PANDEMIA: ¿Test psicosocial y bélico? Parte 2
ENSAYO
Por Rafael Bayce
Vimos en el número anterior de Extramuros que la pandemia fue, en su mayor parte, muy poco científicamente diagnosticada y muy imperfectamente científica la terapia para ese diagnóstico: mala y parcial ciencia diagnóstica, ignorando fuertes, calificadas y fundadas críticas, sin darle lugar en diagnósticos y soluciones, ni a científicos especializados cuestionadores, ni a científicos de ciencias diversas a la de los acotados especialistas a quienes decidieron creerles y seguir.
Además de lo examinado en el número anterior de Extramuros sobre ciencia y pandemia, querría decir algo de 3 aspectos complementarios a los sanitarios, que llamaríamos de meta-sanitarios; más importantes que los sanitarios, que serían su enmascarada coartada (quizás por eso el tapabocas podría ser su símbolo icónico).
Uno. La pandemia fue y es un momento de perfeccionamiento radical del dominio y manipulación masiva y global, psico-socio-comunicacional y de finalidad parcialmente política, arma psico-comunicacional en acelerado desarrollo, pero sin duda ‘arma’ instrumental básica de la hegemonía, del poder simbólico sustituto pacífico del bélico, de la dominación material y física. En criollo: veremos cómo nos hicieron la cabeza con la pandemia.
Dos. La hipótesis sobre el origen artificial del virus, daría aún más sentido a la hipótesis de que la pandemia haya sido una excelente oportunidad para el perfeccionamiento de armas psico-comunicacionales masivas de dominio global. Porque es más económico que las víctimas ignoren, nieguen y aprueben su victimización, y que crean que su victimario es un redentor respecto de algún miedo que, sin embargo, él mismo instaló para todo eso (recuerde cómo se aplaudía a los médicos). Así se construyen la paranoia de la seguridad y la hipocondría de la salud, lobbies complementarios, porque, aunque se disputen poder, fondos y lucros, en el fondo son ‘un solo corazón’, rapaz y voraz, inductor de miedos multi-funcionales.
Tres. Otra hipótesis. La pandemia sería, también, un vehículo para testar en vivo armas bioquímicas a través de la vacunación, mediante la trazabilidad de sus efectos desde cargas virales variables en lotes numerados de las vacunas.
Veamos algo de estas tres hipótesis alternativas, meta-sanitarias, a las ortodoxas relativas a los aspectos biológicos y sanitarios de la pandemia como zoonosis natural y sanitaria, más superficiales y aparentes que las meta-sanitarias, que vehiculizaría e instrumentaría.
Entonces, muy mala e insuficiente ciencia en los diagnósticos y en las terapias para esos diagnósticos. Trabajo dudoso, imperfecto.
Pero hubo, en cambio, mucha y muy eficaz ciencia para imponer esos tan frágiles y dudables diagnósticos y terapias como las más científicas; y para convencer al mundo, más que nada a través de la prensa, de que esos diagnósticos y soluciones eran científicas, racionales, necesarias, solidarias, responsables, altruistas, éticas y merecedoras de defensa santamente indignada contra toda alternativa, no importa qué se dijera, quiénes lo dijeran ni qué fundamentos tuvieran. Gran trabajo, redondo.
Cómo le hicieron la cabeza a la Humanidad, y al Uruguay
El proceso psico-socio-comunicacional que logra producir ese resultado, que tan refulgentemente exhiben las creencias en la pandemia, su origen, cualidad y soluciones, es muy complejo y abarca la fusión interdisciplinaria de ciencias sociales y neurociencias que se han desarrollado aceleradamente durante el siglo XX, y que al día de hoy ya son parte de los planes de estudio de las buenas universidades del mundo; y alimento diario para las instituciones de ‘seguridad’. Esa profusión de creencias, valores y conductas, mucho menos sólidas que lo vociferado desde el complejo científico-político-comunicacional que lo impuso, y objetadas con muchas mejores razones, se ha construido siempre y también ahora, de la siguiente manera, que usted verá, lector, y que explica rápidamente las bases sobre las cuales ‘nos hicieron la cabeza’ con esta pandemia político-comunicacional de coartada sanitaria.
Uno. Magnificación, Dramatización, Reiteración, Redundancia
La infalible receta es: magnificación cuantitativa, dramatización cualitativa, reiteración y redundancia, y mutuamente potenciados, que vuelvan casi imposible la aparición de la duda o el acceso a alguna alternativa. Y si la hubiera, será ninguneada, contradicha, deformada, descalificada, borrada, castigada ad hoc y ad hominem. Cualquier especialista disidente será basureado por periodistas, no solo multi-ignorantes, sino también con poca formación, que los hace blindados contra todo conocimiento profundo posible.
