“En este tema de la Pandemia y las decisiones políticas globales alrededor del mismo, no tienen sentido las divisiones de izquierda y derecha”. Esta frase -o versiones similares- ha sido una sentencia bastante recurrente en los últimos tiempos, para referirse a lo que muchos manifiestan como una suerte de “reseteo”, mixtura o inutilidad de estos conceptos, en lo que respecta a las miradas políticas e ideológicas sobre los abordajes pandémicos. 

ENSAYO

Por Diego Andrés Díaz

La frase ostenta la necesaria cantidad de trampas, mentiras y verdades como para hacer de ella una muletilla bastante consensual entre los analistas y comentaristas de la actualidad, ya que se refiere a conceptos verdaderamente ambiguos, inasibles e inestables, como son los que se refieren a las “derechas e izquierdas” en la política occidental. 

Esta indefinición de variada naturaleza y dimensión permite sin mayor problema, por un lado, aceptar como acertada la frase, a la vez que también negar su asertividad, e incluso poder descubrir una serie de trampas, ya que es utilizada como una nueva forma de construcción de relato político que busca, en general, mostrarse en ocasiones como “superador” de la dualidad política de la ilustración, en otras como un lavado de cara de ideas que corresponden a uno de los polos del espectro político, que intentan reinventarse y relanzarse debajo de este río revuelto.

Partiendo de la base de que se camina por senderos difusos y no existiendo clivajes sólidos al respecto de este tema, una de las primeras conclusiones que pueden sustraerse es la siguiente: Efectivamente, el fenómeno pandémico y sus interpretaciones y abordajes, no representa una alineación automática de las derechas e izquierdas a las diferentes posiciones contrarias y polarizadas sobre el tema. Pero esta premisa tiene sentido en la medida que se deben tomar en cuenta, a mi entender, dos factores: “Izquierdas” y “derechas” -y las posiciones intermedias y radicales de estas posturas- no representan definiciones ideológicas, de filosofía política o principios especialmente concretos; de carácter genérico, validos en todo tiempo y lugar, sino más bien representaciones tendenciales de los espectros políticos de una sociedad, mayormente en Occidente. Por esto sería conveniente aceptar las particularidades epocales y regionales de lo que representan estas tendencias del espectro político, como un elemento más eficiente a la hora de usar los términos, que introducirse en lo que sería la búsqueda de una “izquierda y derecha genérica” a nivel de ideas y valores, resistente al embate de todo tiempo y lugar. Planteado esto, mi intención es realizar algunas reflexiones al respecto de este tema en algunas de sus diferentes vertientes. 

Mucho se ha escrito -y se escribirá- con respecto a una pregunta simple: ¿en qué se diferencian las izquierdas y derechas, realmente?  Sin intentar lograr respuestas concluyentes a esta pregunta, podemos adelantar de forma preliminar una serie de reflexiones, que se inscriben dentro de un esquema que tiene en su interior, una aseveración, y una negación: “somos” de derechas o de izquierdas, pero no nos reconocemos en las definiciones mas popularmente utilizadas, o, las reconocemos en la medida que se alinean a nuestra versión singular al respecto.

Partamos de la aceptación general de una obviedad: más allá de su generalmente difusa definición, las derechas y las izquierdas, existen, de hecho. Negar absolutamente estos conceptos y su fuerte carga simbólica no aporta en absoluto al debate, más allá que estas han tenido un recorrido que se ha venido ajustando al proceso histórico que marcó su fundación terminológica. No intentar siquiera realizar un análisis preliminar significaría un acto tan irrisorio como negar absolutamente los últimos tres siglos de historia política occidental. Trabajo de importancia no menor es, por tanto, intentar arrojar algo de luz en su significado próximo -o primario- de ambos conceptos. Tampoco es la intención analizar estas “tendencias” desde una búsqueda de un “fetiche”, que busca el lodo antes que la claridad: es decir, no tiene mayor sentido repartir papeles de héroes y villanos como en una película cinematográfica, tendencia tan en boga y resultado último de una intencionalidad más que una búsqueda. 

