ARTE
El pasado 28 de agosto, el crítico y artista visual Jorge Abbondanza fallece en Montevideo a la edad de 84 años, dejando tras de sí uno de los testamentos intelectuales más relevantes de las últimas décadas. Junto al ceramista Enrique Silveira (Montevideo, 1928) legó en el año 2017 su obra al Museo Nacional de Artes Visuales, lo cual motivo a la realización de la muestra “El Legado”, en donde se visualizó la dimensión de la obra de dos artistas que conjugaron el rigor formal con la poesía visual.
Por Óscar Larroca
“A inicios de los 50, Silveira tuvo la buena suerte de cruzarse con un ceramista de origen húngaro de habla alemana, Carlos Heller, que vino al Uruguay, hizo un par de exposiciones y abrió un taller y dio clases. Silveira fue a ese taller, aprendió y luego me transmitió a mí, que fui su alumno, lo que él había acumulado a partir de ese aprendizaje. Y lo que hizo fue una tarea pionera, porque como se podrán imaginar, no había en ese momento un lugar, como ahora, donde poder ir y comprar por ejemplo un horno de cerámica, no había un comercio donde tu pudieras comprar esmaltes, óxidos, arcilla, herramientas: había que empezar de cero. Y así fueron los comienzos: Silveira mandó a hacer un horno a una especie de artesano electricista. De manera que poco a poco uno fue levantando ese taller empezando una tarea que no imaginamos en ese momento que iba a durar tanto. Medio siglo de actividad.”
En esa muestra se exhibieron obras como Secuencia de la caída (1983). Consiste en la representación de una botella que, en cinco reproducciones, evoca la inclinación y posterior hundimiento, tal cual como si se la “tragara” la mesa. Ante esa obra se pueden decir varias cosas: por un lado, la obvia representación del tiempo, y, por otro lado, la ligera sensación de que el soporte, la mesa, fuera de un material blando, como el barro. En otras obras también trabajaron con la secuencia, pero modificando simbólicamente la densidad del material. Imagine el lector una secuencia de cinco botellas: la primera de ellas parada, la segunda, ligeramente doblada, la tercera desinflada y la última arrugada e inerte como si se tratara de una “botella de goma que perdió el aire”.
“Cuando llegaron las épocas más duras de este país, empezamos a pensar si no estábamos cometiendo un pecado de frivolidad, haciendo piezas muy refinadas, desinadas a un comprador único. Entonces se nos ocurrió ampliar la visión y emprender esa serie de obras que se desarrollan sobre una gran mesa, y que en general consisten en decenas y en algunos casos cientos de figuras humanas, como reflejo un poco metafórico de todo lo que estaba pasando alrededor.”
Las obras de estos artistas han trascendido las fronteras del Uruguay y fueron expuestas en Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Bolivia, Brasil, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Holanda, Inglaterra, Italia, Perú y República Dominicana, entre otros países. Y más allá de su legado artístico como ceramistas, cabe mencionar que el equipo Silveira y Abbondanza formó parte de una silenciosa resistencia cultural durante los años de la última dictadura. Los pintores Dumas Oroño, Hilda López, Manuel Espínola Gómez, Lacy Duarte, Hugo Nantes, Clever Lara, Guillermo Fernández, Nelbia Romero, y el Club de Grabado de Montevideo, siguieron trabajando durante esos años y mantuvieron vivo, de distintas maneras, la flama de la producción simbólica. En lo que tiene que ver con la crítica especializada, Abbondanza formó parte de una pléyade de críticos entre los que revistaban Amalia Polleri, Roberto de Espada, Olga Larnaudie, María luisa Torrens, Alfredo Torres y Carlos Caffera. En 1977 salió el primer número de Cinemateca Revista y compartió su columna “Show business” junto a las reseñas críticas de Manuel Martínez Carril, Guillermo Zapiola, Luis Elbert y Alicia Migdal.
De ese modo también dejó otro “legado”, el que tiene que ver con la formación de públicos, con el valor que tiene la agudeza de la mirada, con el saber acumulado de una época de esplendor cultural.
“El crítico tiene que luchar por no tener una mirada soberbia, o faltarle el respecto al creador. Una mirada soberbia y el odio consecuente. Vuelvo a lo que dije: tu sos un testigo excepcional, pero los testigos comunes terminan odiando al crítico al que leen, renegando de él y haciendo exactamente lo contrario de lo que el crítico aconseja, por una razón que está asociada a la soberbia, a la altanería. Con esa concepción “torremarfilínea” de la que no espera bajar nunca.”
En un marco social donde existían espacios para la difusión de la cultura en los medios de comunicación, Abbondanza selló una época en el periodismo nacional en su doble condición de crítico y artista. Logró que los hacedores culturales y los lectores estuvieran pendientes del juicio valorativo de la crítica especializada. Una crítica que podía determinar el éxito de una obra o fermentales polémicas. En palabras de Nelson Di Maggio, Abbondanza vivió y absorbió la rica diversidad cultural de Montevideo. Desde joven desdeñó las carreras de seguridad económica y prestigio social deseadas por familiares, y prefirió integrar la corriente del nuevo y renovador periodismo. Ejerció la crítica de cine, teatro y artes visuales y además fue ceramista. Heredó de Arturo Despouey, Antonio Larreta, Homero Alsina Thevenet y Emir Rodríguez Monegal, la información rigurosa, la escritura precisa, la ironía filosa, la elegancia seductora de los textos publicados en tiempo y forma.
Escribió para la página de Espectáculos del diario El País entre 1966 y 2012, pero diez años antes ya había colaborado en otros medios de prensa, como en El Bien Público, con apenas 17 años de edad. En 1991 publicó el libro Manuel Espínola Gómez (una extensa biografía ilustrada de este artista, Galería Latina), y en 1996 El gran desfile (Ediciones de La Plaza), una recopilación de críticas y reseñas previamente publicadas.
“La dictadura fue una etapa de contradicciones. A menudo los exiliados de aquella época hablan del “apagón cultural” en Montevideo. Y no existió: pasaban cosas asombrosas, como el debut como director de Héctor Manuel Vidal, en 1974. Una revelación que los años se encargaron de confirmar. O la actividad del Circular, con su versión de Esperando la carroza, que estuvo siete años en cartel. Y en cine, El árbol de los zuecos estuvo veintisiete semanas en cartel. Eso que la gente hoy no iría a verlo, entonces se agolpaba en la puerta del cine. Esos hechos desmienten la leyenda del apagón cultural. “
Sensible y culto, con su desaparición física también desaparece, de forma irremediable, una manera respetuosa y educada de procesar una crítica mediante una refinada pluma y una mirada aguda. El Uruguay pierde, así, uno de los referentes culturales más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