Uno. Magnificación cuantitativa. De pique, unos cálculos hechos bajo el mando de Neil Ferguson y el Imperial College London, magnificaron los pronósticos de contagios, internaciones, fallecimientos y cobertura hospitalaria necesaria sobre la base de un modelo teóricamente equivocado para simular la realidad, y con datos pésimos para calcularlo. Fueron seguidos por Inglaterra, luego Usa, luego bendecidos por la OMS, lo que resultó en un irreversible pánico global que aún dura, y en la adopción de medidas sanitarias que no funcionaron como se esperaba, pero sí llevaron al infame negocio de las vacunas, que, por supuesto, tampoco terminan con nada; aunque sí han destruido la economía mundial por mucho tiempo, la salud pública, la educación y la psiquis de la humanidad por venir. Y eso que los calculistas ya le habían errado como a las peras en cálculos anteriores que habían fundido a las islas británicas y a la Comunidad Europea (el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra); y a pesar de que múltiples científicos subrayaron los errores y hasta ofrecieron recálculos. Sobre esto, artículos míos en CarasyCaretas: del 24/4/2020 sobre modelos epidemiológicos (Virus: perplejidades y futuro) y una serie de 3 (8, 15 y 22/5/2020): Neil Ferguson, depredador serial global; Coronavirus: origen de la desmesura; Corona: por qué creyeron errores y no aciertos. A continuación, impuesto el disparate inicial se prefirieron los equivocados cálculos de un modelo de simulación frente a los datos contrarios de la realidad misma: todo un síntoma de la sociedad en la que estamos entrando. Por eso la llamo ‘pandemia hiperreal’, siguiendo a Baudrillard, porque su probada irrealidad se ha impuesto como real, a pesar de conocerse y ningunearse la verdadera realidad.
Continuando la destructiva labor de esos cálculos iniciales equivocados y aterrorizantes, vino la construcción sesgada, fake news, de las cifras de muerte, internación, y efectos negativos. Por ej. la declaración de los fallecidos ‘con’ covid como si fueran muertos ‘por’ covid es pieza clave; cuando un vaso se desborda, la mayor responsable del desborde no es la gota final sino el vaso lleno al que se le agrega la gota final; la gota de covid, por sí sola, no mataría a nadie; en cambio si los vasos están llenos de carencias inmunológicos y co-morbilidades, cualquier gota, de covid o de otra cosa cualquiera, puede desbordarlos (muerte o efectos graves); si queremos cuidarnos de desbordes lo más importante es que los vasos no se llenen de co-morbilidades que, sumada la gota, pueden producir el desborde indeseado; si los vasos no estuvieran llenos de co-morbilidades pre-letales ninguna gota de covid mataría a casi nadie; inicialmente, en China se llevaba la cuenta de cuántos casos de muertes ‘con’ covid eran ‘por’ covid o ‘con’ covid y otras co-morbilidades con-causales: los debidos a covid sin co-morbilidades eran bastante menos del 10%; se perdió esa buena costumbre inicial –por algo será-, y todo se volvió más difícil con la sospechosísima prohibición de las autopsias para fallecidos covid, que revelarían la farsa de los certificados de defunción, en los que se pasa el gato ‘con covid’ por la liebre ‘por covid’. Para el mismo fin se manipulan los tests de PCR, amplificando el rastreo de trozos de virus, hasta que aparezcan y den positivo, de lo que se infieren, falazmente, contagio y contagiosidad. Lector, es como si usted hubiera lavado el piso y alguien quisiera mostrarlo como sucio, pese a estar refulgente; pues bien, munido de un microscopio electrónico el piso es amplificado millones de veces hasta que aparezca algo que pueda decirse que es sucio: el PCR es eso y hace eso. Ahora, su piso limpio será sucio, y no solo eso sino que será declarado contagioso de suciedad. Eso le han hecho a toda la humanidad: una difamación con consecuencias inhabilitantes que deberían poder ser reclamables judicialmente, en el ámbito civil, de daños, perjuicios, daño moral y lucro cesante, por si se le ocurre consultar: lo decretan enfermo sin pruebas suficientes y lo inhabilitan social y laboralmente. Las tres estadísticas centrales para la evaluación de la gravedad y evolución de la pandemia, contagios, muertes y riesgo de desborde hospitalario, han sido claramente manipuladas, para construir miedo, domesticación social y necesidad sentida por vacunas (riesgo bajo, miedo útil, gran negocio).
Lo esencial, como ya antes para la creación de la sensación de inseguridad con la delincuencia, es la búsqueda de que se crea subjetivamente en una probabilidad mayor que la objetiva de morir, internarse gravemente, contagiarse y contagiar. Como antes con la paranoia de la seguridad: que se crea en una probabilidad mayor de ser víctima de un delito que la objetiva de serlo; y, también, que se crea que ese delito tendrá consecuencias más graves, en lesiones y daños, que las objetivamente fundadas.
La creatividad aterrorizante, en el caso del virus, produjo el sofisticado invento de los asintomáticos contagiosos, fantasmáticos humanoides de ciencia-ficción, jugada maestra para producir miedo en todo tiempo y lugar; porque un asintomático podría contagiarnos aunque haya tenido la enfermedad y la haya superado, aunque se haya vacunado, lavado las manos frenéticamente y aplicado histéricamente gel, haya mantenido distancia, encierros y tapabocas. Es la apoteosis de la sociedad del miedo que se ha ido construyendo a través del siglo XX; en el XXI están todas las herramientas prontas para crearlo, y mejor. El pánico al asintomático es la conversión radical del ‘otro’ en parte del ‘ellos’ y no ya del ‘nosotros’, en un enemigo porque es peligroso; solo recuerde cómo se le mira si se le cae el tapabocas de la nariz o si estornuda: como un asesino serial desvergonzado. Marca el apogeo de la a-socialidad y la insolidaridad, pese a los eslóganes que pretenden lo contrario, que lo que se hace o debiera hacerse es solidario y altruista. El proceso nace ya en el siglo XIX, Georg Simmel lo ha visto y quien escribe lo ha aplicado al covid como culminación, por ahora, del proceso de conversión del otro en enemigo, parte del ellos más que del nosotros.