Creo pertinente plantear una serie de interrogantes sobre la naturaleza de estos conceptos. Como señale anteriormente, en algún punto la tendencia observable es una importante dificultad en discernir entre “ideologías” -o ideas, o filosofías políticas- y lo que representan los conceptos de izquierda y derecha. Estos últimos, en sí, son la representación de un espectro político determinado, espacial y temporalmente acotado, y describen las tendencias que en el campo de la política pueden estar nutridas de ideas, de ideologías en los más variados campos -religioso, filosófico, económico, cultural- como también de la impronta personal e individual de actores sociales, de liderazgos, de decisiones, etc. En este sentido parece existir una diferencia bastante sustancial entre lo que son las ideas políticas -liberalismo, socialismo, nacionalismo, tradicionalismo, comunismo, anarquismo, etc.- y las izquierdas y derechas como elementos descriptivos de un espectro político determinado.

El tema que surge de las peleas y acusaciones, como primera reflexión, es que se habla de dos cuestiones de naturaleza diferente. El espectro político -y más dramáticamente el partidario a nivel electoral- se relaciona escasamente con las opciones ideológicas que viven a la interna de una sociedad. 

El espectro político partidario es hijo no de las ideas que existen en juego, sino de los discursos dominantes fruto de la competencia, es decir, es el resultado de una realidad cultural dada. En ese “mar” y sus características, es donde los peces nadan y se muestran, y allí se define lo “permitido” en política electoral. El espectro político, las opciones electorales, son así una expresión de la cultura hegemónica, y no van más de allí. 

En todo sistema político moderno, el “espectro político aceptable” es mucho más acotado que las opciones ideológicas existentes. Los “límites” de ese espectro están condicionados por la cultura dominante, la “sensibilidad” y “receptividad” de la sociedad por ciertos temas, cierta agenda, discursos, valores, “espíritu de época”, en sí.

Existen opciones ideológicas que están radicalmente hacia la izquierda o hacia la derecha, pero el espectro político aceptable es más acotado: un ejemplo es lo que sucede aquí en Uruguay, donde las opciones políticas aceptadas van desde la izquierda ortodoxa del siglo XX, la izquierda de discurso “socialista del siglo XXI”, una izquierda posmoderna, a una centroizquierda socialdemócrata. Es decir, la “derecha” aquí es, básicamente, socialdemocracia o social-liberalismo, al estilo del partido Demócrata norteamericano.

Es en la cultura donde se define los límites “deseables” o “aceptables”, por lo que las expresiones electorales no son más que la consecuencia, el síntoma, de una realidad previa. Los candidatos pueden ser ubicables en el “espectro político” que, en mayor o menor medida, tiene cierta independencia de las ideas que sostiene o el sustrato simbólico que moviliza a su partido. Igualmente, más allá de la constatación de esta diferencia entre lo que describen los conceptos -un espectro político- y lo que representan las ideologías o filosofías políticas por otro lado, sus encuentros y desencuentros, las interrogantes se mantienen:

¿Qué define ser de derechas o de izquierdas? ¿Tiene sentido seguir intentando encontrar elementos genéricos inmutables en el tiempo? ¿Si no los tienen, son conceptos vacíos, o propios del debate político más como elementos arrojadizos que descriptivos? 

Una primera aproximación al tema de la naturaleza de las izquierdas y derechas supone dividir ambas concepciones entre su “fondo” (de carácter teórico-simbólico) y su “forma”, (de carácter temporal-histórico). Si nos concentramos en las “formas”, o intentamos rastrear un contenido “diacrónico” de una derecha-izquierda en nuestro país, y con anterioridad en occidente, comprobamos que, en ideas, praxis, actitudes, temperamentos y estilos, la disparidad logra diluir todo sentido significativo, como observaremos más adelante. Por el otro método, el del “fondo”, los resultados arrojan de la misma forma una serie de dudas y reflexiones, pero la posibilidad de lograr resultados –si quiera de carácter preliminar- parece menos sombrío.

Detengámonos en las formas. Dentro de un posible espectro analítico de la polaridad “izquierdas” y “derechas”, una explicación teórica común sobre su significado es la que enfatiza la posición de estas con respecto a las características que debe tener, para unos y otros, el mundo de la economía, el papel del mercado y el Estado.

