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Por Francisco Faig

¿Existe una grieta política en Uruguay? Definamos la grieta como una separación irremediable entre dos campos, dos polos, dos sectores, que están divididos justamente por esa grieta que hace imposible pasar de un lado al otro. La tierra se divide y no hay vínculo posible a pie o con puentes de un lado al otro.

La diferencia conceptual entre grieta y diferendos, matices u opiniones divergentes sobre tales o cuales políticas, es que la grieta da a entender de que hay algo sustantivo que separa dos mundos, y sólo dos mundos. Se trata de una especie de ruptura fundamental, que no impide por cierto que dentro de cada uno de los campos que quedan a un lado y al otro de la grieta haya, además, distintas opiniones posibles sobre los más diversos temas. En definitiva, la grieta no garantiza la unanimidad dentro de cada campo, y ni siquiera el consenso.

En efecto, de un lado de la grieta puede haber distintas posiciones, matices, controversias, desinteligencias y/o disputas; y del otro lado de la grieta, también pueden existir todas estas realidades de las que participen distintos actores allí situados. Empero, todas esas diferencias que puedan existir no son lo suficientemente relevantes dentro de ese campo como para, a su vez, determinar una nueva grieta. Es decir que a pesar de que existan discrepancias, ellas no son insalvables entre quienes forman parte del mismo campo y que se diferencian radicalmente, claro está, con los actores que están de otro lado de la grieta.

La grieta sí señala que hay una diferencia más profunda, más sustancial, más estructural, que justamente se la define como grieta, que lleva a que se pueda leer el escenario político a partir de esa ruptura que es la más importante. La grieta implica que hay al menos un eje de temas, un conjunto de posiciones o una cuestión sustantiva que articula de modo radical la geografía política: de un lado y del otro de la grieta se piensa radicalmente distinto acerca de ese asunto, o de ese cúmulo de temas, que es/son lo suficientemente relevantes para los actores que participan de la escena política como para dividir la realidad en dos, y como para que esa división sea infranqueable. Que no haya acuerdos posibles. Que se esté o de un lado, o del otro.

De alguna forma la grieta da cuenta entonces de un Nosotros y de un Ellos cuyas diferencias políticas en algunas cuestiones sustantivas son imposibles de superar. De alguna forma también, la raíz moderna de esa diferencia radical como eje articulador de la política fue bien teorizada por Carl Schmitt, justamente a partir de la noción de amigo- enemigo.

Se podrá discutir si frente a una situación límite en la que se ponga en juego la existencia misma de la escena política, es decir, frente a algo que se lleve puesto no solamente a la grieta sino también a los dos campos formados por esos adversarios irreductibles que están de un lado y del otro de la grieta, se puede llegar a considerar cerrar esa grieta, es decir, decidir tomar medidas que tiendan puentes y hagan desaparecer esa división radical que sería, en esta hipótesis, la que alimenta, permite y alienta esa situación límite que pone en juego a todo el sistema. 

Bien podría tratarse, por ejemplo, de una crisis social y económica fortísima que pusiera en tela de juicio a la democracia, y que por tanto para salvar al sistema político que moldea la convivencia entre los actores divididos por la grieta, ellos decidieran unirse excepcional y temporalmente por encima de esa grieta; o bien podría tratarse también, de una circunstancia de agresión externa que exigiera una unidad nacional por encima de cualquier división partidista.

Pero sin llegar a hipótesis tan gravemente extremas, que por ser tales es que relativizan la grieta, resulta interesante analizar si hoy en día existe o no una grieta política, tal como la estamos definiendo aquí, en la escena política nacional. En definitiva, es una escena que no está marcada en la actualidad por ninguna circunstancia límite, sino que transcurre dentro del común devenir de cualquier democracia plena en Occidente.

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Por un lado, están quienes señalan que lo de la grieta es una exageración. Argumentan quienes así piensan que el concepto de grieta, importado de Argentina, no describe la naturaleza más profunda de nuestro sistema democrático. Aquí no hay diferencias radicales que impliquen odios, enconos, rivalidades, separaciones y diferencias tales que impidan, más allá de las rispideces propias de las posiciones políticas distintas, alcanzar acuerdos sustanciales entre adversarios políticos sobre temas de Estado. 

