POIESIS /6

Por Jorge Castro Vega

El universo poético de J. J. Rodinás (Ecuador, Ambato, 1979) -al menos la idea que de él puedo hacerme con la lectura atenta de un manojo de poemas desperdigados en internet- es sorprendente sin pretender sorprender; da más bien la impresión de que el poema se sorprende a sí mismo en su propio devenir: no suele ir para donde no pensamos que debimos pensar que no fuera, no suele ir para donde parecía, no suele moverse del sitio en que está, como si girara sobre sí mismo, como un trompo que finalmente, cuando trata de resolverse, suele abrigarse en contradicciones, en ironías, en escenarios aporéticos. Cuando no, en el barquinazo, que es legítimo también.

Sus dispositivos verbales -en los que no está ausente lo cinematográfico-, se juegan decididamente por la imagen; la privilegian al punto de convertirla en concepto: hay un entramado allí sobre el cual se hace difícil discursear. Eso no supone descuido de la música, por cierto que no. Y generalmente se cuelan y enhebran ambas, sin énfasis, entre un chiste y la mueca que le sigue, o el absurdo a modo de evidencia. Los poetas, que mienten siempre, consiguen esas cosas. 

La presente selección la realizó el autor, a pedido de eXtramuros.


        CUATRO POEMAS


El chico que no sabe bailar, pero baila. Tetris: la vida como un muro donde cada instante podría destruir mis recuerdos y sería un milagro porque acumularlos solo trae la muerte. Universo: el bonsái que cuidaba y los juegos de mesa donde llovían escaleras de nieve. Voltaje: una pequeña mariposa eléctrica se ha posado en tu sueño. A lo lejos, una rueda moscovita y juegos pirotécnicos. El mundo ha venido a visitarme llamándome desde algunos juguetes. Tableros de mesa desde donde yo existo (una balada para los hombres que ocultan laberintos entre su corazón y su cabeza). Aquí las personas gigantes de ojos muertos no pueden destruirme porque los árboles con brazos se han puesto a jugar conmigo una serie de recreos infinitos, de curiosas parábolas. (Aunque ese niño haya muerto, esos árboles -que no saben mi nombre- respiran para mí).

Hyde Park, Leeds, junio de 2016, cualquier lugar del mundo

(De Kurdistán, 2017)



Teorema de la bolsa de compras 

La vida es esa lotería donde todos pierden. 


Un hipódromo en tu cerebro-

y le apuestas siempre al caballo incorrecto. 

La vida llama por teléfono y le contestas en un país remoto. 

No respiras sino en esta línea invisible que va de un eucalipto a otro. 

Y no entiendo qué significa eso. 

Los niños comen sin hablar, ni sentir. 

Hay una casa dentro de la casa. 

Hay una casa dentro de la mente. 

Un corazón dentro de la nevera está sangrando.

Y eso debería decirnos algo de los hombres que lloran 
mientras hacen ejercicio. 

Una figura transparente cuyos recuerdos son latas como sueños 
que, ni siquiera como broma cósmica, estaban por cumplirse. 

Esto deberías tatuártelo:

“un niño que se corta los dedos por fabricar cometas 
aprende igual a volarlas sin los dedos”. 

La mente cuida al que cuida la mente: 
arrulla al loco que se encierra. 

Soy un niño feliz solo mientras el hombre adulto que seré 
me cubra los ojos con una venda roja. 

¿Te recuerda esto a una película italiana? 

Entonces quizás eres de mi época, 
y veías cine italiano pasado por el ojo de Hollywood, 
imaginando que las vendas tenían amaneceres dorados 
(o gafas de realidad virtual). 

Entonces quizás eres de mi época. 
O quizás no: ya me veo a la distancia. 

Hay trenes. Hay teléfonos, trenes. 

Una tijera sirve para cortarse el pelo pero también podría 
servir para que la persona correcta 
decapite una flor en el camino a casa.
Una flor amarilla, pero negra y quizás un juguete imposible. 

La casa retrocede.

Yo soy una persona que solo puede comunicarse con los demás 
alejándose de ellos. 

Hay colmenas de luz en el camino que lleva del camino

al camino. Y no hay casa, pero hay colmenas de luz y un jardín 
donde ves bolsas de basura y un magnolio que parece

el rostro de un niño que cae por la pendiente y sangra. 

¿No será que estoy muerto y que esto es un monólogo 
desde una urna cineraria sueño? 
Quizás en algún lado me espera mi silencio, se propaga, 
se presenta en flores, girasol, amarillísimas. 

He sido este cuerpo que, lejos de defenderse, 
me ataca. Enfermedad de tantas personalidades 
donde las células se comen todo proyecto y destino. 
Y canta un tango sideral, mi sueño,

un tango infinitesimal en ángulos de luz chorreada 
que lentamente caen en una botella transparente. 

