PORTADA

Por Diego Andrés Díaz

No tengo ninguna certeza consistente sobre lo que realmente está sucediendo en Ucrania. La catarata de informaciones diarias es de una magnitud, un nivel del saturación y manipulación que difícilmente algo que pueda ser categorizado como una certeza logra mantener ese estatus mucho tiempo. Venimos de que esta característica histórica -manipulación constante a través de medios de comunicación, imposición de relatos radicalmente binarios donde la lógica de la bondad incuestionable/maldad intrínseca jamás puede ser cuestionada sin ser catalogado de agente de algún demonio- alcanzara niveles verdaderamente inigualables. “Occidente”, esa palabra tantas veces invocada, glorificada, satanizada y menospreciada, conoció al detalle lo que fue el nefasto manejo, la manipulación, la censura y cancelación, la mentira y el engaño, en estos dos años pandémicos ya rápidamente olvidados. También participaron de esto otras civilizaciones, otras potencias, históricamente reconocidas por esta parte del planeta como regímenes autoritarios, los cuales tienen un periplo civilizatorio muy singular, y que además, tienen una larga experiencia en ser avasallados por “occidente”, como también en expandir sus dominios, intervenir en otros países, tener un sistema de propaganda y difusión de “noticias” aceitados en operar y mentir, no muy diferentes de los que operan para las potencias occidentales.

Esta dualidad inmatizable ha venido arrasando todo el debate público sobre este tema, en una loca carrera por demostrar “quien es el malo”. Como nuestro país es evidentemente parte de lo que se conoce como “occidente”, el impacto de las noticias provenientes de los países centrales de este hemisferio tiene mayor impacto, efectividad y convocatoria. Pero también es poderoso el sentimiento antioccidental en la propia civilización, sea esta representada por los proletarios internos de la misma -es decir, por aquellas poblaciones que están en una civilización, pero no se sienten parte de una civilización, como de los enemigos ideológicos internos a las ideas dominantes de la misma, o los que creen que de su destrucción puede salir algo mejor y mas regenerado en sus bases. La modernidad triunfante en occidente siempre ha compartido su desarrollo con dos fuerzas que parecen operar en vectores contrarios: una especie de hipermodernidad, que, en su versión más radical, expone un programa extremista de los valores ilustrados, es futurista, utopista e igualitaria y tienen en su espíritu jacobino convencido de haber sido traicionado por la realidad su praxis política constante; y una anti modernidad inorgánica que se traduce en un malestar constante con algunos de los “hijos de la razón”, que, se obstinan en mostrarse absolutamente irracionales.

Entrar en un juego dualista no solo seria concederle un nivel de batalla final a este nuevo capítulo de la lucha de las potencias por defender y expandir sus zonas de influencia, sino que además logra crear el ambiente ideal para que todo aquello que las profundas y valiosas culturas que representan la Civilización del Occidente Cristiano y, en este caso, la Civilización Cristiana Ortodoxa, sea simplemente bastardeado, falseado, pisado, para luego ser presentado como algo que no merece la pena existir. Las cancelaciones y las simplificaciones de estos días operan en ese sentido, lamentablemente. 

Las razones de estado y de política internacional que esgrime el gobierno de Rusia, no son más que las lógicas de una potencia -y más específicamente, del gobierno de una potencia- relacionadas a sus intereses específicos, así como las razones de la OTAN y EE.UU., no responden a otra lógica que sus intereses específicos, y estos intereses, no tienen porque estar por encima ni estar inevitablemente relacionados con los intereses de los ciudadanos Ucranianos, rusos, polacos, georgianos, estonios, bielorrusos, letones, alemanes, y un largo etcétera  -sean lo que sean exactamente esas dimensiones- partiendo de la base que los países o los estados no tienen “intereses”, intereses tienen las personas, asociadas entre sí o no, en los estados. En ultimo caso, estamos hablando de los intereses de un grupo de elites. Esta observación no supone enjuagar en un “mar de complejidades” las circunstancias y responsabilidades de los últimos sucesos. La exigencia moralizante de declaración simbólica de estos días no esconde las enormes incongruencias, mentiras, falsedades y contradicciones que emergen en estos días. Incluso, esa emergencia por pararse en una de las trincheras es parte de camuflar al club de hipócritas que se embanderan en altares de principios para esconder pequeñas realidades provincianas. 