Aquí hay rivales o adversarios, pero nunca enemigos. Aquí, en definitiva, se está exagerando la hondura de la separación entre actores políticos distintos, y en particular entre el Frente Amplio (FA) y la Coalición Republicana (CR) que apoya al gobierno de Lacalle Pou, ya que nos conocemos todos, tenemos buen diálogo, la sangre no llega al río y, como lo mostró el reciente abrazo entre los dos ex –presidentes y senadores renunciantes Sanguinetti y Mujica, las diferencias políticas nunca llegan a formar grietas que impidan construir un futuro en común.

Esta visión de las cosas señala también que no hay que ceder a fanatismos o a cámaras de eco propias de las redes sociales, por ejemplo; que no hay que perder de vista que todos respetamos las reglas de juego de convivencia colectiva fundadas en la democracia; y que nadie considera al otro como un enemigo a abatir. 

Incluso hay medidas concretas que en el juego político representativo del país alcanzan mayorías mucho más amplias que las que se conforman con los solos actores que integran un mismo campo (si es que consideramos la hipótesis de dos campos separados por una grieta): están, por ejemplo, las mayorías parlamentarias especiales que se han logrado para nombrar ministros de la Suprema Corte o de organismos de contralor; y están, más cerca en el tiempo, casi la mitad de los artículos de la ley de urgente consideración que fueron votados por integrantes del FA y de la CR. 

Sin ir más lejos que esta semana, el homenaje a los 100 años del Partido Comunista se realizó en el Parlamento: allí estuvo todo el FA y estuvo también gran parte de la CR, dando cuenta así de la inexistencia de la grieta. Sólo Cabildo Abierto (CA) faltó a Diputados, lo que en esta visión de las cosas sería un ejemplo claro de lo poco representativo que es el talante intolerante que adhiere a la grieta: el Uruguay político muy mayoritario sabe separar el contenido de las ideologías, del respeto que se merecen los actores partidarios que hace muchas décadas que forman parte de la democracia. Podrá disgustar a muchos blancos o colorados el comunismo, pero no por eso ellos niegan el respeto debido a la conmemoración de la fundación del Partido Comunista, y por eso asisten al homenaje en Diputados. 

En esta lectura de la realidad, lo de CA puede entenderse por su inexperiencia política como partido o, siendo más pesimista, como una consecuencia de una ideologización primitiva anticomunista que es hija de la doctrina de la seguridad nacional, esa que en el pasado marcó intelectualmente a tantos cuadros militares que son, hoy, los protagonistas principales de CA -. En cualquier caso, el desplante de CA, si bien puede ser una alerta de que hay algo de intolerancia en el ambiente, tampoco es como para darle tanta importancia. De vuelta, estamos dentro del razonamiento de que la grieta no existe.

Finalmente, quienes defienden esta posición reconocen que puede ser que exista la utilización del concepto grieta como metáfora arrojada al campo de enfrentamientos entre polos adversarios. En esta perspectiva, promover la grieta está mal visto por la opinión pública, y por tanto se endilga al adversario ser él quien promueve esa grieta, pero sin que con ese concepto se esté significando la hondura y gravedad real que la grieta realmente tiene. En definitiva, se está exagerando con eso de mencionar a la grieta, como si fuera una especie de efecto de moda, ya que nadie cree realmente que ella exista de parte de ninguno de los dos campos que en teoría la conformarían. Importa mucho, además, en esta visión, el convencimiento de que los uruguayos en sí rechazan la grieta: ¿qué sentido tiene promover algo que está tan mal visto como es una diferencia radical entre uruguayos, cuando todo el mundo sabe que lo que el ciudadano uruguayo siempre valora es la unidad de destino de la poliarquía plural del pequeño país modelo?