¿Por qué hay minutos de silencio públicos para los fallecidos por covid y no para ninguno de los fallecidos por todas las otras causas? ¿Son más lamentables los fallecidos por covid que los otros? Sus muertos, lector, si no fueron por covid no importan; probablemente ‘sus’ muertos no son llorables; y tampoco usted si no le ponen ‘covid’ en el certificado de defunción? ¿Por qué se acompañan las cifras de muertos y contagiados de la pandemia y no los mucho más numerosos de otras enfermedades? ¿Por qué se sigue la pandemia día a día en todo el mundo, y se habla de ella todo el día, y nunca antes, ni ahora tampoco, sobre otras enfermedades, algunas más letales, otras más contagiosas? Como veremos a seguir, es parte de la dramatización cualitativa complementaria, que potencia la magnificación.
Dos. Dramatización cualitativa. A la magnificación cuantitativa la acompaña, y se potencian mutuamente, la dramatización cualitativa de sus efectos; por ejemplo, al ilustrar gráficamente en un informativo la marcha de la pandemia, pese a que solo una muy pequeña parte de los contagiados (ya pocos) precisa internación, la toma del informativo muestra una cama de hospital llena de personal de la salud atareado y centelleantes gráficos cerca de la cama, que es una normalización de lo patológico, esencial en el proceso de creación social de miedos; la pandemia es caracterizada, no por lo que es normal en ella (no contagiarse, tener efectos leves, casi nunca de internación) sino por lo que es anormal e infrecuente en ella (contagio, internación y muerte). Esa normalización de las patologías terminará patologizando la normalidad, el acontecer cotidiano, como corresponde a la sociedad del riesgo, en que las prestadoras de servicios médicos son aseguradoras, con su lógica de persecución de lucro dominante. Asustar es el lema. Paranoia e hipocondría son sus más frecuentes efectos, con consecuencias terribles en la cultura y en la civilización.
Una clave para la generación de miedo, entonces, es la mutua potenciación de la magnificación cuantitativa del riesgo con su dramatización cualitativa; ejemplo: para generar miedo al delito, y promover inseguridad, se necesita que yo crea, subjetivamente, que tengo mayor probabilidad que la objetivamente mostrable de ser víctima de un delito, y que también crea que el delito sufrible es probablemente más grave que lo que es. Porque yo puedo creer que tengo mucho riesgo pero que lo que me pase no sería grave, o que sería grave pero que no es muy frecuente; entonces, la mutua potenciación de la magnificación cuantitativa con la dramatización cualitativa es una de las claves para la producción de creencias desmesuradas. Y, como usted se dará cuenta inmediatamente, magnificación y dramatización mutuamente potenciadas, pueden identificarse en todo el cotidiano callejero y comunicacional durante la pandemia, mucho más psico-comunicacional que sanitaria, porque si lo poco científicamente diagnosticado y recomendado no hubiera sido impuesto de esos muy científicamente impuestos modos, nada hubiera sucedido. Los científicos que criticaron o no fueron convocados no dispusieron de esa costosísima y ubicua combinación de saberes malignamente usados que constituyeron el sentido común y la opinión pública sobre la pandemia como cuasi-religiones fanáticas. Diagnósticos y terapias fueron muy imperfectamente científicos; pero su difusión e imposición como realidad y verdad fueron muy científicamente inyectadas. Y usted se comió las pastillas, como se habrá ido dando cuenta; pero no por idiota, sino porque se lo hicieron creer muy científicamente, mucho mejor que el diagnóstico y medidas sanitarias, tan flojos científicamente.
Tres. La Repetición, obsesiva, hipnótica, que impide pensar en algo diferente, tomar distancia del asunto, y cuestionar o pensar en algo alternativo a lo reiterado (i.e. use tapaboca, todo el día, todos los días, en todo lugar y hora). Se puede pensar que es innecesario repetir tanto para que se recuerde y cumpla algo; pero no es para eso que se repite; se hace para que no se pueda pensar en otras cosas ni mucho menos cuestionárselas; se inunda el universo sensorial y simbólico, impidiendo su cuestionamiento por supresión del tiempo de acceso al ‘pecado’; y se confeccionan Index, listas negras, y procesos de inquisición laica. En todo caso, si algo contrario se filtrase, estará en relación de 1 a 1.000 frente a la ortodoxia inyectada. La pandemia, en su versión única, simple, repetida, redundante, magnificada, dramatizada, es monotema excluyente; que no se piense ni vea nada que le dispute la monotematicidad, ni mucho menos los contenidos a la pandemia. Index e inquisición, como en las religiones integristas o medievales.
Cuatro. La Redundancia: la presencia ubicua (inductora falaz de su importancia) del asunto, no solo directamente sino también indirectamente (i.e. consultando a las farmacias sobre venta de tapabocas o comparando las cualidades de diversos tipos); sea cual sea el asunto del programa la pandemia estará metida; y la sabia e importante lista de las medidas sanitarias aumentará la ubicuidad de la ortodoxia. El asunto es ocupar todo el horizonte sensorial, la atención y la reflexión de modo que no se pueda tener otro privilegio atencional ni otra posición que la impuesta sobre el asunto. Sin contar con la escenografía, con gigantografías del virus (tan atemorizante como fue construido el mosquito del dengue), y con la cara de terror y pena con que presentan los datos y notas quienes se llenan los bolsillos con toda mala noticia, que reciben íntimamente con gran alegría, aunque enmascarada por falsa tristeza alarmada.