Real de Azúa y un antiguo texto vigente

Nuestro país, nuestra sociedad, es parte -total o parcial- de lo que se denomina como “occidente”. Si esta región es una zona periférica, un vástago o una proyección de esta puede llegar a ser un interesante y fructífero debate. En este caso, me interesa esta característica para señalar que nuestra cultura esta evidentemente más influenciada por la cultura occidental. Y esta circunstancia también influye las visiones de la opinión pública con respecto a los temas internacionales, a tal punto que ha moldeado buena parte de las tradiciones que en materia de relaciones exteriores nuestros gobiernos han cultivado por décadas. 

Publicado inicialmente en el número 966 de Marcha el 3 de julio de 1959, un ensayo titulado Política Internacional e Ideologías en Uruguay, de Carlos Real de Azúa, nos presentaba de forma profunda e inteligente las características de las posiciones predominantes que los gobiernos de Uruguay habían ostentado en política internacional, relacionadas directamente con las tradiciones políticas de larga raíz nacional. Lo interesante -y actual- del análisis es que describe con exactitud el talante emocional e ideológico que ha tenido mayor predominio en estos días sobre el conflicto Ruso-Ucraniano. Real de Azúa lo describía de la siguiente forma, para otros actores, otros escenarios, otras realidades, mas de medio siglo atrás:

Esta postura “…responde al diagnóstico de “lo colorado” (también de “lo batllista”) en su acepción de “moderno”, según ciertos diagnósticos histórico-culturales recientes. Para ella la hechura de lo histórico es la racionalidad universal y la forma eminente de actuación de esa racionalidad es la “ideología”. Todo lo que viene del pasado, todo lo que sobrenada en el presente en términos de contrastes, afinidades o intereses no investidos de su imaginaria universalidad es simplemente la materia blanda que el mordiente ideológico debe eliminar. Es indiferente que esa materia sea la de afinidades históricas, geográficas o económicas, contrastes del mismo orden, apego a la propia entidad, intereses contrapuestos, simpatías o adversidad de orígenes, lazos de vecindad. Ocurrió que esta ideología fue la democrático-liberal con algunas vetas socializantes.

Lo explicaba la dialéctica política de los años precedentes y la implícita filiación doctrinaria del país. Inscripta en creencia en las ideas de tipo iluminista, la democracia lo fue todo para esta posición y no hubo teórico ad- hoc del sistema que no lo identificase con todas las dimensiones posibles. Un poco más que un instrumento de control político, un poco más que una forma de organizar el Estado, un poco más que un estilo de convivencia social, la democracia fue convertida en una filosofía de la vida capaz de integrar religiones y culturas en los moldes de una síntesis definitiva. La nacionalidad abandonó como incómodo su lastre concreto de tierras, y tiempo y destinos de seres vivos y concretos y se identificó con “la idea”, con la Democracia, sin más ni más. La propaganda de la Defensa Nacional no argumentó, como es regular, la necesidad de defender el país sino la Democracia contra “el totalitarismo…”.

Frente a esta corriente, Real describe una oposición caracterizada como corriente resistente, que, a diferencia de la anterior “…ve en las ideologías, cualesquiera ellas sean, simples máscaras de la voluntad de poder, simples portavoces de intereses ya sean estos nacionales o de clase (…) la posición resistente proclamó la primacía de lo tangible, de lo propio, de lo probado, de lo próximo. De la Historia, de la Geografía, de la Economía y hasta de la Biología. Sostuvo “el egoísmo sagrado” de la propia entidad nacional, la primacía de los concretos intereses uruguayos (…) Su descreencia en las ideologías le hizo hostil a todo el maniqueísmo reinante, a toda discriminación mundial, continental o regional en buenos y malos, justos y réprobos, absueltos y condenados. Se negó entonces a una división de pueblos y de gobiernos de acuerdo a tales categorías, resistiendo con todas sus fuerzas las tentativas de intervención que ya por vía directa, ya por la del “no-reconocimiento” fueron lanzadas. Si veía en cada pueblo (con un respeto de raíz romántico-historicista) un desarrollo interno incondicionado, que no podía ser objeto de juicio; si veía lo precario de toda clasificación ideológica, es lógico que sostuviera los que pueden ser considerados los dos corolarios de esa actitud, esto es: la amistad indiscriminada con todos los pueblos, naciones y regímenes como norma única; el derecho de cada pueblo, en cualquier instancia, a darse el gobierno que desea…”.