No hay que confundir entonces, adversarios con enemigos. No hay grieta, sino que lo que hay es discrepancias que son lógicas y naturales en cualquier sociedad, y que no pueden ser analizadas con los ojos con los que se mira, por ejemplo, a la Argentina.

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Por otro lado, están quienes señalan que la grieta existe desde hace muchísimo tiempo, que no se la quiere ver o reconocer porque hay una idealización algo infantil del consenso como señal de identidad del Uruguay, y que es signo de madurez analítica y política describirla, entenderla y aceptarla.

Primero, esa grieta no es del tipo que hay en Argentina. Es bastante zonzo mirar a la Argentina, ver el grado de polarización que allí se nota, y concluir que como a eso se le llama grieta entonces en Uruguay no hay grieta. Y es zonzo al menos por dos motivos. En primer lugar, porque por lo menos desde los años 1930 que el sistema político argentino no tiene mucho que ver con el uruguayo: el peronismo es un fenómeno de importancia y complejidad tal, que no es útil comparar los dos sistemas del Plata para arrojar luz esclarecedora sobre el uruguayo. En segundo lugar, porque lo que está en juego en la política federal argentina es mucho más importante que lo que se puede poner en juego en la política uruguaya: Argentina es la segunda potencia de Sudamérica y forma parte del G- 20, por ejemplo. La grieta argentina, el ellos o nosotros de oposición radical argentino, tiene por tanto allí raíces políticas e históricas profundas, y tiene explicaciones de intereses en juego potentes.

La grieta política en Uruguay se manifiesta entonces con características propias de un país de menos de cuatro millones de habitantes, en los que las viejas familias políticas se conocen hace décadas, y en el que hay una escala del mano a mano que, por cierto, ya fue bien descrito y analizado hace muchas décadas también por Carlos Real de Azúa, por ejemplo. 

Segundo, la grieta uruguaya no es nueva. Ella está atada al auge cultural y político del antiliberalismo en Uruguay. Para situarlo, ese antiliberalismo se afirma con la crisis de los años cincuenta y con lo que describe muy bien Hebert Gatto en “El cielo por asalto” como la cultura sesentista. La crisis económica de larga duración; las expectativas frustradas de las juventudes de los sesenta, ya que imposibles de realizarse en ambiciones mayores que las de las generaciones de sus padres; la hendidura que abre la revolución cubana, con su socialismo como promesa de un futuro mejor; y la idea del hombre nuevo que rompe con la democracia burguesa; y el papel fundamental a ser cumplido por una vanguardia que debe realizar, en esta tierra, la promesa del paraíso marxista, dejan en claro de que hay un nosotros y un ellos esencialmente distintos. Que hay por tanto una grieta insalvable.

Esa grieta por supuesto que no fijó campos igualmente poblados. De un lado había una minoría convencida de su relato, suerte de pequeño Hegel ilustrado, con pizcas de materialismo dialéctico y algo de milenarismo ateo, todo muy simplificado para poder ser entendido por clases medias que recién accedían a cierta democratización de la cultura y por tanto de ninguna forma estudiaban de verdad a la modernidad post- kantiana del siglo XIX; y del otro lado, estaba la gran mayoría del pueblo uruguayo con sus firmes partidos hechos de blancos y colorados que abarcaban la gran representación política del país.

Tampoco fue una grieta reconocida: en definitiva, esos jóvenes de clases medias, de apellidos y familias conocidas que terminaban tomando las armas o adhiriendo a discursos extremistas radicales luego de leer un poco de latinoamericanismo a la Abelardo Ramos o alguna cosa similar, no eran ajenos al Uruguay de siempre: eran el hijo de tal profesional, por ejemplo, que le puso la bomba a Pacheco; o la hija de tal otro, que era del Sacré- Coeur y se hizo tupamara. Y eran decenas de casos de este tipo, cuyas coyunturas vitales hacían poco creíble la existencia real de un convencimiento radical anudado a las nuevas generaciones y que fijara una ruptura irreconciliable entre un bando y otro. ¿Cómo iban a existir dos bandos enemistados al punto de formar una grieta, si se trataba sobre todo de los hijos de y los amigos de la gente de siempre que formaba la clase media acomodada de Montevideo?