Pertenezco a varios universos, pero claramente no a éste. 
Señorita realidad, le pido incluirme en su historia de límites 
donde hay personas que me atacan a la hora precisa, 
donde los árboles me atacan o me sobreprotegen

como a ese perro negro que cuenta las estrellas. 

(De Cuaderno de Yorkshire, 2018)


La vida como esa experiencia chispeante y burbujeante que ves en los anuncios de gaseosas 

que se da un tiro en la cabeza en las habitaciones sucias). 

La realidad te enseña:
mira el mendigo sollozar en el puente: 
la imagen de belleza destruida. 

Mira el puente otra vez: hay un río y un viejo vaporetto. 
El agua escribe lo que no escribo.

Yo, en cambio, escribo esto para poder borrarme,

para debilitarme, para encontrarme paradojas absurdas 
(como el tipo que pide una sopa de fideo 
y luego exige que la traigan un desayuno completo)

para escoger las fracciones más útiles de mí y tirarlas al basurero. 

No creas lo que digo: es el agua la que habla verdades. 
Yo miento siempre. 

La realidad ligeramente propulsada dice: 
el hombre, un molino en el campo

junto a un zapato y un muñeco de nieve. 

Esta es la esperanza: ese conejo muerto 
en las manos de la niña huérfana 
que no sabe llorar. 

(De Cuaderno de Yorkshire, 2018)


Poema de amor de un Banksy ligeramente solitario

Alguna vez dormí en la mano de una mujer pequeña.

Ella me dijo: “todo se trata de cambiar de canción”.

Ella me dijo: “todo se trata de girar el sentido del universo, amor mío”.

Entonces, puse “November Rain” de Gun’s and Roses en el IPOD 
y dormí en la mano de la chica de ojos de mapache y le conté una broma.
(Su corazón era un pulpo negro en una pecera de aguardiente). 

Me dijo: “Has llorado, Juan, en los ríos que crecen
y corren, crecen, desde tu corazón hacia tu corazón sin manos”.

O quizás dijo: “Eres tonto porque vas a creer todas las mentiras que te diré yo”.  

Era otro tiempo, pero en verdad, crecían noches y galaxias en los senos 
de una muchacha diminuta. ¿Por y para qué te amé tanto?

No sé resolver esto:
el fuego crece
para no decir
“quién me amó
no me amó en realidad”.
Así me preguntaba,
 “piénsalo
una muchacha no me amó
y no sé decirlo”.
Una muchacha dijo
“No sé darle la vuelta a los paisajes
donde los fuegos artificiales comunican
el vacío de todas las cosas de la tierra:
La ignorancia que necesito para creer en alguien”.

(El lenguaje solo señala
que se vacían las jarras
y que, sin embargo, puedo beber de ellas).

Nada comunica, 
pero volveré
al sueño de las estrellas,
(que eran pesadillas):
estrellas que sueñan
el sueño del sueño que volvía,
era
y
volvía
otra vez a explicar el vacío
donde la gente caminaba sola:
mi mente volvía, mariposa de alambre,
a posarse
en las ruinas
de las cosas
pobres,
de las cosas
inexplicables.

(De Yaraví para cantar bajo los cielos del norte, 2019)

Juan José Rodinás

Juan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979) estudió literatura y periodismo en Quito e hizo cursos de traducción en Madrid. Obtuvo un doctorado en Estudios Hispánicos en The University of Leeds con una investigación sobre poesía uruguaya y ecuatoriana. Ha publicado Los rastros (Quito, 2006), Viaje a la mansedumbre (Barcelona, 2009), Barrido de campo (Arequipa, 2010), Código de barras (Quito, 2011), Cromosoma (Quito, 2010; Santiago de Chile, 2011), Estereozen (Lima, 2012; Cuenca, 2015), Anhedonia (Popayán, 2013), Kurdistán (Juliaca, 2017), Cuaderno de Yorkshire (Valencia, 2018), Un hombre lento (Salamanca, 2019) Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (La Habana, 2020). Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos (Popayán, 2014), 9 grados de turbulencia interior (Guadalajara, 2014) y Koan Underwater (traducción al inglés de Ilana Dann Luna, Phoenix, 2018). Ha obtenido premios como el Premio Internacional de Poesía Joven la Garúa 2007, el Premio Festival de la Lira 2013, el Premio Margarita Hierro 2017, el Premio Jorge Carrera Andrade 2018, el Premio Casa de las Américas 2019, el accésit del Premio Internacional de poesía Gastón Baquero 2018 y el accésit del Premio Internacional Pilar Fernández Labrador. Recopiló —junto con Luis Carlos Mussó— el libro Tempestad secreta. Muestra de poesía ecuatoriana contemporánea (Quito, 2010). Como traductor publicó el libro Una cosa natural. Veintinueve poetas norteamericanos. Formó parte del comité editorial de la revista de poesía Ruido Blanco y fue editor de varios libros bajo ese sello.