Estas tendencias nacionales no parecen haber desaparecido, en cambio, tienen brotes efervescentes de nuevas reinterpretaciones y análisis de lo que ocurre en el mundo actualmente. Ambas parecen operar con formidable vigencia, y colarse en medio de los relatos dominantes de los medios de comunicación masiva, como resistentes permanencias de una sociedad singular. Real nos recuerda igualmente, que ambas posturas tienen en el correr de los tiempos, desafíos dramáticos para enfrentar:

“En la neta diferenciación entre lo que es permanente y lo que es accidental en la política internacional de un país, podría rastrearse hasta su más hondo calado ese tipo de compromiso entre historicismo y “naturaleza” que es rasgo de muchos estilos de pensamiento. Pero también cabe pensar de esa distinción que no toma bastante en cuenta la movilidad esencial de lo histórico, la capacidad de invención, de creación, de libertad, en suma, que la historia posee. Si se descartan esta movilidad y esta libertad es falta que las relaciones entre naciones y cada nación misma cuajen en una inamovible significación que las identifica (por debajo de la historia de sus clases, sus intereses y sus ideales) con tal o cual valor, sean ellos la Rapiña, la Libertad, la Cultura, la Democracia o la Fe. Si se prescinde de esa capacidad de invención de la historia, las mismas variantes torrenciales que la técnica impone pueden pasar a nuestro lado sin que seamos capaces de verlas…”.

La “Geopolítica”

La Geopolítica, y la Historia de las relaciones internacionales entre estados, han sido convocadas al ruedo del debate público, una vez pasada la efervescencia sentimental y la calesita de posturas simbólicas en redes sociales. En este segundo círculo de análisis y explicaciones, me ha sorprendido como se han entremezclado las referencias históricas, con las justificaciones políticas; la comprensión y problematización de largos y contrapuestos intereses, con un coro variopinto de voces que alegan que allí han encontrado la llave que abre el cofre de la “superioridad moral” de la causa que plantean defender. Entiéndase bien: me parece demasiado evidente que la “geopolítica” aporta elementos sustanciales para comprender mejor lo que pasa. Pero no justifica nada. 

Mas allá de que parece que existieran unos antagonismos irreparables y dramáticos, tanta dualidad permite a sus cultores encontrar un sinfín de puntos en común a la hora de hacer su propaganda: En ambos casos, se apela como razón ultima a una especie de fascinación por lo colosal, donde la santidad de su causa es presentada como los prolegómenos de la creación de un “fin de la historia” donde, en un caso,  “se formará un bloque euroasiático que comandara al mundo”, o en el otro “el internacionalismo occidental democrático aplastara las tiranías orientales”. Lo interesante de estos meta-relatos radica en que parecen querer venderte que el barco de los triunfadores esta por zarpar, y vos sos solo un boludo que dudas en subirte. También es interesante como las dos posiciones fundamentalistas frente a los acontecimientos, nos venden que la solución que tienen preparada para el “otro mundo” es aniquilarlo. “Debe desaparecer” es el eslogan. Con respecto a la solución radical que exponen para terminar con la decadencia que ven en el otro, no puedo dejar de señalar que representa una versión embrutecida de la ya conocida “vulgata revolucionaria”. Uno de sus clichés más recurrentes es el de la destrucción como camino de la salvación. Según esta idea, de la destrucción absoluta se creará el paraíso. Ese discurso moderno, por más engalanado con tradicionalismo, progresismo o futurismo que se presente, no es otra cosa que el viejo mito jacobino del año cero. Y de él, nacieron cosas tan terribles como la “guerra total”.

Desde que surgió la revista me he dedicado a realizar algunos aportes con respecto al tema del centralismo político, el peligro que encierra su avance para las libertades de los individuos y la necesidad de dar la batalla a las tendencias que promueven mayores niveles de concentración de poder político que gobierne jurisdicciones cada vez más amplias, sean estos estados, bloques, organismos globales. Sería absolutamente contradictorio con esa prédica reivindicar cualquier forma de centralismo político, defender mega estructuras estatales o burocracias internacionales, encandilarse con líderes mesiánicos o héroes de la cancelación woke. En estos días arrecian las invocaciones para elegir sin más dilación entre barones ladrones inescrupulosos u omnipotentes entrometidos morales. Chesterton reivindicaba su “little England”. Cuánta razón tenía…