Sobre todo esto, si quiere más, mi trabajo de 2010: ‘Creando inseguridad: modelo para la construcción social de la desmesura’ (lo encuentra tecleando el título o el autor en Google), donde se verá que todo ese recetario para crear miedo y desmesura, usado para instalar la paranoia de la inseguridad, se ha aplicado a la perfección, y mejorado, para imponer el relato y discurso ortodoxo, hegemónico y dominante, que es totalitario e inquisitorial, de la hipocondría pandémica.
Esos procesos de atemorización han sido muy exitosos en la imposición de la paranoia de la inseguridad, ancestro inmediato de la más novedosa hipocondría de la salud, complementarias ambas, paranoia e hipocondría, en el proceso político de amansamiento y manipulación de la gente que avanza desde hace más de un siglo, y no solo en regímenes formalmente dictatoriales; es una ‘dictablanda’, poder simbólico, mucho más profunda, y menos advertible y criticable que las ‘dictaduras’, poder fáctico, material. Erich Fromm ya escribió abundantemente, en la década del 40, sobre la ubicuidad del autoritarismo, cuya semilla, -que brotó antes en las radicalidades de izquierda y derecha- estaba pronta a madurar en las sociedades democráticas. Y pasó. Advirtiendo sobre eso, pueden leer, en Brecha de abril de 1991, sí, hace 30 años, mi artículo ‘Asústese de dejarse asustar’, que incita a no asustarse de aquello de lo que lo quieren asustar sino más bien de que lo quieran asustar.
Dos. La pandemia como cuasi-religión, con máscara de ciencia
Así, pasa a creerse que la ortodoxia obsesiva e hipnóticamente introyectada es racional, acorde a la ciencia, prudente, inteligente por prevenir sin esperar a tener que curar; que es solidario, altruista y ético creer y hacer todo lo que se nos impuso. Aunque, como vimos, toda la ortodoxia es muy insuficientemente científica por la insuficiente participación de especialistas en toda su variedad necesaria para buenos diagnósticos y medidas sanitarias terápicas; es más bien irracional, implantada perversa e intencionalmente, acorde con una visión primitiva sobre lo que es la ciencia, -mágico-religiosa- y subordinando a una parte de las ciencias biológicas toda la vida psico-socio-económica de la humanidad; es imprudente por radical pero insuficientemente infundada; y no es solidaria sino instaladora de una brecha social y un ubicuo totalitarismo cotidiano individualista y miedoso con apariencia de solidario; y de ética discutible, por las consecuencias políticas de esa dictablanda en la vigencia de las libertades, garantías y derechos, y en la autonomía de las decisiones individuales y grupales por debajo de las transnacionales, internacionales, estatales y de grupos profesionales y transnacionales de interés.
Gustave Le Bon ya decía en 1895 que para imponer algo masivamente debía ser simple, emocionalmente creído, al modo como las religiones evangelizan sus mensajes; al respecto, ver el cap. IV de ‘Psicología de las multitudes’, con los siguientes subcapítulos: “Lo que constituye el sentimiento religioso. Es independiente de una divinidad. Sus características. Poder de las convicciones que revisten forma religiosa. Ejemplos diversos. Los dioses populares nunca han desaparecido. Formas nuevas en que renacen. Formas religiosas del ateísmo”, etc. Siempre ha sido así y lo sigue siendo. Lo diferente hoy, es que, en plena modernidad ilustrada, una creencia de tipo religioso debe revestirse de cientificidad, y antes de la modernidad ilustrada no lo precisaba, porque la religión tenía entonces un estatus sociocultural semejante o hasta superior al de la ciencia.
Pero desde fines del siglo XIX y casi hasta hoy (por lo menos hasta la aparición de los neo-integrismos religiosos –judíos, cristianos, islámicos y hasta hinduistas- ya en pleno siglo XX) las convicciones íntimas y colectivas (i.e. un club de fútbol) se creen y defienden como religiones; la ciencia, entonces, asumirá formas masivas de defensa religiosas, con lo cual estarán, no solo negando su cientificidad, sino mostrando que, para el periodismo y para la gente común, periodísticamente formada, del siglo XXI, el modo religioso de creer y defender las creencias sigue siendo el ancestral, aunque temáticamente diverso. Así se impuso y mantiene viva la pandemia, como veremos y puede usted verificarlo cuando y como quiera. Como dogma, verdadero y eterno, no como ciencia discutida y discutible, provisoria y mejorable; quienes no creyeran que arrojando vírgenes al cráter se amansaba el vómito mortal de los espíritus del volcán hubieran sido negacionistas, quienes hubieran buscado responsables por esas muertes sacrificiales hubieran sido conspiracionistas, y los que se negaran a esos remedios para las erupciones hubieran sido tildados de anti-sacrificios, mote que hoy parece positivo, pero no en esa época, equivalente a lo que es hoy ser anti-vacuna.
