inquietud, y normalmente pide respuestas rápidas. Es decir: genera reacciones, y a veces estrategias más elaboradas tendientes a disminuir su presencia consciente.

¿Cuáles son los factores del miedo? Basta con examinar las “narrativas” que se han ido poniendo una tras otra en el centro de la agenda global. Luego del “terrorismo islámico”, pasando -en un nivel de elite y menor- por la “amenaza del populismo”, llegamos a Covid, y ahora hemos pasado a instalarnos en el “cambio climático”. No conozco una relación demasiado clara entre

el cambio climático y el terror islámico, pero sin duda se intenta denodadamente una entre Covid y el “cambio climático” -desde el liderazgo de Peter Daszak y su teoría de las zoonosis aumentadas por el “calentamiento global” y la “invasión de las selvas” y la “destrucción de los montes naturales por los cultivos”. La teoría oficial del origen de Covid vino armada desde ese ángulo, y de hecho el propósito oficial de los oscuros fondos de que disfrutó Daszak cuando estaba trabajando en sus supuestos virus murciélago era prevenir el avance de tal tipo de zoonosis.

Ante este tipo de narrativas, promovidas 24/7 por la tele y -en menor medida- por las redes, a partir de los discursos oficiales, onguistas y gubernamentales, la única respuesta que se ofrece es el pedido de ayuda y la convicción depresiva de que el futuro es muy negro, salvo que aseguremos que el sistema tal como es sobreviva. Por tanto, el ciudadano se convierte en sostén principal del sistema -porque se le ha convencido de que más allá hay solo monstruos.

Todas estas reacciones sirven al sistema político tal como está hoy. Es decir, en su grado cero de simplicidad y falta de refinamiento, habitado en general por las personas más incultas, ambiciosas y mediocres que haya conocido. Que esta afirmación sea verosímil y para mucha gente no necesite verificación es parte del asunto, pues uno de los factores más fundamentales del miedo -el miedo más aterrador- sería estar habitando una mentira completa. Es decir, estar confiando y funcionando en un sistema que no cumple ninguna de sus premisas fundamentales, un sistema donde quienes deben enseñarte te hacen más ignorante, quienes deben informarte te mienten, quienes deben protegerte te asaltan, quienes deben representarte representan a tus enemigos, y quienes deben curarte te matan.

Es poquísima la gente que está dispuesta a ver estas cinco simples verdades como lo que son. Sin embargo, en el giro más perverso de todos, la forma actual de crear su narrativa de miedo es sugerir que las cinco cosas que afirmo más arriba son, de hecho, verdaderas. El sistema mismo nunca lo va a decir -eso destruiría una ley básica de toda interpretación, que es que uno mismo debe llegar a sus propias conclusiones para que estas tengan toda su fuerza sobre la conciencia. Al contrario, en todos los casos explícitos, lo negará. Pero en todas las insinuaciones, lo afirmará, con el fin de que no le quede duda a esa parte animal tuya que simplemente sabe, que todos los horrores antes mencionados están con nosotros justo ahora, extendiendo por el planeta sus viscosas membranas y ocultando un poco, como si fuese una película de ceniza casi imperceptible, la luz del sol de lo real.

El alarmismo también tiene su versión “despierta” entre los supuestos críticos del sistema, que sin embargo viven -y a veces cobran o ganan poder- de inventar amenazas constantes “de otro tipo”, más “espiritual” digamos. Desde el discurso alarmista sobre toda clase de sustancias, los chemtrails que estaban provocando la sequía uruguaya (hasta que su acción, inexplicablemente, cesó), la obsesión con la alimentación y las supuestas propiedades más o menos espirituales de tal tipo de comida frente a tal otra, la promoción maniática de sustancias curativas únicas que, como el Santo Grial, serán la fuente de sanación completa y eterna juventud… Todas estas son variantes del discurso de miedo. Quienes las promueven, haciéndolo con la mejor de las intenciones, aun no vieron que la semilla de la que salen estos discursos y formas de estar en el mundo es la misma de la que salen los discursos de sus supuestos enemigos corporativos, sistémicos y capitalistas. Siempre es así: uno comienza por atribuir a un “otro” todo el mal, e inmediatamente este mal proyectado se revela en el sótano de la conciencia de quien piensa haberlo expelido, haciendo su trabajo disfrazado de virtud absoluta.

En mi opinión la postura más humana con respecto al otro es la que intenta siempre ser articulada en diálogo, junto a la necesaria evitación de los juicios morales definitivos sobre esos otros -porque estos juicios siempre reflejarán su luz hacia uno mismo y las propias ocasiones en que caemos en aquello de lo que acusamos a los demás. El diálogo -siempre intentado por esta revista proponiendo argumentos que podrían ser rebatidos- en general es rechazado por la sociedad en la que estamos, hecha casi exclusivamente de imágenes bidimensionales y por tanto falsas; representaciones maniqueas de “lo Otro”. Ese es el mecanismo del “diábolo”, plenamente reinante hoy: la separación constante a una binariedad necesariamente chueca, empobrecedora, creadora de miedo y la consiguiente y siempre “justificada” violencia.