Empero, esa grieta no reconocida y atada a un discurso, a una estética, a un convencimiento y a una acción política (y, por momentos, terrorista) se ahondó, claro está, con los años setenta. Con la violencia agravada a partir sobre todo de 1970, el golpe de Estado de 1973 y la posterior dictadura, se ofició un parteaguas inevitable: de un lado los buenos y del otro los malos. La grieta tuvo así su justificación contundente, clara, objetiva. 

Fue una grieta que se asentó en relatos ficcionales, extendidos como verdades de a puño, que buscaron asegurar su existencia innegable. Dentro de las mentiras y de los secretos que la cultivaron, se pueden mencionar los siguientes, a vuelo de pájaro: jamás se recuerda que los Tupamaros negociaron con los militares en 1972, al punto de salir a torturar en conjunto; jamás se menciona que los comunistas apoyaron el golpe de febrero de 1973; jamás se habla del Pacto del Club Naval, en donde sobre todo Seregni y los comunistas tuvieron la responsabilidad de acordar la impunidad tácita de los militares.

En definitiva, no importa aquí hacer una lista exhaustiva de todos los atajos ficcionales que forman un relato propio de Disney, y que cumplen el objetivo de dar identidad cierta (y hasta épica) a la peripecia izquierdista de los años setenta. Lo que sí importa es constatar que la hendidura de la grieta de los años cincuenta/sesenta, se fue haciendo más honda con los setenta, y sobre todo con la extensión de los relatos identitarios acerca del significado rupturista de ese período nefasto de la vida nacional – que, además, oficiaron de verdades históricas para el país, porque la academia en este sentido jugó ese partido- partidario tan fieramente indigno como funcionalmente muy cómodo –.

En este esquema es que aparece la tercera característica de nuestra grieta: llevada de la mano del antiliberalismo izquierdista, se basa en una confusión adrede entre moral y política. En efecto, nuestra grieta fija dos campos que son, en realidad, de definición moral: aquí, los superiores moralmente, los que defienden al pueblo, los que siempre están llenos de buenas intenciones. Allí, están los vende patrias, los neoliberales, los integrantes de los partidos tradicionales (que, claro está, si dan el paso hacia el FA quedan perdonados de sus pecados: visto en perspectiva histórica, quién quizá mejor partido sacó de este santiguado cálculo izquierdista seguramente haya sido el ex -vicepresidente Nin Novoa con su pase de 1994), los que quieren dañar al pueblo y los que defienden únicamente sus intereses de clase, es decir, los estancieros, los destacados profesionales vinculados a intereses foráneos, los altos dirigentes blancos y colorados, los conservadores de todo tipo. En definitiva, la lista de los que forman ese infame bando puede hacerse a partir de la lectura de algún librito de esos tomitos que son como 8 en total de la colección de historia nacional de la Banda Oriental, o cualquier obrita de Barrán y/o Nahúm que los inspira.

No importa nada entonces el contenido concreto de los diferendos en torno a políticas públicas específicas. La grieta, más sustancial, menos definida concretamente, más general porque globalmente abarcadora y hecha de un solo trazo, se fija a partir de criterios morales para los que tampoco importa entrar en detalles individuales de vida o de acción de tal o cual – por ejemplo: ¿qué importa si Gallinal creó el Mevir? Importa que era terrateniente para ubicarlo del bando infame del cual la grieta nos separa, y nada más -. Alcanza con preguntar de qué lado se está de la grieta. Si es del lado izquierdo, será el correcto. 

Todos aquellos que no respetaron esa grieta ya formada hace tantas décadas, sufrieron las consecuencias, aunque de nuevo nadie quiera hoy recordarlo como se debe. Los ejemplos son numerosos, pero quizá baste con el siguiente que es ilustración contundente: ¿qué otra cosa padeció el ex –vicepresidente Hugo Batalla más que la consecuencia radical de la grieta, que implicó incluso que tuviera que irse de su barrio de toda la vida por la hostilidad de los creyentes dogmáticos en la grieta de división política, es decir, en el sentido de las implicaciones morales que ella comportaba?