Un somero repaso por las realidades históricas y presentes, sobre este tipo de definición de una derecha o una izquierda persistentes, arroja aún más dudas y contradicciones: No ha habido una constante histórica nítida, ni nada que se le parezca, tanto en su teoría -menos aún en la praxis- con respecto al mundo del poder por parte de la izquierda y la derecha: ha habido y hay al día de hoy – por no afirmar que es la regla cada vez más frecuente- izquierdas totalitarias y anarquistas, pero además derechas exactamente ubicables en ambos ejes. “formas” y “fondos” intercambiables que hacen de esta única dimensión analítica un elemento muy poco fiable. Si se realiza una “problematización” más allá del papel del mercado y del Estado, podemos apreciar que existen una gran variedad de temas usualmente relacionados con una u otra de las opciones de polaridad en los cuales la Historia, y la Historia de las Ideas, nos enseñan que dichos “vectores” han cambiado sustancialmente de polaridad y han sido intercambiables entre las izquierdas y derechas de distintas épocas: nacionalismo, autoritarismo, liberalismo, proteccionismo, papel del Estado, imperialismo colonial, antisemitismo, y un largo etcétera.

Por ello la búsqueda se dirige a un cuello de botella en la intencionalidad de definirlos a través de su carácter instrumental. Por esto, la misma puede tener mayores resultados a partir de la posibilidad de poder encontrar ciertas características indelebles, o puntos de partida, ya no intercambiables, a inclinaciones potenciales. Es decir, rastrear un ethos, lo que se extraería del análisis de las definiciones en el plano de las permanencias.

Es importante percibir que el “espectro” de las “derechas e izquierdas”, dependiendo de las peripecias de la Historia nacional de cada país, difiere en contenidos y derroteros. Es decir, no significan lo mismo exactamente en todas las naciones. Pero esta realidad afirma aún más la necesidad de escudriñar en cuestiones más “basales”, en ir a la raíz del árbol para encontrar la diferencia germinal, axiomático, de los contrastes entre las derechas y las izquierdas.

La modernidad y lo “posmoderno”

Definimos nuestra concepción del mundo dentro de una periodicidad cultural de lógica circunstancia: La modernidad. Como es harto conocido, las definiciones más reconocidas de derechas e izquierdas nacen de la mano de las revoluciones del siglo XVIII y XIX para ir desarrollándose a la largo de los siglos siguientes a medida que el proceso cultural modernista que irá gestándose en Occidente siga su expansión  por el mundo entero.

La modernidad es, por sobre todas las cosas, -y tratando de no explayarnos en su

profundización teórica- un cambio en ciertas ideas-fuerza de la civilización occidental. Es allí donde desembarcan una serie de “valores” que moldearán las sociedades occidentales, incluidos sus sistemas políticos. En ese sentido, el eje en el cual se desarrollará un intento de aproximación a encontrar una respuesta a la pregunta inicial (¿en qué se diferencian las izquierdas y derechas, realmente?) parte de este concepto: Al desembarcar la modernidad, toman fuerza una serie de ideas y valores, que se presentan como metas y deseos, de los cuales subrayaré tres: el centralismo político, el Igualitarismo o mito igualitario y el Progresismo como sentido de la Historia.

La ecuación planteada seria la siguiente: parece representar una constante casi inevitable en las izquierdas occidentales su afirmación en el mito igualitarista y en reivindicar una visión progresista del tiempo y del futuro. Hasta allí, parece una constante histórica de las izquierdas políticas occidentales la reivindicación subyacente de una sensibilidad política que pone como esencia de sus desvelos, el igualitarismo y el progresismo. No parece ser tan claro en el caso del centralismo político, pero también ha sido una constante de las manifestaciones más exitosas y sostenidas de la izquierda occidental, la implementación de diferentes versiones de pactos políticos que empujan hacia una mayor centralización de las decisiones. Estos tres conceptos además son bastante coordinables dentro de la concepción ideológica de las izquierdas: el centralismo en las decisiones se enmarca en general en una visión progresista del tiempo, que habilita la ingeniería social para llevarnos a todos por el camino deseable, donde la igualdad sea la premisa básica de las relaciones sociales y materiales de los individuos. 

