POIESIS / 77

Por Gerardo Ciancio

“oh canto lúgubre de cosas que se astillan”
J.A.

Luego de leer la obra poética de Jotaele Andrade, podríamos decir aquello que Hans-Georg Gadamer escribía con respecto a su lectura de la poesía de Stephan George: “hemos vivido la experiencia del oleaje levantado por el eco de su poesía”. Ola y eco (“cada palabra me llegaba con su eco y su porción de materia dolorosa”): parecería que la voz del poeta de La Plata, afincado por mucho tiempo en Azul, deja esas vibraciones en la experiencia de lectura. Un oleaje de lenguaje nos atraviesa (“un verbo que se desencadena y huye en su lenguaje”) junto a la tensión de un juego de ecos que se nos hace conocido, al tiempo que nos descubrimos pisando un territorio poético virgen, inexplorado, sin hollar, donde las imágenes explotan, las metáforas implosionan, y al leer, vamos por un tembladeral en un tren cuyo itinerario es una sorpresa. Un territorio poético violento y tierno (“porque un hijo no es otra cosa que una piedra o una cuchillada sobre el lomo”), con conciencia plena de que la palabra (“palabras claveteadas”) es la única herramienta, a caballo entre las reverberaciones de los poetas del 27, la discursividad de Whitman, el ritmo, por momentos, de Eunice Odio, la voz cascada del Indio Solari –y la sombra de Gilda- (“¿o ya había llegado el rock and roll y sus riffs como espigas de alambre clavadas contra el cielo?”), las poéticas de vanguardia revisitadas (desde el surrealismo al concretismo), las lecturas admiradas de Jorge Medina Vidal o Marosa di Giorgio (“un día mi madre se volvió una abeja / ¿dónde está tu madre? / preguntaron a su turno”), de Juan L. Ortiz (“El Paraná los arroyitos concubinos de los ríos secundarios / todos caben en esta copa / como caben todas las palabras en la lengua”), de sus contemporáneos (Jotaele lee con fervor a las poetas y los poetas que caminan a su lado). Parecería que todo cae en el vórtice de su verba encendida, se arremolina en el oleaje de su imaginación y se enuncia como algo nuevo (“las lenguas mezcladas en un solo canto”, la enunciación mediada por “otra lengua hueso”), un bello monstruo de palabras que se debate afiebrado en el cuerpo del poema:

“escribo con los coletazos del pez en la orilla para que siga el río”

O como dice el alucinado personaje/voz poética del libro El Psicólogo de Dios:

“porque la poesía se resistía y a veces me daban accesos de escritura
deseo por dos o tres palabras que comenzaba a repetir
a hacerlas chocar entre sí
a buscarle la cifra escondida
el sonido
la imagen
la esencia donde la palabra misma de sí se desprende”

Para Jotaele hay dos canteras que alimentan su oficio de mester: la realidad (“la realidad es un pozo que se vacía /y obtiene así /su sentido”; “¿y es la realidad un mobiliario desperdigado en la intemperie /una cofradía que nace y muere / indistintamente?”), y la lectura sin tregua. Lecturas múltiples y fervorosas, como dije más arriba; una realidad escurridiza y cruel, evanescente y bella en sus detalles, en eso que parece nimio y el poeta pone en el foco, lo vuelve trascendente, lo emplaza en un excluyente primer plano de la conciencia, lo rescata del “vidrio trizado de la memoria”. Sea un insecto, una insistente mosca, una abeja herida, una flor efímera, un matiz de la percepción del evento más cotidiano de eso que el poeta denomina “la rosa orgiástica de la existencia”, “el desorden gozoso de la vida” (o como declara el hablante lírico en un poema del libro Sombra de dos colores “la vida te es dada como un puñado de arroz /sobre la mano amputada”).

En el cerno de su poesía hay un niño que lee, se asombra y juega (“por el tajo de existir /o por la infancia/entra el pájaro”; “tu existencia es un niño /disfrazado de pájaro” – ¡oh, los pájaros de Jotaele!-), y hay un “pequeño dios” que construye su paraíso y su infierno (en el libro inédito Gánimeth, espacio del mito, desfilan seres infernales: “perros con dos cabezas /que llevaban el idioma del demonio y del ángel en su ladrido”) con la tradición del lenguaje que se fisura, que se abre en herida al darse de bruces contra la crasa realidad (choque que también promueve el sarcasmo: “hace tiempo me operaron del cáncer de la poesía”). De ahí que su discurso poético se desplaza con solvencia entre los construcciones más “líricamente correctas” (ya sea un poema extenso o un haiku) y el grito munchiano (“el canto desquiciante del mundo”) que informa del desgarrón (“el horror de abrir la boca mientras flota la carnada de la muerte”), de la indignación, del emplazamiento del discurso que milita junto a los más desposeídos, “desesperados”, desaparecidos (“sus huesos triturados / bajo toneladas de cal”), “marginales”, perdedores en la historia oficial. Como dice el sujeto poético, parafraseando a Goya, en Canto popular de los pájaros:

“Desesperado, Desesperada no te indignes
la indignación crea monstruos”

Porque la poesía en Jotaele, también se construye como un lugar que intenta preservar cierto solaz, dar alivio, improvisar un refugio, curar el sufrimiento o, al menos, paliarlo: “Cada vez que encuentro a alguien busco aliviarle su pesar con un canto popular de los pájaros”.

Una escritura caníbal y angélica, política y filosófica, como surgida del espanto y de la calma contemplación del mundo, con una inflexión propia que lo singulariza en el concierto de la poesía rioplatense, la poesía de Jotaele Andrade nos atraviesa con una incisión nueva, como una (in)tolerable herida que desconocíamos.

poemas-de-Jotaele

Prontuario Vitae

No se llama Jotaele Andrade. Pero está acostumbrado a esas puertas consonantes como si fueran su nombre. El apellido también es otra costumbre. Nació en La Plata (1974) y allí conoció las lechuzas y las arañas. Y otros horrores y maravillas. Creció en la ciudad de Azul. Una vez cavó un pozo para poner unos pescaditos que había traído desde el arroyo, recuerda llenar y llenarlo, y volver a llenarlo hasta que pudo dejarlos allí. Mientras tanto soñó despierto que ese pozo se hacía arroyo, río y llegaba más allá del descampado y del barrio. Al otro día las hormigas hacían su labor sobre los pescados. Tenía ocho o nueve años. Tropezó con la misma fórmula al poner a calentar leche en un vaso de plástico, quizás por la misma época.
También creció en la ciudad de Mar del Plata pero ya cavó otros pozos para entonces.
Ejerció oficios variados, entre ellos la albañilería. Bien le hubiera gustado ser astrofísico o cantante de piringundines.
Realizó varios ciclos de poesía. Fue director del Festival Internacional de Literatura y Acampada poética, de la Ciudad de Azul. Da talleres de escritura poética. Tiene el mismo mail desde 1999: elcomensal@yahoo.com.ar
Obtuvo, entre otros: Mención honorífica en el Segundo Premio Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press 2021, Primer Concurso Nacional de Poesía, Cosquín 2023
Le editaron varios libros, cree que por esa manía inútil de cavar y rellenar el infinito, entre otros: Los metales terrestres (2014) Añosluz editora, El psicólogo de dios (versión ampliada 2018) Kintsugi editora, Sombra de dos colores (2018) Editorial Buenos Aires Poetry, Cuervo negro cuervo blanco (2020) Añosluz editora, Todo ojo tiempo (2023) Ediciones del Callejón.
Se hospeda en la antigua Barracas al Sud, Avellaneda. Provincia de Buenos Aires.