Así, religiosamente, y con elementos mágicos en las creencias curativas, se cree en la pandemia; y se ignoran, ningunean, deforman, descalifican, las creencias alternativas y sus sostenedores. Y mediante una verdadera inquisición mediática, y de un index en las asociaciones científicas y en Internet. La pandemia es una creencia neo-religiosa, su fuerza deriva de ese carácter que se le dio y se difundió, no tanto de su cientificidad, que sí fue tal para lograr ese estado psicosocial de la creencia, no tanto para su diagnóstico y terapias sociosanitarias; pero sí para imponerla como creencia neo-religiosa, pensada inverosímilmente
como ciencia. Nunca, ni desde su inicio, la pandemia se comportó del modo previsto por la pandemia se comportó del modo previsto por la ciencia que fue aceptada como la mejor a sus efectos. Nunca las previsiones se cumplieron; en ninguna etapa, nunca, las proyecciones de tendencia las siguieron; los tan temibles crecimientos exponenciales fueron escasísimos; pero tampoco los pronósticos de mejoría, que aunque no son atemorizantes son también necesarios para legitimar gobiernos y médicos, se han cumplido; porque son rápidamente sustituidos por nuevos sustos o alivios que no permiten recordar su perenne incumplimento. Puede usted recorrer las estadísticas globales y por países, día a día, de la evolución de la pandemia, y difícilmente podrá identificar momentos en que las medidas sanitarias o las vacunas hayan provocado alguna inflexión en la marcha triunfal del virus. Este último punto es muy importante, porque las religiones han sido y aún son en parte creídas, defendidas y hasta cruentamente, a pesar de (o quizás porque) que sus creencias no tienen fundamentalmente base racional sino raíz en la necesidad profunda de creer en algo superior que puede hasta beneficiarnos, y la necesidad de defender emocional y materialmente aquello cuyos contenidos no se pueden justificar racionalmente, ni argumentalmente. Está estudiada profusamente la necesidad de creer, sea o no más o menos creíble lo que se cree: la psicología, la antropología y la sociología de las religiones y de las creencias ha producido fascinantes bibliotecas sobre eso, que conozco bien. Entonces, lo que Le Bon decía es muy importante para entender la conducta humana: los mejores modos de fijar una creencia son los que han sido usados exitosamente para generar tal grado de adhesión a disparates del punto de vista racional: “las muchedumbres necesitan una religión, puesto que todas las creencias políticas, divinas y sociales no se establecen sino con la condición de revestir la forma religiosa, que las pone al abrigo de cualquier discusión”. Si estudiamos la dogmática de cualquier religión o secta que se cree y es creída como proveniente y sustentada en revelaciones trascendentes, de verdad eterna, sus contenidos serían todos in-creíbles desde el ángulo de su sustentabilidad racional. Y no piense el lector que estamos hablando de esotéricas creencias tribales subsaharianas; piense usted, sin ir más lejos, en las creencias del cristianismo, al que estamos acostumbrados desde siempre como colectivo. Tertuliano, uno de los Padres de la Iglesia, lo resumió elocuentemente: “El Hijo de Dios murió; eso es creíble porque es absurdo. Y después de sepultado resucitó; esto es cierto porque es imposible” (cita de Sorokin). Si creencias como éstas han producido millones de creyentes que han matado y muerto en defensa de estos contenidos, o bien son tan sabias que han podido imponer la lógica de Tertuliano, o bien saben que son tan sentidas como necesarias que no precisan racionalidad para imponerse. Aunque deben fingir racionalidad en esta época de la humanidad, moderna, ilustrada, con autoimagen proyectiva de científica y racional.
Un hijo de dios, una de las tres personas de un dios trino, vino al mundo, se encarnó, nació de una madre virgen, y redimió a la humanidad de sus pecados sacrificándose, resucitando y formando seguidores para intermediar entre dios y los mortales, luego de dictar mandamientos morales terrenales cuyo grado de cumplimiento discriminaría entre quienes se salvan eternamente en la bienaventuranza del cielo y quienes se condenan eternamente en el infierno. ¿Qué tal? No muy científico ni racional, pero quizá más creído y hasta preferido a la ciencia en muchos aunque menguantes casos. En buena parte fueron perseguidos sangrientamente por creerlo, así como ellos persiguieron sangrientamente a quienes diferían con ellos, una vez que la historia dio vuelta la taba y el reloj de arena se invirtió. Pero también se han matado entre ellos y torturado entusiastamente entre quienes creían en el Dios Uno y los del Dios Trino, y otras subvariantes delirantes. En el Génesis, cap. 5, tenemos la lista de los patriarcas antediluvianos: el primero, Adán, engendró a su primogénito a los 130 años, luego de lo cual vivió 800 años más, no tanto como su descendiente Matusalén, que fue el hombre récord en longevidad, con 969 años, ni uno más ni uno menos; el famoso superhéroe del Arca, Noé, engendró a sus 3 hijos a los 500 años de edad. Los siglos atestiguan cómo se matan y torturan, por ejemplo, hoy, quienes creen en la variante chiíta del Islam y los originales sunnitas; o luteranos y cristianos ortodoxos occidentales al fin del Medioevo; o cristianos y musulmanes en ese mismo período.
Hoy insistimos en explicar los devenires de la historia por los intereses materiales, cuando sus avatares se explican, gruesamente, mejor quizás, por la defensa de incredibilidades diversas. Porque cuando decaen relativamente las religiones, con la modernidad ilustrada, son parcialmente sustituidas por las ideologías, tan poco demostrables como los contenidos y orígenes de las religiones, y también se matan los defensores de cada lado de la grieta de las varias trincheras: fascistas y aliados, capitalistas y revolucionarios, rusos y ucranianos, blancos y colorados, etc. etc. “Solo llegan a comprenderse ciertos acontecimientos históricos -y éstos son precisamente los más importantes- cuando se discierne con exactitud esta forma religiosa que la convicción de las muchedumbres concluye por adoptar” (más Le Bon).
Los aspectos psico-político-comunicacionales de la pandemia van constituyendo un paso gigantesco hacia el dominio de la voluntad de las poblaciones por el miedo, mediante el poder simbólico de la dupla político-comunicacional, instalando una ‘dictablanda’ mucho más profunda en sus consecuencias que las mucho más espectaculares ‘dictaduras’ históricas conocidas, cuasi-religiosa (Parsons).