En lo que respecta a la incidencia de las concepciones políticas occidentales frente al fenómeno pandémico, una primera reflexión –ya abordada en esta revista desde hace casi dos años– es que esta supuesta idea donde los conceptos de izquierdas y derechas parecen superados e inútiles, empieza a hacer agua cuando se observa con mayor detenimiento: allí, es observable que las izquierdas políticas han visto en la crisis pandémica una enorme posibilidad de profundizar y refrescar muchas de sus antiguas premisas. En general, las izquierdas han promovido el centralismo político en la toma de decisiones con respecto a la Pandemia, han sostenido la conveniencia de la igualación de las recetas para atacar sus consecuencias, han promovido casi al unísono las cuarentenas y rentas estatales como medidas deseables. 

El Centralismo político, la insistencia con la refundación, reseteo o liquidación del capitalismo, la apelación a discursos refundacionales e intervencionistas, y especialmente, la acusación insostenible y constante de ser “ultraderechistas” a todo actor político o mediático que cuestione, de forma parcial o total, las políticas globales, han tenido como protagonistas a las izquierdas políticas en la mayoría de los países occidentales. 

Como la crisis pandémica es una crisis global, hemos participado en la impactante novedad por la cual, las izquierdas políticas occidentales han abandonado su histórica y constante desconfianza en las mega-industrias globales dominantes -sea esto por interpretarlas como una expresión del capitalismo- para abrazar sin espíritu crítico los postulados que han promovido algunas de ellas -especialmente las Big Pharma y las Big Tech– en un fenómeno histórico que será campo de estudio en el futuro, sin lugar a dudas.  Quizás radique en una valoración de costos y beneficios esta alineación automática frente a estas empresas –que son, en sí, parte del “Estado Ampliado” ya referido anteriormente–  y sus postulados, en nombre de representar estas una especie de “luz científica” frente al oscurantismo, que es, en última instancia, patrimonio de las derechas. 

Su insistencia en aplicar largos y destructivos encierros, cuarentenas y “look outs” los ha llevado a abandonar la defensa de cualquier tipo de libertad individual, y esto ha representado una doble consecuencia a nivel político: por un lado, el malestar de los sectores más soberanistas y libertarios de las izquierdas -ya volveremos a ellos-, y por otro, el avance y predominio de las concepciones más libertarias, liberales y secesionistas; desplazando al conservadurismo, al nacionalismo y al social liberalismo del centro del escenario discursivo y simbólico de las derechas occidentales.

Esto se traduce también en una crisis en las derechas, dándose un quiebre. La pandemia empujó a la mayor parte de las izquierdas políticas a ser el partido globalista porque todo este proceso huele a super-intervencion del centralismo político y el mega-control por parte de los “planificadores”.  A su vez, la gran “vía del centro”, del centro derecha hasta ahora dominante también esta imbricada con el relato hegemónico. Pero, nunca nada es estático en política. Por eso, los ingredientes descentralizadores, anti estatistas y liberales dominan en las nuevas expresiones de derecha, opacando incluso las viejas líneas. No es la primera vez que las derechas viven transformaciones profundas en sus propuestas, lo que parece perder vigor es la vieja derecha nacional-conservadora, el centro derecha y el centro progresista, ya que por diferentes razones se mezclan con sus adversarios. Su capacidad de acumulación sin cuestionar la cultura hegemónica parece algo agotada. Tienen mayor proyección las expresiones rupturistas con el consenso progresista, las que no se venden como “buenos gestores” ni “verdaderos soberanistas”, sino que proponen un cambio radical no solo político, sino también, cultural y comunicacional.

Volviendo a lo anterior, esta tensión ente centralismo político y ciertas manifestaciones de la izquierda no es nuevo: ya había manifestado importantes niveles de crisis con respecto al fenómeno de la globalización cultural. En este sentido, existe una derecha y una izquierda anti globalistas, pero difieren en las razones de su rechazo:  Por ello cuando ciertas izquierdas condenan a la globalización, no lo hacen para señalar su carácter intrínsecamente negativo, sino por no darse de forma completa, no han logrado la igualdad, el progreso prometido, por considerar que ciertas fuerzas económicas de mercado -el Capitalismo, su bestia negra- han traicionado el proceso modernista llevándolo al camino del fracaso; que se han quedado a medio camino debido a prácticas mezquinas y poco igualitarias. Por el contrario, las derechas anti-globalistas rechazan el fenómeno igualador, o su centralismo político intrínseco, o su disolvente de las identidades diferenciadoras, a su vez que otras rechazan el cosmopolitismo. Partiendo de un rechazo compartido, varían en las razones con relación a los valores diferenciales anteriormente citados.

