Cómo intentar pensar en lugar de emitir señales de virtud

Por Aldo Mazzucchelli

El comprensible -pero engañoso- deseo de pronunciarse por lo que se identifica como lo bueno, o lo correcto, ha llevado en la última semana a miles de millones de personas en el mundo a reproducir las narrativas de odio propagadas por los grandes medios en Occidente. Sean pro línea dura de Israel, o pro línea dura de Palestina, el resultado es el mismo: polarización, grieta, destrucción y más muerte.

Las certezas manufacturadas, las señales de virtud de quienes no tienen nada en juego en el asunto, y el chusmerío desinformado han sido la tónica de estos días, mientras una nueva tragedia humanitaria de grandes proporciones entre la población civil de Gaza se desarrolla casi por detrás -puesto que no es el foco entre supuestos bebés decapitados y censura rampante de todo lo que no repita los puntos de vista oficiales del “Occidente colectivo”.

Cualquier cosa que haga eXtramuros, en el acierto o el error, intentará evitar sumar a esa actitud. 

En esta semana estaba programada la salida de nuestro número 81, y en él daremos información y puntos de vista que intentan aportar distancia y perspectiva más amplia, en lugar de contribuir al hábito de (falsas) certezas emocionadas en que se viene convirtiendo la comunicación masiva.

La estrategia del ala dura dentro del sionismo, por el momento, parece clara: apoyarse en los sucesos del 7 de octubre para justificar un nuevo avance, genocidio mediante si es preciso, en materia territorial y estratégica. La gran mayoría de los grandes medios occidentales han sido serviles a esa estrategia, al menos al comienzo.

Los mandatarios de Arabia Saudita, Irán y Siria se han pronunciado en apoyo de la resistencia palestina. Sea cual sea el significado práctico de esto, la declaración emite una señal fuerte respecto de un posible escalamiento por parte de Israel, y es un hecho que el riesgo es a una generalización del conflicto en todo Medio Oriente -como mínimo.

Benjamin Netanyahu, que desde su originaria oposición hace ya más de 25 años a los Acuerdos de Oslo sigue estando a la cabeza de ese sector ultra del sionismo, está lejos de ser una figura aceptable para la forma exteriormente woke de impulsar sus peores políticas que tiene el Occidente colectivo, y paralelamente enfrenta una dura oposición dentro de Israel. Netanyahu nunca ha sido de la preferencia del canalla Biden, y ahora parece incluso haber sido abandonado por el canalla Trump. De modo que su supervivencia política, de la que todo el mundo duda hace tiempo, parece estar ligada a la duración de este nuevo conflicto. Esta libertad respecto de todo compromiso y la necesidad de pelear por su supervivencia lo hace, de más está decirlo, aun mucho más peligroso.

Después están las preguntas duras, que ninguno de los dos lados quiere contestar. ¿Cómo puede ocurrir una múltiple apertura de brechas en la valla que separa Gaza de Israel, vigilada 24/7 por los más sofisticados sistemas electrónicos, y con respuesta del ejército israelí en minutos (“o segundos, dependiendo del lugar”) las 24 horas del día? ¿Cómo se pudo permitir que Hamás trabajase horas para abrir esas brechas, y luego operase libremente por casi seis horas dentro de Israel sin que la población recibiese apoyo efectivo de su ejército? ¿Quién no sabe a esta altura (hasta el Wall Street Journal lo informó con detalle hace 14 años) que Hamas es una creación de esa ala dura del sionismo, y que siempre ha servido a los objetivos políticos de sus creadores? 

¿Puede haber habido un mal cálculo de Israel, si es que dejó ocurrir esto para aplicar el viejo manual (el mismo de 9/11) de explotar el cerebro reptil de la chusma cínica de la política -reproducida por una muchedumbre hecha ingenua a fuerza de desinformación- con el fin de avanzar su agenda? Porque el contexto geopolítico de hoy es muy distinto del de hace 5 o 15 años. Hoy China y Rusia se han pronunciado enseguida en favor de la solución de “dos estados”, mientras los impotentes Borrell o Stoltenberg pretenden -sin la menor fuerza o legitimidad para lograrlo- que los gigantes de la nueva multipolaridad se sumen a la política occidental. Además, casi oculta por este nuevo contexto, la ofensiva ucraniana ha fracasado, y el Occidente colectivo se apresta a soltar definitivamente la mano de Zelensky. Las banderitas auriazules cambian por blanquicelestes.

Finalmente, uno de los factores más importantes dentro de ese nuevo contexto geopolítico es el creciente alejamiento de Arabia Saudita respecto de Washington, y su acercamiento a China, y sobre todo a Irán. Ambas naciones (Arabia e Irán) entrarán en el BRICS el 1 de enero de 2024. Arabia está vendiendo ya petróleo en monedas distintas del dolar, y sucesivos viajes de Blinken y Sullivan a Jeddah y ahora a Tel Aviv han tenido la finalidad de obtener algún tipo de acuerdo entre los saudíes y los israelíes, en la esperanza de frenar el alejamiento de los saudíes hacia el nuevo mundo multipolar. Pero ese supuesto acuerdo demandaría de Israel concesiones respecto de Palestina que el ala dura sionista no está dispuesta a conceder. ¿Puede tener que ver lo que está ocurriendo con una maniobra de patear la mesa que aleje la “normalización Israel – Arabia Saudita” tan proclamada últimamente?

En nuestro próximo número publicaremos análisis, desde distintos puntos de vista, sobre este nuevo escalón en el derretimiento del orden de cosas que hasta los últimos años la mayoría daba por sentado