Diciéndolo de modo provocativo, como para despertarlo, lector, del letargo de la lectura: nunca antes una sugestión hipnótica invasiva global convirtió tan claramente a la gente en una sumisa manada de ovejas de matadero, papagayos que repiten y macacos imitadores, histerizados por una paranoia hipocondríaca nunca antes experimentada en ese grado de irracional alienación; ratas higienizadas y con tapabocas salen aterrorizadas de sus escondrijos para vacunarse y volver a su hueco. La humanidad ya iba en ese camino; de hecho, la paranoia de la inseguridad fue el mayor miedo inducido que preparó el camino para esta hipocondría. Pero este nuevo miedo global, con medios científicamente más aptos para dominar y manipular, no solo es el mayor de la historia, sino también el primero global, el único con capacidad para dominar casi totalmente las vidas individual y colectiva.
En el futuro será, sin duda, más completo aun el dominio; pero ya hay dos mundos cualitativa e irreversiblemente distintos: antes y durante/después de la pandemia. Este efecto de la pandemia es mucho más importante que la crisis sanitaria que fue su base o excusa; y de eso no saben nada los médicos; pero sí saben de eso muchos otros, científicos también aunque no de la salud (y aunque no usen túnicas ni estetoscopios). Pues bien, entre nosotros, algunos científicos sociales intervinieron tarde y poco, y solo para implementar lo ya resuelto por los ‘científicos’ jefes, esos micro-sabios pero macro-ignorantes que lideraron la catástrofe mayor de la historia humana. Aunque todo lo que faltó de ciencias sociales en la parte sanitaria de la pandemia, en su diagnóstico y terapias, sobró en la sugestión hipnótica con que se difundieron como sólida ciencia malos o dudosos hallazgos, y en su transformación en dogmas cuasi-religiosos para su mejor imposición.
Un buen test del grado de conciencia y aceptación sobre nuestra estancia en un nuevo y más elevado estadio de sugestión hipnótica, gregarismo, miedo pánico inducido y paranoia hipocondríaca desmesurada, es referirnos a un brevísimo texto de fines de los 30 de Herman Goring, director de la fuerza aérea nazi y de los 5 top jerarcas del régimen: en él dice que, sea cual fuere el régimen político que se viva (socialista, democrático, fascista), el mejor elemento para dominar a la gente es el miedo; que consiguiéndolo, se puede lograr que la gente haga lo que uno quiere. Cualquiera reaccionará rechazando efusivamente la posibilidad de que ello se intentara u ocurriera; y si se le pregunta si cree estar en medio de una sociedad así, en que la gente, sin darse cuenta, sabia y pacíficamente inducida, ya está dominada y manipulada en su cotidiano, indignadamente dirá que no, que no es tan idiota, ni tolera que se la tome por tal, y maldiciendo al mensajero de tal inquietante sugerencia.
Sin embargo, la imposición político-comunicacional de la pandemia muestra lo contrario: que ya ocurrió y que estamos de lleno en esa distopía que parecía lejana, pero que ahora es fraseada como utopía que es meramente la continuación de una tendencia intrínsecamente humana. Se hace pía, obsesiva y furibundamente lo que se ha introyectado a partir del miedo sobre el virus y las patologías resultantes; no se tiene la menor idea del mundo que ha estado acercándose durante el siglo XX y que se hizo realidad en 2020, aunque ya se anunciaba en episodios menores. Ese mundo se aproximó aceleradamente con la pandemia, tanto el imaginario de su imposición como la domesticación de todo el cotidiano a partir de su imposición como monotema en los medios de comunicación y hasta cierto punto en las redes sociales. La gente ya es una manada de ovejas que va al matadero con alegría, convencida de que va hacia su felicidad o hacia la minimización de sus sufrimientos; contrariamente a lo que dijo Pepe Mujica, que ”los chanchos no votan a Cattivelli”,- frase que ya es una plena traición a la teoría de la izquierda de la alienación y la conciencia falsa-, sí que votan a Cattivelli, y si no a él será a Schneck, a Ottonello, a Sarubbi, o hasta a Doña Coca. “El héroe amado por las multitudes será siempre de la estructura de un César. Su penacho los seduce, su autoridad los impone, su sable les da miedo. Las muchedumbres respetan dócilmente la fuerza y son mediocremente impresionadas por la bondad que, para ellas, es una forma de debilidad. Siempre elevan estatuas para aquéllos” (de nuevo Le Bon).
Tres. Pandemia: ciencia mala en diagnóstico y terapia; excelente como hipnosis psico-social
Una de las primeras grandes lecciones dejadas por la pandemia es nunca más dejar que su manejo esté liderado por médicos; especialistas en lo suyo, sí, pero absolutamente ignorantes de todos los efectos y consecuencias sociales de las pandemias, que se irán haciendo más importantes a medida que el brote específicamente somático empiece a tener efectos y consecuencias aún más importantes, económicas, políticas, sociales, culturales, educacionales, psíquicas; aunque a veces con apariencia menos espectacular que las sanitarias como para verlas como urgentes o emergenciales.