La realidad

Un connotado representante del staff de soporte científico a los “políticos con túnica” predominantes en estas épocas compartió el pasado 20 de noviembre el siguiente twitt al respecto del decreto de obligatoriedad de vacunación en Austria. El mismo sostenía lo siguiente: “¿Quien se opone a la obligatoriedad de la vacuna? La ultraderecha. La defensa descansa, su Señoría”. Este tipo de silogismo de falsa identidad, esta falacia infantil, es la tónica recurrente en los últimos meses con respecto a las voces que matizan o critican absolutamente una especie de discurso oficial con respecto a la Pandemia y sus diversas implicancias asociadas. Días antes, el científico estrella del periplo pandémico en Uruguay había señalado a los votantes del partido más de derechas de EE. UU. como los causantes de la continuación de la Pandemia en ese país. Es decir, se insiste en la idea que la ideología define el proceso de la Pandemia. La acusación de “ultraderechista” vienen siendo el arma arrojadiza predilecta a la hora de intentar estigmatizar a cualquier voz que cuestione, no solo la ortodoxia covid, sino algún aspecto del combo global de centralismo político, dependencia e intervencionismo estatal, política de cuarentenas, perdidas de libertades y creación de modelos segregacionistas y “pases especiales”. También, son acusados con este mote que busca ser estigmático, a cuanto actor político que se rebele frente a la “ola inflacionista” global -fruto de la fiesta de emisión monetaria que la pandemia propició- que está destruyendo y licuando los ingresos de los ciudadanos.

Así como Bolsonaro y Trump fueron las bestias negras de la Pandemia, la “derecha” o mayormente, la “ultraderecha” es presentada como la responsable de enfrentarse a los maravillosos planes que nos tienen preparados la “Iglesia Científica del Progresismo” para todos. Pero, las cosas no les están saliendo del todo bien, ya que uno de los nuevos capítulos que nos tienen preparados -el cambio energético precipitado por el discurso catastrofista del clima- demuestra enormes contratiempos, y el doloroso costo de representar para la población un empeoramiento de su calidad de vida. Como suele suceder, en cada ocasión que un puñado de sabios -los ingenieros sociales- ha diseñado un plan para cambiar el mundo, el plan ha durado lo que tarda en producirse las primeras interacciones con la realidad.

Volviendo al punto inicial, lo que estamos observando en la arena política de numerosos países es que las izquierdas y derechas se han mezclado, pero no tanto como nos quieren hacer creer. Lo que está sucediendo en Occidente es que, de facto, estamos destruyendo los derechos individuales, las nociones históricas de libertad de la modernidad, la República, e incluso la Democracia, en nombre de la tecnocracia de los ingenieros futuristas del progreso. Aún conservamos el derecho a votar, pero la agenda y las políticas las define una minoría convenientemente acreditada.

El tan temido “avance de las derechas”, publicitado como nuevo cuco por cuanto medio maninstream existe, no les permite ver a las fuerzas tradicionalmente hegemónicas que las elecciones se ganan o se pierden en sintonía con un simple criterio que los partidos suelen olvidar por razones e intereses propios, que es el priorizar en sus programas las preocupaciones ampliamente compartidas. Y en ese contexto, el ultimo grito de la moda globalista –la Ecoangustia como sinónimo de salvación mediante el terror, al decir de Javier Benegas en este excelente artículo,– no logra crear su reinado de terror efectivo con la eficiencia esperada. No parece ser una preocupación automáticamente compartida por los ciudadanos, menos aún al nivel de histeria necesario para producir los cambios a la velocidad que se esperaba por parte de los burócratas globales. 

“La salvación del planeta exige, pues, extenuar a las personas, hacer que se sientan realmente enfermas. Quien no sufra ecoangustia se constituirá en una amenaza para la supervivencia colectiva, la pieza defectuosa dentro de la maquinaria de la salvación” señala con acierto Benegas, señalando también el poco éxito que esta estrategia psicológica terror de masas, de ribetes totalitarios. No ha logrado hacer de las diferentes formas de disidencia, un problema de “enfermedad psiquiátrica” concluyente. Por ahora, no lo logra tampoco, señalando de ultraderecha a todo lo que se mueve…