PORTADA
Por Aldo Mazzucchelli
Al “Gran Reseteo” de las elites de Davos, un movimiento confuso y generalizado, casi sin medios de comunicación y sin representación política importante en ninguna parte, está oponiendo algo que algunos llaman un “Gran Despertar”.
Ese “Gran Despertar” -el nombre mismo es tan pretencioso y simplificador como el del otro lado- aludiría a una toma de conciencia masiva sobre las taras y maldades del actual sistema de gobierno mundial, liderado por Londres y Washington.
Los partidarios del Gran Reseteo lanzaron, más o menos desde la fraudulenta llegada de Biden al poder, la fórmula BBB, Build Back Better, es decir “reconstruir mejor”. Para reconstruir hace falta dinamitar primero. Eso no lo dicen, pero lo están haciendo en Occidente de una serie de formas.
Entre ellas, se impusieron sanciones a sí mismos, via Rusia, que ya están promoviendo la escasez y eventualmente ahondando la dependencia de masas que no tienen trabajos productivos y ya son, por tanto, radicalmente dependientes de alguna tutela.
Desde hace décadas, además, la civilización ha optado porque la educación le haga seguidismo a los grandes medios y a las nuevas tecnologías de la comunicación. El egoísmo y falta de dedicación al sacrificio de los padres de las nuevas generaciones contribuyó a exigir solo de la institución escolar lo que la institución escolar nunca pudo dar. La escuela no puede educar a un niño o joven a quien sus padres han abandonado a su suerte, moralmente hablando.
Esto, junto a un aumento del consumo debido a la baratura de toda clase de bienes y objetos, ha aumentando la ignorancia y el carácter iletrado de la cultura, pasada entretenidamente a una neo-oralidad que tiene vastas consecuencias en la calidad de la política, la comunicación, y el modelo de sujeto.
Esta baratura se consiguió renunciando mayoritariamente a la industria en Occidente, pasando esa parte del quehacer a Oriente, y forzando masivamente una relación maquinal y tecnológica con la naturaleza, terminado con la larga expulsión de la gente del campo y eliminando -y se rumorea, pero no he podido confirmarlo, que en algunos lugares ya prohibiendo explícitamente- la producción individual de alimentos.
Ese nuevo sujeto urbanoglobal -una especie de aquel “Nuevo Uruguayo” consumidor, idiotizado y alegre, pero muy profundizado en estas tendencias- es el principal sostenedor político de su propia decadencia, la que el New York Times glorifica cada mañana con su newsletter donde “todo va bien para los nuestros, mal para nuestros enemigos”, que firma, con retórica en extremo insidiosa y manipuladora, un señor David Leonhardt.
Una o dos generaciones que ya están de salida y pertenecen al mundo viejo, al Occidente de antes de que llegasen a gobernar su discurso estos nuevos ricos perversos, tienen como su último cometido vital no ver nada de lo que está ocurriendo, y usar lo que les queda de poder para intentar impedir que se tome conciencia de que el sistema por el cual vivieron y trabajaron está acabado. Muchos jóvenes son vulnerables a ese canto de sirena, porque con toda lógica sienten que ver la decadencia es poner una carga insoportable sobre su propio futuro. Creo que esa, entre los más jóvenes, es una visión dependiente y excesivamente pesimista: son ellos los que tienen la oportunidad de reconstruir mejor, realmente, pero en un sentido muy distinto al que quisieran sus abuelos hoy al timón del desastre, los Biden, Gates, Schwab & Soros.
Mientras tanto, el “gran despertar” es invocado y apropiado por visiones múltiples, probablemente divergentes a la larga -lo cual no es ningún demérito, sino prueba de que el futuro debería ser más diverso de veras. Esto será algo seguro, si se logra evitar que los que están de salida lo hundan en una guerra nuclear. Pero aun así, es muy probable que la tierra siga siendo habitable -o al menos partes de ella- y en esas partes deberá surgir otra forma de sociedad.
El requisito fundamental de esa nueva sociedad tendrá que ser una vuelta a principios legitimadores ajenos al mero acuerdo o contrato social entre seres iguales. Los iguales no se ponen de acuerdo salvo que una fuerza superior los haga sentir que deben hacerlo. Esta fuerza podrá ser la naturaleza, Dios, o entidades poderosas de un orden ajeno a la tierra. Sea lo que sea, es lo contrario del autómata y la -muy inflada y exagerada en sus posibilidades reales- “inteligencia artificial”. La inteligencia artificial es obviamente una versión mítica moderna del mítico “antiCristo”, y lo que el animal humano siente vagamente en las tripas -aunque repita aterrorizado los menúes de esperanza lela que le venden en la prensa- es que ese bicho monstruoso anda suelto en estos tiempos.
El mal que puede hacer no es, ni por asomo, mal físico. Las armas y drones y perros mecánicos que vigilan los genocidas bloqueos de la gente en China no son más que armas, y con otras armas se podrán combatir. El mal de la inteligencia artificial es su uso para convencer a la gente de que no tiene alma, es decir, que no tiene libertad.
El truco más hondo y fatal de la Ilustración, que hoy convoca a sus guerreros ultra para la batalla final, ha sido convencer paulatinamente a la gente de que su libertad es externa, no interior. Esto es una herramienta de control: poner lo que es tuyo adentro, como ajeno afuera. Pues la libertad interior nadie la puede quitar, es constitutiva de la vida, y es la única que existe. La convicción de que la libertad es un fenómeno craso, externo y corporal, es lo que ha llevado a una contraparte de control cada vez más intenso de esa libertad interior, que siempre está denunciando la maniobra de la que se la ha hecho víctima.
La “inteligencia artificial” -aparte de una aumentada capacidad de cálculo aplicado a sistemas discretos y planificables fuera de toda libertad- es una función retórica que se resume en esto: dar miedo, y forzar a obedecer bajo la amenaza de que “los que controlan” son todopoderosos, y que pueden llevarte a algo mucho peor aun de lo que ahora tenés. Sin embargo, no pueden -y, en cambio, es seguro que en un futuro esta forma de maldad se autodestruirá, como todas las anteriores lo han hecho.
Es contra ese mensaje retórico amenazador y falso que la gente debería protegerse, estudiando mejor en qué consiste realmente -es decir, filosóficamente- la “inteligencia artificial”, y por qué la vida no es una combinatoria azarosa como los propagandistas de lo malvado insisten ahora todos los días.
A esta altura de la fiesta, es muy difícil que la convicción de qué es lo real llegue sin un estallido muy serio, que ponga a cada uno de nuevo en otro lugar, que desde entonces será interpretable, y muy naturalmente, como su lugar.