Por ejemplo, cualquier científico social les hubiera advertido que el tapabocas no se usaría ni cercanamente con la frecuencia maniática con que se lo impuso y que supuestamente era necesaria para bajar la contagiosidad; se usó muchísimo menos y peor, porque no es soplar y hacer botellas. Era esperable que se usara mucho menos en todos los espacio-tiempos que no tuvieran testigos; que se usaría mal calzado, sucio, de tal modo que provocaría peores efectos respiratorios y orgánicos respirar con tapabocas que sin tapabocas, sin exhalar bien lo que hay que exhalar ni inhalar bien lo que hay que inhalar: un envenenamiento sistemático de toda la humanidad para tratar de impedir algunos contagios, la mayoría de ellos poco importantes sanitariamente. Es otro de los pésimos negocios, en términos de costo-beneficio, que la humanidad ha hecho con las ‘soluciones’ que ha adoptado para la pandemia; en medio de esas realidades, tan distantes del mundo que imaginan los profesionales de la salud, intentar dar cuenta de oscilaciones en las cifras de muertos y contagiados en función del uso de tapabocas, es un patético disparate, pobre máscara de ignorancia. Cualquier científico social hubiera avisado que la distancia social es irrealizable dado el modus vivendi de la mayor parte de la humanidad; que tampoco tiene agua limpia ni dinero para jabón ni mucho menos gel para incrementar su higiene del modo exigido por los pandémicos; que no puede encerrarse porque no sobrevive en su cotidiano si lo hace; y que si lo hiciera violaría las necesidades de distanciamiento, porque el encierro es totalmente contradictorio con el distanciamiento, al menos para una gran parte de la humanidad, que no pudo, puede ni podrá cumplir con las utópicas medidas recomendadas por científicos absolutamente ignorantes del modus vivendi de la gente concreta y real.
No es sorprendente que la pandemia no haya disminuido con las medidas sanitarias adoptadas, ya que ninguna de ellas se cumplió, ni podía cumplirse, ni aproximadamente, en la mayoría del planeta, en la mayor parte de los lugares y en la mayor parte del tiempo. Porque si miramos las estadísticas mundiales de la Johns Hopkins University o de worldometer con cifras y gráficas del mundo y de cada uno de los 225 países, día a día, veremos que las oscilaciones no tienen nada que ver con las curvas anunciadas, ni con los aterrorizantes crecimientos ‘exponenciales’, de contagios, de muertes, de desbordes hospitalarios; ni las fechas de instalación de las medidas ni de vacunación producen inflexiones de caída en las tendencias, no influyeron en ellas, como quisieran los beneficiarios de la pandemia; lo que pasa es que la gente ha recibido el marketing del miedo, pero nunca chequeó si los miedos, las bonanzas o las inflexiones en las tendencias anunciados se cumplieron. Hágalo y vea por usted mismo qué pésima ciencia bio-médico-sanitaria acompañó desde principio a fin la pandemia. Pero, en cambio, sí parecen producir efectos registrables las mutaciones del virus, nunca previstas aunque es sabido que los virus mutan; cuando las previsiones fracasan, entonces sacan de la manga algo al parecer inesperado, para llenar el ojo. Bullshit.
Y no nos engañemos porque el nivel socioeconómico y la densidad urbana del Uruguay permiten su mejor aplicación que en la mayoría de los países; porque aquí también fue utópica, aunque menos; se le atribuyen mágicamente los vaivenes de la pandemia al nivel de cumplimiento de las medidas, sin saber cuál fue éste, simplemente atribuyéndoles causalidad a falta de mejores conocimientos y como forma de proteger las medidas, como mecanismo de defensa corporativo, por simple argumento de autoridad, vacío de ciencia. Porque cuando previeron brotes severos, no pasó, ni pasó lo que previeron; pero la gente no presta mayor atención a la interna de los sacerdotes.
Acuérdese lo que pasó en el Uruguay. Las veces que sucedieron cosas que fueron previstas como temibles orígenes de picos de contagio y demás, jamás ocurrieron esas tenebrosas consecuencias: ni cuando los estudiantes de medicina festejaron su graduación sin ninguna precaución, ni cuando se liberó como peatonal 18 de julio, ni cuando la marcha multitudinaria de la diversidad, ni cuando las elecciones nacionales, en sus dos vueltas; nunca esos supuestos terribles desbordes fueron seguidos de brotes en los plazos esperados por los virólogos e inmunólogos que inundaron con caras severas las pantallas; ahora, las expectativas de las vacunas, tampoco. Hasta creo que el peor pánico que tenían no era el miedo a los brotes subsecuentes a la violación de medidas y protocolos, sino más bien el pavor a que se violaran las medidas y que no pasara nada, lo cual deslegitimaría las medidas, la autoridad de los médicos y la pandemia en cuanto tal. Y fue lo que pasó. Pero igual no pasó nada de nada: ni hubo brotes pandémicos ni hubo cuestionamiento racional de los médicos ni de la pandemia por ello: una creencia religiosa no se cuestiona por meros hechos contrarios; peor para esos hechos. Cada loco siguió con su tema, en disparate múltiple libre.
Si en el Uruguay alguna vez el lobby de la salud permite el fin de la pandemia, será, o bien por la evolución natural del ciclo de los virus, como tantos virus anteriores –si fueran virus naturales, porque si fueran de laboratorio…-, o bien por algún favor especial de San Cono, de la virgencita de los 33, o del espíritu protector de Obdulio Varela, más que por las medidas incumplibles o las pésimas vacunas sin fin. Pero ningún modelo delirante aceptado, ningún incumplimiento de desastres previstos ni de bonanzas esperadas, ningún paquete de medidas incumplibles en el grado de efectividad necesario, ninguna sucesión sin fin de vacunas poco eficaces en lo inmediato y no testadas en el largo plazo; nada de eso alterará la creencia cuasi-religiosa en la pandemia, su gravedad y los modos de enfrentarla; porque ningún mero y profano hecho destruye una creencia sacra; porque es considerado inferior por los creyentes, a lo más excepción confirmadora de la regla, ilógica pura generalmente dicha con expresión sesuda.