La grieta política uruguaya deriva entonces a dimensiones culturales y morales. Ahora que tanta gente se ha quejado de que CA no participó del homenaje al Partido Comunista en Diputados: ¿acaso alguien recordó que todo el FA vacío a ese mismo Parlamento cuando se trató del homenaje al ex –presidente Pacheco Areco? Y, la pregunta que inevitablemente es signo claro de que la grieta está instalada, es profunda, y tiene la característica bifronte de la moralidad y de la política: ¿por qué debiera de ser criticada una actitud y aplaudida la otra? 

La respuesta es simple: porque para los cultores de la grieta, que hace más de medio siglo que persisten en Uruguay, hay un lado de la grieta que tiene razón, y por tanto no ha de homenajearse a Pacheco Areco, y otro lado de la grieta que no tiene razón, y por tanto ha de conmemorarse al democrático, esplendoroso y amoroso (que todo eso se dijo en Sala en la ocasión, y que todo eso forma parte de la ciencia ficción que se narra el país a sí mismo sobre la historia de su siglo XX) Partido Comunista. 

Para llevarlo a las diáfanas palabras del ex –vicepresidente Sendic: “si es de izquierda no es corrupto”. Esta tontería propia de un adolescente que empieza a tomar con dificultades el camino de los razonamientos lógicos, y que sólo puede ser tomada para la risa en cualquier debate político serio, en realidad es la expresión más clara de la grieta. Porque Sendic apela a la definición dogmática. Al argumento entre esencialista y esotérico, pero siempre convencido. Porque su decir explicita, sin culpa alguna, la hondura de la grieta.

En cuarto y último lugar, la grieta dio el contorno al crecimiento del FA en los años noventa con el nosotros- ellos, y tuvo además su traducción- prueba rotunda: cuando el FA llegó al poder, hubo una mejora sustancial de los ingresos de los uruguayos. En definitiva, nosotros sí nos ocupamos del pueblo. Ellos no. Y eso prueba la existencia, pertinencia y justificación de la grieta. 

De nuevo, para que esto ocurra se precisa mentir sobre la historia reciente: qué mejor para ello que la armada de intelectuales orgánicos hecha de sociólogos, politólogos y demás ólogos que son rentados en general por instituciones públicas para escribir y expandir esta visión de las cosas. Así, no importará nada lo que digan efectivamente las estadísticas públicas: se afirmará, sin rubor, que en los años noventa el neoliberalismo oprimió al pueblo, agravó la pobreza y bajó el nivel de ingreso. 

Palabras más palabras menos, lo puede incluso escribir en 2018, en un semanario insospechado de adhesión bolchevique como Búsqueda, el no doctor y no magíster (aunque sí todo eso, quizá, siempre que esté en campaña electoral universitaria), Rodrigo Arim, y luego ser candidato a Rector de la Universidad de la República, sin que pase absolutamente nada más que lograr el éxito en su proyecto proselitista y, faltaba más, oficiar además como el candidato moderado en esa justa: que para eso también está la grieta (un análisis detallado del caso se puede leer aquí).

¿Sobre qué base se fijó la campaña publicitaria del Pit-Cnt para el balotaje, aquella ridícula que hacía aparecer a Raúl Castro (el carnavalero montevideano, no el igualmente comunista dictador de Cuba por vínculo fraterno con Fidel) diciendo que nos quedaríamos sin carnaval si ganaba Lacalle Pou, o aquella otra en la que desfilaban buena parte de los referentes de la cultura con el mismo objetivo de favorecer la candidatura de Martínez? ¿Acaso la de discutir sobre políticas públicas? ¡Por supuesto que no! La campaña se fundaba en profundizar la grieta: nosotros aquí, con nuestros matices pero de este lado de la grieta política y moral; y ellos allá, cruza de neoliberales con fascistas bolsonaristas, capaces de las peores cosas si alcanzan el poder. Y por supuesto que tampoco es casualidad que fuera Castro el que protagonizaba esas pautas publicitarias: no hubo en el Uruguay de los últimos 30 años espacio cultural más asombrosamente marcado por la grieta, reproductor de la grieta, hijo clientelista de la grieta, que el carnaval montevideano.