Por suerte, poco a poco, y aunque arrecien las mutaciones cada vez menos temibles pero cada vez más temidas debido a la instalación de la hipocondría, los tapabocas están siendo menos exigidos, visto que la pandemia no disminuye, ni con las medidas sanitarias iniciales ni con las vacunas, ni con ambas; y no se puede seguir destruyendo el cotidiano y el futuro de la gente, que también vota. El argumento para disminuir la intensidad de las medidas es falso; en España, por ejemplo, no hubo ninguna disminución que pareciera aconsejar el relajamiento de las instancias de uso de tapabocas; se hace porque no sirve para mucho y destruye la sociabilidad, el cotidiano, sin que haya jamás disminuido nada con claridad. Pero eso no se puede confesar, de modo que se dice que es el buen resultado de las medidas, reflejado en supuestas mejoras, la causa del relajamiento. Gato por liebre. Y, de nuevo, nadie chequea si es verdad lo que alegan, pese a que es facilísimo. El fracaso de las medidas, que debería llevar a descartarlas, comprobable por cualquiera, es transformado en éxito seguido del relajamiento. Así se le hace la cabeza, lector; y de muchos otros modos, todos los cuales no tenemos espacio para describir, y que se reproducen con gran creatividad constantemente. Use su viveza criolla para descubrirlos con base en lo que le hemos mostrado. Volvamos a la normalidad pre-pandemia, que la cosa nunca fue para tanto y destruyó mucho más de lo que la pandemia suelta hubiera hecho; que no se llenen más los que ya se llenaron a costa del desastre actual y futuro de la humanidad.
El éxito clamoroso del modo como nos hicieron la cabeza es, sí, un producto de la ciencia; porque hubo muy mala ciencia en los diagnósticos iniciales de contagios, fallecimientos y desbordes hospitalarios; hubo muy dudosa ciencia al definir la terapia para esa mala ciencia diagnóstica: las medidas elegidas era imposible que se cumplieran con la intensidad necesaria (tapabocas, encierros, cuarentenas, distancias, higiene especial); faltó ciencia social que le explicara a los científicos de la salud biológica que esas medidas no podrían cumplirse bien dado el modus vivendi de la mayor o gran parte del mundo; la hazaña científica no estuvo ni el diagnóstico ni en las terapias, bastante malas.
La hazaña propiamente científica, entonces, es haber impuesto esta imperfecta, dudosa y frágil ciencia diagnóstica y terápica en creencia sólida en su perfección, indudabilidad y solidez. Para eso, fue necesario transformar la creencia en una creencia cuasi-religiosa, dogmática y por lo tanto incuestionable, indudable, pero con equivocada y conveniente auto-imagen de científica. El instrumento principal de este modo de hacernos la cabeza fue la prensa, que trasmitió esta creencia cuasi-religiosa, voceada como ciencia, a la opinión pública, al sentido común y al núcleo central de las redes sociales. Como en toda inquisición religiosa, se implementa por medio de la confección de un Index (o lista negra) de ideas y personas prohibidas (que el dominio de los medios puede hacer, por ejemplo, borrando lo que no le conviene como ‘fake news’, o como peligro de contagio) y de una inquisición profana que ningunea, censura, discrimina, acusa, enfrenta y descalifica todo lo que no fue ya incluido en el Index.
La pandemia ha sido, está siendo y probablemente seguirá siendo un gran paso al frente en los intentos de dominación completa de la conducta y hasta de los valores, emociones, sentimientos e ideas por el miedo, que son tendencias que progresan desde hace más de un siglo, de la mano del desarrollo de las neurociencias, ciencias sociales y tecnologías médica, bélica y comunicacional; sugestión casi hipnótica, del cotidiano y del imaginario de la gente, llevándola a hacer cualquier cosa y a defender rabiosamente su alienación y manipulación como si no lo fuera. El salto cuantitativo de esta tendencia a la dominación completa de la autonomía humana ha sido tal con la pandemia, que ya estamos entrando, y de modo imparable, en una sociedad cualitativamente diferente, frankensteiniana. Las distopías teóricas y ficcionales sobre este proceso y tendencias están, no solo cumplidas, sino hasta sobrepasadas y convertidas, perversamente, en utopías naturalizadas por técnicos y tecnólogos, devenidos tecnófilos y tecnócratas, que amenazan ser tecnópatas, vestidos de post-humanistas y trans-humanistas. Prometeo y Fausto terminan, irónicamente, casi kafkianamente, transformados en Frankenstein.
La ciencia se ha construido sobre la continua puesta en duda de lo creído en cada momento. En cada uno de esos momentos hay algo que es tomado como verdad, pero como provisoria y mejorable, no como eterna y perfecta. Nunca se habría progresado si nos hubiéramos quedado con las verdades de cada momento y las hubiéramos defendido como dogmas revelados, como pasa ahora con la pandemia. La idea de lo que es la ciencia que la prensa ha impulsado, está mucho más cercana al dogma religioso. Y hasta parece tal, por el modo, digno de una inquisición laica, de tratar a quienes difieren con ellos. Esto es algo que solo religiosos fanáticos harían, y no defensores de la ciencia que saben lo que ésta es.