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La grieta política existe hace más de medio siglo. Uno de los dos bandos la ha fomentado y la ha delineado con fervor. Mientras tanto, en el otro bando, es decir en el mundo formado sobre todo por blancos y colorados, se la ha negado o relativizado. Se actuó como si ella no existiera, buscando integrar a los del otro bando en el derrotero común de la República, creyendo que las diferencias que existían entre un bando y otro en realidad no eran propias de una grieta, sino parte integrante de otro conjunto de divisiones posibles, y que, naturalmente, todas ellas conformaban un espacio político hecho de respetables y numerosos disensos. 

Así fue que, por décadas, los que estaban de un lado de la grieta, es decir, mal que bien los que hoy integran la CR, actuaron como si la grieta no existiera. Sobre todo, en las décadas que van de la reapertura democrática a 2004, hay varios ejemplos de ese actuar, entre los cuales se pueden destacar los siguientes para cada período de gobierno (en una lista estrecha y arbitraria, pero cuyo contenido es relevante): la integración minoritaria de entes del Estado para el FA en 1985; la voluntad integradora consensual en el proceso geopolítico estratégico del Mercosur en 1991; la negociación y apertura hacia el FA en la reforma constitucional de 1996; o la representación del FA en la comisión para la paz de 2000 y el proyecto corredactado por los senadores del FA Couriel y Rubio acerca de la asociación de Ancap en 2001- 2002.

La idea que está detrás de todo esto es: el arte de la política implica ponerse de acuerdo, y por tanto no hay por qué aceptar esa diferencia tan profunda entre uruguayos que implica la existencia de una grieta. Podrá quizá llegar a hablarse en términos muy duros y haber enfrentamientos también muy fuertes. Pero nada impedirá que al final del día haya terrenos de encuentros en el que todos participen.

El problema es que para negar la grieta se precisan dos. Y el FA nunca estuvo dispuesto a romper con ese eje clave de su identidad partidaria, de su concepción del espacio de acuerdos y de disensos en democracia, y de su ideal de justificación moral- político y de entendimiento del sentido histórico del país.

En la campaña de 2019, quien terminó siendo presidente forjó su discurso sobre la base de la negación radical de la grieta. Empero, desde la noche misma de la jornada del balotaje, cuyo resultado no fue inmediatamente aceptado por Martínez – cuando desde las 23 horas ya se sabía que había ganado Lacalle Pou -, la posición del FA ha sido la de señalar la grieta, exhibir su hondura, justificar sus razones, encontrar nuevas dimensiones que la profundicen – allí está, por ejemplo, todo el discurso anti CA en torno a un fascismo criollo hecho de cuarteles desperdigados a lo largo de nuestra penillanura suavemente ondulada -, y actuar en política en función de ella.

El futuro seguirá estando marcado por la grieta. Es el caso, por ejemplo, del FA que sigue al Pit- Cnt, que sigue a su vez al Partido Comunista y a su convencimiento leninista, en la definición de que hay que ir por el camino del referéndum para derogar parte de una ley de urgente consideración que, sin embargo, fue en la mitad de su articulado votada por toda la izquierda.

Sería buena cosa que el Uruguay no cayera en una parálisis nefasta en la que por negar la grieta el gobierno no avanzara en sus énfasis reformistas, o en la que por reafirmar la grieta la oposición hiciera todo lo posible para que primara el viejo principio izquierdista de cuanto peor, mejor. Pero, en cualquier caso, ya sea por intentar negarla o por intentar reafirmarla, lo cierto es que es evidente que la grieta existe y que deberemos convivir con ella por muchas décadas más.